11 de marzo de 2009

Orwell ensayista: la política y el idioma (2)

En 2003 se supo que en 1949 Orwell entregó una lista de treintiocho escritores, artistas y periodistas que consideraba con inclinaciones estalinistas al Foreign Office británico. Si bien no queda claro cuáles fueron sus motivos, lo más probable es que estuviese colaborando con una mujer que trabajaba en el Departamento de Información e Investigación (IRD), una oficina de los servicios secretos de la Cancillería británica, de la cual se había enamorado y con la que mantuvo una nutrida correspondencia. Para Timothy Gaston Ash (1955), esas cartas revelan el trasfondo secreto de la "lista de Orwell". Según el historiador británico, en las cartas de Orwell "se nota la penosa necesidad de complacer que siente alguien que está enamorado o desesperado por enamorarse". Ash continúa: "Solitario, encerrado en un sanatorio, despreciando la idea de que a los cuarenticinco años ya estaba terminado, es posible pensar que necesitó combatir la muerte con el amor de una hermosa mujer. No se trata de trivializar su decisión política. Pero uno debe preguntarse: si en vez de Celia Kirman, la propuesta de colaborar con el departamento le hubiera llegado de uno de esos grises funcionarios de Cancillería, ¿habría hecho lo mismo?".
No existe indicio alguno que haga pensar que Orwell abandonara el socialismo democrático que promovía en sus últimos escritos. Inclusive, en 2005, a través de un informe de la inteligencia británica, se reveló que el escritor fue observado durante alrededor de doce años por la policía por su aparente vinculación con movimientos de izquierdas. En cuanto a su relación con el socialismo revolucionario debe señalarse que Orwell nunca se consideró marxista y mantuvo un rechazo visceral al doctrinarismo de la izquierda radical. En 1935 expresó sencillamente su concepción: "El movimiento socialista no tiene tiempo de ser una academia de materialistas dialécticos, tiene que ser una coalición de los oprimidos contra los opresores". Para él la revolución debía liberar no sólo a la clase trabajadora sino también a los marginados y la pequeña burguesía conformada por comerciantes, agricultores y funcionarios de bajos ingresos. Su socialismo fue, sin dudas, intensamente heterodoxo: "La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento".
De todos modos, cualesquiera que hayan sido sus motivaciones, estas no invalidan su aptitud para desmenuzar mediante sus ensayos la problemática social con una franqueza sin precedentes en la literatura inglesa. Siendo fundamentalmente un analista político que a lo largo de su carrera colaboró en diarios como el "Manchester Evening News" y revistas como "Tribune", sus artículos y ensayos conservan hoy la misma vivacidad del momento en que fueron escritos. Su ensayo "La política y el idioma inglés", por ejemplo, fue utilizado como manual de estilo en el periódico "The
Observer", para el que trabajó entre 1942 y 1949, y sigue influyendo en muchos periodistas.
"Como he intentado mostrar -decía Orwell-, lo peor de la escritura moderna no consiste en elegir las palabras a causa de su significado e inventar imágenes para hacer más claro el significado. Consiste en pegar largas tiras de palabras cuyo orden ya fijó algún otro, y hacer presentables los resultados mediante una trampa. El atractivo de esta forma de escritura está en que es fácil. Si usted usa frases hechas, no sólo no tiene que buscar las palabras: tampoco se debe preocupar por el ritmo de las oraciones, puesto que por lo general ya tienen un orden más o menos eufónico".
Más adelante, en el mismo ensayo, razonaba que "cuando se redacta de prisa -cuando se dicta a un taquígrafo, por ejemplo, o se hace un discurso público- es natural caer en un estilo latinizado y pretencioso. El uso de muletillas ahorra a muchos una expresión cuya construcción les produciría un síncope. El empleo de metáforas, símiles y modismos trillados ahorra mucho esfuerzo mental, a costa de que el significado sea vago, no sólo para el lector sino también para el que escribe. Esta es la importancia de la mezcla de metáforas. El único fin de una metáfora es evocar una imagen visual. Cuando estas imágenes chocan se puede dar por cierto que el autor no está viendo la imagen mental de los objetos que está nombrando; en otras palabras, que no está pensando realmente".
"En cada oración que escribe -aseguraba después-, un escritor cuidadoso se hace al menos cuatro preguntas, a saber: ¿Qué intento decir? ¿Qué palabras lo expresan? ¿Qué imagen o modismo lo hace más claro? ¿Esta imagen es suficientemente nueva para producir efecto? Y quizá se haga dos más: ¿Puedo ser más breve? ¿Dije algo evitablemente feo? Pero usted no está obligado a encarar todo este problema. Puede evadirlo dejando la mente abierta y permitiendo que las frases hechas lleguen y se agolpen. Ellas construirán las oraciones por usted -y, hasta cierto punto, incluso pensarán sus pensamientos por usted- y si es necesario le prestarán el importante servicio de ocultar parcialmente su significado, aún para usted mismo".
Luego exponía la vinculación existente entre la política y la degradación del idioma al aseverar que "en nuestra época, es una verdad general que los escritos políticos son malos escritos. Cuando no es así, el escritor es algún rebelde que expresa sus opiniones privadas y no la línea del partido. La ortodoxia, cualquiera que sea su color, parece exigir un estilo imitativo y sin vida. Los dialectos políticos que aparecen en panfletos, artículos editoriales, manifiestos, libros blancos y discursos de los subsecretarios varían, por supuesto, entre un partido y otro, pero todos se asemejan en que casi nunca emplean giros de lenguaje nuevos, vívidos, hechos en casa. Cuando un escritorzuelo repite mecánicamente frases trilladas en la tribuna, se tiene el extraño sentimiento de no estar viendo a un ser humano vivo, sino a una especie de maniquí: un sentimiento que se torna más intenso en los momentos en que la luz ilumina los anteojos del orador y se ven como discos vacíos detrás de los cuales no parece haber ojos. Y esto no es del todo imaginario. Un orador que emplea esa fraseología ha tomado distancia de sí mismo y se ha convertido en una máquina. De su laringe salen los ruidos apropiados, pero su cerebro no está comprometido como lo estaría si eligiera sus palabras por sí mismo. Si el discurso que está pronunciando es un discurso que acostumbra hacer una y otra vez, puede ser casi inconsciente de lo que está diciendo, como quien entona letanías en la iglesia. Y este reducido estado de conciencia, aunque no es indispensable, es de todos modos favorable para la conformidad política".
Al referirse específicamente al lenguaje político, Orwell denunció que estaba "plagado de eufemismos, peticiones de principio y vaguedades oscuras. Se bombardean poblados indefensos desde el aire, sus habitantes son arrastrados al campo por la fuerza, se balea al ganado, se arrasan las chozas con proyectiles incendiarios: y a esto se le llama 'pacificación'. Se despoja a millones de campesinos de sus tierras y se los lanza a los caminos sin nada más de lo que puedan cargar a sus espaldas: y a esto se le llama 'traslado de población' o 'rectificación de las fronteras'. Se encarcela sin juicio a la gente durante años, o se le dispara en la nuca o se la manda a morir de escorbuto en los campamentos madereros del Artico: y a esto se le llama 'eliminación de elementos no dignos de confianza'. Dicha fraseología es necesaria cuando se quiere nombrar las cosas sin evocar sus imágenes mentales".
Sin eufemismos criticó también al estilo cargado de, precisamente, eufemismos: "El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que suelta tinta para ocultarse. En nuestra época no es posible mantenerse alejado de la política. Todos los problemas son problemas políticos, y la política es una masa de mentiras, evasiones, locura, odio y esquizofrenia. Cuando la atmósfera general es perjudicial, el idioma debe padecer. Podría conjeturar -una suposición que no puedo confirmar con mis insuficientes conocimientos- que los idiomas alemán, ruso e italiano se deterioraron en los últimos diez o quince años como resultado de la dictadura. Pero si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento. Un mal uso se puede difundir por tradición e imitación aún entre personas que deberían saber y obrar mejor. Relea este ensayo, y con toda seguridad encontrará que una y otra vez he cometido las mismas faltas contra las que he protestado"."Dije antes que la decadencia de nuestro idioma es remediable. Quienes lo niegan argumentarían, en caso de que pudieran elaborar un argumento, que el lenguaje simplemente refleja las condiciones sociales existentes, y que no podemos influir en su desarrollo directamente, jugando con palabras y construcciones. Así puede suceder con el tono o espíritu general de un lenguaje, pero no es verdad para sus detalles. Las palabras y las expresiones necias suelen desaparecer, no mediante un proceso evolutivo sino a causa de la acción consciente de una minoría. Hay una larga lista de metáforas corruptas que también desaparecerían si un buen número de personas se empeñara en esa tarea; y debería ser posible excluir las locuciones extranjeras y las palabras científicas erróneas, y, en general, lograr que el tono pretencioso pase de moda". Esto, que fue escrito hace más de sesenta años, tiene una ubicuidad asombrosa en nuestros días.
Recomendaba Orwell "dejar que el significado elija la palabra y no al revés. En prosa, lo peor que se puede hacer con las palabras es rendirse a ellas. Cuando usted piensa en un objeto concreto, piensa sin palabras, y luego, si quiere describir lo que ha visualizado, quizá busque hasta encontrar las palabras exactas que concuerdan con ese objeto. Cuando piensa en algo abstracto se inclina más a usar palabras desde el comienzo, y salvo que haga un esfuerzo consciente para evitarlo, el dialecto existente vendrá de golpe y hará la tarea por usted, a expensas de confundir e incluso alterar su significado. Quizá sea mejor que evite usar palabras en la medida de lo posible, y logre un significado tan claro como pueda mediante imágenes y sensaciones. Después puede elegir -y no simplemente aceptar- las expresiones que revelen mejor el significado, y luego ponerse en el lugar del lector y decidir qué impresiones producen en él las palabras que ha elegido. Este último esfuerzo de la mente suprime todas las imágenes desgastadas o confusas, todas las frases prefabricadas, las repeticiones innecesarias, y las trampas y vaguedades".
Por último proponía, ante las dudas que se puedan tener sobre el efecto de una palabra o una expresión, una serie de sencillas reglas a las que recurrir cuando falla el instinto: "Nunca use una metáfora, un símil u otra figura gramatical que suela ver impresa. Nunca use una palabra larga donde pueda usar una corta. Si es posible suprimir una palabra, suprímala. Nunca use la voz pasiva cuando pueda usar la voz activa. Nunca use una locución extranjera, una palabra científica o un término de jerga si puede encontrar un equivalente del inglés cotidiano. Rompa cualquiera de estas reglas antes de decir un barbarismo".
"Estas reglas parecen elementales, y lo son -finalizaba-, pero exigen un profundo cambio de actitud en todos los que se han acostumbrado a escribir en el estilo que hoy está de moda. Aquí no he examinado el uso literario del idioma: tan sólo el lenguaje como instrumento para expresar y no para ocultar o evitar el pensamiento. Si no sabe qué es el fascismo, ¿cómo puede luchar contra el fascismo? Uno no tiene que tragarse absurdos como éste, pero ha de reconocer que el actual caos político está ligado a la decadencia del idioma, y que quizá puede aportar alguna mejora empezando por el aspecto verbal. Uno no puede cambiar esto en un instante, pero puede cambiar los hábitos personales, y de vez en cuando puede incluso, si se burla en voz bastante alta, lanzar alguna frase trillada e inútil a la basura, al lugar a donde pertenece".En su libro "Orwell's victory" (La victoria de Orwell), el escritor y periodista inglés Christopher Hitchens (1949) se enfada por el hecho de que, en la segunda mitad del siglo XX, Orwell haya tenido más críticos desde la izquierda que desde la derecha. Esto no debería llamar mucho la atención, sobre todo teniendo en cuenta que durante gran parte de ese período histórico, la izquierda vivió bajo la férula del estalinismo y sus anquilosados resabios que sojuzgaron cualquier tipo de "desviacionismo" con respecto a la línea que bajaba el PCUS.
Sin embargo, la posición de Orwell parece ser inconfundible: su paulatina toma de conciencia social lo llevó a abandonar una vida acomodada en la Policía Imperial India destinada en Birmania durante 1922/1927, para abrirse camino como escritor primero en París y más tarde en Londres, donde padeció los rigores de la pobreza. De ese período resultaron sus novelas "Down and out in Paris and London" (Sin un peso en París y Londres), "Burmese days" (Los días de Birmania), "A clergyman's daughter" (La hija del reverendo) y "The road to Wigan Pier" (El camino de Wigan Pier).
Hasta allí, Orwell había vivido de cerca las experiencias de los más desposeídos y, a partir de su descubrimiento del socialismo, decidió ejercer el periodismo de denuncia para explicar y divulgar esa situación. Como primer paso, viajó a España como periodista pero se afilió a una milicia del POUM, el Partido Obrero de Unificación Marxista de Andreu Nin (1892-1937) y Joaquín Maurín (1896-1973), de raíz trotskista. En ese momento, Orwell fue testigo de la experiencia de autogestión colectivizadora en el frente aragonés, llevada adelante por trotskistas y anarquistas. En 1937, cuando debió viajar a Barcelona tras ser herido en el frente de batalla, descubrió alarmado la existencia de enfrentamientos entre el ejército regular republicano -que era equipado por la Unión Soviética- y las milicias anarco-trotskistas. Estas fueron objeto de persecuciones y purgas hasta ser desmanteladas, lo que generó en Orwell un replanteo con respecto a sus simpatías con la Unión Soviética que por entonces pasaba por ser el último baluarte ante el avance del capitalismo desenfrenado.
Muchos de los intelectuales de entonces se negaron a ver los disparates del régimen estalinista que, entre otras cosas, aplastaba toda oposición. Parecía ser que cuestionar lo que ocurría en la Unión Soviética era hacerle el juego a la derecha. Orwell, sin embargo, no se privó de denunciar y desenmascarar la traición a los postulados socialistas que era llevada adelante por el estalinismo. Para él, en ese momento, éste era equiparable al nazismo, sin que existieran diferencias entre el capitalismo y el fascismo de Iósif Stalin (1878-1953). Esta postura, por supuesto, le valió ser perseguido y tuvo que radicarse en Inglaterra, después de sortear un fallido intento de asesinato."La libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír" había dicho tiempo antes, y, como si viviese en el siglo XXI: "Lo característico de la vida actual no es la inseguridad y la crueldad, sino el desasosiego y la pobreza". Eric Arthur Blair, más conocido por su seudónimo literario de George Orwell, murió el 21 de enero de 1950, a los cuarentiséis años de edad, víctima de una tuberculosis crónica. Hacia el final de sus días, haciendo un balance sobre su existencia, dejó escrito: "He llevado una vida miserable durante un tiempo, pero ha sido interesante".