30 de octubre de 2008

John le Carré: "Me siento totalmente al margen de la vida literaria inglesa"

A comienzos de los años '60, David John Moore Cornwell (1931) trabajaba para el Foreing Office. Su verdadera vocación, sin embargo, era la literatura. Sabía que otros notables escritores ingleses -D.H. Lawrence (1885-1930), Graham Greene (1904-1991), W.H. Auden (1907-1973), Lawrence Durrell (1912-1990) y Anthony Burgess (1917-1993), por ejemplo- también alguna vez habían sido espías del Imperio Británico. A él sólo le faltaba publicar una novela para estar en igualdad de condiciones, lo que hizo en 1961 bajo el pseudónimo de John le Carré. La novela -"Call for the dead" (Llamada para el muerto)- tuvo buenas críticas pero pocos lectores, lo mismo que le sucedió cuando presentó al año siguiente la segunda, "A murder of quality" (Asesinato de calidad). En 1963 envió a su agente los originales de "The spy who came in from the cold" (El espía que surgió del frío), con la consigna de que si conseguía vender 20.000 libras renunciaría a su cargo en el Foreing Office y se dedicaría de lleno a la literatura. La novela recaudó bastante más de esa cifra; sólo en Estados Unidos agotó seis millones de ejemplares y durante trece meses encabezó la lista de best-sellers del "The New York Times". Cornwell renunció a su puesto de espía pero no a los espías: éstos continuarían nutriendo su obra de allí en adelante. Así, creó al agente George Smiley, un hombre "bajo, gordo y de carácter apacible", que vestía trajes "francamente mal cortados", que colgaban "de su rechoncha figura como la piel de un sapo encogido" y a quien su esposa Ann se empeñaba en engañar con el primero que tuviera a mano. Smiley era un funcionario de Circus (nombre familiar de la central de inteligencia británica) y apareció en su primera novela. En la segunda lo hace pero no como agente secreto sino como un improvisado detective. En la novela que lo catapultó a la fama fue un personaje secundario, lo mismo que en "The looking glass war" (El espejo de los espías), su cuarta novela aparecida en 1965. En las dos siguientes -"A small town in Germany" (Una pequeña ciudad en Alemania) y "The naive and sentimental lover" (El amante ingenuo y sentimental)- se apartó completamente del mundo del espionaje, aunque después lo retomó en la trilogía "Tinker, tailor, soldier, spy" (El Topo), "The honourable schoolboy" (El honorable colegial) y "Smiley's people" (La gente de Smiley), en la que George Smiley aparecía como personaje central, con toda su profunda dimensión. Estas novelas, más "The secret pilgrim" (El peregrino secreto) de 1991 -la última aparición de Smiley- pintaron un acabado retrato literario de la Guerra Fría. Con la caída del Muro de Berlín cambiaron las reglas del juego de la política internacional y, naturalmente, también cambió el mundo del espionaje. Le Carré trasladó esa circunstancia a su escritura y publicó "The little drummer girl" (La chica del tambor) sobre el conflicto árabe-israelí, y "The night manager" (El infiltrado) sobre el submundo del narcotráfico. Sin embargo, no se desentendió del mundo del espionaje ya que publicó otras cuatro novelas del género: "A perfect spy" (Un espía perfecto), "The Russia House" (La Casa Rusia), "Our game" (Nuestro juego) y "The tailor of Panama" (El sastre de Panamá), sin Smiley como protagonista. Sus últimas obras son "Single & Single", "The constant gardener" (El jardinero fiel), "Absolute Friends" (Amigos absolutos), "The mission song" (La canción de los misioneros) y "A most wanted man" (El hombre más buscado). Cuando apareció "El jardinero fiel", fue entrevistado por el periodista Robert McCrum del periódico dominical británico "The Observer". La nota fue reproducida por el diario "Clarín" de Buenos Aires el 28 de enero de 2001.¿De qué se trata "El jardinero fiel"?

En el aspecto más personal, es sobre alguien que hace un viaje interior y descubre cierto tipo de moralidad después de una vida llena de faltas. Más allá de eso, el tema es el mismo sobre el que escribo desde el primer momento, o sea la relación del hombre con las instituciones que crea, ya se trate de instituciones de inteligencia o comerciales. Y más allá de eso, es sobre lo que tenemos ahora en lugar de naciones: una ética corporativa a la que suscribe -para mi completa frustración- el gobierno actual. Se trata de la extraordinaria creencia de que, en el fondo, las empresas tienen un objetivo moral, cierto margen humanitario. Es una tontería.

¿El libro tuvo un momento de inspiración?

Fue algo acumulativo. A partir de "El honorable colegial" empecé a prestar mucho mayor atención al Tercer Mundo. En reiteradas ocasiones me sentí atraído hacia ex colonias. Con el tiempo fui tomando conciencia del nivel de represión e intimidación que tenía lugar en nombre de la democracia occidental.

Es un libro muy polémico, pero que contiene también a dos de sus personajes más logrados, Justin y Tessa Quayle. ¿Le resultó difícil combinar el aspecto político de la novela con el costado de ficción?

No, en realidad, ya que el motor es el mismo. El motor reside en Justin tras la muerte de Tessa. El pasa a desempeñar la función de ella. El termina el trabajo que ella empezó. Esta historia no podría haber tenido lugar sin indignación moral y, a su vez, la indignación moral no se podría haber expresado sin esas circunstancias y personajes. Mi propia vida fue tan caótica en ocasiones, que resulta muy consolador descubrir qué es lo que me importa. Es algo que tengo en común con Justin.

¿Qué puede decir del título, "El jardinero fiel"?

Es constante en el sentido de auténtico, y también en el sentido de leal. Luego surgió un eco literario con "The constant nymph" (La ninfa constante). Era una palabra sorprendente, y muy hermosa.

¿Buscó el tema o éste se le presentó?

Yo quería abordar la conducta empresaria en el Tercer Mundo. Después del asunto Ken Saro Wiwa en Nigeria, pensé muy seriamente en el sector del petróleo. Una vez que empecé a conversar con gente de la industria farmacéutica y con las pocas personas valientes que trataron de desenmascarar sus actividades, ya no volví atrás.

Su última novela, "Single & Single", se publicó hace dos años. Por lo que parece, esta vez escribió rápido.

Escribí rápido. Una vez encaminado, prácticamente no tuve que desechar nada y reescribí muy poco. Terminé tres o cuatro de mis libros muy rápido. Uno de ellos fue "El espía que vino del frío", y también fue el caso de "La chica del tambor". Cuando se tiene todo claro desde el principio, la historia transcurre en el lugar correcto y los personajes más importantes están bien planteados; todo sale con mucha velocidad.

Al igual que los personajes principales de todos sus libros, Justin Quayle se debate entre el amor al país y su deber consigo mismo y con su conciencia. ¿Considera que la traición es su tema esencial?

El individuo y el estado, el individuo y las instituciones.

¿Siempre quiso ser escritor?

Sí, creo que sí.

¿Recuerda algún momento en que se haya dicho, "esto es lo que quiero hacer"?

Sí, en Sherborne. Gané el premio de poesía con un poema horrible del que traté de destruir todas las copias. Luego, cuando entré al servicio secreto, compartía una habitación con un escritor llamado John Bingham, Lord Clanmorris. John, por ejemplo, me alentó mucho. El escribía cada vez que tenía un momento libre, y parecía fantástico poder ir escribiendo un libro como una suerte de subtexto de la vida. Cuando empecé a escribir pensé que sería una especie de antídoto contra la vida rutinaria de la función pública.

¿Hasta ese momento imaginaba que iba a ser un funcionario público toda la vida?

Sí. Supongo que ellos también lo pensaban. Tuve una suerte de sensación de ficción casi alucinante cuando viajé a Berlín y vi los comienzos de la construcción del Muro. Escribí "El espía que vino del frío" en cinco o seis semanas. A veces, como me pasó con ese libro, podía escribir hasta catorce o quince horas de un tirón. Escribía largos pasajes y no cambiaba casi nada. Tenía la sensación de estar bien encaminado y de tener los personajes adecuados. Todo parecía increíblemente fácil.

¿Qué escritores leía de chico? ¿A quiénes admiraba?

Leía a Bernard Shaw y a Galsworthy. También me encantaba, y me sigue gustando, nuestro mutuo amigo P.G. Wodehouse. Pensaba que Conan Doyle era increíble. Sigo pensando que, si bien él nunca lo aprovechó, Somerset Maugham fue el estilista narrativo más refinado de su época. Me parece extraordinario. Por supuesto, también leía a Evelyn Waugh, a Graham Greene y a Orwell. Esos fueron mis escritores preferidos hasta los dieciséis años. Luego me fui de Sherborne y abandoné todo en aras de la literatura alemana.

Una gran influencia, evidentemente.

Una influencia muy importante. Me refiero a las historias sobre la educación de un hombre, Heinrich Hölderlin y el "Nibelungenlied" (Cantar de los nibelungos). Siempre había una búsqueda moral.

Graham Greene describió la infancia como "la cuenta bancaria de un escritor". ¿Piensa que eso puede aplicarse a usted?

En ese sentido, yo nací millonario. Mi infancia fue verdaderamente extraordinaria.

En el pasado, los personajes femeninos de sus libros eran desleales y nada dignos de confianza, pero Tessa es un personaje maravilloso y constante. ¿Esto anuncia un cambio?

Es un cambio interno. Volviendo al tema de la infancia, yo no tuve una figura materna, ya que mi madre desapareció y hacíamos una vida nómade. No tenía contacto con mujeres de ninguna edad, y mucho menos novias. Durante años mi vida amorosa fue muy, pero muy precaria. En los últimos tiempos eso cambió.

Siempre escribió thrillers o novelas de aventuras. ¿Por qué? En "El jardinero fiel" escribe: "Si no se puede soportar la realidad, hay que elaborar una conspiración imaginaria". ¿Es una pista?

Mi hermano y yo soportábamos una enorme presión. Nuestra vida era una fachada. Nosotros proyectábamos una imagen de chicos buenos de clase media. Nos dimos cuenta muy pronto de que nuestro padre era un estafador y de que la vida era muy peligrosa. Esa tensión nunca me abandonó. Estoy seguro de que si escribiera la más anodina de las novelas, igual buscaría una serie de acontecimientos que agregaran peligro y tensión al final.

¿Extraña a Smiley?

No. Creo que ya terminé con él. Alec Guinness me curó. No podría componer a Smiley sin pensar en Alec y en la voz de Alec. Por otra parte, a medida que envejezco siento más ganas de escribir sobre gente joven.

En los Estados Unidos lo consideran un gran novelista. Aquí, un gran escritor de género. ¿Por qué?

No lo sé. Actualmente tengo muchos más lectores en Europa que en los Estados Unidos. Ahí se considera que soy alguien que habla de nuestra época. En este país, en cambio, perseverar en un tema y trabajar en ese terreno como hice yo, se percibe simplemente como algo comercial. La idea de utilizar un microcosmos para ilustrar un contexto más amplio se considera algo pretencioso. Por lo general evito la compañía de mis colegas escritores ingleses y de todo ese mundo. Creo que me resulta amenazador en muchos sentidos. La envidia siempre está a la orden del día. Yo gané mucho dinero escribiendo. Me hice un nombre. Lo que más miedo me da, sin embargo, es quedar atrapado en los patrones y pretensiones de ellos. No los leo. Leí a McEwan y a una serie de escritores contemporáneos muy prestigiosos, pero siento que no jugamos en la misma cancha. No quiero decir que yo sea mejor ni peor. Es sólo que hacemos cosas completamente distintas. Yo me siento totalmente al margen de la vida literaria inglesa.

¿Eso le preocupa?

En absoluto. Creo que tuve mucha suerte. Di en el clavo con todo ese mundo del servicio secreto. Era una comedia de los modales y actitudes de los ingleses. Yo pude escribir sobre los malestares de una Inglaterra post imperial que había tenido el gran problema de ganar dos guerras y tenía una percepción de sí misma que al resto del mundo no le importaba en lo más mínimo. Y eso continúa. No tuvo lugar alguno en todos esos cambios que parecía haber en el aire. Los colegios privados exclusivos siguen en pie, el establishment sigue gobernando Gran Bretaña. Si uno va y se sienta en el Atheneum o en cualquier club de Londres, ve los mismos trajes, las mismas caras, los mismos ojitos furtivos de siempre.

Tiene casi setenta años, pero este libro podría ser obra de un hombre mucho más joven. Rebosa energía.

Me siento en mi mejor momento.

¿Cree que es el principio de una nueva etapa productiva?

Espero que sí, por supuesto. Espero que sí.

¿Qué lugar considera que ocupa en la literatura inglesa?

Eso, por suerte, no es problema mío. Al igual que en la mayoría de los ámbitos de la vida británica, por cada reducido grupo de personas que hacen algo, hay una gran cantidad de críticos que dicen cómo debería hacerse. No vamos a sacarle el hueso a la enorme burocracia literaria.