9 de octubre de 2008

John Updike: "Uno de los máximos placeres de escribir ficción es salir de la propia piel y entrar en la de otro"

La periodista Alessandra Farkas del "Corriere della Sera" entrevistó en Nueva York -para la edición del 15 de junio de 2003- al escritor estadounidense John Updike (1932-2009), un logrado cronista de la clase media norteamericana. Considerado como una de las voces más importantes de la literatura norteamericana de los últimos cincuenta años, es autor de más de medio centenar de libros, entre los que podemos mencionar "The carpentered hen" (La gallina de la carpintería), "The poorhouse fair" (La feria del asilo), "The centaur" (El centauro, premio National Book 1963), "Rabbit, run" (Corre, Conejo), "Rabbit is rich" (Conejo es rico, premio Pulitzer 1982), "The afterlife" (Lo que queda por vivir), "Couples" (Parejas), "The witches of Eastwick" (Las brujas de Eastwick), "Rabbit at rest" (Conejo descansa, premio Pulitzer 1991), "Brazil" (Brasil), "Hugging the shore" (Alcanzando la orilla) y "Seek my face" (Busca mi rostro).Su última novela, "Busca mi rostro", utiliza la estratagema de la entrevista a través de una joven periodista neoyorquina, Kathryn D'Angelo, para contar la vida de Hope Ouderkirk, una pintora exitosa de ochenta años, viuda de Zack McCoy, genio de la pintura muerto en un accidente callejero a causa del alcohol. La vida de éste -y su trágico fin- copia fielmente la de Jackson Pollock.

El libro es un intento de utilizar mi experiencia de crítico de arte y pintor para explorar la búsqueda, propia de los artistas, de algo que trascienda nuestra esencia animal.

Alguien ha querido ver en el libro la venganza de un artista fracasado.

Tonterías. No lamento de ningún modo haber dejado la carrera de pintor. A los veintiún años, después de haber frecuentado la Ruskin School of Drawing and Fine Arts en Oxford, me di cuenta de que habría sido un artista mediocre. Si se es paciente, con las palabras se puede hacer mucho más que con los pinceles y a mí, ciertamente, no me falta paciencia.

La influyente crítica literaria del "New York Times", Michiko Kakutani, ha criticado ásperamente a su Pollock-McCoy.

Francamente no entiendo tanto furor, aunque conozco el caractercito de Kakutani. He recreado un personaje histórico con la ayuda de las últimas biografías existentes de Pollock que a ella no le habían gustado porque lo retratan como un alcoholizado homosexual, fuera de control. Era natural, por lo tanto, que tampoco le gustase mi libro. Olvida que inventé por completo a la verdadera heroína del libro, Hope.

La más joven de las dos mujeres, Kathryn D'Angelo, tiene una vida chata e irrelevante. ¿Es una crítica indirecta a los jóvenes de hoy?

Sí. Los pocos jóvenes que conozco son todos como Kathryn, que es hermosa, culta, ambiciosa, pero también terriblemente miedosa y vacía en comparación con Hope, que ha vivido plenamente su vida, mezclándose con los grandes artistas de su época, amando y viajando. Pienso que los jóvenes de hoy no tienen el espacio, la oportunidad o la energía para seguir los pasos de la generación de los expresionistas abstractos, a la que siempre he admirado, aunque era más joven.

En el pasado las feministas los han reunido, a usted y a Norman Mailer, en la categoría de autores misóginos.

Cuando aparecieron las críticas, me sentí muy sorprendido. Uno de los aspectos más divertidos de mi último libro ha sido justamente escribir desde el punto de vista de dos mujeres. A mis críticas feministas les digo: "no sean tontas". Amo y conozco a las mujeres. Pero no puedo contentarlas a todas, me dije, porque en definitiva soy un hombre y como tal "estúpido".

¿Alguna vez dialogó con sus detractoras?

La cuestión feminista termina por inhibir a un escritor de ficción como yo, que teme dar pasos políticamente incorrectos. Pero por fortuna la ortodoxia feminista que tuvo su apogeo hacia fines de los años setenta está en crisis y hoy hasta la ciencia nos dice que hombres y mujeres son distintas ediciones del mismo libro y que la biología, la naturaleza y el destino de los dos sexos son distintos.

¿Prefiere crear personajes femeninos o masculinos?

Uno de los máximos placeres de escribir ficción es salir de la propia piel y entrar en la de otro: es un gran ejercicio moral y estético. Se debe dar ese salto, escribir sobre una criatura inventada. Y si se trata de una mujer, la diversión es mucho más intensa para mí.

Un crítico lo ha definido como "un gran narrador sexual".

En el mundo hay mucha gente que conoce y ha practicado el sexo mucho más que yo. Eso no me impide escribir sobre él: es un campo de la experiencia humana que todavía puede ser explorado porque no se lo conoce por completo. El libro que estoy escribiendo trata precisamente del erotismo y busca responder a la pregunta: ¿qué sucede exactamente cuando dos cuerpos se encuentran? ¿Qué equipaje lleva a la alcoba cada uno de nosotros?

¿Piensa que la era Clinton revolucionó el comportamiento de la sociedad norteamericana respecto del adulterio, uno de los temas recurrentes de su obra?

El año de Mónica Lewinsky nos ha hecho a todos más abiertos. Términos ginecológicos y posiciones de kamasutra eran temas de discusión de los políticos y aparecían publicados en la primera página de los diarios. Así se liberaron las costumbres y se amplió la moral. Lo más extraordinario es que la mayoría de los norteamericanos estuviese en contra del juicio. Eso demuestra que somos una nación menos puritana de lo que piensa el resto del mundo. Y que entre el evangelio caído de lo alto y la moral del pueblo en la tierra hay una enorme divergencia.

Según algunos, la administración Bush está orientando el país hacia el puritanismo tan denunciado en sus libros.

Está en desarrollo un intento para retrotraernos varias décadas. Bush se equivoca sobre todo cuando quiere criminalizar el aborto, ya que la mayoría del país no quiere retrasar las agujas del reloj.

¿George W. Bush hace bien o mal en citar a continuación a Dios y el Antiguo Testamento?

Dios siempre ha estado presente en la política norteamericana y los electores exigen celo religioso de sus líderes. De hecho es imposible encontrar un presidente del siglo XX que no sea observante. Hasta Clinton era creyente e iba a misa todos los domingos. Bush tiene un motivo verdadero y auténtico para comportarse como lo hace: era alcohólico y Dios lo salvó, restituyéndole la vida. El actual presidente se ganó, en suma, el derecho a hablar de Dios. El verdadero peligro consiste en que se considera un cruzado y las cruzadas pueden provocar grandes daños, como demuestra la aventura de Irak.

¿Qué piensa de la biografía de Hillary Clinton?

Me gustaron las primeras treinta páginas, muy verdaderas y genuinas, donde habla de la niñez y de sus padres. Pero si se continúa la lectura, Hillary se viste de tribuno y la segunda mitad del libro es un mitin electoral falto de sinceridad.

¿Cuáles son sus autores preferidos?

Me gusta mucho leer escritoras que en la ficción tienen una ventaja respecto de los hombres porque son más observadoras y sensibles a las interacciones. Yo me descubro siempre preguntándole a mi mujer: "¿Cómo estaba vestido ese hombre?" o "¿De qué color era aquel sofá?", exactamente como lo haría un daltónico o un ciego. Cuando leo a una mujer admiro la habilidad de evocar detalles y la honestidad para declararse confundidas. Las heroínas de las novelas femeninas no saben qué quieren y a dónde van, pero no importa.

¿Es cierto que usted representa el alma de los norteamericanos blancos, anglosajones y protestantes?

Hasta 1900 todos los escritores norteamericanos eran blancos, anglosajones y protestantes. Después, en el siglo XX, nos convertimos en uno de los tantos grupos étnicos y hoy, aunque estamos muy lejos de habernos extinguido, casi ninguno de nosotros elige la carrera de escritor. Yo mismo crecí en la era dominada por los autores judíos metropolitanos, Bellow, Malamud, Roth, Mailer, y recuerdo haberme sentido siempre como un marginal, como un jugador de básquet blanco en un equipo de negros. Ahora estamos en la fase posjudía de la literatura norteamericana, en la que hispanos, negros, italianos, indígenas y asiáticos tienen igual peso y voz.

¿Qué efecto produce ser blanco, anglosajón y protestante en los Estados Unidos del "crisol de razas"?

Cuando vengo a Nueva York, nadie en la calle se parece a mí. Pero de ningún modo se trata de una experiencia desagradable. Todo lo contrario. Nosotros, protestantes noreuropeos, tuvimos nuestro largo y próspero reino y ahora es hermoso saber que los principios de los padres fundadores sirven para satisfacer los deseos de todas las razas y las religiones.

En su largo período como colaborador en el "New Yorker", ¿encontró alguna vez nuevos talentos?

Recientemente me han pedido que encontrara un nuevo talento y yo descubrí a la afroamericana Z.Z. Tucker, de veinticinco años, que escribe sobre su experiencia de negra, pero no de una manera visceral como Richard Wright o James Baldwin. Z.Z. encarna a la más reciente generación de escritores negros, que no se suben al podio para decir: "Estás en deuda conmigo y ahora debes resarcirme". Tiene más humor y es hasta más brillante que Toni Morrison y lleva su negritud con mucha mayor levedad.