1 de abril de 2009

Edith Aron: "Creo que Cortázar me confundió con el personaje"

Edith Aron (1923) nació en la fronteriza localidad de Sarre (ayer Francia, hoy Alemania), y reside en la actualidad en un pequeño departamento en el barrio londinense de St. John's Wood desde hace años. Es una escritora austera y celosa de su intimidad que ha publicado tres libros de relatos y textos breves discretamente autobiográficos: "El tiempo de las maletas", "Las casas falsas" y "55 Rayuelas". De familia judía, poco antes de la Segunda Guerra Mundial emigró con sus padres a la Argentina, donde ya tenía parientes. Al cumplir sus ochenta años admitió en forma pública ser la inspiradora de la famosa Maga de la novela "Rayuela" de Julio Cortázar (1914-1984), aquella enigmática mujer de medias negras y zapatos colorados que a los veintipico de años fumaba Gitanes y andaba con el pelo despeinado, convirtiéndose, tal vez, en el personaje femenino más célebre de la literatura latinoamericana. La corresponsal argentina Juana Libedinsky la entrevistó en Londres para la revista de la edición dominical del diario "La Nación" del 7 de marzo de 2004.¿Cómo conoció a Cortázar?

En un barco de vuelta a Europa, en 1950. Yo estaba en tercera clase, no pasaba nada demasiado interesante y, de pronto, vi a un muchacho tocar tangos en el piano. Una chica italiana con la que compartía la cabina me dijo que me miraba y que como era tan lindo, por qué no iba a invitarlo a nuestra mesa. Pero estábamos sentadas con gente muy rara, el mozo era muy viejo y no me animé. Al poco tiempo, ya en París, entrando en una librería vi una cara conocida. Cortázar me reconoció también, e intercambiamos unas palabras. Nos volvimos a cruzar en el cine, viendo "Jeanne d'Arc" (Juana de Arco). Luego, en los Jardines de Luxemburgo. El estaba muy influido por los surrealistas, que creían que las coincidencias eran algo importante, así que me invitó a tomar algo, me leyó un poemita y hablamos de amigos comunes en Buenos Aires.

Pero no todo fueron encuentros casuales...

Cortázar trabajaba en una exportadora de libros en la esquina de mi casa en París, y venía a verme para almorzar. Era muy entretenido. Por ejemplo, me decía que le hiciera una ensalada azul. Yo no tenía idea de qué era eso. Entonces él tomaba cualquier ensalada y la llenaba de estampillas azules. Hacía todo el tiempo ese tipo de juegos, en los que yo nunca me sentí a la par. ¡Me acomplejaba porque él sabía tanto y yo sabía tan poco! No me decidí a irme a vivir con él justamente porque quería estudiar. Además, sabía que él admiraba mucho a Aurora Bernárdez, que estaba en Buenos Aires.

¿Qué vio en usted Cortázar?

¿Qué me vio Cortázar? No sé, ¡yo era simplemente una chica buena y agradable.

¿Usted estaba enamorada?

No lo sabía. Cierta noche Cortázar me dijo que Aurora vendría a pasar fin de año a París, y me preguntó qué era más importante para mí, Navidad o Año Nuevo. No sé por qué le di­je que Año Nuevo, que Navidad la iba a pasar con mi papá. Cuando nos volvimos a ver, él había pasado Navidad con Au­rora y se había decidido por ella. Fue sólo al perderlo que me di cuenta de que lo quería.

Pero usted ya estaba para siempre asociada a él por "Rayuela". ¿Se siente identificada cuando lee el personaje de la Maga?

El me escribió diciéndome que había basado su personaje en mí, y nos pasaban, es verdad, cosas espontáneas como las de la novela. También hay algunos episodios, como ese en el que encontramos un paraguas vie­jo en las calles de París y le da­mos una ceremonia de entie­rro, que ocurrieron más o menos como los cuenta. Pero la Maga es un personaje literario.

¿Cortázar era tan buen mozo como se ve en las fotos?

Bueno, de chico tuvo un problema en las glándulas que hacía que pasara el tiempo y se viera siempre igual, sus ene­migos le decían Dorian Grey, como el personaje de Oscar Wilde, porque su aspecto nunca cambiaba. Tarde en la vida se hizo operar y sólo entonces, por ejemplo, le creció la barba. Me parece que le costó tanto tenerla que nunca más se la sacó. Por otra parte, no podía tener hijos. Tuvo otro tipo de hijos, los libros, pero no de los de carne y hueso, que son los que humanizan. Y él era demasiado intelectual. Incluso usaba anteojos de joven sin necesidad, hasta que Aurora lo convenció de que se los sacara…

¿Sintió celos por Aurora?

Nunca sentí celos por Aurora. Más adelante, ellos insistieron en que, de tanto en tanto, fuese a comer a su casa. Yo era la chica que había aprendido junto a él. Después de todo, eso era lo que más le gustaba hacer, por algo en la Argentina había sido maestro de escuela. Pero la primera vez, reconozco que me levanté de la mesa, me encerré en el baño y lloré. Yo había estado sufriendo sin darme cuenta. Y sé que él estaba un poco preocupado. Con el éxito que le trajo "Rayuela", sabía que un poco me usó. Y ganó.

A pe­sar de no haber sido la elegida, siempre le guardó un enorme cariño a Cortázar, hasta que cierto día le sacaron las traduc­ciones que estaba haciendo de sus libros al alemán y, peor aún, se enteró de este fragmen­to de la carta del escritor a su le­gendario editor, Paco Porrúa, en 1964: "No necesito decirte quién es Edith, vos lo habrás adivinado hace mucho, ¿verdad? Entonces, ¿vos te imaginás 'Rayuela' traducida por ella?'. En 'Rayuela', te acordás, la Maga confundía a Tomás de Aquino con el otro Tomás. Eso ocurriría a cada línea...".

Me hizo muy mal profesionalmente. ¡Yo trabajé en el Ins­tituto Goethe de Londres, en el Imperial College! Creo que Cortázar me confundió con el personaje. La realidad es que para entonces mi madre -a quien yo no veía desde hacía diez años- estaba gravemente enferma en Buenos Aires. Tu­ve que ir a cuidarla y me demo­ré en entregar las traduccio­nes. Eran textos muy buenos, los hice ver por expertos. Cor­tázar estuvo muy mal en ha­cérmelos sacar. Luego se arrepintió, pero yo ya tenía una rabia infinita.

¿Nunca más volvió a ver­lo?

El decía que por el azar nos volveríamos a encontrar. Nos cruzamos en una Feria del Li­bro de Francfort. Y luego, un día en el metro londinense me lo encontré en el mismo va­gón. Ya estaba con otra mujer, muy joven, llena de anillos de plata en los dedos, pero igual se sentó a mi lado y me pre­guntó de dónde venía. "De mi trabajo", le dije orgullosa. El me respondió: "¿No crees que este encuentro tiene algún sentido?". Y pidió que nos vié­semos al día siguiente. Pero me había lastimado mucho, y yo ya no creía en la casualidad. Así que al llegar a la estación Picadilly le dije: "Me voy", y me bajé. Nunca imaginé que las próximas noticias que ten­dría de él serían las de su muerte, en 1984.

¿Por qué no creía más en la casualidad?

Una vez un rabino me dijo que ser judío es como una va­cuna: funciona como defensa ante un momento crítico. Yo siempre fui muy liberal, nada religiosa, pero me parece que eso es verdad. Fíjese: yo acaba­ba de leer a George Steiner res­pecto de una teoría del judais­mo que no acepta la coinci­dencia, y eso me sirvió para justificar no volver a verlo. Además, aparte de Cortázar yo tuve una vida muy linda. Soy la viuda de un artista inglés que trabajó un tiempito como corrector en el Buenos Aires Herald. Y tengo una hija, Joanna, que es cantante. Llegó a te­ner pasaporte argentino, que guardo con cariño. Como ella tenía dieciocho meses, le to­maron la foto y le hicieron es­tampar su dedito, aclarando, debajo: "No firma aún". Es el úl­timo recuerdo que tengo del país, al que me encantaría vol­ver, pero ya no puedo viajar mucho.

Una última pregunta que me desvela. El personaje de la Maga andaba despeina­do, cocinaba mal y fumaba Gitanes. ¿Y usted?

No sé, creo que en una car­ta le escribí a Cortázar que es­taba despeinada. Nunca fui una gran cocinera. Crecí en la Argentina, así que me sigo ba­sando en el bife con ensalada. Y los Gitanes, bien fuertes, sí, me encantaban. Pero ahora, ¡sólo me dejan fumar Philip Morris Ultra Light!

¿Nunca antes pensó en decir que usted era la Maga?

Una sola vez, cuando en el almacén cercano a mi casa una chica mexicana me dijo que era una gran admiradora de Cortázar y que la Maga era su ideal, como era tan simpática pensé en decirle quién era yo. Pero no lo hice. No es un tema del que me guste hablar, no lo necesito y, además, a los ingleses nunca les interesó. Pero ahora… bueno, digamos que soy una señora mayor. Quizá no esté para el próximo aniversario de Cortázar.