21 de octubre de 2008

José Saramago: "A través de la lectura una persona entra en el universo de otra"

El escritor portugués José Saramago (1922) publicó su primer libro, una novela, "Terra do pecado" (Tierra de pecado), en 1947. Luego trabajó durante doce años en una editorial, donde ejerció funciones de dirección literaria y producción. Luego colaboró como crítico literario en la revista "Seara Nova" y como comentarista político en el periódico "Diário de Lisboa". Tras ser director adjunto del periódico "Diário de Notícias", a partir de 1976 pasó a vivir exclusivamente de su trabajo literario, primero como traductor, después como autor. Entre sus novelas más destacadas figuran "A jangada de pedra" (La balsa de piedra), "O evangelho segundo Jesus Cristo" (El evangelio según Jesucristo), "Todos os nomes" (Todos los nombres), "Ensaio sobre a cegueira" (Ensayo sobre la ceguera), "O homem duplicado" (El hombre duplicado) y "As intermitências da morte" (Las intermitencias de la muerte). También ha publicado numerosos libros de poesía, ensayos, teatro, crónicas, conferencias y memorias. Su obra -traducida a más de cuarenta idiomas- lo hizo merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1998. El escritor argentino, radicado en Uruguay, Carlos María Dominguez (1955) lo entrevistó para el semanario "Búsqueda" de Montevideo en 1997.Entre los heterónimos de Fernando Pessoa, eligió a Ricardo Reis para convertirlo en protagonista de una de sus novelas. ¿Por qué?

A principios de los años '30, cuando tenía diecinueve, veinte años, me encontré en una revista con unas cuantas "Odas" firmadas por Ricardo Reis, y quedé convencido de que el poeta existía. Viví en este engaño durante un tiempo y luego me enteré de que era un heterónimo, una construcción poética de Fernando Pessoa, cuya obra me ha fascinado siempre. Pero había algo en Ricardo Reis que me atraía especialmente, no tanto su poesía neohoraciana, clasicista, ascética, sino la expresión de una incapacidad de vivir, y para el adolescente que era yo por entonces, eso significaba mucho. Había sin embargo, algo que me molestaba y era su posición, no diría política sino humana, un escepticismo radical plasmado en un verso que luego he citado: "Sabio es el descontento con el espectáculo del mundo". Creo que necesité escribir "O ano da morte de Ricardo Reis" (El año de la muerte de Ricardo Reis) para resolver esa contradicción. Por un lado la atracción estética y por otro lado la repulsión cívica, por decirlo de algún modo. Lo escribí en el '83 y lo publiqué en el '84, de modo que me llevó unos cuarenta años resolver esto que finalmente quedó expresado en la novela de un hombre que está en el mundo, todo lo mira, pero es incapaz de actuar.

Aunque engendre un hijo con una camarera...

Sí, pero no se trata de eso. El no es capaz de ver que la vida exterior lo necesita ni aceptar su necesidad del mundo. Siempre está por fuera.

Esa novela tiene un clima que regresa en sus obras. Me pregunto si la melancolía es una emoción encumbrada de la lengua portuguesa.

Yo no diría eso, es más bien un tópico. Nosotros somos víctimas, y todos los pueblos lo son, de unos cuantos tópicos que no tienen que ver con la integridad de una cultura. Llevamos sobre la espalda la melancolía, la saudade, el fado, pero Portugal es mucho más que eso y tiene regiones bien distintas.

Sin embargo la ironía que trasuntan sus libros, muy afín a la de Pessoa, es una forma del humor triste.

Sí, a veces sí, pero también es un modo de mirar lo que está por detrás de las apariencias, aunque eso puede ser una característica personal. Lo que cabe decir, en términos muy generales y por lo tanto con algún reflejo en la literatura, es que el portugués suele ser un pueblo muy discreto, más bien tranquilo. Quizá eso llegue a la literatura a través de expresiones un poco contenidas. No es que se oculten los sentimientos pero se disciplinan un poco. No solemos exhibir públicamente lo que llevamos dentro.

Bastante menos que el pueblo español, en todo caso.

Muchísimo menos. Lo que pasa es que hay autores que por naturaleza son melancólicos, y es mi caso.

Oyendo su fraseo literario no diría que usted es asmático. Tiene una prosa vertiginosa, expansiva, y alguna vez dijo que envolvente como la música.

Claro. La frase, además de decir lo que tiene que decir, debe sonar. No puede limitarse a expresar ideas o sentimientos. Debe llevar algo más, como la música, para sustentarse en el aire.

¿La oralidad es más creativa que la escritura?

En la oralidad todos nos comunicamos, pero en la escritura no todos pueden hacerlo. En el habla se comunican incluso los analfabetos, si tienen capacidad creativa. Y lo hacen con palabras y dichos. Si tuvieran que escribir lo que dicen se encontrarían con dificultades insuperables. La expresión escrita tiene otras exigencias, ciertas reglas de gramática para evitar el caos de la lengua, pero claro, una vez dentro, esas reglas se pueden...

Romper un poco.

Igual que un peatón cruza la calle por un sitio donde no debe.

Esa marca que usted utiliza a menudo, la mayúscula en medio de una frase, no detrás del punto sino de una coma, pone en juego la oralidad...

Claro, porque cuando hablamos nosotros no usamos puntuación. Igual que la música, el habla se hace con sonidos y pausas. Entonces yo me encontré con esta evidencia: la puntuación no es necesaria, incluso la coma y el punto en mis libros ni siquiera son signos de puntuación, son signos de pausa breve y larga pausa. La parafernalia de guiones, signos de exclamación, interrogación, no es inútil, pero digo que es dispensable. Si el lector está integrado, si entró dentro de la historia, se comporta como un personaje más, va y viene dentro de la novela, la completa, pone lo que le falta. La lectura añade a lo escrito lo que necesita ser entendido.

Usted ha quitado del medio al narrador, asume en el momento de la escritura la responsabilidad por todo lo dicho con ventaja sobre lo que saben sus propios personajes. Es una gestualidad que había sido abandonada desde el siglo XIX. Balzac, Stendhal o Víctor Hugo, se dirigían al lector con una prosa impregnada de comentarios, reflexiones y oralidad.

Hace tres o cuatro años estuve en un congreso en Canadá, de Literatura Comparada. Leí el programa con las ponencias y me di cuenta de que se hablaba de todo menos del autor. Para los congresistas el autor no existía. En mi intervención les pregunté: ¿qué es lo que ustedes han hecho del autor? Se ve que el autor no interesa nada, lo que importa es el texto, como si la materialidad del texto fuera autosuficiente. Yo creo que hay que volver al autor, una persona de carne y hueso, que tiene sentimientos, ilusiones, quiere algo en la vida, sueña, tiene un proyecto y una visión filosófica. Los personajes están allí para expresar todo eso. En el fondo, lo que el autor quiere decir, es "quién es". Y vosotros estáis aquí discutiendo como si el autor no existiera. Ahora parece que hay una tendencia a rescatar al autor. ¿Pero qué es lo que están haciendo? Se mata al autor, se lo resucita, se lo vuelve a matar y a resucitar de nuevo. ¿Por qué no os quedáis tranquilamente mirando al autor y al texto, para que la obsesión crítica por una obra literaria sea amplia y no excluyente? No propongo analizar una obra a la luz de la biografía del autor, que eso no tiene sentido, pero el escritor no debe ser ignorado.

Cuando usted introduce su propia voz en el texto, con esa presencia tan contundente, el lector se ubica de otra manera. La literatura se transforma en un diálogo de personas.

Obviamente. Por eso digo que el lector no lee la novela. Lee al novelista, es una relación de dos personas. A través de la lectura, una persona entra en el universo de otra.

Una estética a contracorriente de esta tendencia general al borramiento de las personas...

Es que en eso estamos. Se están borrando las personas. Y yo reivindico la persona. Si no, ¿qué es lo que tengo? No tengo nada.

Siendo un escritor portugués ha trascendido fuera de fronteras, como muy pocos escritores de su lengua. ¿Cómo fue su acercamiento a España?

Mira, siempre pensé que la Península Ibérica era importante toda. En primer lugar soy portugués, luego soy ibérico, y luego, finalmente, si me da la gana, seré europeo. Pero lo cierto es que estoy casado con una española y vivo en Canarias. Cuando inicié la relación con mi mujer y fui a vivir a España, en el año '93, mis libros ya tenían presencia. Luego vino el ingreso a Latinoamérica y llegaron las traducciones a treinta lenguas. Si me preguntas por qué otros no han tenido igual suerte, lo ignoro. Salvo Eca de Queiroz, casi ninguno de los novelistas portugueses tuvieron un impacto similar. Para mí ha sido sorpresivo. No sé explicar por qué ha ocurrido esto. La explicación más fácil dice que lo que yo escribo les interesa.

Parece insuficiente.

Sí, pero a lo mejor no hay otra explicación.

Para un lector hispano, es difícil percibir que sus novelas han sido escritas en otra lengua. Parecen escritas en español. Eso quizá pueda añadirse.

Sí, quizá se trate de un universo al que la gente de aquí es muy sensible, pero la hay en otros sitios donde mis libros llegan.

De hecho, una cosa puede decirse: usted ha sabido esperar. Publicó un libro siendo muy joven y calló durante muchos años.

Pero eso no puede llamarse saber esperar, porque yo no estaba esperando nada. Sencillamente, después de mi primera novela, que se ha reeditado hace poco y por cierto, no leí, me di cuenta de que no tenía nada que valiera la pena decir.

Cuando no se tiene nada que decir, mejor el silencio.

Creo que sí. Entonces no lo habría expresado como lo hago ahora, pero pensaba: si escribo algo me voy a repetir. Tuve la suerte de tener una vida larga.

¿Y cuál fue el motivo que en 1975 volvió a comprometerlo con la literatura?

No, en el '66 publiqué dos libros de poesía, me incorporé al periodismo y a las crónicas...

Pero fue en el '75 cuando dejó el periodismo por la literatura.

Sí, ahí es cuando me pregunté: ¿y ahora qué? De dos, una: o buscas un trabajo y entras en la rutina de siempre, y escribirás por la noche como casi todo el mundo, o intentas dar un paso más arriesgado, no buscar trabajo, vivir como puedas... Viví cuatro o cinco años de las traducciones, y vivía mal. Hasta que en el '77 me publicaron una novela, "Manual de pintura e caligrafia" (Manual de pintura y caligrafía), que ahora me parece un verdadero pórtico porque allí se plantean los temas de alguien que se encuentra en el cruce de su existencia y se pregunta sobre su destino. Luego vino "Levantado do cháo" (Alzado del suelo), "Memorial do convento" (Memorial del convento), y a partir de allí la rueda de la fortuna literaria empieza a girar a mi favor. Entonces lo que no hice a los cuarenta o a los cincuenta años, lo estoy haciendo en los sesenta y setenta años de edad. Creo que está muy bien, y debo confesar que no estoy nada aburrido.

Desmiente el mito de que lo nuevo sólo viene de lo joven y la vejez es ruina.

Anoche, en la Universidad, dije a los jóvenes que no olvidaran el privilegio de estudiar en una universidad, que muchos otros no tienen, y por favor, les dije, no penséis que a los treinta años la vida está acabada. Es culpa de la cultura actual que no sólo ha hecho de la juventud un valor, sino "el" valor, y ahí es de donde se precipitan a la frustración.

Cuando decidió dejar todo y escribir hizo una apuesta muy fuerte, en un país donde pocos escritores vivían de sus libros.

En ese momento creo que sólo había uno. Fue algo un poco inconsciente, un salto al vacío, pero la verdad es que he caído bien, sobre las cuatro patas.

El lector de sus novelas tiene la impresión de que está frente a un hombre experiente, que cuenta lo que primero ha mirado más de una vez y con mucha atención.

No soy el narrador que va por la calle en busca de expresiones o palabras de la gente. Lo que ocurre es que he vivido mucho y llevo dentro material suficiente para escribir cuatrocientas novelas, aunque no las escriba. Y me ocurre algo más, no necesito describir a mis personajes, apenas doy unos detalles porque el autor del que hablas no ha mirado lo que existe fuera, ha mirado lo que está inventando. Inventa un ambiente, lo mira y lo escribe.

"El poeta es un fingidor / finge tan profundamente / que hasta finge que es dolor / el dolor que de veras siente", escribió Pessoa.

Y aquel otro verso: "Lo que en mí siente / está pensando". Claro que con mucho de lo que ha escrito Pessoa se puede decir lo contrario, sin necesidad de invertirlo. También puedo decir: lo que en mí piensa, está sintiendo. Es muy complejo porque el personaje que crea el novelista no existe fuera del papel, aun siendo una existencia añadida a la realidad, no es mas que papel. ¿Y entonces cómo es que cobra esa fuerza? Es un misterio, quizá el mismo que me permite no describir la calle que he visto sino la que me he inventado.

Después de todo, no somos sólo cuerpo ni estamos reducidos a él.

Por cierto, no lo somos.