21 de febrero de 2008

Nicolás Copérnico, el hombre que detuvo al Sol y movió la Tierra

Nicolás Copérnico nació el 19 de febrero de 1473 en la ciudad de Thorn (hoy Torun), un pequeño puerto de Polonia sobre el río Vístula, cerca del mar Báltico, en el seno de una familia de comerciantes y funcionarios municipales. Su tío materno, el obispo Lukasz Watzenrode (1447-1512), se ocupó -tras la muerte del padre- de que su sobrino recibiera una sólida educación en las mejores universidades.
Tres años después de que el explorador portugués Bartolomeu Dias (1450-1500) pasara el Cabo de Buena Esperanza camino de la India, Copérnico iniciaba sus estudios superiores en la Academia Cracoviana, famosa en la Europa medieval por cultivar la retórica, la poesía, la filosofía y la física, pero sobre todo, por el gran florecimiento que había alcanzado en sus aulas la astronomía. La educación universitaria en Cracovia fue, según escribió el propio Copérnico, un factor vital en todo lo que consiguió más tarde. Allí estudió latín, matemáticas, astronomía, geografía y filosofía.
Adquirió sus conocimientos de astronomía del "Tractatus de Sphaera" (Tratado de las esferas) del astrónomo inglés Johannes de Sacrobosco (1195-1256) escrito en 1220; poco tiempo después se trasladó a Italia para estudiar derecho y medicina. En enero de 1497, Copérnico empezó a estudiar derecho canónico en la Universidad de Bolonia, alojándose en casa de un profesor de matemáticas llamado Domenico Maria de Novara (1454-1504), que influiría en sus inquietudes. Este profesor, uno de los primeros críticos sobre la exactitud de la teoría del astrónomo del siglo II Claudio Ptolomeo (85-165), contribuyó al interés de Copérnico por la geografía y la astronomía. Juntos observaron el 9 de marzo de 1497 el eclipse a causa de la Luna de la estrella Aldebarán.
En 1500 se doctoró en astronomía en Roma. Al año siguiente obtuvo permiso para estudiar medicina en Padua (la universidad donde dio clases Galileo, casi un siglo después). Sin haber acabado sus estudios de medicina, se licenció en derecho canónico en la Universidad de Ferrara en 1503 y regresó a Polonia.
Copérnico había mostrado desde muchacho altas dotes de aplicación e inteligencia, y en ellas confió la parentela -donde abundaban obispos y funcionarios- para que también él transitara por los cargos, estatales y eclesiásticos; pero a su regreso a su ciudad natal, llevaba consigo los amplios conocimientos, la vasta formación intelectual y la clara y nueva concepción del mundo adquiridos al contacto con las grandes ideas renovadoras del Renacimiento.
Si bien durante algún tiempo cumplió con acierto importantes fun­ciones públicas acompañando a su tío -el obispo de Warmia- como secretario, médico y hábil diplomático, y más tarde desempeñando una impor­tante labor administrativa al frente del cabildo de Frombork, nada de ello pudo desarraigar su deci­dida vocación por la ciencia astronómica que abrazara a su paso por las aulas cracovianas y que habría de convertirlo en un gran buceador de la verdad en medio de la crisis abierta en el sistema escolástico del Medio­evo.
Hasta entonces, el mundo se había manejado por concepciones dogmáticas inapropiadas a esa altura para extender sus posibilidades de conocimientos. El Renacimiento había puesto en tela de juicio estos valores, y al descubrir las posibilidades del hombre en sus propias fuerzas crea­doras, abrió las compuertas para poder apreciar con ojos propios tanto el mundo natural como el histórico. La vinculación creadora de la obra artesanal con la intelectual fue un factor determinante para grandes trasformaciones, ya que enriqueció las técnicas antiguas con nuevas invenciones, aportó métodos de cálculo de reciente ela­boración y echó las bases de una revolución en el ámbito de la ciencia y la tecnología que, crítica y descriptiva en sus comienzos, se hizo progresivamente constructiva. También las razones económicas, entre otras, hicieron que fuera en el campo de la astronomía, cercano al de la geografía, donde se produjera el mayor rompimiento -el de más vastas proyeccciones- con el antiguo orden del pensa­miento.
En medio de este contexto, solo factible en un ámbito propicio al humanismo, Nicolás Copérnico, al trazar una valiente, clara y detallada exposición acerca de la rotación de la tierra sobre su eje y de ella alrededor de un sol fijo, no solo precipitó la ruptura con el sistema geocéntrico de Ptolomeo, sino que abrió una nueva época en la historia de la astronomía, dio origen al nacimiento de la ciencia moderna y revolucio­nó los conceptos sobre nuestro planeta y sobre la posición del hombre ante el Universo.
La teoría helio­céntrica -la justamente llamada revolución copernicana- abrió nuevos horizontes no sólo en la astronomía sino también en la física y la filosofía, aportando verdades objetivas que significaron el triunfo del pen­samiento racional liberado de antiguas supersticiones y dogmas.
El considerable papel de Copérnico en la historia del conocimiento, que lo condujo a destruir toda la estructura del sistema universal heredada de sus predecesoies árabes y europeos, fue la culminación de un proceso dialéctico que amalgamó su saber de la cultura antigua -entre ellas las formulaciones astronómicas del griego Aristarco de Samos (310 a.C.-230 a.C.)- con la vital savia renancentista que dio nuevos fundamentos al desarrollo de las artes y las ciencias.
En su obra "The hypothesibus motuum coelestium a se constitutis commentariolus" (Pequeño comentario sobre la hipótesis de los movimientos siderales) -un manuscrito distribuido en 1514 a unos pocos de sus amigos sin mención del autor en la portada- y luego en su formidable "De revolutionibus orbium coelestium" (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), donde describió sus concepciones sobre los movi­mientos de la tierra, proporcionó las claves para profundizar los conocimientos sobre el sistema solar e inició un nuevo período en las investigaciones de la naturaleza.
Por su propia audacia, la teoría heliocéntrica de Copérnico fue objetada y controvertida y debió abrirse camino con dificultad contra las opiniones dogmáticas reinantes, y aunque costó la hoguera inquisitorial a varios de sus seguidores, concluyó por imponer la capacidad creadora del hombre para desentrañar la verdad del mundo cotidiano.
Para la publicación de su obra maestra, Copérnico acudió al sacerdote luterano Andreas Osiander (1498-1552), quien le sugirió que se­ría prudente decir que las hipótesis que contenía no eran artículos de fe sino meramente artificios para calcular. Al hacer esta rectificación, pensó Osiander, Copérnico esquivaría las críticas de "los aristotélicos y los teólogos a cuyas contradicciones teméis". Teniendo esta idea presente, el sacerdote agregó un prefacio equívoco, famoso en la historia de la astronomía, que rebajaba la importancia del libro: "Estas hipótesis no necesitan ser ciertas, ni siquiera probables; si aportan un cálculo coherente con las observaciones, con eso basta -escribió Osiander-. Por lo que se refiere a las hipótesis, que nadie espere nada cierto de la astronomía, que no puede proporcionarlo, a no ser que se acepten por verdades ideas concebidas con otros propósitos y se aleje uno de estos estudios estando más loco que cuando los inició".La obra contenía siete axiomas: no hay ningún centro en el universo; el centro de la Tierra no es el centro del universo; el centro del universo está cerca del Sol; la distancia desde la Tierra al Sol es imperceptible comparado con la distancia a las estrellas; la rotación de la Tierra explica la aparente rotación diaria de las estrellas; el aparente ciclo anual de movimientos del Sol está causado por la Tierra girando a su alrededor y -por último- el movimiento retrógrado aparente de los planetas está causado por el movimiento de la Tierra desde la que lo observamos.
El prefacio sin firmar, que todo el mundo atribuyó a Copérnico, arrojaba dudas sobre las ideas del libro al dar a en­tender que ni siquiera el autor las creía. Se tardó un año en acabar la impresión del volúmen, tiempo durante el que Copérnico tuvo un ataque de apoplejía y quedó parcialmente paralizado. El primer ejemplar impreso del libro -unas 200 páginas escritas en latín- que estaba dedicado al papa Pablo III, llegó al castillo de Frauenburg, lugar donde vivía el astrónomo, el 24 de mayo de 1543. Aquel mismo día, más tarde, Copérnico murió.
El papa Clemente VII supo acoger benévola­mente la teoría de Copér­nico, contradictoria del pensamiento teológico en cur­so, pero -medio siglo después- el papa Urba­no VII consideró que esa teoría ha­bía sido un mal peor "que las ense­ñanzas de Calvino y de Lutero". La pa­rábola abierta por el Renacimiento se hundía, para la Iglesia, en los fragores de la lucha contra la Reforma. En 1616, la Santa Congregación del Index vati­cana promulgó este decreto:
"Habiendo llegado a conocimiento de esta Congregación que la falsa doctrina de los pitagóricos, completamente con­traria a las Sagradas Escrituras, sobre el movimiento de la Tierra y la inmovili­dad del Sol que proclama Nicolás Co­pérnico en 'De revolutionibus orbium coelestium', logró extenderse y ser aceptada por muchos, como lo prueba la carta de cierto padre carmelita ti­tulada 'Carta del reverendísimo Padre Pablo Antonio Foscarini carmelita acer­ca de la doctrina de los pitagóricos y de Copérnico sobre el movimiento de la Tierra, la inmovilidad del Sol y el nue­vo sistema pitagórico del mundo', es­crita en Nápoles y dirigida a Lázaro Scorriggio en 1615, en la que el men­cionado Padre intenta demostrar que la consabida doctrina sobre la inmovilidad del Sol en el centro del mundo y el movimiento de la Tierra responde a la verdad, y es contraria a las Sagradas Escrituras".
"Considerando por esta razón que una doctrina de esta índole no debe desa­rrollarse en perjuicio de la verdad ca­tólica, se acuerda como imprescindible suspender las obras que se citan a continuación: 'De revolutionibus orbium co­elestium' de Nicolás Copérnico y los co­mentarios de Jacobus Lopis Stúnica, hasta que no se corrijan; se acuer­da asimismo prohibir y condenar en absoluto los escritos del carmelita Padre Pablo Antonio Foscarini, junto con to­das las demás obras que enseñan lo mismo, lo que también por el presente decreto queda prohibido, condenado y proscripto. Su Ilustrísima. Cardenal de Santa Ce­cilia y Obispo de Albano".
La Iglesia Católica siguió haciendo de las suyas también con Galileo y sus seguidores. Este escribió en su momento una extensa carta abierta sobre la irrelevancia de los pasajes bíblicos en los razonamientos científicos, sosteniendo que la interpretación de la Biblia debería ir adaptándose a los nuevos conocimientos y que ninguna posición científica debería convertirse en artículo de fe de la Iglesia católica.

En 1620, la Con­gregación del Index emitió un segundo decreto en el que indicaba los párrafos de la obra de Copérnico que debían ser suprimidos y aquellos que debían ser corregidos. Esto nunca se hizo. La obra permaneció en el Index hasta 1822, año en que, por decisión del papa Pío VII, fue retirada de allí tras dos siglos de proscripción. Es verdad que la teoría copernicana no alcanzó la perfección y que requirió la posterior complementación de Galileo Galilei (1564-1642), Johannes Kepler (1571-1630) y el genio de Isaac Newton (1643-1727) para que la mecánica celeste adquieriese absoluta co­hesión, pero lo que resalta de ella es su carácter absolutamente innovador. Aún con sus imperfecciones, tiene el perfeccionamiento de las verdaderas revoluciones.

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) supo decir: ''Entre todos los descubrimientos y criterios publicados, no hay na­da que haya impresionado tanto a la mente humana como la teo­ría de Copérnico. Apenas fue re­conocido nuestro mundo como re­dondo y encerrado en si mismo, cuando ya tuvo que renunciar al enorme privilegio de ser centro del universo. Quizá jamás se haya re­tado a la Humanidad con más osa­día, pues cuántas convicciones se desvanecieron con tal motivo co­mo el humo o la niebla: el segun­do paraíso, el mundo de la inocen­cia, poesía y devoción, el testimo­nio de los sentidos, las verdades de una fe poético-religiosa. No es extraño pues, que la Humanidad se resistiera a renunciar a todo ello y que tratara por todos los medios a su alcance de rechazar una cien­cia que autorizaba a sus seguido­res a tener una libertad de visión y audacia de opiniones, descono­cidas e insospechadas hasta en­tonces".