27 de agosto de 2008

Altamont, 6 de diciembre de 1969. La muerte de una utopía

Un viejo autódromo abandonado en Altamont, California, fue elegido para la realización del más grande concierto al aire libre después del festival de Woodstock que había tenido lugar en una granja de Bethel, Nueva York, entre el 15 y el 17 de agosto de 1969. Aquel sábado 6 de diciembre fue un día raro, con un sol frío mez­clándose con nubes brillantes, y alrededor 300.000 jóvenes reunidos no solamente para ver y escuchar a los Rolling Stones, si no también para reafirmar la iden­tidad que su generación había es­tablecido durante la década pasada.
La idea original de los Stones era realizar el con­cierto con entrada libre en el Golden Gate Park de San Francisco, como una especie de homenaje al público de los Estados Unidos, a donde habían regresado a presentarse en vivo, después de tres años de ausencia. Pronto tuvieron que desechar esta idea porque las autoridades no les dieron la autorización, temerosas de los desbordes que el concierto pudiese originar; de modo que entraron en contacto con el director del Sears Point Raceway, un autódromo en San Francisco. Pero allí surgieron problemas económicos con la empresa Filmways Inc. que iba a filmar la película sobre el evento. Recién entonces aceptaron la sugerencia de Dick Carter, el propietario del Altamont Raceway al norte de California.


La realización de semejante espectáculo generó inmensas espectativas en la gente y la incógnita sobre el lugar definitivo en que se iba a llevar a cabo se mantuvo hasta la noche del jueves 4. La presentación de los Stones se programó pa­ra el sábado a la caída de la tarde. Como los escenarios fueron terminados du­rante el viernes por la noche, ya algu­nos fanáticos durmieron al lado de las tablas esa noche, o en carpas, o detrás de las cercas, hasta que llegó la hora de la apertura oficial.
El programa incluía la presentación de Santana, Jefferson Airplane, The Flying Burrito Brothers, Crosby Stills Nash & Young y The Grateful Dead antes del número final a cargo de los Rolling Stones.
La gente llegó desde todas partes. Cuando las puertas se abrieron, el sábado a la mañana, una multitud galo­pante y feliz descendió hacia el campo. En pocos minutos la pradera estuvo llena de cuerpos apretuja­dos tan juntos unos con otros, que se hizo imposible siquiera caminar unos pocos metros. La visión de semejante masa compacta de gente era realmente atemorizante, sin embargo, en un principio todo fue sobre rie­les, amistosa y distendidamente. La actuación de Santana concluyó sin sobresaltos, pero para entonces, algunos miembros de los Hell Angels habían ido tomando posición al borde del escenario e inclusive, se subían a él. Nunca quedó determinado fehacientemente el papel jugado por el grupo de motociclistas que proporcionaban la seguridad a Grateful Dead, banda que los habría recomendado para cumplir idéntica función en Altamont a cambio de unos pocos dólares y litros de cerveza gratuita. Según algunas versiones, los Hells Angels efectivamente fueron contratados por los Stones, pero éstos lo negaron rotundamente.
A medida que iba avanzando el espectáculo, la inquietud de la audiencia fue creciendo a raíz de la manera poco ortodoxa en que los Hells Angels impartían el orden, repartiendo palos y cadenas a diestra y siniestra, lo que generó mucha agitación en la pacífica multitud y los consecuentes roces a partir de las bravuconadas a bordo de sus motocicletas con las que circulaban entre la gente apostada cerca del escenario. El supuesto control se transformó entonces en un creciente desenfreno, con varios espectadores heridos mientras Jefferson Airplane intentaba llevar adelante su recital. La violencia de los Angels fue aumentando hasta el punto de perjudicar a los músicos que estaban en escena. El propio Marty Balin, cantante de los Airplane fue golpeado y dejado inconsciente sobre el escenario, lo que motivó la suspensión momentánea del festival y que los Grateful Dead decidieron no actuar.
El día pronto se convirtió en no­che, mientras crecía la an­siedad del público por ver a los Stones. Cuando éstos irrumpieron en el escenario de apenas un poco más de un metro de altura, una docena de Hell Angels formaron una línea compacta entre el grupo y la audiencia hipertensa. Solamente el escenario estaba iluminado. Mick Jagger se inclinó despacio, balanceando el sombrero del Tío Sam que había usado en todas las presentaciones a través de los Estados Unidos y, tras una señal de Keith Richards, empezaron con "Jumpin' Jack Flash". La magia todavía es­taba ahí, y por unos minutos la enorme tensión de la audiencia se disolvió en satisfacción total.
Pero, tan pronto como se hizo presente, ese momento se desva­neció irremediablemente. Cuatro An­gels saltaron fuera del escenario, incitando a la audiencia; dio la im­presión de que había una pelea, pero aparentemente terminó en seguida. La música continuó, pero cuando los Angels siguieron va­gando alrededor del escenario, Jagger paró la música y dijo: "Por qué no se tranquilizan y vuelven para acá, ¿eh?". Los Angels obe­decieron y la música empezó otra vez. Sin embargo, dos de ellos ignoraron al cantante y volvieron a meterse entre la audiencia. Hubo gritos y rápidos movimientos de la gente, que se apartó, saliendo del camino de los nefastos guardianes. Se oyeron algunos abucheos de parte de los que -estando más alejados- no podían ver que algo andaba mal y querían que el espectáculo continuara.


El espectáculo con­tinuó, pero algo había pasado. En­tonces apareció sobre el escenario Sam Cutler, el manager de la gira, diciendo: "¡Alguien ha sido herido y un médico está bajando del escenario en este mo­mento! Es el del saco verde, ¿van a ser tan amables de dejarlo pasar? Alguien ha sido se­riamente herido". Lo que decía era verdad. Un testigo ocular de lo sucedido a Meredith Hunter, de dieciocho años, asesinado por los Angels mientras los Rolling Stones terminaban de tocar "Under my thumb", di­jo: "Lo golpearon. No podría decir si con un cuchillo, pero lo golpea­ron en un costado de la cabeza. Y entonces... el chico corrió hacia mí, se cayó a mis pies, mientras los Angels empezaron a golpearlo en la cara y en la cabeza. Cuando finalmente se fueron, lo dimos vuelta, y todo lo que pudo decir, una y otra vez, fue: '¡Yo no iba a dispararles!'. Tratamos de frotarle la espalda para que no se le estan­cara la sangre, y pudimos ver sus heridas. Tenía un gran agujero en la columna y otro en el costado y en la sien. Era tan grande que se podía ver adentro. Bueno, tenía por lo menos una pulgada de profun­didad. Todos estábamos llenos de la sangre de Hunter".
Según los testimonios recogidos después entre los Hell Angels, éstos habían tenido un altercado con Hunter, quien, como advertencia, les mostró un revólver. Por esa razón, Alan Passaro, el principal acusado, le propinó cinco puñaladas y sus compañeros terminaron la faena moliéndolo a patadas. El cuerpo de Hunter estaba tan lleno de heridas, golpes y moretones que ni bien lo vieron, los médicos supieron que no tenía po­sibilidades de sobrevivir.
Aparentemente, en ese momento los Stones ignoraban completamente que el incidente había sido mortal y continuaron tocando, mientras la multitud seguía la actuación. Sin embargo, tuvieron que interrumpirla en numerosas ocasiones porque los tumultos continuaban, aunque decidieron seguir para prevenir problemas mayores. Jagger, nervioso, gritaba a cada rato: "¿por qué nos peleamos?, ¿por qué nos peleamos?". Resultó evidente que la situación estaba fuera de control. Instantes después, el guitarrista Richards, harto de los desmanes, intentó dejar el escenario diciendo que no seguiría tocando hasta que la violencia se detuviera, pero fue interceptado por el cabecilla de los Hell Angels, Sonny Barger, quien poniéndole un arma de fuego delante de la cara le dijo: "You keep fuckin' playing or you're dead" (Mierda, seguí tocando o te mato). Recién en ese momento los Rolling Stones decidieron suspender el concierto definitivamente. Para terminar con la actuación, arrojaron miles de pé­talos de flores sobre la muche­dumbre, que se dispersó lentamen­te, no sin dar antes un fuerte aplauso. La inmensa mayoría de los concurrentes todavía no tenía noticias de la tragedia que acababa de ocu­rrir.
Cuando el festival terminó el precio pagado había sido muy alto: cuatro muertos. Uno asesinado, dos atropellados por algunos Hell Angels que se habían lanzado sobre la gente con sus motos, y otro ahogado en un canal de desagüe de los servicios sanitarios. Además hubo cientos de heridos, algunos de bastante gravedad. En los días que siguieron, el concierto empezó a conocerse co­mo la "Tragedia de Altamont". Hubo grandes diferencias de opinión en cuanto a lo que realmente había ocurrido, y lo que en definitiva significó. Sin embargo, todo el mundo parecía compartir una emoción común: desilusión e impotencia. Tanto los Stones como las 300.000 personas que estuvieron presentes en el concierto, parecieron estar más allá de la ley en Altamont. Probablemente, este incidente marcó el fin de la época del "Flower Power", aquella filosofía de la no violencia, la paz y el amor.


Passaro, el asesino de Hunter, fue detenido y juzgado recién en el verano de 1972, pero fue absuelto poco después cuando el jurado llegó a la conclusión de que actuó en defensa propia. También se determinó que Hunter había ingerido metanfetaminas. En 1985, Passaro fue encontrado muerto, flotando boca abajo en el lago Anderson de California con 10.000 dólares en el bolsillo. En cuanto a la posibilidad de la existencia de un segundo apuñalador tal como siempre señalaron los rumores, la policía examinó el caso pero la justicia lo dio por cerrado oficialmente el 25 de mayo de 2005.
Como dato anecdótico cabe mencionar que uno de los camarógrafos que actuó bajo las órdenes de los hermanos David y Albert Maysles, directores del documental "Gimme shelter" que registró el concierto, fue George Lucas, quien muchos años después se haría famoso con "Star wars" (La guerra de las galaxias), aunque ninguna de las escenas que filmó fueron incorporadas en el corte final del film.