3 de octubre de 2007

Borges y el tango de Buenos Aires

Tempranamente en su poesía y en su pro­sa, Jorge Luis Borges trató de desentrañar la naturaleza de Buenos Aires, una ciudad que había redescubierto cuando regresó de su estancia en Europa, y esta inquietud lo llevó a ocuparse repetidamente del tango. En "Inquisiciones" (1925), se destacan en ese sentido los escritos "Después de las imágenes" y "Buenos Aires"; en "El tamaño de mi esperanza" (1926), se lo puede apreciar en "Carriego y el sentido del arrabal", "La pampa y el suburbio son dioses", "Las coplas acriolladas" e "Invectiva contra el arrabale­ro"; finalmente, en "El idioma de los argentinos" (1928), lo hace en "Ascenden­cias del tango", "Apunte férvido sobre las tres vidas de la milonga" y los capítulos de "Dos esquinas": "Sentirse en muerte" y "Hombres pelearon", este último, anticipo de lo que sería "Hombre de la esquina rosada".


En 1965, ya consagrado y reconocido, escribió estos versos transparentes y admirables:

Tango que he visto bailar
contra un ocaso amarillo
por quienes eran capaces
de otro baile, el del cuchillo.

Tango de aquel Maldonado
con menos agua que barro;
tango silbado al pasar
desde el pescante del carro.

Despreocupado y zafado
siempre mirabas de frente;
tango que fuiste la dicha
de ser hombre y ser valiente.

Tango que fuiste feliz
como yo también lo he sido,
según me cuenta el recuerdo,
el recuerdo o el olvido.

Estos versos recibieron el don mágico de la música de Astor Piazzolla y la voz de Edmundo Rivero.