26 de enero de 2009

La increíble odisea de Jacques Arndt

Jacques Arndt nació en Austria el 8 de enero de 1914. Obtuvo un posgrado en la Sorbona, integró la Resistencia francesa, escapó de los nazis que exterminaron a su familia y recorrió buena parte del mundo antes de radicarse en Buenos Aires en 1941 y convertirse en uno de los pioneros del teatro alemán en el país.
Desde muy joven interpretó a Shakespeare y los clásicos griegos en el Teatro Imperial de Viena, donde también fue director y estudió teoría musical, y llegó a la Argentina desde Chile, donde comandaba espectáculos musicales que también producía y escribía. Su gusto por la música es una herencia de sus padres, admiradores del compositor y violonchelista alemán Jacques Offenbach (1819-1880), del que proviene su nombre de pila. En la capital de su país de origen también aprendió a hacer radio -un fenómeno que se extendía hacia 1927/1928 por toda Austria- de la mano del director general de la Radio de Viena.
En "Pero yo no dije eso...", un reportaje de Darío Brenman y Gustavo Efron publicado en la revista "Lezama" nº 16 de agosto de 2005, el propio Arndt contó sus vivencias en la Viena de su juventud: "Yo fui testigo de la supuesta inva­sión de los nazis en Austria. Estaba en una plaza emblemática en mi país cuando Hitler realizó su primer dis­curso y veía cómo los austríacos se po­nían de rodillas para escucharlo. An­te las tropas alemanas, las mujeres no solamente les tiraban flores sino que también se sacaban los corpiños y se los tiraban a los tanquistas. Lo más notorio era que al salir a la calle ha­bía muchos edificios con largas ban­deras nazis colgadas. Inclusive en la Iglesia de San Esteban, al lado de la cruz, había una bandera de quince metros de largo. Eso nunca fue una invasión y la mentira se mantuvo censurada hasta 1998".
Tres días después de la "Anschluss" (la anexión de Austria por los nazis el 13 de marzo de 1938), sonó el teléfono de su casa y se le dijo en forma cor­tante que había una función vespertina de una obra de Friedrich von Schiller (1759-1805) que él había estado ensayando. Arndt confiesa que tuvo miedo de ir ya que el ambiente en las calles se había vuelto complicado y habían comenzado los arrestos, pero decidió ir a la función tomando un taxi "que ya tenía una banderita nazi colgando de su chasis". "Al principio -recuerda el actor-, antes de que comience la función, apareció una persona en el escenario que no era del teatro y realizó un prólogo que decía entre otras cosas '¿Viva el Führer! ¡Viva el nuevo guía!' ante unos mil doscientos estudiantes que fueron a ver la obra enloquecidos. Estábamos ha­ciendo 'Wallenstein', de Schiller, sobre la Guerra de los Treinta Años. Yo tenía que recitar un texto que decía: 'La libertad siempre está junto al poder. Yo me jue­go la vida por Wallenstein'. La cues­tión es que los jóvenes escucharon lo que querían, y entendieron que yo ha­bía dicho: 'Me juego la vida por Hitler'. Entonces interrumpieron la función, se levantaron, saltaron en los asientos y vivaron al Führer durante dos minutos. De pronto, pensé que yo involuntariamente había inspirado esa demostración pro Hitler. Me salgo del papel, me adelanto en el escenario, murmuro y digo: 'Yo no quise decir esto'. El otro actor, al verme tan mal me toma del brazo y me tira para atrás, diciéndome: 'Cierra la boca y quédate quieto'. Nadie del público, por suerte, notó esa escena, salvo un insignificante actor que envidiaba mi personaje y que me amenazó con denunciarme. Dos días más tarde, es­toy en mi camarín cuando entran cuatro uniformados de las SA, y con groserías increíbles me pegan con pa­los y cachiporras. Del segundo piso me arrastran por las escaleras semidesnudo hacia la calle. Me habían de­latado. Mi carrera en Viena había ter­minado. Muerto de miedo, llego a mi hogar, me mantengo escondido du­rante un tiempo. Era hijo único, vivía con mi madre, mi padre había muer­to cuando tenía cinco años. Los días no eran fáciles, vivía parte en mi ca­sa y parte en lo de algún amigo".
Tiempo después golpearon a la puerta de su casa dos hombres que ni su madre ni él co­nocían. El jo­ven actor pensó que eran oficiales de la Gestapo. Sin embargo, cuando entraron le dijeron: "A usted lo tene­mos en la lista, cuídese, volvemos mañana para darle algunos consejos". "Cuando regresaron -dice Arndt- me dije­ron: 'Tienes que irte inmediatamente a Alemania, es el único lugar donde hoy por hoy no te van a ir a buscar'. Me indicaron un lugar cerca de Salzburgo donde era fácil lle­gar. La cuestión fue que no podía ir en tren porque era necesario tener un permiso de los nazis para hacerlo. Es­ta gente tenía todo planificado: me di­jeron que debía cruzar la ciudad, lle­gar hasta el brazo de un río cercano. Lo más doloroso es que no pude llevar a mi madre; ellos adujeron que no era conveniente, que cuando estuviese definiti­vamente en el exterior la podía mandar a llamar. Acepté esa mentira pia­dosa como válida, y nunca más la vi".
Arndt sospecha que aquellos hombres estaban vincu­lados a la Resistencia francesa, pero nunca supo por qué se acercaron a él para salvarlo. En el artículo mencionado, narra las vicisitudes de su escape: "Ellos me aconsejaron que cuando llegue al río Mosela tratara de po­nerme a cubierto; me explicaron que debía seguir si veía a un soldado so­lo, pero que si había dos, debía espe­rar hasta al otro día para cruzar, porque eso significaba que estaban buscando a alguien. Al otro día ha­bía un único soldado, así que crucé a nado hasta la otra orilla. A la mi­tad de camino escucho algunos tiros hacia mí, me sumerjo en el agua y nado por debajo lo más que puedo, y así llego a la otra orilla. Del otro lado estaba Luxemburgo, un país libre en ese mo­mento. Me explicaron que cuando llegara a ese país iba a tener que dirigirme a una dirección, pero no me permitie­ron anotarla: debía guardarla en mi memoria. Cuando llegara a la fronte­ra no debía tener más de 9 mar­cos, porque una ley alemana ordena­ba fusilamiento para quien dejara el país con más de 10". La dirección que le habían dado correspondía a una oficina. Fue atendido e interrogado por dos personas hasta convencerse de su identidad. Luego lo ubicaron en una buhardilla de otra casa y le dieron de comer. Le sugirieron que no se mostrase mucho por las calles y que esperara nuevas instrucciones. Estas llegaron al tercer día: tenía que dirigirse a un negocio fo­tográfico para sacarse una foto. Esa misma noche le comunicaron que debía presentarse a la mañana siguiente en un lugar determinado para reunirse con el "comité", de donde Arndt supone que el asunto estaba en manos de la Resis­tencia francesa.
"Cuando llego a la reunión -continúa evocando-, me dije­ron que al otro día a primera hora te­nía que partir hacia Marsella en tren. Al día siguiente, ya en la estación, llegaron las personas del comité, acompañados por cinco hom­bres que yo no conocía. Dijeron que eran polacos y que viajarían conmi­go, pero que yo iba ser el comandan­te porque ellos no hablaban francés. Luego la orden: 'Suban a ese tren ya mismo'. 'Pero no tengo pasaje ni pa­saporte', dije. 'No se preocupe, usted suba igual'. La última indicación que nos dieron era que viajáramos en vagones diferentes y que cuando lle­gásemos a Marsella camináramos por adentro del tren: 'No se saluden pero asegúrense de estar todos'. Y por úl­timo me dijeron: 'Cuando lleguen a Marsella caminen por el andén; al­guien se les va acercar y les va reci­tar el primer renglón de una poesía; usted responda con esta segunda es­trofa; ¡ojo! que hay muchos agentes provocadores'. '¿Y cómo me va a reconocer?' pregunté. 'Usted no se pre­ocupe, esta todo arreglado'. Luego el tren partió".
Tras quince minutos de via­je llegaron a Bélgica, en cuya frontera se pedían los pasaportes. "Vi que el guarda se acercó a mi asien­to, que yo compartía con otra persona, y pensé: 'Acá se acabó todo'. Pero no. Le pidieron los papeles a mi compañe­ro y a mí me ignoraron". Entonces comprendió el porqué de la fo­to en Luxemburgo: debía haber circu­lado por toda la organización. "Cuando llegamos a Marsella, nos paramos en el andén y esperamos a la persona que nos recibiría. De pronto, alguien vino y me murmuró al lado; yo no le entendí bien, lo dejé pasar y no dije nada, no estaba seguro que fuera el contacto. Nos quedamos dos horas más; ya empezaba a hacerse de noche y no podíamos seguir ahí por­que la policía iba a sospechar. Al ra­to vi a la misma persona que regresa y me dice al oído la misma frase que antes no había comprendido. Estábamos jugados, así que le contesté con la segunda estrofa del poema y ahí mismo nos dijo 'Síganme'. Camina­mos detrás de él por toda Marsella y nos metió en una casa con un sótano que parecía sacado de una película. Había mendigos falsos, ciegos falsos, judíos falsos... Así pasamos la noche, sentados en el suelo de ese lugar. Ese mismo señor nos indicó que al día si­guiente teníamos que llegar al puer­to, ir a tal muelle y dique, que nos iban a embarcar. Cuando llegaron nos trasladaron a un barco y nos ubicaron en una bodega tan oscura que apenas podían verse los rostros".
Era diciembre de 1938. El barco zarpó sin que los fugitivos tuvieran noción del tiempo: "Los días y las noches eran iguales. Sabíamos que estábamos en alta mar porque el barco se movía, era nuestra única referencia. En total via­jamos entre veinticinco y treinta días, comiendo una vez por día y haciendo nuestras necesidades donde podíamos". Un mes después, un marinero le avisó que habían salido del puerto de Santos. Tras su paso por Brasil, el 7 de enero de 1939 el bar­co arribó a Montevideo, la capital uruguaya. "Sentía miedo, no recuerdo que el profesor de geografía en Aus­tria me haya nombrado alguna vez a ese país".Arndt desembarcó con su pasaporte falso y 10 dólares que le habían sido provistos por el enigmático comité. Completamente solo y en un lejano país, debió enfrentarse enton­ces con un nuevo escollo: el idioma. "A cada uno que pasaba le pregun­taba en alemán o francés por un hotel o pensión, pero no me entendían. De pronto, un señor me habló en un idio­ma muy semejante al alemán: era idish. Tuve suerte, ya que esta perso­na me llevó a una pensión cerca del puerto donde me dieron techo y comida. Al día siguiente encontré ahí mismo a un marinero que hablaba to­dos los idiomas y me preguntó: '¿Qué sabes hacer?', y yo muy orgulloso le dije: 'Soy actor'. 'Qué bien, pero ¿en qué idioma?'. 'En alemán'. 'No sirve pa­ra nada', me dijo".
Después de trabajar tres semanas en un pequeño taller de electricidad, se enteró de una audición ale­mana antinazi en la radio El Mundo de Montevideo y se presentó. El programa se llamaba "La Voz del Día", tenía una hora de duración y lo condu­cía un abogado alemán refugiado desde hacía tiempo en Uruguay. Comenzó a trabajar como locutor y, si bien le pagaban poco, le alcanzaba para alquilar una pie­za en una pensión. Poco a poco fue afianzándose y haciéndose más conocido entre sus pares. Los dueños de la radio comenzaron a apreciar su trabajo, y le dieron quince minutos de aire diarios. "Uno de los dueños me dijo: 'Búscate unos discos y haz unas glosas', y así aprendí el cas­tellano, hablando por micrófono".
Lue­go le preguntaron si se animaba a re­alizar un programa de arte y él aceptó el desafío. Así comenzó "Estampas Vienesas", que tuvo una gran repercu­sión dentro de la colectividad de refugiados alemanes. Pronto apareció su foto en la revista "Radiolandia" y una nota a doble página titulada "Personaje exótico divierte a Montevideo", adornada con postales de Viena. "Lógicamente, esto me ayudó muchí­simo, y mi programa semanal de me­dia hora pasó a emitirse tres veces por semana". Poco después fue convocado por la Cámara de Diputados para colaborar con la investigación sobre actividades nazis en ese país, aprovechando su co­nocimiento del idioma. Se trataba de operativos que realizaba la Policía en las estancias del inte­rior en los cuales debía oficiar de traductor. "Entramos a las estancias, y yo me ocupé de mirar los libros que había en el lugar. Una vez, en­contré sorprendido un texto escolar en el cual tanto Uruguay como Entre Ríos figuraban como comarcas alema­nas de Hitler".
Al tiempo descubrió en el diario "Argentinisches Tageblatt" -que se editaba en Buenos Aires en lengua alemana- que un empresario alemán tenía la idea de montar un teatro profesional. Corría el año 1941 y decidió probar suerte en Argentina retomando su profesión de actor. Así, abandonó Uruguay y llegó a la Argentina, donde se integró al elenco del Teatro Regina hasta 1945, cuando se hizo cargo de la dirección de la compañía. Luego se vinculó con el empresario teatral Francisco Gallo (1911-1973), propietario del Teatro Astral -en aquel tiempo el más importante de la avenida Corrientes-, en donde se encargó de la dirección de varios espectáculos. En los años '50, cuando la televisión argentina salió del período experimental, creó "No se queme, señor", el primer programa de palabras cruzadas por TV, que con la ayuda de un dibujante, actores y un músico -todo en vivo- fue un éxito entre los pocos telespectadores porteños de entonces.
Por aquellos días recibió, con asombro, una propuesta para trabajar como Secre­tario de Redacción en "Prensa Libre", un periódico de la comuni­dad alemana. El ofrecimiento vino del ex secretario privado de Joseph Goebbels (1897-1945) y piloto de la Legión Cóndor que bombardeó Guernica durante la Guerra Civil española, el oficial del Estado Mayor General Wilfred Von Oven (1912-2008), quien vivía en Ar­gentina desde 1951 amparado por el gobierno del general Juan Domingo Perón (1895-1974). Obviamente, no aceptó el trabajo.
En el año 1949, el diario "Noticias Gráficas" lo contrató pa­ra que viajase a Europa Central e hiciese un reportaje sobre las consecuencias de la guerra. Estuvo allí cinco meses, recorriendo diversas ciudades y, tras una breve estancia en Chile, regresó definitivamente a la Argentina. Dejó el teatro alemán e incursionó en el teatro argentino, donde tra­bajó como actor y luego como di­rector. Su primer protagónico fue en la obra "Así en la tierra como en el cielo" del actor y director español Narciso Ibañez Menta (1912-2004), a la que seguirían "El di­luvio que viene", "El violinista en el tejado" y muchas otras. También incursionó en la cinematografía y como actor de reparto participó en treintinueve películas, varias de ellas dirigidas por Mario Sóffici (1900-1977), Fernando Ayala (1920-1997), Leopoldo Torre Nilsson (1924-1978) y Adolfo Aristarain (1943), a las que hay que sumarle otras cinco que filmó en Europa y Estados Unidos, dirigido por Max Reinhardt (1873-1943) y Rossano Brazzi (1916-1994) entre otros.
Arndt, quien habla seis idiomas, tra­bajó además en emisoras radiales y televisivas de veintiocho naciones de Europa y de Améri­ca. En la Argentina tiene desde hace años un programa en radio Cultura: "La agenda de Jacques". A lo largo de su carrera como actor, director teatral y televisivo, libretista y conductor radial, ha recibido numerosos premios y distinciones. El primero fue una beca de la embajada de Francia para aprender TV en Radio París, seguido por otra similar en los Estados Unidos y el prestigioso Premio Podestá, votado por sus colegas actores y avalado por la Cámara de Diputados. También recibió la Medalla de Oro del Senado por sus cincuenta años de trabajos culturales en la Argentina, la Cruz de Honor Primera Clase en Ciencias y Artes de la Cancillería austríaca, la Orden del Mérito Primera Clase en el orden Oficial del gobierno alemán y el premio Cóndor de Plata a su trayectoria por parte de la Asociación de Cronistas Cinematográficos.