28 de marzo de 2008

Newton, un honor para la humanidad

Hasta la llegada de Isaac Newton (1642-1727), observadores como Michael Maestlin (1550-1631) y Johannes Kepler (1571-1630), iban poniendo las bases experimen­tales de una nueva descripción más precisa del universo, y pensadores y científicos como Christopher Clavius (1538-1612) y Galileo Galilei (1564-1642) proponían las ideas sobre las que se desarrollaría posteriormente la nueva ciencia.
A Newton le co­rrespondió realizar la síntesis definitiva con la que se construyó el edificio intelectual y matemático de la física clásica. Tal construcción es tan per­fecta y grandiosa que ensombreció la obra de los grandes sabios de la antigüedad, hasta entonces modelos inalcanzables de sabiduría. A partir de aquel momento estos clásicos conservaron su inte­rés literario, histórico, quizá filosófico, pero la ciencia moderna marchó por otros caminos. El reconocimiento que sus contemporáneos brindaron a Newton demuestra la conciencia de estos hechos. Los honores con los que fue enterrado en la aba­día de Westminster sólo serían comparables a los que se rendían a los monarcas ingleses. Su epita­fio es suficientemente expresivo: "Es un honor para la Humanidad que un hombre así haya existido".
En la obra de Newton encontramos muchos elementos ya introducidos por Galileo. En primer lugar, su descripción de los fenómenos se realizó a través del aparato matemático. En este punto, la ventaja de Newton fue extraordinaria. Es fa­mosa la disputa entre él y Gottfried Leibniz (1646-1716) acerca de la invención del cálculo diferencial. Y ello es lógi­co, ya que se trató de un avance decisivo para su posterior aplicación en la física. Con la base ma­temática del cálculo diferencial, la descripción de los fenómenos de la nueva ciencia -la me­cánica-, pudo efectuarse de forma exacta y cómo­da. Su éxito espectacular en la predicción del movimiento de los astros demostró con creces la validez de este instrumento.
Pero el aparato matemático no era nada para la física sin un conjunto de leyes que lo llenese de contenido físico. Este aspecto lo realizó Newton a través de la formulación de sus famosas tres leyes, que constituyeron la base para una explica­ción mecánica del movimiento. También podemos encontrar en Galileo las ideas básicas de es­tas leyes, pero fue Newton quien las formuló de manera precisa. Las leyes de Newton, junto con el cálculo diferencial, dieron lugar a una metodología que sirvió para describir el movimiento de cual­quier objeto. "Dadas unas condiciones iniciales de la trayectoria de un objeto y las fuerzas que actúan sobre él, es posible predecir de forma exacta su movimiento". De este modo, las puertas quedaron abiertas a una interpretación mecanicista de la naturaleza.
Hasta la llegada de Albert Einstein (1879-1955), la mecánica construida por Newlon fue el entramado funda­mental de la física. Sin embargo, en la dinámica era necesario conocer qué fuerzas son las que ac­túan sobre los objetos. Era preciso definir las fuer­zas que mantienen a los planetas en sus órbitas. Para ello, Newton aprovechó una idea que pro­venía esencialmente de los trabajos sobre el mag­netismo. Para Aristóteles (384-322 a.C.), las fuerzas se ejercían por contacto; y, si éste no se observaba, era porque las partículas del aire empujaban a los objetos. Ya Galileo había advertido que, si el aire hacía algo, era retardar el movimiento, no provocarlo. La idea que recogió Newton fue la de la fuerza a distancia: para los astros -en particular- son las fuerzas de la gravedad las que hacen caer los objetos al sue­lo, las que se ejercen entre los planetas y el Sol y hacen que aquéllos se mantengan en su órbita.
Quienes difundieron la obra de Newton en los siglos posteriores -sobre todo Voltaire (1694-1778)- llena­ron el proceso intelectual de Newton de multitud de anécdotas. Sin embargo, la idea de que la fuerza de gravedad -introducida en una des­cripción mecánica del movimiento de los plane­tas- permitiría explicar la trayectoria de éstos al­rededor del Sol, estaba en la mente de Newton desde muy temprano, más precisamente desde los 24 años, durante una época de retiro. Pero, errores en los datos de que disponía en aquél momento, le impidieron dar con la solución exacta al problema. La polémica con uno de sus rivales, el matemático inglés Roben Hooke (1635-1702), lo llevó a revisar sus cálculos y demostrar que bastaba con aceptar las leyes de la dinámica y de la gravitación para ex­plicar el movimiento de los planetas y cometas.
El conjunto de las ideas y resultados de Newton sobre la mecánica están contenidos en un libro único en la historia de la ciencia por la cantidad y profundidad de propuestas que ofrece y por la influencia posterior: "Philosophiae naturalis prin­cipia mathematica" (Principios matemáticos de la filosofía natural, 1687). Su lectura hizo apare­cer razonamientos matemáticos junto con una presentación intuitiva de los problemas.
Así, por ejemplo, se conduce al lector a la montaña más alta de la Tierra. Desde su cumbre se lanza, en dirección paralela a la superficie de la Tierra, una serie de proyectiles con velocidad creciente. Los proyectiles irán cayendo cada vez más lejos; si la velocidad es suficiente, el proyectil lle­gará a su punto de partida tras dar la vuelta a la Tierra, con lo cual se encontrará como en el momento de su lanzamiento y proseguirá su mo­vimiento alrededor del planeta de forma indefini­da: habremos puesto en órbita un satélite.
La teoría de Newton demostraría su veracidad al predecir el movimiento de los astros con precisión. Uno de sus amigos, el astrónomo británico Edmund Halley (1656-1742), consiguió un éxito reso­nante al predecir el retorno del cometa que lleva su nombre. Hasta entonces se pensaba que los cometas eran fenómenos erráticos.
Desde el punto de vista metodológico, el siste­ma de Newton se basó en un aparato matemá­tico y en unos principios físicos expresables por este aparato. No había necesidad de introducir elementos fi­losóficos extraños a estos principios físicos. Desde el punto de vista de la posición del hom­bre en el universo, las leyes de Newton fueron aplicables a cualquier objeto que se moviese, ya fuera un proyectil o un planeta. Incluso las fuerzas que movían los objetos que caen eran las mismas que ejercían los astros entre sí. No había un mundo de los astros distinto de nuestro mundo terrestre. Tal transformación había sido iniciada por Gali­leo al dirigir su telescopio hacia el cielo y descu­brir que no todo en él es perfecto. Newton intro­dujo un elemento más: indicó que el método por él propuesto tenía una aplicación universal.
Sin embargo, si el trabajo de Newton que más influyó posteriormente en el pensamiento y la ciencia fue el de su mecánica, cabe destacar que en él ocupó una parte relativamente pequeña de su tiempo. Sus primeros trabajos fueron sobre todo mate­máticos. En el Trinity College de Cambridge, donde estudió desde los 18 años, Newton elaboró la teoría del cálculo diferencial basándose en los estudios de varios matemáticos anteriores. Este trabajo impresionó a su maestro Isaac Barrow (1630-1677), a quien sucedió en la universidad como profesor de matemáticas y le brindó si primera fama.Se ocupó con posterioridad de problemas de óptica y de dinámica de fluidos. En ambos cam­pos, la contribución de Newton fue notable. Es suya la ley que introdujo el concepto de viscosi­dad de un líquido. En óptica fue un defensor de la naturaleza corpuscular de la luz. Sacó de ello va­rias consecuencias, positivas algunas, negativas otras. Así, por ejemplo, interpretó adecuadamente la luz blanca como la suma de luz de diversos colores y también observó que los telescopios construidos con lentes producirían siempre aberraciones en las imágenes. Por ello propuso la construcción de telescopios en los que las lentes fuesen sustituidas por espejos. Este principio ha sido seguido hasta nuestros días en la construcción de los grandes telescopios astronómicos.Sin embargo, su gran autoridad hizo que no se tuvieran en cuenta teorías alternativas para explicar la naturaleza y las propiedades de la luz. En­tre estas teorías se encuentra la teoría ondulato­ria, que posee algunos elementos que describen de forma más precisa los fenómenos luminosos. Durante muchos años, la evidencia experimental quedó eclipsada por la autoridad de Newton, para luego terminar aceptándose la teoría ondu­latoria. Pero de alguna forma, la moderna mecá­nica cuántica, con su equivalencia entre onda y partícula, ha venido a confirmar la vieja idea de Newton.
La publicación en 1672 de sus ideas sobre la óptica -"Opticks" (Optica)- provocó en la comunidad científica un cierto rechazo y esto produjo en Newton un aleja­miento de la actividad pública, que continuó hasta la publicación, en 1687, de su magna obra "Principia mathematica". A partir de entonces reci­bió numerosos honores y cargos. Fue nombrado Inspector de la Moneda, cargo que ejerció de for­ma escrupulosa, persiguiendo incansablemente a falsificadores (a los que enviaba a la horca) y propuso por primera vez el uso del oro como patrón monetario. También fue elegido representante en el Parlamen­to de Londres por la Universidad de Cambridge, aunque al parecer no llegó nunca a participar de forma activa en las tareas parlamentarias.Desde 1703 hasta su muerte fue presidente de la Royal Society, la más activa de las sociedades científi­cas de su época. Durante este tiempo, y en parte debido a una crisis nerviosa sufrida en 1692, se dedicó al estudio de disciplinas tales como la teo­logía o la alquimia, las cuales no le proporciona­ron desde luego una gran fama posterior.
La influencia de Newton en los siglos posterio­res fue enorme, quizá excesiva. Para él, su traba­jo era una pequeña porción en el avance del co­nocimiento. Poco antes de su muerte escribió: "Yo no sé cómo apareceré ante el mundo, pero para mí yo me parezco a un muchachito que jue­ga en la orilla del mar y que se divierte ocasio­nalmente encontrando una piedra más pulida que las otras o una concha más hermosa que las normales; mientras tanto, el gran océano de la verdad queda todo él ante mí desconocido".
Para muchos, la síntesis de Newton era ya la ciencia perfecta; la física no podía dar de sí más que pequeñas perfecciones formales. La aplica­ción de estos refinamientos de la mecánica newtoniana al movimiento de los planetas llevó al descubrimieto de Neptuno en 1846 por el astrónomo inglés John Adams (1819-1892) y el matemático francés Urbain Le Verrier (1811-1877), y de Plutón en 1930 por el astrónomo estadounidense Clyde Tombaugh (1906-1997). Entre muchos otros descubrimientos, éste confirmó la validez general de la física clási­ca.
Quedaba en muchos un sentimiento de desen­canto: parecía que no faltaba nada por hacer: la física estaba acabada. Tal sentimiento perduró al menos hasta los co­mienzos del siglo XX. Efectivamente se ha­bían producido avances importantes, sobre todo en campos que no parecían afectar a la base de la mecánica clásica, como en el electromagnetis­mo o la termodinámica. La base conceptual se­guía siendo la misma. Pero ya en estos años, con el avance de la experimentación hacia fenómenos más profundos de la materia, la insuficiencia de la física newtoniana se hizo evidente.
Dos teorías vinieron a reemplazarla. Por una parte, otra gran síntesis física, la propuesta por Albert Einstein, con su teoría de la relativi­dad. Por otra parte, la mecánica cuántica, desarrollada a partir de las investigaciones de Max Planck (1858-1947), que proponía un replanteamiento total de las bases de la física.
Hasta ese momento, en los años veinte del siglo pasado, el edificio construido por Newton no había hecho más que ir demostrando su vali­dez durante años. Y, desde luego, las modernas teorías no desmienten su validez, sino que englo­ban a la mecánica clásica acotando su validez en una zona de velocidades y tamaños que son los que se dan en nuestro mundo cotidiano.
En el tiempo de Newton, la ciencia de la obser­vación acababa de ser reconocida. La mecánica de Newton a este nivel de medida de los fenóme­nos físicos demostró ser la descripción adecuada. Su validez no fue únicamente la de una teoría de­terminada, sino también la del método en que se basó para la observación de los fenómenos y la formulación de teorías que se desarrollaron mediante un aparato matemático dando lugar a predicciones que podían ser verificables.
Newton demostró su conciencia de este nuevo método en la frase final de los "Principia mathematica": "No he sido capaz de deducir de los fe­nómenos la razón de las propiedades de la gravi­tación y yo no invento hipótesis. Ya que cualquier cosa que no se deduzca de los fenómenos debe ser llamada una hipótesis".
Estas hipótesis a las que se refiere Newton co­rresponden a las teorías que durante siglos ha­bían sustentado las creencias de los pensadores. A partir de él, ya no fue necesario inventar ninguna nueva de estas hipótesis; el método científico quedó bien establecido.