15 de febrero de 2009

Carlos Fuentes: "La fidelidad del escritor debe ser a la escritura misma, al hecho de escribir, sin pensar que se pueda publicar siquiera"

Nacido en Panamá hijo de diplomáticos mexicanos y él mismo diplomático en la adultez, Carlos Fuentes (1928) creció viajando. Durante su infancia y su juventud vivió en Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Estados Uni­dos, Suiza y Uruguay. En la adolescencia regresó a su país, que marcó definitiva­mente su obra. Licenciado en Leyes en la Universidad Nacional Autónoma de México, se doctoró en el Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza. En 1955 fundó con Emmanuel Carballo (1929) y Octavio Paz (1914-1998) la mítica "Revista Mexicana de Literatura". Tras la publicación de su primer libro en 1958 se convirtió en un figura dominante en el panorama de la literatura de su país a través de una obra extensa caracterizada por el uso de un lenguaje audaz y novedoso matizado con los mejores recursos de las vanguardias europeas. Entre los títulos más importantes de su obra na­rrativa se desta­can las novelas "La región más transparente", "Las buenas conciencias", "La muerte de Artemio Cruz", "Zona sagrada", "Cambio de piel", "La cabeza de la hidra", "Gringo viejo", "La silla del águila", "La campaña", "Los años con Laura Díaz", "Todas las familias felices" y "La voluntad y la fortuna"; y los libros de cuentos y relatos "Los días enmascarados", "Cantar de ciegos", "Agua quemada", "El naranjo", "La frontera de cristal", "Inquieta compañía" y "Las dos Elenas". También ha publicado los ensayos "La nueva novela hispanoamericana", "Cervantes o la crítica de la lectura", "Geografía de la novela", "En esto creo", "Contra Bush " y "Los 68"; y las obras de teatro "Todos los gatos son pardos", "El tuerto es rey", "Los reinos originarios", "Orquídeas a la luz de la luna" y "Ceremonias del alba". Obtuvo diversos premios: Biblioteca Breve (1967), Rómulo Gallegos (1977), Alfonso Reyes (1979), Nacional de Literatura (1984), Cervantes (1987) y Príncipe de Asturias (1994). El periodista Eduardo Villar obtuvo la siguiente entrevista vía telefónica desde Buenos Aires con el escritor mexicano, la que fue publicada por la revista "Ñ" nº 7 del 15 de noviembre de 2003.¿Cuál es su próximo libro?

Pues estoy por publicar un li­bro de relatos, "Angeles, demo­nios y fantasmas", que incluye "Vlad", una historia de vampiros en México. El libro incluye esa historia de unas cien páginas y otros cinco relatos fantásticos.

¿Podría leerse "Vlad" como una alegoría de la actualidad política y social del mundo?

No, de ninguna manera, "Vlad" y los otros relatos son producto de la imaginación y no pueden leerse como una alegoría de na­da. Yo siempre he escrito ficcio­nes fantásticas. Es algo que está en mi obra. Y, en alguna medida, en la realidad: esta semana me encontré con la tapa de la revista "The Economist" que dice, refi­riéndose a Putin, el presidente ruso, "Vlad, the impaler" que es el personaje de mi relato.

Usted y la tapa de la revista se refieren a Vladimir, el empalador, personaje histórico que ins­piró la novela "Drácula", de Bram Stoker.

Sí. Una novela genial.

En "Vlad", ¿usted recrea el mito?

La historia transcurre en la ciu­dad de México, en el presente. Imagínese lo que es para Drácula llegar, ávido de sangre, a una ciu­dad como México, de veinte millo­nes de habitantes. Ahí le ocurren una serie de cosas que no voy a contarle a usted ahora porque mataría toda sorpresa.

Hay una moda de lo gótico y el vampirismo en el mundo.

¿Ah, sí?

¿Qué puede adelantar sobre la novela que está escribiendo so­bre un guerrillero colombiano?

Bueno, verá usted. Es la historia de Carlos Pizarro, un líder guerrillero del M-19, que estuvo en armas hasta que se dio cuenta de que inevitablemente la guerrilla y el narcotráfico se iban a unir. Cuando tuvo esa certeza, en 1990, Pizarro llamó a su gente a abandonar las armas y se lanzó como candidato a la presidencia de Colombia. Pero durante un vuelo de Bogotá a Medellín, en plena campaña, un sicario salió del baño del avión y lo asesinó a tiros. En el tiroteo con los guardaespaldas de Pizarro, cayó muerto también el asesino. En el zapato del sicario encontraron una carta: "No se olviden de pa­garle los dos mil dólares a mi mamacita". Es una buena histo­ria, ¿no?

Sí, y usted sabrá contarla. ¿Ya terminó de escribirla?

No, voy por la mitad de la nove­la, que se llama "Aquiles o el guerrillero y el asesino". En reali­dad, más allá de la historia, lo que me interesó de la vida de Pi­zarro es que tiene muchos ele­mentos novelísticos. El perte­necía a una familia burguesa, era hijo de un almirante de la mari­na de guerra, educado por los jesuitas y, como muchos otros jóvenes latinoamericanos en su situación, sintió la necesidad de luchar por la justicia y se lanzó a la lucha revolucionaria. Igual que Simón Bolívar y Fidel Castro, Pi­zarro es un producto de la educa­ción jesuítica, que produjo muchos rebeldes.

¿La escritura de este libro supuso cierto trabajo de investiga­ción periodística?

Sí, me ayudaron mucho mis charlas con Gabo García Már­quez y Alvaro Mutis. También he hablado con la familia de Pizarro, con sus hermanos, que me han dado mucha información.

Acaba de cumplir setenticinco años. ¿Qué ve cuando mira ha­cia atrás y se ve a los treinta o cuarenta?

Pues veo a alguien con muchísi­ma energía para escribir y al mis­mo tiempo para otras actividades. Viajar, leer, ir a fiestas, ju­gar, hacer amigos...

¿Cómo se imagina dentro de unos años?

Pues vea usted, yo voy a caerme muerto escribiendo. Yo soy discípulo de Balzac. Balzac ha si­do siempre mi modelo, y Balzac se murió escribiendo.

Usted vivió parte de su adoles­cencia en Buenos Aires. ¿Qué recuerdos tiene de esos años?

Mire, yo le debo mucho a Bue­nos Aires... Llegué días después de asumir la presidencia el gene­ral Farrell y el ministro de Educa­ción era Hugo Wast. Entonces yo tenía dieciseis años y me negué a ir a la escuela porque era una educa­ción francamente fascistoide y me parecía insoportable. Mi pa­dre lo entendió. Y eso me permi­tió descubrir tres cosas funda­mentales: Borges, el tango y el sexo. De modo que mi gratitud hacia Buenos Aires es infinita.

Alguna vez dijo que los argen­tinos tienen la necesidad de lle­nar un vacío; no sé si se refería a un vacío territorial o cultural...

No, me refería a una relación con el pasado. Nosotros, los me­xicanos, descendemos de los aztecas; ustedes los argentinos des­cienden de los barcos. Ya que es un país migratorio reciente, la Argentina no tiene el espectacular pasado mexicano que se remonta a los mayas y a los aztecas. De modo que la Argentina ha tenido por eso el desafío de crear una cultura para llenar grandes vacíos históricos y culturales. Por ese gran esfuerzo la literatura argentina, pues, es la mejor de América Latina.

¿Le parece, realmente?

Sí, absolutamente. Bueno, en primer lugar debo aclarar una cosa, que yo veo a la literatura en español como un todo. No me gusta dividirla en parcelas nacionales, pero si lo hiciéramos, yo creo que las obras que ha producido la Argentina, de Sarmiento para acá, son real­mente las estrellas de la literatura latinoamericana. No hay otro país que tenga un Borges, un Bioy, un Cortázar, bueno, Arlt, Macedonio... Es una riqueza ab­solutamente extraordinaria.

No es por competir en gentile­zas, pero México lo tiene a us­ted, a Paz, a Rulfo, a Reyes.

No, claro, ha habido muy bue­nos escritores. Y no se olvide de Sor Juana Inés de la Cruz. Pero yo creo que como continuidad y abundancia y calidad de literatu­ra, si la consideramos nacionalmente, la argentina es la número uno. Ahora, por fortuna, senti­mos que los escritores argentinos son mexicanos, son nuestros, ¿no? Y son españoles también y nos pertenecen a todos. Porque tenemos una gran ventaja -una de las pocas que tenemos sobre el mundo anglosajón- y es que ellos tienden a dividir, a separar las literaturas. Recordará usted el famoso dicho de Bernard Shaw: Inglaterra y Estados Unidos son dos países unidos por el mismo océano y separados por dos len­guas distintas. Y el fenómeno se repite si ve usted a Nigeria y a Canadá y a Africa del Sur y a Nueva Zelanda. Siempre son lite­raturas nacionales, no hay una constelación de la lengua inglesa. En tanto que en nuestro caso, sí. Rubén Darío le pertenece a la América Latina y a España. García Lorca le pertenece a Es­paña y a la América Latina. En ese sentido, abarcamos mucho más, nos consideramos mucho más solidarios de nuestras culturas que los anglosajones.

Elija uno y sólo uno entre sus libros.

No, no. No me haga esa pre­gunta porque todos son mis hi­jos. Y de repente, un hijo es tuer­to o al otro le falta una pierna, pe­ro uno los ve bonitos y los quiere a todos. Lo que sí puedo decirle es que yo siempre he sido fiel a lo que me interesa escribir, sin pensar si va a tener éxito comer­cial o no, si va a gustar o no, nun­ca me ha interesado eso, siempre he escrito lo que yo quería.

¿Usted cree que muchos escri­tores piensan de esa forma cuando escriben?

Yo creo que los buenos escrito­res piensan así. Luego hay escri­tores comerciales que escriben para satisfacer al mercado, eso no me interesa. La fidelidad del escritor debe ser a la escritura misma, al hecho de escribir, sin pensar que se pueda publicar si­quiera. Es difícil, todos pensa­mos que vamos a ser publicados y quisiéramos ser leídos y aplaudidos, pero a veces no es así y lo que importa no es eso sino la fidelidad a la literatura y a la ima­ginación propia.

Ya que habla de aplausos, ¿es­peraba el Nobel este año?

Nooo, para nada. El Nobel ya me lo dieron cuando se lo dieron a García Márquez, se lo dieron a mi generación, todos nos senti­mos premiados con Gabo. Ahora se ha otorgado uno de los mejo­res premios Nobel de la historia, a J.M. Coetzee, algo que yo cele­bro enormemente. Es realmente un premio bien dado, que no nos queda sino aplaudir.

Acá aún se lamentan de que no se lo hayan dado a Borges.

Pues sí, pero Borges puede dor­mir en paz porque está en buena compañía; está en la compañía de Joyce, de Proust, de Kafka, de Virginia Woolf, que tampoco re­cibieron el Nobel.

Usted ha dicho hace horas apenas que "México es una prosti­tuta que ha recuperado su virginidad y ahora no sabe cómo com­portarse como una virgen".

¡Já, já, já! No hablaba del país sino de la política mexicana, ¿no?, que fue un poco prostibularia durante el largo régimen del PRI y de repente pues esta señora de la calle resul­ta que ha recobrado la virginidad sin necesidad de una Celestina que intervenga para coserla, ¿no? Pero estamos aprendiendo a ser un país demócrata. Lentamente y con muchos escollos, a ejercer una democracia que en realidad nunca hemos ejercido en Méxi­co; éste es un país con una larga tradición autoritaria desde Moc­tezuma hasta los señores presi­dentes, ha sido un país autorita­rio. Y mire usted: lo que es muy grave es que empieza a haber una nostalgia autoritaria en mu­chas partes de la América Latina, porque se le concede a los gobier­nos autoritarios la capacidad de hacer cosas.

Desde "La región más transpa­rente", en 1958, hasta "La silla del águila", el año pasado, sus novelas han explorado la identi­dad cultural de México. ¿Cómo ha cambiado su idea de México desde entonces hasta hoy?

En nuestra cultura, la búsqueda de identidad ha sido una cons­tante. Pero ya la tenemos. Todo mexicano sabe lo que es ser me­xicano y todo argentino, lo que es ser argentino. En América Latina ya sabemos quiénes somos. Hay que salir del discurso de la identi­dad para entrar en el de la diver­sidad. Debemos descubrir lo que todavía no somos. Estamos en un cruce de caminos: tenemos que movernos de la identidad adqui­rida a la diversidad por adquirir. La identidad es importante pero se puede pervertir en chauvinis­mo y odio hacia los grupos que no la comparten. Necesitamos respeto a la diversidad política, religiosa, sexual y cultural.

Su última novela, "La silla del águila", transcurre en el futuro.

En el 2020, sí.

¿Por qué eligió ese tiempo?

Mire, porque me daba mucha más libertad para evadir la caracterización actual de la política mexicana y para inventar personajes. Es también un acto de exorcismo, porque a veces los escritores quisiéramos ser profetas y acabamos en exorcistas. Yo he querido exorcizar la posibilidad de que Condoleezza Rice sea pre­sidenta de los Estados Unidos. Aparece como presidenta en mi novela y capaz que se me con­vierte en profecía en vez de exor­cismo, Dios nos libre.

Si fuera así, quién nos salvaría de la guerra preventiva. ¿Qué le parece esa doctrina?

El unilateralismo, la guerra pre­ventiva son un portento de catás­trofe, una profecía de apocalip­sis. Desde el momento en que una sola nación se arroga el derecho de ir a la guerra preventiva, crea una situación en la que todos los vecinos pueden sospechar del vecino, en la que se pueden iniciar guerras catastróficas a partir de la simple sospecha o de la mala información, como sucedió en el caso de Irak. Se puede haber invocado la existencia de armas de destrucción masiva, pe­ro resulta que no están en ningu­na parte. Ahora se ha cambiado el tema a "no no no, fuimos allí para liberar a Irak de un terrible tirano, Sadam Hussein, un tira­no armado y apapachado y amamantado por los Estados Unidos desde hace veinte años. Bueno, pase­mos por alto eso pero veamos una realidad extraordinaria, terri­ble, y es que Hussein, un feroz ti­rano, un tipo despreciable y ho­rrible, mantenía a Irak a salvo del terrorismo, era un bastión contra el terrorismo. Ahora, sin Saddam, Irak se ha convertido en el centro mundial del terrorismo, ahí se están reuniendo todos y por eso los Estados Unidos no pueden controlar la situación. Bush le dio luz verde al terrorismo interna­cional con la guerra de Irak. Es una paradoja extaordinaria.

¿Cuál es el futuro de esto?

Soy muy pesimista. Creo que los Estados Unidos ganaron la guerra y están perdiendo la paz. Y a veces uno siente hasta compasión por ellos. Quizá hay que ayudarlos para que no nos arrastren a un mayor desastre. El hecho es que después de haber despreciado a las Naciones Unidas, de haber violado el derecho internacional, han tenido que regresar con la cola entre las piernas, a pedir auxilio de las Naciones Unidas para tratar de establecer un míni­mo de seguridad y de estabilidad en Irak. Están fracasando pero lo que pasa es que ya no van a po­der emprender otras aventuras. Antes se hablaba del eje del mal: vamos a ir a Corea y vamos a Irán y vamos a ir a todas partes. Hoy ya no se atreverían a hacerlo. La mayoría de los efectivos militares de los Estados Unidos están comprometidos en Irak y no pue­den controlar a ese país.