31 de octubre de 2008

Juan José Saer: "No hay que medir la literatura por sus consecuencias comerciales"

El escritor argentino Juan José Saer (1937-2005) estaba radicado en Francia desde 1968. Allí escribió gran parte de su obra, a mano y en unos cuadernos, salvo sus últimos libros, cuando aprendió a manejar la computadora. Enseñaba tres veces por semana en la Universidad de Rennes preparando concienzudamente sus clases, con su exquisita erudición. Al momento de su muerte sólo le faltaban cuarenta páginas para terminar la novela que estaba escribiendo, "La grande", que consta de siete jornadas quedado la última inconclusa. El escritor y guionista cinematográfico argentino Carlos Dámaso Martínez le realizó la entrevista que sigue en 2003 con la idea de incluirla en un libro de conversaciones con escritores latinoamericanos. Como homenaje, la revista "Lezama" la publicó en su nº 15 de julio de 2005.
Tu vida, lo autobiográfico, ¿cómo influye, de qué manera te sirve como material en la construcción de los personajes, de la atmósfera, de las historias de tus novelas?

Yo creo que lo autobiográfico es una materia inmediata de construcción narrativa aunque aparezca conformada en el relato. Creo que es prácticamente imposible escapar a lo autobiográfico. Lo único que cambian los escritores es la manera de tratarlo o de incorporarlo a su obra. Podríamos definir esa diferencia según una escala de mayor o menor captación inmediata de lo autobiográfico, de mayor o menor transformación de lo autobiográfico. Y también podría haber otro parámetro que sería el de una mayor o menor conciencia del dato autobiográfico. Hay escritores que son autobiográficos sin darse cuenta y otros que lo hacen en forma deliberada.

¿En el caso tuyo?

Eh... tal vez me expresé mal y podría decir que tal vez en un mismo escritor también hay momentos que son concientes y otros que son menos deliberados, creo que es mi caso.

¿Podrías hablar de las influencias que existen en tu obra narrativa? Existe un lugar común en la crítica de tus libros, que te ha molestado. Me refiero a la que señala la influencia de la novela objetivista francesa. Yo creo que más que eso es muy evidente en la sintaxis narrativa de tus relatos las marcas de ciertas formas de la sintaxis poética de Juan L. Ortiz.

Puede ser, efectivamente, yo estoy de acuerdo con eso. Creo que la poesía de Juan L. Ortiz por supuesto, sobre todo en sus últimos períodos, llega a una especie de enorme complejidad sintáctica, pero como en mi caso se trata de prosa, de prosa narrativa, tengo que introducir una especie de compromiso para poder llevar a cabo el acto narrativo. Y bueno, yo creo que la influencia de Ortiz es determinante, mucho más que la del objetivismo, por supuesto, como la de otros escritores, Joyce, Borges. No quiero de ningún modo negar las influencias, pero quiero hablar de las influencias que son justas, reales. Los objetivistas son escritores que aparecieron más o menos en la misma generación y sacaron más o menos las mismas conclusiones que sacaron otros narradores en distintos lugares y en distintos idiomas. Creo que los narradores de una misma época, aunque sean muy diferentes, tienen todos un aire de familia.

Cuando estás escribiendo, ¿los modelos concretos de novelas aparecen? ¿O trabajás más inconscientemente?

A los que me atraen más, los descarto y no los leo, por supuesto. Es más, a los escritores que más me gustan no los leo mientras escribo. No los leo porque no quiero dejarme influir por ellos y porque la atracción es demasiado fuerte.

¿De qué escritores contemporáneos podés encontrar alguna afinidad o influencia o cercanía o aire de familia?

Desgraciadamente son contemporáneos. Algunos han muerto hace poco, pero me gustan mucho. Uno es Beckett, el otro es Thomas Bernhard, digo eso para no hablar desde ya de Antonio Di Benedetto. Esos son los escritores que más me han interesado.

Con respecto a las lecturas, ¿qué estás leyendo hoy? Es decir, tanto de la literatura europea como latinoamericana, los clásicos, los más nuevos...

Leo algunos clásicos, por ejemplo los trágicos griegos, Sófocles. Me gusta mucho leer a Homero, releerlo. Me gusta leer diccionarios de mitología, algunas biografías. Estaba leyendo una biografía de Freud. Es decir, todo ese tipo de lectura. También leo novelas policiales. Yo leo un poco de todo, poesía también. Poesía quizá menos en los últimos tiempos, pero un poeta que he estado leyendo mucho es César Vallejo. También a algunos clásicos argentinos como Sarmiento o Hernández. Creo que me gusta leer lo común que lee la gente.

¿Cuál es la imagen o concepto que tenés del lector de tus libros? Porque hay escritores que, de algún modo, en reportajes y en sus escritos ensayísticos suelen dar las claves o una orientación de cómo leer sus libros.

No, yo no tengo esa modalidad. La verdad no tengo una imagen clara. No es decir que el lector me es indiferente. Pero no, al contrario, cuanto más lectores haya mejor. No tengo una imagen de lector. Cuando escribo estoy pensando en una persona, pero esa persona no es necesariamente un lector, puede ser alguien que se ha muerto ya. A veces pienso en lectores concretos que a lo mejor pueden cambiar en el curso de la escritura, pero nunca estoy pensando en un lector anónimo. En lector como una categoría, no, para nada.

Y con respecto a los géneros, ¿te interesa trabajar sobre ellos? Hay muchos escritores contemporáneos que trabajan con el policial, con la novela de espionaje.

Sí, por supuesto. Muy respetable todo eso, pero no, a mí no. Tengo más el sentido del texto que del género, del texto y de la producción textual más que del género. Salir un poco a ver qué pasa en el texto sin la camisa de fuerza del género, digamos.

¿Cómo fue tu experiencia de escribir, después de tantas novelas, el libro de ensayos "El río sin orillas"?

Mientras escribía novelas se dio la posibilidad de escribir un libro de ensayos. Comencé primero a escribir "Lo imborrable" y después en el medio escribí "El río sin orillas" y después cuando terminé "El río sin orillas", retomé "Lo imborrable" y lo terminé. Fueron dos experiencias muy diferentes de escritura. Una de largo aliento y la otra de aliento un poco más corto, a pesar de que la segunda, la de "El río..." resumía toda una serie de, no sé si llamarla ideas, pero sí sentimientos o más bien imaginaciones sobre la Argentina que he tenido de todos los viajes que he hecho a Buenos Aires en los últimos años, que son muy repetitivos y que finalmente pasaba siempre por la mismas zonas. No solamente geográficas sino también emocionales, subliminales. Bueno, son dos experiencias diferentes, distintas, aunque el trabajo es el mismo, por supuesto.

Además fue tu primer intento de escribir un libro de ensayos...

Ha sido mi primer intento de escribir un ensayo de largo aliento. Pero también es un ensayo de tipo particular, más bien un ensayo de tipo literario. No es un ensayo clásico en ese sentido, no pretende ejercer ningún tipo de discurso taxativo, podríamos decir.

Sí, está muy teñido por lo novelesco y por lo autobiográfico. Y en el caso de "Lo imborrable", ¿cuáles fueron en esos momentos las motivaciones?

"Lo imborrable" es una novela que la venía pensando mucho, como todas mis novelas. Yo les doy vuelta mucho tiempo en la cabeza antes de sentarme a escribirla. En esa novela tenía ganas de volver al relato en primera persona, pero no quería hacer un relato en primera persona clásico. Quería agregar elementos nuevos. Por la atmósfera se vincula quizás un poco a "Cicatrices".

¿Y como es el trabajo cotidiano de escribir?

El trabajo cotidiano depende, hay períodos en que trabajo prácticamente todos los días, desde las once de la mañana hasta las seis, siete de la tarde. Y hay otros en que trabajo de forma más espaciada; en general cuando estoy terminando un libro el trabajo se intensifica. A medida que me voy acercando al final, me viene como el deseo de terminar. De terminar de una buena vez. Una especie de cansancio, casi una especie de náusea de la escritura. Y después ya no tengo prácticamente más ganas de escribir nada, ni siquiera una carta, nada. Me queda como una especie de rechazo a la escritura durante cierto tiempo hasta que después empieza todo otra vez.

Ese rechazo, ¿se produce después de un período de corrección o no corregís mucho?

Sí, yo corrijo. Depende, no tengo mucha norma, no tengo criterio para eso. Hay cosas que las corrijo mucho, otras que las corrijo menos, depende de los fragmentos, algunos que tal como salen quedan, y otros que modifico y que tengo que escribir varias veces hasta que... Los comienzos, por ejemplo, siempre me producen dificultades. Hay un momento en que yo estoy buscando el comienzo y por ahí no lo encuentro y entonces empiezo de todas maneras diciéndome que voy a cambiar el comienzo un poco más tarde. Esto me ha pasado varias veces en mis libros, incluso en algunos en el momento de la edición, sobre las pruebas, he cambiado el comienzo. Pienso que la corrección no es un problema de oficio. En todo caso, el oficio está un poco implícito ahí. Yo creo que la corrección es un problema de gusto, en el sentido de la estética, no de buen gusto, ¿eh?

¿Cuál es tu opinión sobre la literatura argentina actual?

A lo mejor podríamos decir que hay dos líneas, quizás, se me ocurre. Esto dicho así, muy rápidamente. Una línea que tiene una cierta inclinación teórica acerca de la literatura y una que no. Podríamos decir, una especie de práctica ingenua de la literatura y otra que es una práctica más consciente. En ese sentido podemos hablar de dos tradiciones. Una especie de realismo muy directo, como podría ser el caso de Gálvez, por ejemplo, que se podría juntar con esta literatura sin teoría, y la otra podría ser una línea que corresponde más bien a la tradición de Borges y de Macedonio Fernández y de Sarmiento. Y tal vez podríamos poner, para no poner sólo malos escritores de un lado y buenos del otro, a Hernández en esa línea de una tradición más directa, menos teórica de la literatura. Son afirmaciones demasiado vagas, que no tienen ningún tipo de apoyatura textual, son más bien sentimientos que juicios críticos certeros o pertinentes.

¿Con respecto a la influencia de los medios o el cine en la literatura?

Yo creo que la literatura y los medios no tienen nada que hacer juntos. Son dos cosas totalmente diferentes, dos mundos completamente diferentes, dos universos diferentes e incluso contradictorios. La literatura tiene la ventaja de ser el único arte que no puede cumplir una función decorativa, no puede tener una discusión masiva en el entorno. Para apreciar un libro hay que sentarse y leerlo en silencio, no puede pasar por televisión, ni adaptarse al cine, ni ponerlo en imágenes, ni pasarlo por teléfono cuando uno llama a una oficina pública. Hay que sentarse y leerlo en silencio, y ésa es una ventaja de la literatura sobre todo aspecto de las otras artes. Que puede ser menos recuperado como mercancía; querer hacer de la literatura eso me parece una estupidez porque, ¿por qué transformar un privilegio en una servidumbre?

Se ha afirmado que en la actualidad un escritor de éxito suele tener más problemas que un escritor que es menos famoso.

El éxito puede ser un problema para un escritor y para un artista en la medida en que lo obliga un poco a repetirse o a hacer lo que público espera de él. Creo que no hay normas para eso. Hay escritores marginales que son malos y hay escritores de éxito que son buenos y a la inversa también. Creo que un escritor se juzga por lo que ha escrito y no por las circunstancias. El éxito es una circunstancia totalmente exterior a la obra. No tiene ninguna importancia.

¿Qué pensás de la influencia del mercado editorial en la producción literaria actual?

El poder del mercado es una cosa muy transitoria y muy cambiante. No hay que medir la literatura con sus consecuencias comerciales. Son dos fenómenos de orden totalmente diferente, opuesto y contradictorio una vez más. No tiene la menor importancia, tiene que ver un poco con los escritores de éxito y los escritores marginales. Creo que el éxito de público es la última instancia de valoración y es la más variable y la menos importante.

¿Cómo te sentís como escritor en Francia?

Entre vivir en España y en Francia hay una diferencia radical que es el idioma. En España se plantea de manera mucho más grave la cuestión del idioma que en Francia, donde nadie le presta atención a uno. Puesto que uno no escribe en francés, no tiene ese problema. Por eso yo nunca quise vivir en España, siempre preferí quedarme en Francia porque me parecía que podía proteger mejor mi idioma, mi lengua literaria.

¿Ves alguna diferencia entre la situación del escritor y del intelectual en la Argentina y lo que está sucediendo en Francia y en Europa?

Sí, en Francia tengo la impresión de que los escritores, y en Europa en general, escriben sin teoría. Ya no se interesan por las teorías literarias, ejercen eso como una especie de artesanía y si bien hay mucha teoría literaria, esa teoría está totalmente separada de la práctica. Tengo la impresión que en la Argentina hay una relación mayor entre la teoría y la literatura.

¿Existen nuevas utopías? ¿Cuáles son, si existen, o qué utopías podes reconocer todavía?

Mirá, en este momento la utopía que me parece más corriente es la de la perspectividad infinita de la democracia. En definitiva es una especie de negación de la utopía, pero creo que es la más corriente. Habría que saber si la democracia es un estado congelado en una serie de imposibilidades o si realmente puede evolucionar hacia una sociedad más justa. En ese sentido, tal vez van a venir pensadores que van a ser capaces de elaborar, como hicieron los grandes pensadores del siglo XIX, una nueva utopía para la sociedad.

¿Y como escritor?

Como escritor, que aparezcan buenos escritores, ésa es la utopía. Que sigan apareciendo buenos escritores que uno pueda leer.