24 de diciembre de 2007

El cine durante la Primera Guerra Mundial

Exactamente a las 11 horas del 11 de noviembre de 1918, una salva de cañón ordenada por el Alto Mando Aliado, puso fin a la Primera Guerra Mundial que se había desatado cuatro años antes. En ese momento, cuando la noticia de la definitiva derrota germana giró por todo el globo y estremeció de alegría y espe­ranza a todos los habitantes de la tierra, incluídos acaso los vencidos súbditos del kaiser Guillermo II -Wilhelm von Hohenzollern (1859-1941)-, el séptimo arte o biógrafo, como lo llamaban nuestros abuelos, cumplía unos 23 promisorios años de existencia. Porque ni el comienzo del nuevo siglo, ni el final de la "belle epoque", ni los estragos de la guerra, ni todos los contratiempos, fracasos y desastres reales o imaginables, pudie­ron detener las manivelas de cientos de cámaras que registraron, cuadro a cuadro y escena tras escena, hechos de la vida real en los más distantes rin­cones del mundo o las ficciones pre­paradas por libretistas y escritores que daban escasa tregua a su cansancio, ya incorporados a los engranajes de fac­tura irrefrenable del nuevo arte-industria, llamado cinematógrafo.
Hacia 1918 el nivel alcanzado por los creadores de aquellas imágenes era prodigioso, con relación a los orígenes. En Europa competían sin cuartel las empresas francesas, italianas, alemanas, inglesas y escandinavas, por citar sólo algu­nas. Y la fama tocó desde el principio a realizadores como Georges Meliés (1861-1938), a productores como Charles Pathé (1863-1957), a cómicos como Max Linder (1883-1925) y a bellezas como Lyda Borelli (1884-1959), Francesca Bertini (1892-1985) y Pina Menichelli (1890-1984).
Pero si hubo buena fortuna para estas personas, también abundó el éxito para numerosos títulos. Las cine­matecas iniciaban su histórica tarea, reservando copias de obras valiosas como "Cabiria" (Italia, 1912) de Giovanni Pastrone (1883-1959), "Der student von Prag" (El estudiante de Praga, Alemania, 1912) de Paul Wegener (1874-1948) o "Fantómas a l'ombre de la guillotine" (Fantomas, Francia, 1913) de Luis Feuillade (1873-1925), sin olvidar los inicios de Victor Sjöström (1879-1960) con "Ingeborg Holm" (Suecia, 1913) y "Sperduti nel buio" (Perdidos en la oscuridad, Italia, 1914) de Nino Martoglio (1870-1921).
Durante los cincuenta y tres meses que duró la Gran Guerra, no disminuyó la producción y los avatares sangrientos de la lucha parecieron avivar la calidad de los films. Desde 1915 se conocía en Francia "Les Vampires" (Los vampiros) de Louis Feuillade (1873-1925), mien­tras Giovanni Pastrone (1883-1959) en Italia adaptaba "Il fuoco" (El fuego, 1916) del novelista y dramaturgo Gabrielle D'Annunzio (1863-1938).
Es que en 1918, el cine ya se había convertido en un espectáculo de masas, transitando una época clave de su historia. Para 1917, la cantidad de películas rodadas en estudios euro­peos se había duplicado respecto a los dos años anteriores. El propio Feulliade había ratificado su valor con los doce episodios de "Judex" (Francia, 1916/17), mien­tras surgía la directora Germaine Dullac (1882-1942) con "Les soeurs ennemies" (Las hermanas enemigas, 1916) no menos exitosa que la expresionista "Homunculus" (Alemania, 1916) de Otto Ripert (1869-1940).
Diverso fue el tributo que el cine le hizo a la desangrada humanidad que, en 1918, estaba saliendo a duras penas de la pesadilla de la Gran Guerra; mientras ésta dejaba un tendal de miles de cadáveres en los campos de batalla y una secuela incalculable de heridos y damnificados de toda especie, el nuevo arte contrapuso a semejante horror, cientos de films proyectando vida y belleza ante tanta muerte y destrucción: sólo en 1915 se produjeron en Dinamarca 135 películas; entre ellas "Den hvide djaevel" (La favorita del Maharajá) y "Pax aeterna" (Paz eterna) de Holger Madsen (1878-1943) mientras Carl Theodor Dreyer (1889-1968) se trasladaba a Estocolmo, donde dirigiría sus primeras obras importantes: "Praesidenten" (Presidente, 1918) y "Prästänkan" (La viuda del pastor, 1920).
Del resto puede afirmarse lo mismo: el director francés Abel Gance (1889-1981) filmaba con gran talento "Mater dolorosa" (Madre del dolor) y "La zone de la mort" (Zona de muerte) ambas en 1917, mientras los realizadores ita­lianos persistían en la reconstrucción de dramas clásicos como "La Gerusalemme liberata" (La Jerusalem liberada, 1918) e "Ivan il terribile" (Ivan el terrible, 1920) de Enrico Guazzoni (1876-1949).
Pero el mundo no se limitaba sólo a Euro­pa, aunque muchos pudieran creerlo durante esa época. Para los Estados Unidos, la guerra, antes que afectar el desarrollo de Hollywood -que ya concentraba la actividad cinemato­gráfica del país-, posibilitó aún más su penetración en los mercados europeos o dependientes de ellos, junto con la depuración total de la competencia extranjera en el ámbito nacional. La guerra entre los alemanes y sus enemigos anglo-franceses, resultó -paradójicamente- benéfica para el pro­gresista país norteamericano. El año 1915 se destacó por la aparición en las pan­tallas de las "bathing beauties", mu­chachas semidesnudas en trajes de baño comandadas por el precursor Mack Sennett (1884-1960), inventor de la fórmula del "sex-appeal", aliado directo del "star-system". Este método constituyó un mecanismo casi mágico de los pro­ductores, a los que les permitió al poco tiempo asumir el control absoluto de la indus­tria y la preeminencia del cine de Estados Unidos. Los agentes de publi­cidad de las empresas construyeron una leyenda enorme alrededor de la vida y milagros (sin olvidar los amores, los gustos y las excentricidades) de los astros y las estrellas de la pantalla que la gente común podía ver por una moneda en los biógrafos instalados en todo el país. Un sistema de propaganda que con el correr de los días se perfeccionaba a si mismo (como cualquier otro típico proceso mercantilista) y que aún subsiste en la actualidad. Así, distribuía fotografías dedicadas por actores y actrices e im­primía las canciones de las "estrellas" en revistas y placas fonográficas que au­mentaban sideralmente su tiraje y cir­culación, cerrando el proceso con la organización de visitas a los estu­dios de filmación, en donde aquellos artistas podían ser contem­plados en vivo.
Esta mitología alcanzó su máximo fulgor durante las décadas de los años veinte y treinta con Rodolfo Va­lentino (1895-1926), Mary Pickford (1892-1979), Douglas Fairbanks (1883-1939), Tom Mix (1880-1940) y otros tantos más.
La suerte le sonreía a los Estados Unidos en aquellos días difíciles para Europa. En el mundo del cine ocurría lo mismo. Para facilitar más esa situa­ción, se vieron enriquecidos con una inmigración casi masiva, rica en savia intelectual. A las posibilidades natu­rales de David W. Griffith (1875-1948) y Cecil B. DeMille (1181-1959), se unie­ron las ideas del austríaco Erich von Stroheim (1885-1957), el húngaro Adolph Zukor (1873-1976) y el ya citado Mack Sennett, canadiense de nacimiento. Un párrafo aparte merece la aparición de quien se transformaría en un año (1914) en el campeón de los actores, di­rectores y productores, todo reunido en su gran personalidad y su pequeña talla: en inglés Charles Spencer Chaplin (1889-1977). Tras unos breves escarceos iniciales, actuó en "Making a living" (Ganarse la vida o Carlitos periodista), la primera película de la serie realizada para la Keystone Film Company, a la que dejó en noviembre de aquél año para firmar un contrato con la Essanay Film Manufacturing Company, que le asegu­raba 1.250 dólares semanales para em­pezar.
Films como "The birth of a nation" (El nacimiento de una nación, 1915) e "Intolerance" (Intolerancia, 1916) deformaron la verdad, pero decidieron la fama de su director, David Wark Griffith, a quien se le reconocen acier­tos técnicos y artísticos repetidos por él y sus colegas en allí en adelante. Esas imágenes gigantescas de la historia norteamericana, vista con ojos sudistas y los capítulos bíbli­cos captados con una visión entre liberal y protestante, impulsaron al director a un pedestal y lo convirtieron en un espejo imitable para sus colegas. Thomas Harper Ince (1882-1924) rozó esas alturas con "The hateful God" (La cólera de los dioses, 1913), "The battle of Gettysburg" (La batalla de Gettysburg, 1913), "The coward" (El cobarde, 1915), "The toast of death" (El brindis de la muerte, 1915), "Civilization" (Civilización, 1916) y "The stepping stone" (El trampolín, 1916) en una producción cuya cantidad supe­raba la calidad de aquél.
La Gran Guerra se combatió con métodos y sistemas muy diversos en las trincheras europeas y, cruzando el océano, en los Estados Unidos también hubo frentes de batalla, luchas sin cuartel y cargas a la bayoneta, con fuego graneado, cañonazos e incesante metralla, pero ésta vez en Hollywood. Siendo los seres humanos actores directos de ambos dramas, aunque en distintos lugares del mundo, la similitud es váli­da y los resultados, de algún modo, coinciden.