15 de junio de 2008

Rubén Darío, el dolor de ser vivo

Rubén Darío, cuyo nombre completo era Félix Rubén García Sarmiento, nació en Metapa, Nicaragua, el 18 de enero de 1867. Estudió con los jesuitas y en el Instituto Nacional y, de manera muy prematura, se convirtió en un voraz lector, comenzando a escribir sus primeros versos que aparecieron en el diario "El Termómetro" de la ciudad de Rivas en 1880, cuando sólo contaba con trece años. Poco después colaboró también en "El Ensayo", una revista literaria de León y luego, ya en Managua, trabajó en la Biblioteca Nacional y colaboró en los diarios "El Ferrocarril", "Diario de Nicaragua" y "El Porvenir de Nicaragua". En 1886 se instaló en Chile, en donde publicó su primer gran trabajo: "Azul", una variada colección de historias escritas con un lenguaje directo y sencillo que lo posicionaron como un vanguardista en la literatura moderna de Latinoamérica. En 1893 se mudó a Buenos Aires, en cuya atmósfera cosmopolita e intelectual, organizó el movimiento modernista y trabajó como corresponsal del diario "La Nación".
Sus principales libros fueron: "Epístolas y poemas" (1885), "Prosas profanas" (1896), "Los raros" (1896), "El hombre de oro" (1898), "Peregrinaciones" (1900), "La caravana pasa" (1903), "Tierras solares" (1904), "Cantos de vida y esperanza" (1905), "Opiniones" (1906), "Todo al vuelo" (1910) y "La vida de Rubén Darío escrita por él mismo" (1915), una autobiografía escrita para la revista "Caras y Caretas" de Buenos Aires. Escribió además "El oro de Mallorca", novela editada póstumamente, y un número indefinido de artículos diseminados en diarios y revistas.

A PHOCAS, EL CAMPESINO
Phocás el campesino, hijo mío, que tienes
en apenas escasos meses de vida, tantos
dolores en tus ojos que esperan tantos llantos
por el fatal pensar que revelan tus sienes...

Tarda a venir a este dolor adonde vienes,
a este mundo terrible en duelos y en espantos;
duerme bajo los ángeles, sueña bajo los santos,
que ya tendrás la vida para que te envenenes...

Sueña, hijo mío, todavía, y cuando crezcas,
perdóname el fatal don de darte la vida
que yo hubiera querido de azul y rosas frescas;
pues tú eres la crisálida de mi alma entristecida,
y te he de ver, en medio del triunfo que merezcas
renovando el fulgor de mi psique abolida.

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,ni de dónde venimos...!

Hacia fines del siglo XIX, Rubén Darío se convirtió en el poeta más conocido, imitado y criticado de los escritores en lengua castellana. Sus diversos viajes a Argentina, Chile, Cuba y España le dieron a sus textos un sabor cosmopolita y representativo de la America indígena. El poeta de estilo, a la vez, rico y sobrio, adornado y sencillo, murió en León, Nicaragua, el 6 de febrero de 1916.