5 de octubre de 2007

Gilles de Rais, una historia de sadismo

En 1404 nacía uno de los personajes más abominables de la his­toria universal. Se llamaba Gilles de Montmorency-Laval, baron de Rais (Rays o Retz) y fue quién dio origen a la leyenda de Barba Azul. Así lo aseveran muchos historiadores aunque hay algunos que remontan el cuento al folklore hindú.
Gilles de Rais nació en el gélido otoño de aquel año, en la Torre Negra del castillo de Champtocé, en Anjou (Francia). Sus padres fueron el noble Guy de Laval y Marie de Croan. Ambos provenían de los más rancios linajes franceses, poseyendo cada uno una gran fortuna que se incrementó tras su casamiento. En sus primeros años, él y su único hermano, René, apenas tuvieron contacto con sus padres y su crianza y educación quedó en manos de tutores e institutrices, quienes le enseñaron la escritura y la lectura, aprendiendo muy pronto lenguas como latín y griego. Cuando tenía apenas 11 años murieron sus padres y quedó bajo la tutela de su abuelo materno, Jean de Craon, hombre de carácter enérgico y violento que influyó negativamente en el ánimo del primogénito Gilles, al tiempo que heredaba una de las más grandes fortunas de Francia.
Amante de las armas desde pequeño, participó de un duelo con machetes con su amigo de la infancia Antoine, al que hirió y dejó desangrar hasta la muerte. Fue su primer asesinato, a los 15 años. Quedó sin condena porque él era noble y Antoine de familia más humilde, aunque ésta recibió una indemnización económica por parte del abuelo de Gilles.
Tenía 17 años cuando, dominado por la ambición, raptó a su prima Catherine de Thouarscon de 15 años de edad, que pertenecía a una casa nobiliaria bretona. Se casó con ella el 24 de abril de 1422, el mismo día del rapto de forma clandestina. Los Thouars poseían varios castillos que juntos con los de Rais-Laval harían de la unión la más rica y poderosa de Francia. Pero la familia de Catherine no aprobó el casamiento y rechazó unir las propiedades. Gilles hizo raptar a su suegra y la encerró en un castillo a pan y agua hasta que le cedió los castillos de Pauzauges y Tiffau­ges. Tardaron en procrear a su única hija, Marie, siete años después de su matrimonio en 1429. Se dice que nunca hizo el menor caso de su esposa e hija, y que demostró una aparente bisexualidad, la que posteriormente sería evidente.
Entre 1427 y 1435, fue mariscal del ejército real y peleó junto a Juana de Arco en algunas campañas contra los ingleses y sus aliados. Tras la derrota de la Doncella de Orleans, volvió a sus tierras y sus castillos. En el de Tiffauges le esperaban su esposa y su hija a quienes trató con absoluto desprecio. Su negra barba de azulados reflejos hizo que se le llamara Barba Azul y se le decribía como un joven culto, orgulloso, devoto cristiano, valeroso y diestro en la batalla, experto conocedor de arte y amante de la música.
En 1435 se dedicó a promocionar obras teatrales y a dilapidar la extensa fortuna que había heredado. Fue en este período donde, según su propio testimonio, comenzó a experimentar con la magia negra bajo la dirección de un sacerdote florentino llamado Francesco Prelati, quien lo introdujo en unas prácticas de alquimia que tenían por objeto generar riquezas sacrificando niños a un demonio llamado "Barron".
El doctor Augustin Cabanés (1862-1928), historiador francés, escribió en su "Curious bypaths of history: being medico-historical studies and observations" de 1898: "Desde ese momento se entrega a los más locos dispendios para satisfacer sus más caros caprichos. Entre otras costosas fantasías, había fundado una casa militar compuesta de cerca de treinta individuos que le acompañaban a todas partes. El entreteni­miento de este servicio le costaba sumas considerables: caballos de los más caros, largas togas colgantes de escarlata y telas finas, ma­letas y baúles para transportar los efectos; no se recuerda príncipe o rey que hubiesen llevado un lujo semejante. Este hombre tenía pasión por todas las artes, especialmente por la música. Si oía decir que se había escuchado una hermosa voz, no descansaba hasta conseguir llevar a su servicio a quien la poseía, por muy lejos que estuviera. Poseía mu­chos órganos, unos grandes, pequeños los otros. El so­nido de este instrumento le producía tal enajenación, que se los hizo construir portátiles para que le acompañaran en sus menores traslados. Seis hombres robustos estaban encargados de transpor­tarlos sobre sus espaldas a todos los sitios en que tenía a bien ins­talarse. Sus larguezas no se limitaban a sus servidores; todo el que acu­día a él participaba de ellas; el extranjero era bien recibido, cualquiera que fuese su condición, a toda hora del día o de la noche; tenía hospitalaria mesa y era raro que abandonase esa mansión sin salir colmado de dones en especies o en metálico".
Semejantes despilfarros lo van sumergiendo en la ruina. Los amigos burgueses y mercaderes que le prestaban dinero, presintiendo el de­sastre, se alejan de él. Con sus cofres vacíos y su crédito ago­tado, se vuelve hacia el esoterismo buscando en la alquimia el modo de fabricar el oro que le falta. Cabanés continúa con su relato: "El mariscal visita con frecuencia a Prelati, se informa con ansiedad del resultado de las investigaciones en búsqueda de la piedra filosofal, capaz, según la tradición esotérica, de transformar los metales en oro. El sedicente mago llevó a su amo a un bosque. Era mediano­che, la hora de los conjuros satánicos. Estuvo dos horas invocando al diablo y éste no apareció a pesar de los círculos mágicos que Prelati trazaba en el suelo y de los sacrificios de animales que le ofrecieron. Es imposible que el mariscal salga bien de sus empresas -le dice el embaucador- si no ofrece al demo­nio la sangre y los miembros de niños llevados a la muerte".
Entonces empezó la parte más horrible de esta historia: Gi­lles de Rais necesitaba niños para sus sacrificios. En su afán por procurarse víctimas para éstos, sus ser­vidores recorrían los pueblos y las aldeas bus­cando niños y adolescentes prometiéndoles que les harían pajes en los castillos del señor de Rais. Siempre en lugares lejanos. De ellos los padres no tenían más noticias. Si preguntaban se les respondía que estaban bien. Pronto la gente se alarmó y se recurrió a los raptos. El temor se apoderó de los habitantes de los pueblos. Desaparecían niños y niñas y se comenzó a mur­murar. Los criados tuvieron que ampliar su campo de acción con lo que el pavor se extendía más y más. Llegó un momento en que fue tan grande que las murmuraciones se convirtieron en gritos que llegaron a las más altas autoridades.
El 14 de septiembre de 1440 se presentó a las puertas del castillo de Machecoul, donde estaba entonces el mariscal, un grupo armado al mando de capitán Jean Labbé, que iba acom­pañado por el notario Robin Guillaumet, en nombre del obispo de Nantes, Jean de Malestroit. Portaban órdenes del duque de Borgoña. Era el fin. Gilles de Rais se entregó y el 19 del mismo mes, es decir cuatro días después de su detención, empezó el interrogatorio que continuó el día 28 y los días 8, 11 y 13 de oc­tubre.
En el juicio -cuyas actas se conservan-, el mariscal de Rais confesó: "Hace ocho años que se ocurrió la idea. Fue el mismo año en que mi abuelo, el señor de la Suze, pasó de esta vida a la otra. Estando, por casualidad, en la biblioteca del casti­llo, encontré un libro latino de la vida y costumbres de los césares de Roma, escrito por un sabio historiador llamado Suetonio. El libro estaba adornado con imágenes bastantes bien pintadas, en las que se veían las maneras de conducirse de estos emperado­res paganos, y leí, en esta hermosa historia, cómo Tiberio, Caracalla y otros césares se recreaban con los niños y el singular placer de martirizarlos. Yo quise imitar a los césares y esa misma tarde empecé a hacerlo, siguiendo las imágenes y la narración del libro. Por algún tiempo no confié mi caso a persona alguna; pero, después, lo dije a muchas, entre otras a Henriet y Poitou, que se había aficionado a este juego. Estos ante­dichos fueron los que me ayudaban en el misterio y se encargaban de buscar los niños para mis trabajos".
La historia completa de sus crímenes fue publicada en 1959 por el "Club Francais du Livre" en el libro de Juan Antonio Cebrián "El mariscal de las tinieblas" con una introducción de Georges Bataille. En él puede leerse: "Una noche Catherine, su esposa, estaba preocupada por la fiebre de su hija Marie. Quería avisar a su marido pero éste se encontraba en un ala del castillo a la que le había prohibido la entrada diciendo que si abría aquella puerta la mataría. Durante mucho tiempo vaciló la dama pero preocu­pada cada vez más por la salud de su hija se decidió a burlar la prohibición. Pasó al recinto prohibido y abrió la puerta que su marido le había vedado abrir. No pudo contener un grito de horror. El espectáculo era espeluznante. De unos garfios en la pared colgaban vivos varios niños que gritaban de dolor. Su es­poso tenía en brazos a otro niño lleno de sangre. A su alrede­dor dos o tres servidores martirizaban a otros. Catalina salió huyendo perseguida por los criados. Gilles le perdonó la vida a condición de que no contara a nadie lo que había visto y la recluyó en un castillo lejano".
En el libro de Cabanés se completa la historia: "Además del pecado de herejía y de pactar con el de­monio salió a la luz que el mariscal sacrificaba niños. Los colgaba de los garfios que había en las paredes y cuando se desmayaban los descolgaba, los tomaba en brazos y les consolaba diciéndoles que no pensaba hacerles ningún daño. Después les sodomizaba y, en el momento del orgasmo, los degollaba para que los estertores de la muerte hicieran más agudo su placer. Besaba luego las cabe­zas cortadas mientras le chorreaba la sangre por el rostro y man­chaba sus vestidos. Más de 300 niños y niñas perecieron de este modo; llegó a sa­crificar mujeres encintas a las que abría el vientre para profanar los fetos. Durante el proceso, Gilles de Rais reconoció sus crímenes y pi­dió perdón por ellos. Fue condenado a ser colgado y quemado vivo".
Al amanecer del 26 de octubre de 1440, en el prado de la Madeleine cercano a Nantes, se levantaron tres horcas para el mariscal y dos de sus princi­pales cómplices. Se colocó un escabel debajo de los pies de Gilles, se le pasó una cuerda al cuello, y al retirar el escabel que le sostenía, el mariscal fue lanzado al espacio encima de la hoguera encendida. La agonía fue corta. El fuego se elevó alrededor del cuerpo del ajusticiado; la cuerda que le sostenía sobre las llamas se rompió y el cuerpo cayó sobre la hoguera. Murió aferrándose desesperadamente a su fe cristiana.
Accediendo a las súplicas de algunos de sus parientes, el cuerpo parcialmente quemado de Barba Azul fue retirado de la hoguera y enterrado en la Iglesia de las Carmelitas de Nantes.
Catherine de Rais asistió al proceso y a la ejecución de su ma­rido sin derramar una lágrima. Se retiró a sus tierras y poco tiempo después contrajo nuevas nupcias con Jean de Vendóme
Sus bienes fueron confiscados en beneficio del duque de Bretaña y de la Iglesia.