18 de diciembre de 2008

Osvaldo Soriano, San Lorenzo y los sueños de un pibe de barrio

Antes que ninguna otra cosa, Osvaldo Soriano (1943-1997) fue un afiebrado simpatizante de San Lorenzo de Almagro. En su juventud se ganó sus primeros pesos como centro delantero en la Liga del Alto Valle. Una lesión en una rodilla le impidió seguir jugando pero no le imposibilitó ser un futbolero de alma. Sus sueños de goleador se fueron desvaneciendo con el paso de los años y la llegada de los libros "Triste, solitario y final", "No habrá más pena ni olvido" y "Cuarteles de invierno" entre otras novelas, con las que cimentó su popularidad. Nacido en Mar del Plata, vivió después en San Luis, Río Cuarto, Cipolletti, Neuquén y Tandil hasta que, en 1969, se radicó en Buenos Aires para iniciar su peregrinaje periodístico por "Primera Plana", "Semana Gráfica", "Confirmado", "Panorama", "La Opinión", "Mengano" y "El Cronista Comercial". En 1976, debido a la instauración de la dictadura militar, se trasladó primero a Bélgica y luego vivió en París hasta 1984, año en que regresó a la Argentina. Tal como pasó con Roberto Fontanarrosa (1944-2007), Soriano fue desmerecido por los círculos intelectuales, no populares. Tal vez su pasión por el fútbol tuviese algo que ver con ese desprecio, aunque sus crónicas deportivas fueron verdaderas piezas literarias, tan recordadas como las de cualquier otro género. El periodista Carlos Ferreira de la revista deportiva "10" lo entrevistó a fines de 1983, cuando preparaba su definitivo regreso a Buenos Aires.


En febrero de este año, cuando anunciaste en un reportaje tu regreso al país, enumeraste algunas de las cosas perdidas durante tu estada en el extranjero, de esas que seguramente figuran en el rubro "a recuperar". Y repasaste: "olores, sabores, luces, café, atardeceres, tribunas, gustos en común ". Entonces pensé que si iba a hacerte una nota, el fútbol podía ser el tema.

A mí me gusta más el fútbol que la literatura. Vos sabes que cada uno de mis libros tiene su propia hinchada...

Local e internacional, ¿no?

Y, sí; en la Feria del Libro se me acercó un señor y me dijo: "Pero, ¿qué hizo, Soriano?, ese "Triste, solitario y final" es una porquería. "Cuarteles de invierno", ése sí que es bárbaro". Y bueno, hay que aceptarlo así...

¿Y afuera?

Yo vivo de mis colaboraciones periodísticas en Francia y otros países, y también de lo que me da la venta de las novelas, así que estoy más o menos al tanto. Y se dan cosas curiosas: en Italia y Polonia, cada edición es de cuarenta mil ejemplares; "Triste..." se vende mucho en Noruega, pero en Suecia poco; "Cuarteles..." fue libro del año '81 para los italianos y "No habrá más penas..." vendió ochenta mil en Polonia y es el que más gusta en Francia. En cambio, debo haber arruinado a los editores de Brasil y Alemania: allá soy de esos visitantes que tienen a toda la tribuna en contra, o por lo menos indiferente.

Sos un enamorado de San Lorenzo de Almagro, el que hoy, invicto, no logró clasificarse para la tercera ronda del Torneo Nacional. ¿Te acordás del último San Lorenzo que viste?

Jugaba La Volpe al arco; Orlando Peregrino Ruiz, que me hizo la vida imposible durante tantos partidos; el petiso Maletti... ¡cómo pegaba ése!; Uzín, Pedro Chazarreta, el hermano del que era bueno; Mendoza, Premici, que debutaba; Rizzi que ahora está en Racing; el coloradito Juan Gauna, que no era hermano de Roberto. Y hoy... qué querés que te diga, lo único que no entiendo es que Batalla esté en el banco...

Vos te fuiste al descenso en París, ¿no?

No me hagas acordar. Porque no era tan, tan difícil. Había que empatar con Argentinos Júniors, nada imposible. Yo seguí el partido desde la agencia France Press, cable por cable. Cuando Delgado erró el penal creí que se me caía Francia encima. Ahora, ¿vos te imaginás mi imagen frente a los franceses? No entendían nada: ¡un intelectual pendiente de un partido de fútbol! Me miraban raro. Al poco tiempo recibí la carta de un amigo. Decía algo cierto, que el país también se había ido al descenso y que teníamos que llevarlo a primera otra vez.

Acabás de hacer contacto, cuando contaste lo de la carta de tu amigo, con esa relación fútbol-país.

Claro, vos sabés que hay un idioma futbolero que suele servir para describir actitudes o cierto estado de cosas. Acá hubo tontos que dijeron que el fútbol había que jugarlo los sábados, pensando en ese fenómeno popular que había producido San Lorenzo jugando en Primera "B". No vamos a forzar el paralelo, pero era más o menos como decir que teníamos que dejar al país donde estaba, en la "B", porque ahí nos iba a ir mejor; una forma de mentalizar a la gente de que nos encontrábamos en el estado ideal, pero fijate que sí es un buen punto de contacto esto otro: San Lorenzo no volvió a primera porque tenía un gran equipo ni porque jugaba el negro Quinteros. Volvió porque la gente lo quiso así, porque cuando algo toca fondo, o uno saca todo lo que tiene adentro para salvarlo o se hunde definitivamente. A San Lorenzo lo levantó la gente...

¿Por qué sos tan de San Lorenzo? ¿Cómo nació el hinchismo?

No lo puedo explicar. Mi viejo era de River, pero simpatizante, ni siquiera hincha; mi vieja, de nadie, pero era española y vos sabés que los gallegos son todos nuestros. ¡En Avenida de Mayo matamos! Pero es una especulación, nadie me hizo de los Santos... Dejame ver... en una de ésas porque a los tres años, esa edad que tanta preocupa a los psicoanalistas, viví el título que ganamos en el '46... No sé, nunca pensé en otro equipo, en otra camiseta. ¿Vos tenés idea de lo que significaba ser de San Lorenzo en una provincia? Significaba ser un bicho raro, porque la distancia hacía que llegaran solamente los ecos de los famosos, de River y Boca. En el aula había uno o dos de Independiente y siempre -como mucho- uno de otro cuadro, en mi caso San Lorenzo; todos los demás eran millonarios o boquenses. Yo le había pedido a mi mamá que me tejiera una bufanda azulgrana: ¡para qué te cuento!, me la "afanaban", tenía que aguantarme cada cosa...

Y si te tocaba perder, mucho peor...

Por supuesto. Aquélla era la época de las grandes goleadas, palizas que ya no se dan. Yo creo que hay una equivocación respecto a que el gran rival de San Lorenzo es Huracán. No, la pesadilla nuestra siempre fue Racing, viejo.

¿Qué eras? ¿Quién eras vos en esa época?

Un pibe, bien de barrio, bien del montón. A los trece años fui a trabajar a la cosecha de manzana. Allí se hicieron las primeras grandes huelgas contra la derogación de las leyes laborales peronistas. Parábamos, no se recogía la fruta, no había frigoríficos y entonces se pudría todo. Yo de pibe era muy peronista... mi familia, no. Yo me ponía el brazalete de luto por la muerte de Evita, lo pedía sin que nadie me inclinara a eso.

Decías que eras un pibe de barrio...

Sí, un chico que soñaba con jugar en San Lorenzo, ponerse esa camiseta y ninguna otra. Mi mayor hazaña futbolística fue haberle hecho un gol al negro Graneros. ¿Te acordás? Un día Banfield fue a Cipolletti. Un acontecimiento; en aquella época venían equipos chicos, pero de primera división. Para nosotros era como si nos visitara el Santos. Banfield... el de Graneros, Ferretti y Bagnato... Enfrentó a la selección de Cipolletti y yo estaba en el banco. Te imaginás: ellos habían viajado como treinta horas; llegaron cansados, pero con lo que sabían, a puro oficio, iban llevando el partido como podían. Ganaban 1 a 0 y cuando iban quince minutos del segundo tiempo entramos tres pibes, yo era nueve, medio torpe, pero goleador; algo así como un Héctor Scotta, de ésos que si juegan dos partidos y no la embocan el técnico los saca y la tribuna los incendia. Y bueno, me tiraron un pelotazo largo, piqué antes que la defensa, enganché hacia adentro y me fui trayendo al arquero conmigo hasta que la cacheteé con la parte de afuera del botín derecho. Se la coloqué al lado del palo izquierdo de él... Esa fue mi mayor hazaña.

El fútbol de hoy también es violencia, te habrás dado cuenta...

Ves, aquí si que hay un paralelo que me parece claro. Existe una gran impotencia para expresarse. Hay grupos que apelan a la cadena, al palo, son esas bandas salvajes que aprietan a los presidentes, que rompen vagones de tren, que muestran los fierros o sacan técnicos. En definitiva, lo que imponen son actitudes antidemocráticas dentro de un ámbito pequeño donde la represión no funciona. Porque la policía va a la cancha el domingo, pero durante la semana esos grupos actúan. Hacen lo que el país no les deja hacer ni decir, pero lo grave es que usan el modelo a que los ha acostumbrado la historia reciente. Esto es muy importante verlo. ¿Te preguntaste alguna vez qué hacen esos tipos que dirigen las barras? Si ni siquiera van a la cancha a ver el partido... ¿No los viste, de espaldas al partido, dirigiendo los estribillos? Y muchos de ellos responden a políticas que están bien dirigidas desde afuera. En definitiva, son producto de un país enfermo. Fijate, eso en Francia no ocurre. Allí el que salta un alambrado, provoca un incidente. Algo que es grave de verdad.

Pero, ¿y los ingleses?

Es cierto que son depredadores, pero como consecuencia de otras razones. Sí, rompen todo, pero es ajeno, totalmente ajeno al fútbol. Me salgo un poco del tema. ¿Sabés qué cosa me llama la atención del fútbol argentino? La longevidad de algunos jugadores, de qué manera la experiencia hace posible que un hombre bien preparado pueda ser figura hasta los treinta y seis o treinta y siete años.

En Tandil también jugaste.

Sí, un año, en Independiente. Tuve de compañeros a los hermanos Pernía. Finalmente llegó Vicente, pero el bueno era el otro, un "wing" derecho con una habilidad bárbara. Después de ese año largué; yo era simplemente un jugador, como te dije antes. Y además tenía lo peor de un tipo de barrio. Esto me lo he criticado siempre. Me gusta lo popular y no lo populista: no defiendo lo del barrio porque sí. El barrio también tiene sus cosas censurables. Yo empecé a leer a los veinte años. Hasta ese entonces, nada. Llegué a Tandil con el pase en mi poder; ni siquiera tenía amigos en el fútbol, porque era cuestión de llegar, meterme en la cancha, jugar y nada más. Un día, por una prima, conocí a un tipo que hacía teatro experimental. Me dijo que me acercara, porque me iba a gustar. Y fui. Allí conocí a Víctor Laplace, que en ese entonces estaba listo para venirse a Buenos Aires y ya era un excelente actor. Preguntale a él si querés saber qué clase de actor era yo: si no te dice horrible, miente.

Ahí cambia tu vida...

Sí, sí, cambia. Largo todo, dejo el fútbol. Y si pude largarlo es porque no lo sentí. Me dolió después, acaso porque había soñado con llegar a algo y no pude.

En Tandil también hiciste periodismo.

Era cronista. Iba a ver los partidos y pasaba por teléfono: "A los treinta y dos minutos Fulano se la dio a Mengano, se fue por la derecha...". Fue en "El Eco" y en "Actividades", de Tandil.

Vivías de eso y del fútbol...

¡No, qué fútbol!; ya había largado. Teatro y periodismo, la mezcla justa para no tener un peso. ¿Sabés de qué vivía? Del truco...

¿Cómo?

De jugar al truco. Con mi amigo Juan formábamos pareja. Todos los días, desde la una de la tarde hasta las cuatro, como un laburo, profesionalmente. Jugábamos bien. Ganábamos buena guita, era un buen sueldo. Hasta salíamos de gira. Una vez fuimos a Médanos, un pueblito que es la capital del truco. Ahí jugás contra un ciego y perdés como en la guerra. Nos dieron una paliza terrible. Claro, al año de andar en eso mi viejo se alarmó y me paró la mano. Fue en 1964 ó 1965. Me puse a trabajar en una metalúrgica. Me deslomaba todo el día y ganaba lo mismo que con las barajas.

¿Cuál fue la primera lectura a los veinte años?

Un libro de ciencia ficción. Se llama "I am legend" (Soy leyenda), de Richard Matheson... Fue uno de los libros que elegí para llevarme a París. Hoy me doy cuenta de que sigue siendo un gran libro. Allí aparecen el Gordo y el Flaco...

Y a esa lectura, ¿qué le siguió?

De todo, con mucho desorden. Dostoievsky, Arlt, Quiroga, Balzac, Hemingway. Los veía como monstruos sagrados, inalcanzables. Recién cuando llegué a Europa y empecé a publicar pude conocer a esos escritores que la distancia transformaba en intocables, inalcanzables. Yo había leído "Il barone rampante" (El barón rampante), de Italo Calvino. Ahora me parece mentira ir a Roma, llamarlo, comer juntos, tener largas charlas con él. Aquí, los escritores argentinos vivimos destruyéndonos; allá hay una camaradería muy grande y un reconocimiento y admiración hacia el escritor latinoamericano. Un día, en París, recibí un texto que Michelangelo Antonioni escribió sobre "Cuarteles...". No podía creerlo. Lo llamé por teléfono para agradecerle, para decirle que había visto sus películas, que me había emocionado. Me contestó que el emocionado era él. Soy muy amigo de Giovanni Arpino, un excelente escritor, el autor de "Profumo di donna" (Perfume de mujer), del cual se hizo la película y "Anima persa" (Almas perdidas). Muy futbolero; cada vez que voy a Turín nos juntamos y la primera salida es a la cancha.

De la metalúrgica te "borraste" pronto, ¿no?

Más o menos. Los últimos seis meses -creo que en total estuve un año- los pasé como sereno. Te imaginás, yo de guardián no tengo nada; si era por mí se robaban el edificio. Y en esas horas empecé a escribir cuentos, todos malos, horribles. Los tiré. Desde ese momento pasaron siete años hasta "Triste...".

Nos estamos olvidando del fútbol. No está mal, pero...

Me voy a sacar las ganas. El San Lorenzo más lindo que recuerdo es aquel del '72. Sobre todo porque le hicimos media docena a Racing. Ese día Tojo jugó un montón; estaban Cocco, Telch, Veglio, Fischer, el Ratón Ayala. ¡Qué equipo!

¿En "La Opinión" hiciste periodismo deportivo?

Y también en "El Cronista Comercial" y en "Panorama". En esos medios, cultos entre comillas, hacer deportes era el mejor quiosco que había. Nos manejábamos entre amigos. Había un flaco fenomenal. Eramos nosotros solos. Un día al flaco se le ocurrió que era una pavada ir todos los días, que podíamos turnarnos. Le dije que se iba a armar la bronca y me contestó: "¡Qué se va armar, ni siquiera saben que laburamos acá!". Hasta inventó un "curro" hermoso. El asunto era tener guardada en un cajón alguna nota larga, pero de esas tan intemporales que podían publicarse al día siguiente o nueve meses después: era para tener ahí. Si un día había algún problema, era cuestión de abrir el cajón, marcarla y mandarla al taller.

El asunto era pasarla bien...

El asunto era laburar lo menos posible. Por eso, ese mismo flaco inventó lo de los colaboradores famosos. Les pedía columnas a Jorge Daguerre, a Osvaldo Zubeldía; incluso llegó a firmar Oscar Gálvez. Teníamos una columna de ajedrez y otra de bridge, que iban los días que estábamos flojos de información. Y así funcionábamos hasta que a mí me pasaron a Cultura. Llegamos, incluso, a escribir las notas largas mitad y mitad. Si había que hacer una de trescientas líneas, nos copiábamos el estilo mutuamente y hacíamos ciento cincuenta líneas cada uno. Timerman me preguntaba cada tanto si los colaboradores cobraban mucho; yo le decía que no. "Ah, muy bien, muy bien, es una buena idea ésa, ¡pero cuide el presupuesto!". El flaco éste tiene una con Jacobo... Una noche, como siempre, bah, se había quedado a cerrar la página. Y mirá si tenía razón: se le acercó Timerman y le preguntó: "¿Usted trabaja aquí?". Mi amigo le dijo que sí. Entonces, el dueño del diario le pidió que hiciera noventa líneas. Cuando el flaco vio que era el comentario político de primera plana, casi se muere. Pero aún así, le hizo aquella famosa pregunta, creación suya, toda una definición del periodismo: "¿A favor o en contra?". Como el flaco era un profesional de esos que hay pocos, lo hizo. Al día siguiente Timerman me llamó para preguntarme cómo se llamaba ese tipo. Se lo dije y me anunció que desde ese momento el flaco ganaba cincuenta mil pesos más. Cuando se lo dije a él me contestó: "¿Tan fácil es?", Timerman te llamaba para eso o para decirte lo clásico: "Vea, Soriano, usted es un inútil". "Sí, ya sé Timerman, pero ¿qué pasó?". "¿Hace mucho que no viaja por los Estados Unidos?". "Sí, muchísimo" le contesté por no decirle que no había viajado nunca. "¿Usted no sabe que esa ciudad norteamericana que usted escribió La Joya, en realidad es La Jolla, con doble ele?". "Sí, Timerman, tiene razón, pero me equivoqué; esas cosas...". "Estoy muy deprimido, Soriano, porque en mi diario no puede haber inútiles". Por supuesto, le daba la razón. Tiempo después me felicitó por una nota y me aumentó cien mil pesos.

¿Ya te quedás en Buenos Aires?

Dentro de poco viajo a París para atender algunos temas pendientes y después ya me quedo.

Paseaste por Buenos Aires con tu esposa francesa...

Le dije que observara, oliera y sintiera, que éste era el Buenos Aires de mis fantasías reales. La voy convenciendo de a poco. Después de todo, ella podrá vivir acá y volver a su país cuando tenga ganas de visitarlo, que es lo que yo no podía hacer.

Osvaldo, ¿qué vas a hacer hasta que te vayas?

Tratar de bancarme lo mejor posible la eliminación de San Lorenzo.