14 de octubre de 2007

Los caminos de Helen Keller

Pocas enfermedades conmueven tanto a la humanidad como la ceguera. La vida está organizada de tal forma que, indiscutiblemente, la vista es el sentido que más falta hace al hombre para desenvolverse cotidianamente.
Helen Keller era una joven norteamericana nacida el 27 de junio de 1880 en Alabama, que a los dieciocho meses de vida, después de una grave enfermedad, se encontró ciega y sorda, y casi muda a consecuencia de la sordera. Su vida parecía casi cerrada a las impresiones del exterior, su bagaje intelectual se limitaba a muy pocas ideas, la de los objetos que se encontraban al alcance de su mano, y aun éstos eran dudosos en medio de las es­pesas tinieblas que la rodeaban. No obstante esta dificultad, al pa­recer insuperable, Helen Keller, siempre sorda y siempre ciega, logró a los treinta y dos años ser una personalidad distinguida y muy instruida, siguiendo los cursos en una universidad y obte­niendo brillantes notas en los exámenes de idiomas. Fue suficiente hacerle ciertos signos en la mano mientras ella tocaba los objetos para que en veinte días comprendiese que toda idea estaba representada por un signo especial, gracias al cual los hombres podían comunicarse entre sí. Un mes y medio más tarde conocía por el tacto los caracteres del alfabeto Braille. Pasado un mes más, lograba escribir una carta a uno de sus primos; y al cabo de tres años había adquirido una cantidad de ideas y de palabras suficien­tes para sostener una conversación, leer con inteligencia y escribir en buen inglés. Se tuvo entonces la idea de hacerle tocarlos movi­mientos de la faringe, de los labios y de la lengua que acompañan a la palabra, e imitando estos movimientos logró reproducir los sonidos que se articulaban en su presencia. Un mes le fue sufi­ciente para aprender a hablar correctamente el inglés, y con sólo poner la mano sobre los labios de su interlocutor comenzaba a leer con los dedos las palabras que él emitía.
Así, con la sola ayuda de su tacto, Helen Keller abrió tres cami­nos hacia el mundo de las ideas: el alfabeto manual, la lectura en relieve y la palabra humana; y gracias a estos tres medios de adquisición se colocó en esa aristocracia intelectual, tan poco nume­rosa, que forman los hombres muy cultivados. En fin, no con­tenta con hablar su propio idioma, estudió el alemán, para conocer directamente las grandes obras de la literatura germá­nica, el francés, que escribía correctamente, y hasta el latín y el griego, que le exigieron para sus exámenes universitarios.

Amiga de varios personajes famosos como Alexander Graham Bell, Charlie Chaplin y Mark
Twain, Helen Keller fue miembro del Partido Socialista y ferviente activista en apoyo de las clases trabajadoras, realizando campañas y escribiendo sobre la problemática social de los obreros durante buena parte del primer cuarto del siglo XX. También se unió a la "Industrial Workers of the World" ("Trabajadores Industriales del Mundo, IWW) cuya orientación oscilaba entre el sindicalismo revolucionario y el anarco sindicalismo en 1912, después de sentir que el socialismo parlamentario "se hundía en un pantano político". Entre 1916 y 1918, Helen Keller escribió para el IWW. En uno de sus artículos -"Why I Became an IWW" ("Por qué me convertí en un Trabajador Industrial del Mundo")- dijo: "Era parte de un comité para la investigación de las condiciones de los ciegos. Por primera vez yo, quien había pensado que la ceguera era un infortunio fuera del control humano, encontré que gran parte de eso se podía achacar a las malas condiciones industriales, frecuentemente causadas por el egoísmo y la avaricia de los patrones. Y la maldad social también era parte de esto. Me di cuenta que la pobreza llevaba a las mujeres a una vida de vergüenza que terminaba en la ceguera."
También escribió sobre la Revolución Rusa y la aparición del comunismo en 1917, por lo que, a partir de allí, fue permanentemente investigada por el FBI.

Por medio del alfabeto Braille, Helen escribió varias obras: "Historia de mi vida" (1903), "El mundo en que vivo" (1908), "Salir de la oscuridad" (1913), "Mis años posteriores" (1930) y "El milagro de Anne Sullivan" (1959), así como numerosos artículos. Su obra fue muy conocida y traducida a varios idiomas. Vivió sus últimos años en un pueblito de New York en Connecticut rodeada de libros. Murió el 1 de junio de 1968 a la edad de 88 años. Fue incinerada y sus restos se guardaron en la Capilla de Saint Joseph de Arimathea en la Catedral Nacional de Washington.