18 de agosto de 2008

Isidoro Blaisten: "El cuentista sabe que es más importante lo que no di­ce que lo que dice"

La revista "Lea" en su nº 6 (Buenos Aires, octubre de 2000) logró -a través de su colaboradora Karina García- un breve pero interesante reportaje con el cuentista entrerriano Isidoro Blaisten (1933-2004). El autor de "La felici­dad", "Dublín al sur" y "Cerrado por melancolía" había sido redactor publicitario, periodis­ta, fotógrafo y librero antes de dedicarse de lleno a la literatura y, en 2001, fue nombrado miembro de la Academia Argentina de Letras y miembro correspondiente de la Real Academia Española. Obtuvo varios premios, entre ellos el Nacional de Literatura y el Municipal de la ciudad de Buenos Aires. ¿Cómo empezó a relacionarse con la lectura de chico?

Todo comenzó con mi señorita de segundo grado que nos decía "niños, el libro nos eleva" y yo siempre pensé que uno se subía arriba del libro y volaba, como una es­pecie de alfombra mágica. Entonces leí a Julio Verne, a Salgari, a los clásicos y también historietas como "Patoruzú", "Rico Tipo" y otras.

Su primer libro publicado fue de poesía y además tuvo un premio y buenas críticas.

Sí, se llamó "Sucedió en la lluvia", y fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes. Envalentonado por ese triunfo, no publiqué más poesía.

¿Por qué?

Porque creo que la poesía es algo que conduce a la lo­cura y yo soy muy apasionado, viviría en función de los versos y me olvidaría de todo. Con el cuento me pasa lo mismo, pero lo puedo controlar un poco más. No publi­qué más poesía por cobardía, pero igual siempre escribo.

¿La poesía es algo superior?

La poesía es el máximo común denominador y el mínimo común múltiplo. Todo pasa por la poesía; es como Dios. Es la pauta de cuando un texto está bien escrito o no. Además es lo latente, lo que sugiere, la famosa teoría del iceberg de Heminway que dice que para que un ice­berg flote dos tercios deben estar sumergidos y sólo un tercio es lo que se ve.

¿Y cómo empezó a escribir cuentos?

El cuento empieza como un renunciamiento a la poesía y me di cuenta de que lo más cercano a la poesía era el cuento, porque es el género de la infancia de la humani­dad; es ese hecho de sentarse en el ritual de vamos a contar un cuento, ese había una vez, ese valor de conjuro que sigue estando para iluminar la literatura. El cuento además se lee de una sentada, y crea una relación muy estrecha con el lector. Yo siempre escribí cuentos y traté de buscarles la vuelta, hacer el anticuento, pero siempre se termina en principio, desarrollo y fin. O sea que el jui­cio aristotélico va a permanecer por los siglos de los si­glos. Yo creo que el verdadero cuentista se ve en el cuento lineal y se va a diferenciar por la voz personal del escritor.

Sus cuentos se caracterizan por tener mucho humor, parodia, absurdo...

El humor está como para equilibrar lo terrible de la existencia humana y, así como la poesía descorre el velo de la belleza, el humor descorre el velo del absurdo y esto es la salva­ción en un mundo gobernado por la estupidez humana, donde la realidad es la mayor fantasía. El mecanismo en la poesía y el humor es el mismo, esta­blecer una metáfora, iniciar el descubrimiento entre dos cosas que en aparien­cia no tienen nada que ver. Además, vi­vimos en un país absurdo. Plantan plantitas en una plaza y nadie las riega, ¿no es absurdo? Yo soy de Entre Ríos y allí hay grandes extensiones sin cultivar o plantaciones de eucaliptos que las levantan sólo para sacar papel. Estamos todos locos.

Otro de los géneros que abordó, sobre todo en "El mago", es el microcuento.

Sí, es un género que llega a la exacerbación de la síntesis y lo que falta es lo que completa el sentido; no es fácil ni de leerlo ni de escribirlo. En el caso de "El mago", es un li­bro que gusta mucho a los adolescentes y que me costó hacer. Después de veinte años me decidí a corregirlo; prácticamente es un libro nuevo, a pesar de que muchos me criticaron por corregir mi obra y en especial ésta, que obtuvo el segundo Premio Municipal.

¿Por qué cree que no se le da impulso al cuento desde las editoriales?

Cuando yo empecé, los editores me decían ¿por qué no alargas este cuento?, así vas a tener un "best-seller". Y yo có­mo podía explicarles que procedo exactamente al revés. Escribo todo y después voy descartando, para hacer un cuento dejo de lado páginas y páginas. Además, los gran­des escritores fueron cuentistas, por ejemplo, Borges, Cor­tázar, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Di Benedetto, que no tienen nada que aprender de aquellos norteamericanos creadores de las historias cortas. Pero los editores parten de la base que la novela vende más y cuesta hacerlos cambiar de opinión.

¿Cómo caracteriza la escritura y la corrección en un cuento?

El cuentista sabe que es más importante lo que no di­ce que lo que dice, es algo como de relojero. En cuanto a la corrección, es otra forma de escribir. Creo que uno es­cribe con el inconsciente y corrige conscientemente; y el cuentista lo hace más que el novelista, por una cuestión física, de espacio.

¿Qué busca lograr como escritor?

Yo busco entretener al lector, dejarlo pensar, hacerlo sonreír, llevarlo hasta los límites del suicidio pero que des­pués se salve, todo eso en ocho pági­nas. Además no nos debemos olvidar del lector, que es ese aliado olvidado. Porque se olvidan de él. Para ser pro­fundo no hay porque ser aburrido o solemne. Un filósofo decía que hay escritores que enturbian las aguas para que parezcan profundas, entonces lo difícil es la compleja sencillez.

Y por eso en su obra tiene constantemente presente al lector y lo alude.

Sí, porque creo que el lector participa de la literatura completando un sentido y yo lo tengo en cuenta no pa­ra halagarlo ni darle lo fácil.

Es interesante que se puedan hacer así distintas lecturas de un mismo cuento.

Eso es lo que se llama polisemia, las diferentes posibili­dades del significado, que es lo que se encuentra en los grandes cuentos como "Casa tomada" de Cortázar en donde hay cantidad de símbolos, de lecturas posibles.

¿Cuál considera que es su mejor obra?

Esto es como el amor, siempre el último. "Al acecho" es sin duda un libro importante porque allí dejo casi la pri­mera persona, ya que está escrito básicamente en terce­ra. Y además es un libro de cuentos que se adelantó a los acontecimientos, tanto es así que tuvimos que poner que toda semejanza con la realidad era pura coinciden­cia. En uno de los cuentos un joven cuentista es contra­tado por el diputado Mersa y Fino para que convierta Tribunales en un hotel alojamiento, pero después está la irrupción del irupé que lo hace cambiar todo. Hay dos realidades, una que está abajo y otra que está arriba.

Sabemos que usted es uno de los primeros talleristas del país, ¿por qué cree que nació el taller literario?

Mi teoría es que nace de la represión, porque no se po­día ir a un café y la gente comenzó a recluirse. Creo que el taller vino a reemplazar a la tertulia en donde se hablaba de literatura y los escritores comenzaron a ha­cerlo en sus casas. A partir de allí comenzó a haber más. Yo, particularmente, en mi taller apunto a la reela­boración del texto, a la corrección.