21 de diciembre de 2008

Augusto Monterroso: "Todo hombre es neurótico y eso, precisamente, es lo que lo hace humano"

Augusto Monterroso (1921-2003) es considerado como el cuentista guatemalteco más importante y como uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX. Ha descollado en el género más breve de la literatura, el microrrelato, del que fue -sin dudas- la máxima figura hispánica. Su sencilla prosa, alternando entre el humor negro y el absurdo, y con una clara inclinación hacia la fábula y la parodia, lo hizo merecedor en 2000 del Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Su obra se compone de "Obras completas (y otros cuentos)", "La oveja negra y demás fábulas", "Movimiento perpetuo", "Lo demás es silencio", "Viaje al centro de la fábula", "La palabra mágica", "La letra e: fragmentos de un diario", "Los buscadores de oro", "La vaca", "Pájaros de Hispanoamérica" y "Literatura y vida". La escritora, traductora y periodista argentina Mori Ponsowy (1967), charló con él en su casa de Colonia Chimalistac, México, en febrero de 2003, dos meses antes de su muerte, en la que sería la última entrevista de cuantas concediera. La nota fue publicada por la revista "La Mujer de mi Vida" en su nº 3 de julio de ese mismo año.Faulkner decía que era un escritor fracasado. Decía, "yo y todos los de mi generación". Olga Orozco afirmaba que el dolor de la literatura proviene de que nunca se está contento con lo que se escribe. Usted mismo alguna vez afirmó que eso que termina por decirse está siempre por debajo de la voz interior. En este sentido, ¿también usted se siente un escritor fracasado?

Lo mejor en esto es ser sincero: yo estoy contento con lo que he logrado literariamente. Si he publicado varias líneas es porque creo que logré algo, de lo contrario no las hubiera publicado. Tengo mucho material que no publico, precisamente porque en esas páginas no alcancé lo que buscaba. Pero tratándose de lo que sí he publicado, no me siento fracasado. Siento que dije lo que tenía que decir.

En una entrevista con Francisco Alejandro Méndez, usted afirmaba que como escritor no había alcanzado lo que se propuso. ¿Qué es lo que se propuso?

Yo me propongo hacer obras de arte, por eso me cuesta tanto, por eso he publicado poco y mis libros están muy espaciados en el tiempo y son diferentes unos de otros. Siempre ando en búsqueda de algo... y ahí sí podría hablarse de un sentimiento de fracaso. Son cosas que pueden coexistir: el sentimiento de fracaso en un momento dado en relación a determinado aspecto de la obra, junto a cierta satisfacción que permite seguir escribiendo.

¿Le ha ocurrido alguna vez que se lea algo suyo de manera opuesta a como usted lo concibió?

Sí. Ese ha sido uno de mis problemas porque desde el principio los críticos que se ocuparon de mis libros supusieron que yo quería ser un humorista. Pero no era así, y muchos descalificaron mis libros pues no les producían ningún sentimiento risueño. Interpretaron mal: cierto humor, cierta tendencia a la sátira o a retratar el ridículo les hacía pensar que yo estaba tratando de provocar su risa... cuando yo sólo intentaba provocar su pensamiento.

Hablando de la ironía, ¿no cree que a veces se llega a ella a través del dolor? ¿Que la ironía, a pesar de las apariencias, quizá resulte un mecanismo de defensa ante las dificultades del mundo?

Sí... la ironía puede ser una manera de mostrar el dolor. Pero hay que tener cuidado con qué tipo de risa se quiere provocar. Hay humoristas que causan mucha risa, pero lo hacen alejándose de la realidad y están siendo muy superficiales pues se limitan a mostrar la parte jocosa de las cosas. Hacen un chascarrillo sobre la desgracia o el dolor ajeno. Esos humoristas no valen la pena. Parece que alguna vez decía yo que el verdadero humorista no pretende hacer reír, sino que pretende hacer pensar. Ciertamente, hay que saber reír y transmitir esto a los demás para ayudar a soportar la tristeza del mundo. Pero lo valioso es lograr la risa a través de una obra de arte, a través de la belleza, y no de lo simplemente superficial.

Usted ha escrito que "hay que ser neurótico para dedicarse a escribir". ¿Encuentra algún vínculo entre la literatura y la depresión, entre las almas torturadas y la necesidad de escribir? ¿Cree que los neuróticos son más abundantes en el mundo de las letras que en los demás oficios?

Yo creo que escritor o no escritor, el ser humano está expuesto a la neurosis, a no soportar o a no saber manejar sus conflictos. Todo hombre es neurótico y eso, precisamente, es lo que lo hace humano: tener que esforzarse en resolver conflictos para salvarse de situaciones neuróticas. Se suele suponer que los escritores lo son en grado mayor, quizá porque tengan una sensibilidad más aguda. Pero todo eso es sólo quizá: no hay por qué creer que el escritor o el artista es diferente del señor que limpia los zapatos. La única diferencia es que el artista ha encontrado otro camino para darle cauce a sus sufrimientos.

Escribió en una ocasión que aprendió a ser breve leyendo a Proust... ¿era una ironía o lo decía en serio?

¡Já, já! Eso no se lo voy a decir yo. Eso lo tiene que decidir usted o la persona que lea eso.

¿A quién le muestra sus escritos antes de su publicación?

Sólo a mi mujer, Bárbara Jacobs. No tengo amigos a quienes leerles mis cosas porque me estoy volviendo demasiado respetuoso del tiempo ajeno. Cada vez todos tenemos menos tiempo y ahora Bárbara es mi primera lectora. Y bien que me ayuda.

Hablando sobre poesía indígena prehispánica usted dijo alguna vez que hay quienes se sorprenden por su mérito, pero se sorprenden como si se tratara de escritos realizados por sujetos con mentalidad frontera a lo infantil, seres inferiores a hombres, sub-hombres. ¿Piensa que el primer mundo sigue mirando así a Latinoamérica, no literariamente, sino políticamente?

Creo que sí... pero, además, creo que tienen razón: no hemos sido capaces de analizarnos de manera tal que no existan todos estos enormes problemas que tenemos y de los que se habla todos los días: la pobreza, la miseria, la enfermedad, la falta de educación. Realmente, estamos llegando a lo sub-humano. Llamarlo "infantil" sería un elogio. Y si así nos ven los europeos, con mayor razón nos ven así los estadounidenses. Nos consideran seres fácilmente dominables mediante la economía y la fuerza.

¿De dónde viene esa enorme dificultad latinoamericana para resolver problemas arrastrados desde hace tanto tiempo?

Pienso que esa dificultad, en gran parte, es inducida. Y es inducida, ahora más que nunca, por los Estados Unidos. Desde nuestros albores, hemos estado bajo el dominio de alguna potencia extranjera, nunca hemos dejado de ser explotados de una u otra forma. Algunos de los himnos de nuestros países hablan de libertad, de soberanía, pero hasta ahora no hemos conocido la verdadera libertad, ni la verdadera soberanía. Seguimos siendo colonias de los imperios, especialmente de los Estados Unidos que han dado pruebas palpables de no ser verdaderos partidarios de la democracia en nuestro continente. Recordemos cómo arrasaron con la democracia en Guatemala o en Chile, democracias ambas que se acercaban bastante a la democracia real. No es que nosotros seamos sub-humanos, es que ellos se sienten sobrehumanos... y nos tratan como si fuéramos menos que humanos.

Ha escrito que "la gente admira mucho a Don Quijote pero olvida que todos sus sacrificios, sus desvelos, su defensa de la justicia, su amor incluso, estaban encaminados a un sólo fin: el aplauso, la fama...".

¿Así dije? ¡Qué barbaridad!

Pero es así, ¿no?

Sí, es cierto.

Decía usted que "cualquier acusación de vanidad por desear la fama y el aplauso es sólo signo de la hipocresía de la sociedad en que vivimos, en la cual desear el aplauso vendría a ser malo...". En relación a esto, y a otras muchas afirmaciones suyas que lo desnudan frente a sus lectores no precisamente con lo mejor que tiene, sino más bien mostrando ciertos vicios, costumbres poco enaltecedoras o facetas suyas que no lo dejan muy bien parado, uno se pregunta si esa honestidad, esa inusual franqueza, le sale naturalmente o es algo que se propuso concientemente como escritor. ¿Duda usted antes de publicar estas cosas?

¡Já, já! Pues será descuido, que bajo la guardia y digo cosas que van en contra mía... Aunque pensándolo bien, creo que se debe a esto: yo tengo una propensión a la sátira, eso dicen los críticos, y tal vez sea cierto. ¿Y qué es la sátira? Una crítica de las costumbres, una crítica de los demás, una crítica de los defectos ajenos. Pero yo aprendí, no sé si de los libros o de mí mismo, que si como escritor uno ha de criticar a sus prójimos y a la humanidad en general, debe empezar por criticarse uno mismo. Eso vale también para la literatura en el sentido de que si la literatura trata de los demás, la mejor manera de conocer a los demás es conocerse a sí mismo, lo cual, ya se sabe, es un consejo muy antiguo. Si a mí me pasa algo lo más seguro es que a los otros también les suceda alguna cosa similar. De modo que si soy capaz o me creo con derecho a criticar a otros o señalar sus defectos, también puedo señalar los míos... o debo hacerlo, que es otra cosa. Decir que puedo hacerlo es decirlo más suavecito; decir que debo, es ya un señalamiento ético.

En el prólogo de sus "Tres novelas ejemplares", Unamuno se refiere a una teoría según la cual cada persona es, al mismo tiempo, la persona real, la ideal y la que es para otros. Pero para Unamuno el que uno quiere ser es el real de verdad y por el que hayamos querido ser, no por el que hayamos sido, nos salvaremos o perderemos. ¿Qué es lo que usted ha querido ser?

No había pensado en eso... aunque me acuerdo de lo de Unamuno. Supongo que quería ser el que soy... sí. Nunca he querido ser de otro modo, ni ser otro, ni hacer lo que hacen otros, sino que siempre he tenido un estímulo natural para dar lo que puedo hacer. Sí, he llegado a ser lo que he querido ser.