27 de octubre de 2007

La dependencia económica

Se debe entender por dependencia económica una situación en la cual la economía de determinados países está condicionada por el desarrollo y la expan­sión de otra economía, a la que están sometidas las primeras. La relación de interdependencia entre dos o más países, y entre éstos y el comer­cio mundial, toma la forma de dependencia cuando algunas naciones (las dominantes) pue­den expandirse y ser autogeneradoras, en tanto que otras naciones (las dependientes) sólo pue­den hacerlo como reflejo de esa expansión, la cual puede tener un efecto negativo o positivo sobre su desarrollo inmediato. El concepto de dependencia nos permite ver la situación interna de estos países como parte de la economía mundial. Con la globalización, se ha generado un proceso de expansión de los centros económicamente poderosos y es entonces cuando más necesario es exponer una teoría del desarrollo interno en aquellos países que son objeto de dicha expansión y están gobernados por ella. Avanzar en esta dirección teórica significa trascender la teoría del desarrollo que busca explicar la situación de los países subdesarrollados como consecuencia de su lentitud o de su fracaso en la adopción de patrones de eficiencia característicos de los países desarro­llados y que, si bien admite la existencia de una dependencia "externa", es incapaz de advertir el subdesarrollo como consecuen­cia y parte del proceso de expansión mundial del capitalismo, parte necesaria e integralmente ligada a ese proceso.
Cuando se analiza el proceso de constitución de una economía mundial que integra a las lla­madas economías nacionales en un mercado mundial de mercancías, capital y fuerza de trabajo, se ve que las relaciones producidas por este mercado, son desiguales y combinadas.
Son desiguales porque el desarrollo de algunas par­tes del sistema se produce a expensas de otras partes. Las relaciones comerciales se basan so­bre el control monopólico del mercado, que conduce a la transferencia del excedente de los países dependientes hacia los países dominan­tes; las relaciones financieras se basan sobre empréstitos y exportación de capital realizados por los poderes dominantes, lo cual les permite recibir intereses y beneficios, incrementándose de esta manera su excedente nacional y refor­zándose su control sobre las economías de los otros países. Para los países dependientes es­tas relaciones significan una exportación de be­neficios e intereses que llevan consigo parte del excedente generado dentro del ámbito de sus fronteras y les hace perder el control de sus recursos productivos.
Son combinadas porque, para permitir estas rela­ciones desventajosas, los países dependientes deben generar grandes excedentes, no por me­dio de la creación de un nivel tecnológico más alto, sino más bien explotando al máximo su fuerza de trabajo. El resultado es la li­mitación de sus mercados internos y de sus capacidades técnicas y culturales, como tam­bién de la salud física y espiritual de sus pue­blos. Así, con la combinación de estas discordancias y la transferencia de recursos de los secto­res más retrasados y dependientes hacia los más avanzados y dominantes, se explican las desigualdades entre países desarrollados y subdesarrollados que se ahondan día a día y se han transformado en un elemento necesario y estructural de la economía mundial.
Las formas históricas de la dependencia están condicionadas por las formas básicas de la economía mundial que tiene sus propias leyes de desarrollo; por el tipo de relaciones económicas dominantes en los centros capita­listas y las formas en que estos últimos se expanden hacia afuera; y por los tipos de rela­ciones económicas existentes dentro de los paí­ses periféricos que se incorporan en situación de dependencia dentro de la red de relaciones económicas internacionales generadas por la expansión capitalista.


Se pueden distinguir tres fases históricas en la consolidación de la dependencia económica: la primera es la etapa de la dependencia colonial, de naturaleza exportadora-co­mercial, en la que el capital comercial y el financiero, aliado con el Estado colonialista, dominaba las relaciones económicas de los países europeos y sus colonias por medio del monopolio del comercio, complementado por el monopolio colonial de la tierra, las minas y la fuerza de trabajo en los países colonizados. La segunda, con­solidada a fines del siglo XIX, es la etapa de la dependencia industrial-financiera, que se caracterizó por la dominación del gran capital en los centros hegemónicos y por su expansión al exterior a través de inversiones en la producción de ma­terias primas y de productos de la agricultura destinados al consumo de los centros hegemó­nicos. En los países dependientes creció así una estructura productiva dedicada a la expor­tación de estos productos, produciéndose lo que la Comi­sión Económica para América Latina (CEPAL) ha llamado "desarrollo hacia afuera". La tercera y última etapa es la de la dependencia industrial-tecnológica y nació en el período de la posguerra consolidándose sobre la base de empresas multinacionales que empezaron a invertir en industrias destinadas al mercado interno de los países subdesarrollados.
Cada una de estas formas de dependencia co­rresponde a una situación que condicionó no solamente las relaciones internacionales de los países, sino también sus estructuras inter­nas: la orientación de la producción, las formas de acumulación de capital, la re­producción de la economía y, simultáneamen­te, su estructura social y política.A fin de entender el sistema de reproducción dependiente y las conformaciones socioeconó­micas que el mismo crea, se lo debe estudiar como parte de un sistema de relaciones económi­cas mundiales. Éstas se basan sobre el con­trol monopólico del gran capital, el control de determinados centros económicos y finan­cieros sobre otros, y un monopolio de la tecno­logía que es altamente complejo y conduce a un desarrollo desigual y combinado a nivel na­cional e internacional. Los intentos de analizar la realidad de los países subdesarrollados como resultado de su atraso en asimilar los modelos más avanza­dos de producción o en modernizarse, no son más que ideología disfrazada de ciencia. Lo mismo puede decirse de los intentos de ana­lizar la economía internacional en términos de relaciones entre elementos de libre compe­tencia, como lo hace el neoliberalismo, que busca justificar las desigual­dades del sistema económico mundial y negar las relaciones de explotación sobre las cuales se basa.

En realidad, sólo podemos entender lo que ocu­rre en los países subdesarrollados cuando se advierte que se desarrollan dentro del marco de un proceso de producción y reproduc­ción dependientes. Este sistema se reproduce en forma dependiente cuando reproduce un sistema productivo cuyo desarrollo está limita­do por esas relaciones mundiales, que conducen necesariamente al desarrollo de sólo algunos sectores económicos, obliga a comerciar en condiciones de desigualdad, a la competencia interna con el capital internacional bajo con­diciones desiguales y a la imposición de relacio­nes de superexplotación de la fuerza de tra­bajo local con el propósito de dividir el exce­dente económico así generado entre las fuer­zas internas y externas de la dominación.
Al reproducir tal sistema productivo y tales relaciones internacionales, el desarrollo del capitalismo dependiente reproduce los factores que le impiden alcanzar una situación ventajosa en el orden nacional e internacional y repro­duce, también, el atraso, la miseria y la marginalidad so­cial dentro de sus fronteras. El desarrollo que produce beneficia a sectores muy limitados, encuentra obstáculos locales insalvables para su crecimiento económico continuado tanto con respecto a los mercados internos como a los externos y conduce a la acumulación progresi­va de balances de pagos deficitarios, los cuales, a su vez, generan más dependencia y más explotación.
Todo indi­ca que lo que puede esperarse del futuro de los países subdesarrollados es un lar­go proceso de agudas confrontaciones políticas y una profunda radicalización social que conducirá a estos países a un dilema: tomar conciencia de la realidad y romper definitivamente con la dependencia económica o seguir ignorándola y permitir que ésta se agudice. Las soluciones intermedias han demostrado ser, en una realidad tan contradictoria, vacías y utópicas.