3 de marzo de 2008

Modos de producción (V). Capitalismo

El intercambio de mercancías se desarrolló desde la antigüedad, pero sin llegar a ocupar un lugar esencial en la economía, la que tenía como objeto el consumo directo de los productores o el mercado local. En el feudalismo, al crecer la producción creció también la cantidad de productos destinados al mercado y surgió la producción mercantil simple. Cuando se de­sarrolló el mercado mundial, el cambio cualitativo que produjo cambió también las formas de produc­ción. Subió la demanda de productos y la compe­tencia, que se constituyó en el segundo factor que contribuiría a cambiar las formas de producir. La competencia estimuló la concentración de las riquezas y los medios de producción en unos pocos empresarios exitosos y despojó de sus propios medios a la gran mayoría de los antes propietarios, enviándolos a engrosar las filas de los proletarios.
El desarrollo del mercado a nivel mundial, la com­petencia, la propiedad concentrada de los medios de producción y una gran masa de hombres poseedo­res sólo de su fuerza de trabajo fueron los rasgos primordiales y las condiciones necesa­rias para que naciera un nuevo modo de producción: el capitalismo.

El capitalismo transformó la producción mercantil simple en producción mercantil capitalista. Así, el objeto del capitalismo, en base a la propiedad privada de los medios de producción y al trabajo asalariado, es producir mercancías des­tinadas al mercado. "Marx, en 'El Capital', analiza al principio la relación más sencilla, corriente, fun­damental, masiva y común, que se encuentra mi­les de millones de veces en la sociedad burguesa: el intercambio de mercancías" explica Vladimir I. Lenin en "En torno a la cuestión de la dialéctica"."En este fenómeno tan sencillísimo -prosigue Lenin en su trabajo de 1915- el análisis descubre todas las contradicciones (es decir, el germen de todas las contradicciones) de la sociedad contemporánea. La exposición que sigue nos muestra el desarrollo (tanto el crecimiento como el movimiento) de estas contradicciones y de esta sociedad en la suma de sus partes aisladas, desde su principio hasta su fin". Al analizar el surgimiento del capitalismo como formación económico-social, Marx señala tres períodos: a) la cooperación simple; b) la división del trabajo y la manufactura; y c) la maquinaria y la gran industria. La cooperación simple es la forma que primero se desarrolló luego de la transformación de los talleres artesanales en el feudalismo. Se agrupaban gran can­tidad de asalariados en un lugar de trabajo común y realizaban una misma tarea. El resultado dependía totalmente de la habilidad del trabajador. El concentrar muchos trabajadores permite econo­mizar locales, herramientas, materias primas, alma­cenaje, transporte (capital constante).En relación al trabajo (capital variable), la labor común permitía nivelar los tiempos y la calidad, produciendo una especie de competencia. Una misma cantidad de trabajadores produce más si están juntos que ais­lados; además pueden acometer grandes tareas y realizarlas en menor tiempo. La cooperación simple estableció definitivamente el carácter social de la producción y aventajó a la pequeña producción de mercancías, que fue des­apareciendo.
"Como vimos, la producción capitalista sólo comien­za, en rigor, allí donde el mismo capital individual emplea simultáneamente una cantidad de obreros relativamente grande y, en consecuencia, el pro­ceso de trabajo amplía su volumen y suministra productos en una escala cuantitativamente mayor. El operar de un número de obreros relativamente grande, al mismo tiempo, en el mismo espacio (o, si se prefiere, en eí mismo campo de trabajo), para la producción del mismo tipo de mercancías y bajo el mando del mismo capitalista, constituye histórica y conceptualmente el punto de partida de la pro­ducción capitalista -describe Marx en 'El Capital'.- En lo que respecta al modo de producción mismo, por ejemplo, en sus comienzos la manufactura apenas se distingue de la industria gremial del artesanado por el mayor número de obreros que utiliza simultáneamente el mismo capital. El taller del maestro artesano no ha hecho más que ampliarse. La economía en el empleo de los medios de producción ha de examinarse, en general, desde dos puntos de vista. El primero, en cuanto aquélla abarata las mercancías y reduce, por esa vía, el valor de la fuerza de trabajo. El otro, en cuanto modifica la proporción entre el plusvalor y el capital total adelantado, esto es, la suma de valor de sus compo­nentes constante y variable".El paso que sigue a la cooperación simple es la ma­nufactura. Se basa en la técnica artesanal y la divi­sión del trabajo dentro de la empresa. Es un cambio en la forma u organización del trabajo. Antes, el trabajador realizaba toda la mercancía. Ahora, se especializa en fabricar sólo una parte de ella. Dentro de los límites del incremento cuantitativo del trabajo, esto significó llevar a un nuevo nivel la cooperación. La manufactura adoptó diferentes formas, tal como señala Marx en la obra citada: "La cooperación fundada en la división del traba­jo asume su figura clásica en la manufactura. En cuanto forma característica del proceso capitalista de producción, predomina durante el período manufacturero propiamente dicho, el cual dura, en líneas muy generales, desde mediados del siglo XVI hasta el último tercio del XVIII. La manufactura surge del dos maneras. La primera consiste en reunir en un taller, bajo el mando del mismo capitalista, a traba­jadores pertenecientes a oficios artesanales diversos e independientes, por cuyas manos tiene que pasar un producto hasta su terminación definitiva. Pero la manufactura se origina, también, siguiendo un camino inverso. Muchos artesanos que produ­cen lo mismo o algo similar, por ejemplo papel, o tipos de imprenta, o agujas, son utilizados simultá­neamente por el mismo capital en el mismo taller. Con todo, circunstancias exteriores pronto dan mo­tivo a que se utilice de otro modo tanto la concentra­ción de los trabajadores en el mismo espacio como la simultaneidad de sus trabajos. Es necesario, por ejemplo, suministrar en un plazo dado una cantidad mayor de mercancías terminadas. En consecuencia, se divide el trabajo. En vez de hacer que el mis­mo artesano ejecute las diversas operaciones en una secuencia temporal, las mismas se disocian, se aislan, se las yuxtapone en el espacio; se asigna cada una de ellas a otro artesano y todas juntas son efectuadas simultáneamente por los coopera­dores. Esta distribución fortuita se repite, expone sus ventajas peculiares y poco a poco se osifica en una división sistemática del trabajo. La mercancía antes producto individual de un artesano indepen­diente que hacía cosas muy diversas, se convierte ahora en el producto social de una asociación de artesanos, cada uno de los cuales ejecuta constan­temente sólo una operación, siempre la misma".
Las ventajas de este nuevo método de producción fueron esencialmente la reducción del tiempo de tra­bajo mediante la especialización del obrero y la co­ordinación en forma de "cadena productiva". Esta baja del tiempo laboral permitió elevar la productivi­dad. Los trabajadores debían cumplir sus tareas al ritmo que impone el capitalista. Una característica de este período manufacturero fue la estrecha liga­zón entre el capital industrial y el comercial. La división y especialización del trabajo creó las bases para el desarrollo de la industria y la intro­ducción de maquinarias. Este proceso surgió a fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX se extendió por Europa y Estados Unidos. La base técnico-material fue la máquina como medio de producción. Este perío­do se conoce como la Revolución Industrial y está marcado por la invención de la máquina de vapor, que impulsó otras ramas como la metalurgia y la industria de producción de maquinarias. También contribuyó al crecimiento de las ciudades y del pro­letariado industrial.
La máquina sustituyó al hombre como elemento rec­tor en el proceso productivo y lo volvió un apéndice suyo. También permitió instaurar la disciplina capitalista en el trabajo, haciendo depender al obrero del proceso maquinizado. El capitalista pasó a tener el control casi to­tal del ritmo de trabajo al controlar la velocidad de las máquinas. Subió así la intensidad del trabajo con el fin de aumentar la plusvalía. Además, la máquina bajó los costos de producción y elevó la productividad.La máquina acrecentó el dominio del hombre so­bre la naturaleza. En sí, representó un alivio porque acortaba y facilitaba las tareas humanas, pero, al inten­sificar el trabajo, los obreros fueron consumidos como fuerza de trabajo en mayor medida que antes. Otra consecuencia fue que la maquinaria reemplazó fun­ciones del obrero, por lo que éste pasó a tener una mayor inseguridad que antes y su capacitación laboral fue menor. Sur­gió así una nueva capa de trabajadores especializados en determinados procesos maquinizados, técnicos e ingenieros, cuya consecuencia fue el aumento de la división entre el trabajo manual y el intelectual. En sus "Principios de Economía Política" dice el economista inglés John Stuart Mill (1806-1873): "Es discutible que todos los inventos me­cánicos efectuados hasta el presente hayan alivia­do la faena cotidiana de algún ser humano". Pero no es éste, en modo alguno, el objetivo de la maquinaria empleada por el capital. "Al igual que todo otro desarrollo de la fuerza productiva del trabajo -prosigue Marx- la maquinaría debe abaratar las mercancías y re­ducir la parte de la jornada laboral que el obrero necesita para sí, prolongando, de esta suerte, la otra parte de la jornada de trabajo, la que el obrero cede gratuitamente al capitalista. Es un medio para la producción de plusvalor. En la manufactura, la re­volución que tiene lugar en el modo de producción toma como punto de partida la fuerza de trabajo; en la gran industria, el medio de trabajo". "Así, -continúa el autor de 'El Capital'- este poderoso reemplazante de trabajo y de obreros se convirtió sin demora en medio de au­mentar el número de los asalariados, sometiendo a todos los integrantes de la familia obrera, sin dis­tinción de sexo ni edades, a la férula del capital. El trabajo forzoso en beneficio del capitalista no sólo usurpó el lugar de los juegos infantiles, sino tam­bién el del trabajo libre en la esfera doméstica, eje­cutado dentro de límites decentes y para la familia misma. El valor de la fuerza de trabajo no estaba determi­nado por el tiempo de trabajo necesario para man­tener al obrero adulto individual, sino por el nece­sario para mantener a la familia obrera. Al arrojar a todos los miembros de la familia obrera al mercado de trabajo, la maquinaria distribuye el valor de la fuerza de trabajo del hombre entre su familia en­tera. Desvaloriza, por ende, la fuerza de trabajo de aquél. Si bien las máquinas son el medio más poderoso de acrecentar la productividad del trabajo, esto es, de reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía, en cuanto agentes del capital en las industrias de las que primero se apoderan, se convierten en el medio más poderoso de prolongar la jornada de trabajo más allá de todo límite natural. Generan, por una parte, nuevas con­diciones que permiten al capital dar rienda suelta a esa tendencia constante que le es propia, y por otra, nuevos motivos que acicatean su hambre ra­biosa de trabajo ajeno".
El empleo de maquinaria en la agricultura generó un enorme cambio en la productividad del trabajo y ayudó a ahondar la brecha entre los grandes terra­tenientes y los pequeños productores. La concen­tración de capital y el empobrecimiento de grandes masas originó dos grupos sociales: la burguesía rural y el proletariado agrícola. Los pequeños pro­ductores agrícolas coexistieron entre ambos y, si bien aspiraban a ser grandes productores, su forma de vida se asemejaba a la del proletariado agrícola. La explotación laboral en el campo se adaptó al tipo de tareas y a sus épocas, siendo frecuente el em­pleo temporal. "Pese al progreso de las formas capitalistas de producción en el agro -afirma Marx- persisten y se profundizan las diferencias entre el desarrollo de la producción agrícola y la industrial, subordinando en general la primera a la última. Tampoco son meno­res las consecuencias socio-culturales y ecológicas de la industrialización del campo. Es en la esfera de la agricultura donde la gran in­dustria opera de la manera más revolucionaría, ya que liquida el baluarte de la vieja sociedad, el cam­pesino, sustituyéndolo por el asalariado. De esta suerte, las necesidades sociales de trastocamiento y las antítesis del campo se nivelan con las de la ciudad. Los métodos de explotación más rutinarios e irracionales se ven remplazados por la aplicación consciente y tecnológica de la ciencia. El modo de producción capitalista consuma el desgarramiento del lazo familiar originario entre la agricultura y la manufactura, el cual envolvía la figura infantilmente rudimentaria de ambas. Pero, al propio tiempo, crea los supuestos materiales de una síntesis nueva, superior, esto es, de la unión entre la agricultura y la industria sobre la base de sus figuras desarro­lladas de manera antitética. Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana, acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra pertur­ba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retomo al suelo de aquellos elementos cons­titutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, re­torno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. Con ello destruye, al mismo tiempo, la salud física de los obreros urbanos y la vida intelectual de los trabajadores rurales". Al igual que en la industria urbana, la fuerza producti­va acrecentada y la mayor movilización del trabajo en la agricultura moderna, se obtuvieron devastando y extenuando la fuerza de trabajo misma. Todo el progreso de la agricultura capitalista no fue sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; es decir que, todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste duran­te un lapso dado, significó un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad.