22 de febrero de 2009

Ariel Dorfman: "De­sordenar el mundo habitual del género de la novela, romper esos moldes. Yo creo que eso es muy latinoamericano"

Narrador, dramaturgo, ensayista y poeta, el chileno Ariel Dorfman (1942) nació en Buenos Aires hijo de padres europeos y se radicó hace más de veinte años en los Estados Unidos, donde enseña, edita y estrena sus piezas. Su formación está signada por el exilio. Sus padres escaparon de Europa en los albores de la Segunda Guerra Mundial y recalaron en la Argen­tina. Huyendo de la intolerancia en este país se instalaron en Nueva York. De allí, a raíz del macartismo, partieron a Chile, donde Dorfman estudió, se nacionalizó y fue profesor universitario. Participó en el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende (1908-1973) en cuestiones editoriales y pedagógicas, hasta que, tras el golpe militar, se exilió en Francia, Holanda y Estados Unidos. De su obra ensayística sobresalen "Imaginación y violencia en América Latina", "Para leer al Pato Donald" (con Armand Mattelart), "Supermán y sus amigos del alma" (con Manuel Jofré), "La última aventura del Llanero Solitario", "Reader's nuestro que estás en la tierra", "Ensayos quemados en Chile: inocencia y neocolonialismo", "De elefantes, literatura y miedo: ensayos sobre la comunicación americana" y "Patos, elefantes y héroes: la infancia como subdesarrollo". Su obra narrativa incluye, entre otros títulos, "Moros en la costa", "La última canción de Manuel Sendero", "Dorando la píldora", "La nana y el iceberg", "Máscaras", "Konfidenz", "Viudas", "Terapia" y "Memorias del desierto". Es asimismo autor de la obra teatral "La muerte y la doncella", llevada al cine en 1994 por Roman Polanski (1933). Sus memorias, redactadas en inglés y traducidas por él mismo al castellano, llevan por título "Rumbo al Sur, deseando el Norte" y fueron publicadas en 1998. En los últimos años, sus libros fueron traducidos a más de treinta idiomas y sus piezas teatrales, montadas en un centenar de países. También ha publicado artículos periodísticos en numerosos diarios como "Clarín", "Die Zeit", "El Diario de Caracas", "El País", "Hoy", "Le Monde", "Los Angeles Times", "Marcha", "New York Times", "Philadelphia Inquirer", "Village Voice" y "The Washington Post", entre otros. Cuando apareció en Argentina su novela "Memorias del desierto", en la que -en el contexto de un viaje realizado al desértico norte de Chile- retomó temas clave de su obra como el exilio, las se­cuelas de la dictadura chilena, la memoria, el olvido y su doble identidad lingüística y cultural, Dorfman charló telefónicamente con el periodista Andrés Hax para el nº 73 de la revista "Ñ" del 19 de febrero de 2005.Más que un libro de viajes, "Me­morias del desierto" es una bús­queda personal y la gran figura en esa búsqueda, aparte de us­ted mismo, es su amigo Freddy Taberna, quien fue ejecutado por la dictadura en el '73. ¿Es po­sible reconciliarse con las atro­cidades del pasado?

Alguien podría pensar que el li­bro es solamente la búsqueda de un amigo que fue ejecutado y que está desaparecido. Pero no es así. El caso es que esa desaparición está, y esa búsqueda está, pero sobre todo se trata de una exploración de la desapari­ción del pasado chileno. De los pueblos salitreros que hicieron a Chile extraordinariamente prós­pero y que ahora están en el abandono, en un deterioro terri­ble. Y creo que el libro lo que es­tablece son formas de recuerdo y de conmemoración de esas per­sonas. No pongo el énfasis -co­mo en otros libros míos- en la búsqueda de justicia porque no es la única manera mediante la cual uno puede entenderse con el pasado y rememorar ese pasa­do y resucitar ese pasado. Yo creo que el protagonista del libro es el desierto. Porque el desierto -un lugar supuestamente estéril, ári­do y casi sin vida humana o vege­tal- nos pregunta a nosotros: ¿Qué es lo que hay de humano en esto? ¿Qué es lo que queda del desierto? ¿Qué es lo que el desierto nos permite a nosotros? ¿Qué puede crecer hacia el futuro?

Una de las características de este libro, en cuanto a su forma de trabajar, es que fue escrito en inglés. Hay novelistas como Conrad, Nabokov y Beckett que dejaron su idioma materno para escribir en una lengua adopta­da. Pero usted sigue escribiendo en dos idiomas. ¿Cómo funcio­na en usted el bilingüismo?

A diferencia de aquellos que tú mencionas yo escribo todo, todo, en los dos idiomas. Conrad no volvió a escribir en polaco; Nabo­kov no escribía la misma obra en los dos idiomas; Beckett escribía primero en francés y después lo pasaba al inglés. Mis últimas no­velas las he escrito en ambos idiomas: "La nana y el iceberg" lo escribí en inglés primero y luego lo escribí en castellano. Mientras que "Konfidenz", por ejemplo, la escribí primero en castellano y luego en inglés.

¿No privilegió un idioma res­pecto del otro?

Yo renegué del castellano cuan­do de chico viví en Nueva York y después, cuando fui adolescente en Chile, renegué del inglés. Lue­go, en un momento dado -es una larga historia- decidí que era bilingüe, que era híbrido, que era lo que nosotros en Chile llama­mos un kiltro. Es decir, esos perros callejeros que son un poco sobrevivientes. "Mongrel", es una muy buena palabra en inglés. Pe­ro en el momento en que acepto mi bilingüismo, a principios de los años '90, cuando yo decido en­frentarme al hecho de que sí soy bilingüe, que soy bicultural y que pertenezco a muchas nacio­nes diferentes, empiezo a usar el idioma muy instrumentalmente.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, si tengo algo que es muy traumático para mí, muy complicado para contarlo, prefiero contarlo en el otro idioma -si yo lo viví en castellano prefiero contarlo en inglés- porque me permite distanciarme. El inglés me sirve para colocar en el hogar las cosas que han sucedido en mis aventuras en castellano. Yo viví esta aventura del norte de Chile en castellano pero tener que traducirlo al inglés me per­mite tener un mayor control so­bre mis emociones. Soy una persona muy emocional. Se nota, creo, en todas las cosas que escri­bo. Entonces el inglés me sirve mucho para eso.

Es raro, porque uno podría pensar que el origen básico de la escritura está en las palabras mismas; que si va a escribir algo en castellano la inspiración pri­maria debería provenir de palabras en castellano, y a la inversa con el inglés.

Lo que pasa es que soy un bicho raro. Dentro de mi cabeza cuan­do estoy viviendo -en este mismo momento en que yo te hablo castellano- hay un traductor den­tro de mí; hay una zona en inglés que está mirando todo esto. Lo que pasa es que yo vivo las cosas en castellano pero, a la vez, el in­glés está allí adentro observando y criticando o sugiriendo, o susu­rrando. Henry James decía que uno tenía un idioma que era su esposa y un idioma que era su amante. En mi caso tengo dos es­posas y dos amantes.

Por ejemplo "La Muerte y la doncella", su obra de teatro que después fue llevada al cine por Roman Polanski, ¿la escribió en inglés?

La escribí en castellano, pero in­mediatamente la rehice. Además no es cierto que la traduzco, la re­hago. La reescribo en el otro idioma. En este momento acabo de terminar una novela llamada "Americanos", se va a llamar así en castellano e inglés yo creo, vamos a ver. En todo caso, la escribí en inglés. Es una novela épica sobre California que trata sobre cómo en el siglo XIX esa ciudad cayó en manos norteamericanas, pero lo trata desde una perspectiva la­tinoamericana y no norteameri­cana. Miro toda la historia ante­rior, desde Túpac Amaru hasta la guerra con Estados Unidos, para tratar de entender eso. Te digo esto simplemente porque es una novela que habla del encuentro entre dos idiomas, dos culturas y dos continentes. Esto yo lo es­cribí en inglés. Y uno de los pro­tagonistas es bilingüe. Ahora es­toy reescribiéndolo en castellano y con lo que reescribo en castella­no voy corrigiendo la versión en inglés. Es un cruce curioso.

Cambiando de tema, usted se opuso vehementemente a la reelección de Bush. ¿Qué signi­fica su triunfo?

Estuve en muchos países del mundo en el año anterior a la reelección de Bush y encontré casi unánimemente un anti-bushismo muy, muy fuerte. La gente separaba los Estados Uni­dos de Bush. Es muy difícil ahora que la gente lo haga. El problema es el siguiente: con la presidencia que ha hecho este hombre, con los fracasos que ha tenido en política internacional, con su desastrosa política interior, con el empobrecimiento de una porción tan grande de la población, con su depredación ecológica, no de­bería tener ni un 10% de los votos. El hecho de que haya tenido un 51 o un 52% es muy difícil de entender. En­tonces, para el mundo queda la sensación de que Bush ya no obra en nombre de su pequeño grupo de neoconservadores, sino que ha sido ratificado por el pue­blo norteamericano.

¿Se puede dibujar algún para­lelismo con el apoyo implícito y explícito de la población chilena a Pinochet después del golpe y el apoyo de los estadouniden­ses a Bush después de los ata­ques a las torres?

Yo creo que las circunstancias son muy diferentes. Diría que el único paralelismo que puede extraerse de esta situación es que cuando una población está ate­rrorizada se la puede manipular de cualquier manera para que se vuelva cómplice de los peores desmanes en nombre de su propia seguridad.

¿En algún momento pensó en irse de Estados Unidos?

De ninguna manera. Al contra­rio, estoy cada vez más seguro de que aquí es donde tengo que estar. Mi espacio en los Estados Unidos es muy grande. Escribo en los periódicos más importantes del país, tengo contacto con gente muy importante de aquí y me siento muy cómodo. Además, este es un país que ace­leradamente se está convirtiendo en bilingüe y por lo tanto cada vez siento más que es donde puedo estar con mi inglés y mi castellano tranquilamente. Lo real es que fue la "National Geographic" la que me pidió que via­jara al norte de Chile, no fue una editorial latinoamericana; y es en Broadway donde voy a estrenar mi próxima obra; fue Kerry Ken­nedy quien me llamó para que yo hiciera una obra sobre los derechos humanos y la pusimos en el Kennedy Center y en la iglesia de Martin Luther King. Lo que quiero decir es que yo tengo una gran posibilidad de desarrollar en este país mi particular forma de pen­sar, tanto en lo estético como en lo político.

¿No existe ningún tipo de cen­sura en los Estados Unidos de hoy, aunque sea implícita?

Evidentemente en este país hay un consenso más volcado hacia la derecha que hacia el centro o la izquierda. Es obvio que la ten­dencia es que no haya crítica al­guna. Pero es absurdo pensar que eso va a hacer callar a todos. Nosotros hemos pasado por las dictaduras que hemos pasado y, en estas situaciones, sirve. Yo no voy a autocensurarme porque ha­ya consenso contra el discurso crítico. Nosotros hemos pasado por dictaduras, hemos sobrevivi­do al exilio, hemos sobrevivido a los represores más feroces, en­tonces el miedo no es lo que ca­racteriza a la gente que se vio obligada a exiliarse.

Muchas de sus obras de ensa­yo y de sus columnas de opinión indagan sobre el legado de Pinochet. ¿Como compara las post dictaduras chilena y argen­tina, y por qué no pudo lograr la Argentina la estabilidad económica que logró su vecino?

La transición chilena fue una transición pactada muy clara­mente que permitió tanto ruptu­ras con el régimen y como conti­nuidades con él. En la Argentina la transición se dio en gran medi­da debido a la derrota de los mili­tares en Malvinas. No fue la úni­ca razón porque hubo mucho resistencia también. Pero en Chile tú puedes ver que la oposición que llevó a cabo la resistencia contra Pinochet a partir del '76, la alianza de la Democracia Cristia­na con socialistas, etcétera, es la que gobierna ahora. Por lo tanto se ha ido creando un consenso sobre lo que hay que hacer y un acuerdo respecto de que caminos tomar y cuáles no tomar. Lo digo como una primera aproximación en cuanto a Chile. La segunda característica diferencial -y estoy haciendo sociología barata- creo, que lo que ocurre es que noso­tros no tenemos peronismo y, por lo tanto, las opciones políti­cas aparentemente son más ra­cionales. No quiero insultar a mis amigos peronistas, pero el peronismo es un fenómeno que hasta ahora nadie me ha podido explicar enteramente. Es una co­sa tan, tan complicada y mítica... Si la Argentina hubiera podido hacer una alianza entre los pero­nistas y los radicales y llegar a un consenso en torno a qué hacer para terminar con la dictadura, yo creo que el suyo sería otro país. Esto fue lo que ocurrió en Chile y le vino muy bien, desde ya. Gente que tenía diferencias muy grandes se puso de acuerdo para recuperar las instituciones.

Volviendo a la escritura. Usted es dramaturgo, novelista, ensa­yista y poeta. ¿Cómo decide en qué género escribir?

Primero, yo soy un camaleón. Y como camaleón cambio de géne­ro según la ocasión, según como me llegue la voz. En un momen­to determinado algo empieza a darme vueltas, me empieza a dar una especie de cosquilleo en el cerebro o en el corazón. Alguna cosita me dice que esto debe escribirse de tal manera, algo comienza a dictarle a uno en qué género va a escribir. Pero, además, los géneros se entrecru­zan constantemente. Entonces las novelas a veces son muy líricas, los poemas a veces son na­rrativos. Este libro, "Memorias del desierto" transita la cuerda de la meditación, está novelado en gran medida, puesto que voy contando historias, pero también hay unas partes muy líricas, muy poéticas, hay partes muy dramáticas donde el hecho de ser dramaturgo me ayuda mucho porque voy poniendo el diálogo de una manera muy especial. De modo que finalmente, tal como cruzo las fronteras y los idiomas, puedo cruzar también las fronteras de los géneros y mezclarlos cuando siento que hace falta. De­sordenar el mundo habitual del género de la novela, romper esos moldes. Yo creo que eso es muy latinoamericano.

Usted es de la generación pos­terior al "boom". ¿Se siente un heredero de esa tradición como escritor latinoamericano?

En ese sentido yo estoy en con­tra de las categorías. Creo que soy bastante diferente a las generaciones anteriores. De quien me sentía más cercano personal­mente era de Julio Cortázar, que fue muy amigo. Pero yo diría que soy un escritor latinoamericano que pertenece a una generación mundial de escritores que tratan de romper las fronteras de lo na­cional. Debido a que escribo en inglés estoy tan cerca de un Peter Carey o de un Paul Auster como de un Carlos Fuentes. Evidente­mente, mi inspiración constante es Latinoamérica y me siento muy latinoamericano. Pero la pregunta es: ¿qué es Latinoaméri­ca en este momento? "Memorias del desierto" es una búsqueda de lo latinoamericano en lo indíge­na, en el pasado de las salitreras, en el desierto, en el origen del universo, en los primeros habi­tantes que caminaron el territo­rio, todo eso. Pero mi visión no necesariamente es la de un lati­noamericano típico. Yo creo que es una obra cuya óptica se carac­teriza por el hecho de que soy al­guien que está mirando las cosas desde cerca y desde lejos siem­pre. Esa idea de vecindad y de distancia, lejanía y proximidad, me parece que es algo intrínseco a mi existencia y al modo en el que escribo.

Uno de sus últimos trabajos fue una obra de teatro basada en el proyecto "Speak truth to power" (Voces contra el poder), de Kerry Kennedy, que compila los testimonios de lu­chadores por los derechos humanos. ¿Es verdad, como se ha publicado, que podrían estrenarla en la Argetnina con la actuación de Sean Penn y Sigourney Weaver?

El problema es el siguiente: cuando estuve en Buenos Aires en noviembre, hablé con el secre­tario de Cultura de la Ciudad y quedamos en seguir en contacto respecto de esa posibilidad. Cuando se estrenó la obra en Atlanta le conté a Sean Penn que Sigourney Weaver había dicho que quería ponerla en la Argenti­na y en Chile. Entonces, Penn me dijo que si no estaba filman­do él lo haría con mucho gusto. Esto no significa, como dicen los diarios, que tal cosa ocurrirá, pe­ro los dos están interesados. Esta­mos tratando de encontrar apoyo de las autoridades argentinas pa­ra realizar el proyecto. Porque necesitamos un museo para ex­poner las fotos de los defensores de derechos humanos, un teatro donde se pueda poner la obra y precisamos estar seguros de que la televisión va a ayudarnos en ese sentido, ya que necesitamos muchos recursos.

¿Cómo describiría la obra?

Es una obra muy latinoamerica­na. La veo como un regalo que proviene de nuestros dolores pa­ra ayudar a sanar el mundo. Es decir, el dolor que yo siento por lo que nos pasó a nosotros, en vez de convertirlo en una especie de queja lo convierto en la bús­queda del coraje que nos permite juntarnos y contactarnos con to­da las otras luchas de derechos humanos que se llevan adelante en el mundo, que son muchas. Es decir, luchar contra nuestro provincianismo, incluso en derechos humanos. No somos las únicas víctimas, ni somos los únicos que hemos sufrido. Ni los únicos que tuvimos coraje pa­ra enfrentar a dictaduras y censu­ras. Yo creo que es muy bueno traer una obra como ésta, hecha por un argentino-chileno y llevarla a los lugares donde nací y crecí, pero no está en mis manos. Yo soy el que escribe las obras, no el que las pone.