15 de diciembre de 2007

Una realidad insoslayable: la desnutrición infantil en la Argentina

Aunque se trate de ocultarlo con estadísticas amañadas, aproximadamente la mitad de la población argentina es pobre: más de 14 millones de personas no tienen dinero suficiente para cubrir una canasta básica de alimentos. Según los datos de la Organización de las Naciones Unidas que vela por los chicos, UNICEF, el 22% de la población urbana de la Argentina es indigente: 6 millones de personas no acceden a la canasta básica de alimentos.
Siete de cada diez chicos y adolescentes es pobre. La mitad de esos seis millones de chicos y adolescentes pobres es, además, indigente. Seis de cada diez hogares donde viven chicos y adolescentes no puede cubrir una canasta de alimentos básicos. En el noroeste de la Argentina ocho de cada diez chicos y adolescentes es pobre, la mitad vive en hogares que no tienen ingresos suficientes para cubrir sus necesidades básicas. El Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (CESNI), en base a investigaciones propias, asegura que el 35% de la población no puede acceder a los alimentos básicos aunque destine a ellos el 66% de sus ingresos. También afirma que el 50% de los chicos de todo el país de entre 6 meses y 2 años padecen anemia por falta de hierro, culpa de la mala alimentación. En el nordeste y en el noroeste del país, la anemia alcanza el 66%.
La pobreza y la enfermedad constituyen un círculo vicioso en el que la escasez de re­cursos es una fuente de peligros medioam­bientales, causa de desnutrición, mal nutrición e intoxicaciones alimentarias, y un serio obs­táculo para el acceso a la educación, la in­formación y a un ade­cuado cuidado de la salud.
En la Argentina viven actualmente, según el informe sobre el Estado Mundial de la In­fancia publicado por UNICEF, un poco más de 12 millones de niños, niñas y jóvenes menores de 18 años. El grupo representa el 32% de la población total del país. De ese gru­po, el 49,5 % de los niños y niñas, me­nores de 14 años, es pobre. A ello hay que sumarle que la mortalidad infantil es de 16 por cada mil nacidos vivos, cifra que duplica la mortalidad infantil de Chile y es cinco veces mayor que la de España.
Organizaciones no gubernamentales de­dicadas al cuidado de la niñez, afirman que en la Argentina muere cada 55 minutos un be­bé y el 60% de los casos es debido a causas totalmente evitables. La pobreza, la violencia, el uso de drogas y los accidentes domésticos o de tránsito impactan negativa­mente sobre todos los aspectos de la salud in­fantil.
Sin dejar de mencionar patologías co­mo la diarrea, la tuberculosis, las parasitosis, la desnutrición, los problemas de mala alimentación, el abandono, el maltrato o la aso­ciación de la niñez con el mundo del traba­jo, el hecho de vivir en hogares que se encuentran por debajo de la línea de pobreza (en la indigen­cia) ya coloca a los chicos en situaciones de vulnerabilidad terroríficas.Uno de los referentes máximos de la pe­diatría argentina, el Dr. Car­los Gianantonio (1926-1995), ya había diagnosticado en 1990 las nuevas enfermedades y decía: "Se han producido modificaciones en los proble­mas de salud. Esta nueva morbilidad que hoy ya afecta a un sector de la niñez argentina, exige programas novedosos para su control. El planteo debe basarse en un preconcepto ético: la desnutrición endémica, las infeccio­nes prevenibles y gran parte de las muertes neonatales ya han sido diagnosticadas y de­berán ser solucionadas en un marco de progreso y desarrollo. Los problemas son complejos; algunos de ellos son consecuen­cia del avance científico, como la secuela de la prematurez, de la desnutrición o del cán­cer, antes mortales. Otros, como el maltrato, el abuso sexual, los accidentes, son de origen psicosocial, así como la deserción escolar y los trastornos de aprendizaje. En la adolescencia, la depresión, el suicidio, la delincuencia, las drogas, el alcohol afectan a un número cre­ciente de personas en desarrollo".
Por su parte, desde la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), se afir­mó en numerosas oportunidades: "Los chicos de la calle se hacen transparen­tes. Los vemos y seguimos caminando. La so­ciedad no se escandaliza y ésa es la peor for­ma de violencia contra ellos".
Sucede que en el círculo vicioso de la ex­clusión -donde la drogadicción, la ingesta de alcohol sin control y las relaciones sexuales prematuras sin segu­ridad, son moneda corriente- también tiene lugar el abandono precoz del tutelaje familiar y hogareño y, sobre todo, la deser­ción escolar.
En América Latina, uno de cada cuatro ni­ños no termina la escuela primaria. Hoy, los que llegan a terminar el secundario tienen dema­siadas dudas sobre su futuro. El derecho a la salud se ha ido perdiendo, y en este marco también hay que tener en cuenta ciertos aspectos de la salud mental como un elemento que limita las po­sibilidades de tener un proyecto de vida.
La comunidad sanitaria argentina coin­cide en apuntar que el pediatra no sólo de­be acompañar al niño en su proceso de sa­lud o enfermedad, sino también a la familia. Su rol es crucial tanto en la promoción de hábitos saludables como en aspectos emo­cionales, pues en la adolescencia, cumple una función orientadora.
Por su parte, la malnutrición es la causa más común de la inmunodeficiencia en el organis­mo humano. La desnutrición sobreviene cuan­do la cantidad disponible de energía y/o pro­teínas es insuficiente para cubrir las necesidades orgánicas. La necesidad de nutrientes, especialmente aquellos relacionados con la función inmunológica son mayores en la infancia, es­pecialmente en los primeros años de vida, etapa en que también es más frecuente la exposición a procesos infecciosos.
El cerebro es el órgano que más rápido crece en los humanos: lo hace a razón de 2 miligramos por minuto. Cuando un niño nace, el cerebro pesa 350 gramos y llega a los 900 gramos en 14 meses, lo que equivale al 80% del peso del cerebro de un adulto. La desnutrición detiene ese crecimiento cerebral.
El cerebro empieza a crecer muy rápidamente en el tercer trimestre del embarazo y continúa hasta el segundo año de vida con menor velocidad. Después del segundo año de vida el cerebro ya está construido; lo que falta es activarlo mediante la estimulación. Para lograrlo, es menester hablar, jugar con los chicos, leerles. A menudo, en gente muy humilde, esos estímulos no se dan. De nuevo, el hambre de los más chicos aparece asociado directamente con la pobreza.
El chico que no se alimentó bien en los primeros años de vida tiene más trastornos de aprendizaje, con lo que su educabilidad cae. Así aparece el deterioro en el lenguaje, que es el conductor para el desarrollo de la inteligencia. Según un estudio hecho por un equipo de profesionales de la Universidad de La Plata, los chicos de clase media que ingresan a la escuela tienen un promedio de tres mil experiencias de lecturas, mientras que los chicos de las poblaciones marginales llegan con veinte. De manera que, además de la mala alimentación, también padecen de falta de estímulo por parte del grupo familiar: mamá que no habla, hijo que tiene trastornos de lenguaje.Lo que también ha aumentado en la Argentina es el porcentaje de recién nacidos de bajo peso. Esos chicos son los que tienen más complicaciones. Son los chicos que después, cuando adultos, tienen de 15 a 20 veces más posibilidades de morir antes de los 35 años; son quienes tienen más riesgo de padecer hipertensión, arterioesclerosis, infarto, enfermedades coronarias, diabetes: se mueren antes quienes pertenecen a este grupo de desnutridos fetales, como les llama la pediatría.
Los estudios dicen que en el intervalo de los 5 a los 20 años, los chicos, ricos y pobres, crecen la misma cantidad de centímetros. Es antes de los 5 años cuando se decide todo. Y es en los primeros dos o tres años de vida cuando la alimentación es esencial: la altura en los primeros años de vida tiene que ver con el nivel socioeconómico y no con la genética.En la infancia la velocidad de crecimien­to disminuye gradualmente y la energía aportada por los alimentos se destina, en gran parte, a la actividad física de enorme importancia pa­ra la maduración física, neurológica y psico­lógica del niño. En dicha etapa se arraigan con más fuerza los malos hábitos de vida y ali­mentación y se es más propenso a las conduc­tas no sanas.
La causa más frecuen­te del retardo del crecimiento normal y el buen rendimiento cognitivo del niño es la desnutrición, pero después hay otros factores indirectamente nutricionales, como las parasitosis intestinales que tienen un rol muy impor­tante ya que generan mala absorción, y las enfermedades crónicas, como son las respiratorias, el asma o la bronquitis espasmódica, que también generan problemas de crecimiento.
Estas son patologías muy frecuentes, especial­mente en ciudades muy contaminadas como Buenos Aires, en donde también aparecen problemas de crecimiento en chicos con enfermedades cardíacas, hematológicas y reumáticas. Un estudio reciente revela que la mitad de los chicos y chicas argentinas, de entre 6 y 24 meses, tienen importantes caren­cias nutricionales. Las consecuencias de esto van desde un crecimiento insuficiente hasta un menor desempeño en la escuela, pues también afecta a la esfera intelectual. Las de­ficiencias de hierro y micronutrientes también hacen al desarrollo intelectual. Los micronutrientes, así llamados porque con poca cantidad evitan la desnutrición, son el hierro, el zinc y la vitamina A. La falta de hierro es determinante de la anemia y la falta de zinc es determinante en la talla.
Las secuelas que deja el hambre, en especial en los dos primeros años de vida son en muchos casos, irreversibles. Se notan en la estatura: el país ha criado ya varias generaciones de "petisos sociales" como los bautizó el lenguaje médico y científico. Y en igual medida el hambre y la desnutrición dejan su huella profunda en el cerebro, en la capacidad intelectual, en la concentración y adaptación a la escuela y a sus exigencias. La Argentina empeña de a poco, y de la manera más cruel, el futuro intelectual de millones de ciudadanos a los que condena cuando todavía son chicos.
En ese senti­do, es una deuda de la salud pública argenti­na muy importante, poder implementar accio­nes para darle una so­lución a esta problemática, lo que requiere determinación gubernamental en materia de políticas sa­nitarias, que no sean solamente del momento o del gobierno de turno, sino una necesidad na­cional.
También es importante hacer hincapié en los fenómenos de la llamada "desnutrición oculta", mal que se da por la creciente incor­poración de alimentos ricos en grasas o en azúcar en la dieta, lo que hace que se cubran las necesidades de energía y de proteínas pe­ro no así las de vitaminas y minerales en el organismo. Y esto se ve en los chicos prove­nientes de familias de cierto nivel adquisi­tivo, muy ligados a las gaseosas y a las comi­das rápidas conocidas como "comidas chatarra".