22 de octubre de 2007

Sholem Aleijem, el nieto de la literatura ídish

Como buena parte de las lenguas y literaturas modernas, el ídish y la literatura que en él se ha formado datan de la Edad Media. Al diseminarse los judíos por el mundo, llevaron consigo -como reliquia de su pasado- aquel libro que el poeta alemán Heinrich Heine (1797-1856) llamara "la patria portátil". Y la lengua en que ese libro -la Biblia- estaba escrito, debía quedar para siempre como distintivo na­cional de Israel. Pero las condiciones de su vida obligaron al pueblo judío a convertir el hebreo, otrora idioma vivo, en lengua sagrada. En su contacto con los otros pueblos, y diseminados como estaban, tuvieron los judíos que sufrir necesariamente la influencia de las naciones en cuyo seno residían, tomando de ellos lenguas o dialectos. Pero esas formas de expresión colectiva, muy difundidas a veces, no se han concretado en valores de cultura nacional salvo raras excepciones, y tuvieron, por consiguiente, una vida efímera. Paralelamente al hebreo -que ha sido en todo tiempo la lengua aristocrática reservada para fines nobles y sagrados- otros idiomas, destina­dos al uso diario, eran corrientes en el ghetto, pero a sus cultores les faltaba la visión del porvenir y la decisión de elevarlos a la altura de la lengua tradicional. La única lengua que alcanzó vida próspera y definitiva, es el ídish.
No es fácil determinar con exactitud la fecha en que ha nacido este idioma, hablado por la inmensa mayoría del pueblo judío. Desde tiempos remotos los israelitas de Alemania se comunicaban en la lengua corriente, empleando el alefato (abecedario compuesto por 22 caracteres empleado para escribir el idioma hebreo, el ídish y en menor medida el judeoespañol) e intercalando palabras hebreas. En el siglo XV, probablemente, se acentuó esa costumbre que fue el origen del futuro lenguaje.
Algunos filólogos alemanes de esa época hacen ya referencia al idioma incipiente, entre ellos
Johann Böschenstein (1472-1540) en 1514, Paul Fagius (1504-1549) en 1543, Johannes Buxtorfius (1564-1629) en 1609, Johann Wagenseil (1633-1705) en 1699, Christian Wolff (1679-1754) en 1715 y Wilhelm Chrysander (1718-1788) en 1750.
Entre los manuscritos más antiguos que se conocen figuran los de Munich, Berlín, Hamburgo y Londres, que se remontan al año 1550. De los libros impresos merecen citarse los de Elias Levita(1507) y de Rabí Anshl (1534).
Nacido en los ghettos de Alemania, el ídish se ha impuesto como lengua nacional, dando nacimiento a una rica literatura. En su origen no era sino una mezcla de palabras del alemán y hebreas. En tanto que los judíos permanecían en los ghettos, la nueva lengua tenía pocas probabilidades de evolu­cionar y adquirir carácter propio, pues estaba demasiado cerca de su fuente. Pero bien pronto causas históricas determinaron la expatriación de los judíos alemanes. Las Cruzadas, que sem­braron la muerte por donde quiera que pasaran, hallaron en los judíos presa fácil y desamparada. Debido a esas persecuciones, gran parte de los hebreos se refugiaron en Bohemia y Polonia. Bien acogidos en este reino, bastaron dos siglos de permanencia en él para infundir al nuevo idioma de un carácter propio. En un país extranjero, lejos de la lengua madre, el ídish pudo desarrollarse orgánicamente y enriquecerse con elementos eslavos y hebreos. Así, la literatura hebrea se había convertido en un tesoro inaccesible para las masas populares, y para satisfacer sus anhelos intelectuales hubo necesidad de escribir libros en el idioma vulgar -el ídish- que les hablara en forma sencilla y comprensible de cosas que, a no ser por ese conducto, quedarían ignoradas por ellos. Los judíos de la Edad Media no estaban animados de sentimientos caballerescos, no rendían culto a la galantería, carecían de héroes inmediatos como el Cid o Carlomagno, pero en cambio poseían un pasado histórico y una norma de vida peculiar y religiosa. De ahí que la literatura judía fuese en sus orígenes un reflejo de esa religiosidad, de la moral dominante y de la necesidad de instruir a los que igno­raban el idioma histórico.
Las primeras publicaciones en el lenguaje popular son tra­ducciones de la Biblia con o sin comentarios, adornadas o no con parábolas, leyendas y máximas, y narraciones fantásticas inspiradas en las obras novelescas en boga. El primer período de la literatura judía, que abarca los siglos XVI y XVII, se caracteriza, pues, por su tendencia didáctica-religiosa. Las obras que durante él aparecieron, ya sean tradu­cidas u originales, tenían como objetivo principal la difusión de la moral judía, que de hecho condujo al robustecimiento del espíritu nacional.
La crítica especializada sostiene que hubo tres momentos en el desarrollo de la literatura ídish , encarnados en el "trío clásico" compuesto de Méndele Mocher Sforim ("Méndele el vendedor de libros"), seudónimo de Sholem Jacob Abramovitz (1836-1917), Sholem Aleijem ("La paz sea con vosotros"), seudónimo de Sholem Rabinowitz, (1859-1916) e Isaac Leib Peretz (1851-1915). Las ficciones de Méndele adoptan ante la realidad judía, que él consideraba atrasada, una actitud crítica, cuyas observaciones tienen una preocupación educativa; con Sholem Aleijem el escritor comienza un diálogo con el pueblo; con Peretz el costumbrismo predominante hasta entonces se abre al análisis psicológico subjetivo, ingresando en la modernidad estética. El trío clásico, sin embargo, escribe en un virtual vacío. En Méndele y Aleijem hay una dualidad sin solución entre el sentimentalismo nostálgico y el desdén ilustrado por la vida judía que retratan. Y Peretz , que había conseguido crear a pulso el siglo XIX judío, termina su carrera exigiendo una tradición.
A partir de ellos, el ídish se desarrolló maravillosamente, y Varsovia, Vilna y Nueva York, los tres grandes centros judíos, produjeron una falange de notables talentos. Todas las tendencias europeas hallaron eco en los escritores judíos y las obras más famosas fueron vertidas al ídish e hiciéronse familiares al lector judío, en traducciones fieles y elegantes.
Sholem Aleijem es el más difundido de los escritores israelitas. Su humorismo cristalino, natural y sano, su estilo lleno de gracia, su lenguaje salpicado de modismos, los tipos tan característicos que desfilan por su vasta obra y, sobre todo, su mordacidad original y comunicativa, han hecho de Sholem Aleijem el escritor más popular del pueblo judío. Entre los tipos innumerables que ha descripto, en medio del maremagnum de personajes que llenan su abundante producción, algunos sobresalen con nitidez y rasgos propios, pero por lo general, sus héroes son partículas de muchedumbre, pues el autor es un pintor de multitudes y hasta cuando particulariza no desaparece esa característica. El mundo que ha retratado es el que se ha extinguido en las aldeas judías de Rusia, mundo netamente israelita, con su ambiente y sus modalidades peculiares, con sus tristezas y sus alegrías y sobre el cual flota una sonrisa burlona y una alegría dolorosa.
Nacido en Rusia, "el nieto de la literatura ídish" como se lo conoce, recibió la clásica educación hebrea y se dedicó al comercio, donde pudo observar numerosos tipos que le sirvieron después para sus obras. Más tarde se consagró a la literatura; era de una fecundidad asombrosa. Dejó unos 50 volúmenes -casi todos de cuentos- y algunos dramas. Sholem Aleijem murió en Nueva York en 1916 a los 57 años, mientras trabajaba en su última novela, y fue enterrado en el cementerio de Brooklyn. Para la época, su funeral fue uno de los más grandes en la historia de Nueva York, ya que se estima que acudieron unas 100.000 personas.