27 de abril de 2009

Encuentros (XXVIII). Jorge L. Borges - Herbert A. Simon. Sobre laberintos y libre albedrío

La Biblioteca Nacional (originalmente Biblioteca Pública de Buenos Aires) fue creada por decreto de la Junta de Gobierno de la Revolución de Mayo el 7 de septiembre de 1810. Su primera sede estuvo en la Manzana de las Luces, sobre la actual calle Moreno, siendo sus primeros bibliotecarios el doctor Saturnino Segurola (1776-1854) y fray Cayetano Rodríguez (1761-1823). En 1853, tras la batalla de Caseros, fue designado director Marcos Sastre (1809-1887) a quien le sucedió cinco años después José Mármol (1818-1871), el autor de la primera novela argentina, "Amalia". En 1884 la biblioteca pasó a pertenecer al Gobierno Nacional y fue su primer director el doctor José Antonio Wilde (1813-1887) quien implantó el servicio nocturno y estableció un nuevo reglamento. A comienzos de 1885 fue designado el historiador francés Paul Groussac (1848-1929), uno de sus directores más destacados. El fue quien consiguió el traslado al edificio de la calle México 564, donde la biblioteca funcionó hasta 1993. Gustavo Martínez Zuviría (1883-1962), conocido como escritor con el seudónimo de Hugo Wast, ejerció la dirección entre 1931 y 1955 y, en octubre de ese año, el gobierno de la llamada Revolución Libertadora designó a Jorge Luis Borges (1899-1986), convirtiéndose en su tercer director ciego después de los ya mencionados Groussac y Mármol. Borges había sido auxiliar tercero en la Biblioteca Municipal Miguel Cané, en el barrio de Boedo, entre 1938 y 1946. Ese año, con la llegada del peronismo al poder, fue removido de su puesto de bibliotecario y ascendido -con aumento salarial incluido- a Inspector de Aves y Huevos del municipio. Obviamente renunció. Hacia fines de 1970, llegó al viejo edificio de la calle México Herbert Alexander Simon (1916-2001), un científico norteamericano experto en problemas del pensamiento humano aplicados al dise­ño de modelos de la, por entonces, incipiente computación. Tiempo después ampliaría sus aportaciones científicas a un amplio abanico de campos como la psicología, las matemáticas, la epistemología, la economía y la inteligencia artificial, y sería laureado en 1978 por la Academia Sueca con el Premio Nobel de Economía por sus trabajos sobre los procesos de elección y la teoría de la decisión. El científico norteamericano gozó de un enorme pres­tigio y fue considerado uno de los pilares del conductismo, una disciplina también conocida como behaviorismo, que estudia las situaciones de elección que se le plantean a un individuo en cualquier circunstancia y pretende, a la vez, conocer los procesos psicológicos que llevan a elegir determinada alternativa frente a un problema. Simon, que llegaba a la Argentina invitado por la Sociedad Argentina de Organización Industrial para dictar un ciclo de conferencias sobre "La dirección de empresas en una era tecnoló­gica", le envió unos días antes de su viaje una carta a Borges diciéndole: "Mi profesión es la de un científico social y busco comprender el compor­tamiento humano a través de modelos matemáticos (o, más recientemente, con modelos de simulación pro­gramados por computadoras)". Aparentemente, la distancia entre el escritor y el economista era enorme. Sin embargo, el estado­unidense creía haber encontrado un notorio paralelo entre los laberintos borgeanos y su propia línea de pensamiento. Para constatar ese paralelismo, esa convergencia o esa identidad, fue que solicitó una audiencia al Director de la Biblioteca Nacional. A su llegada al país, supo que la iniciativa había sido acogida con entusiasmo por el autor de "La muerte y la brújula". No era para menos. Basta repasar algunas líneas de la carta de Simon a Bor­ges: "En 1956 publiqué un artículo que describe a la vida como una búsqueda por los pasa­dizos de un laberinto muy ramificado y poblado por una gran cantidad de metas a alcanzar. Unos pocos años más tarde tropecé con 'Ficciones', en particular con el cuento 'La Biblioteca de Babel', para descubrir que usted también concibe a la vida como una bús­queda a través del laberinto. Me pregunto si alguna vez habrá ocurrido una transmi­gración comparable, desde el cuerpo inerte de un modelo matemático a la carne viva de la literatura". El encuentro entre Simon y Borges se dio en el despacho de éste en la Biblioteca Nacional y fue presenciado por el periodista Gabriel Zadunaisky de la revista "Primera Plana", en cuyo nº 414 del 5 de enero de 1971 fue reproducido.JLB: Me encuentra en plenos preparativos para un pró­ximo viaje. Voy a Estados Unidos y luego a Escocia, Irlanda e Inglaterra, pero lo que puede resultar más extra­ño de este viaje es una escala que voy a hacer entre el primero y el segundo de los lugares que mencioné. La escala es Islandia. Lo que ocurre es que hace quince años que me dedico al estudio de lenguas germánicas antiguas y me­dievales.

HAS: ¿Le interesa el me­dio social, digamos, conocer la carne viva de esas lenguas?

JLB: No, en realidad voy invitado por la Sociedad de Escritores Islandeses. Basado en mis estudios yo he escrito un manual de literatura en lenguas ger­manas medievales. Además, me interesa también el nor­mando antiguo. Es un idioma con una estructura muy particular. Las palabras son, en realidad, las mismas que en el inglés antiguo. Lo que difiere es el orden de esas palabras. Por ejemplo, si en inglés se dice "The saga of Eric the Red" (La saga de Erico el Rojo), en normando se diría "Eric's saga the Red's" (De Erico saga del Rojo). Bueno, pero quisiera saber cual es su interés en esta entrevista.

HAS: Me gustaría saber cómo fue que el laberinto entró en su campo de visión, en sus conceptos, hasta que lo adoptó en sus cuentos.

JLB: Recuerdo haber visto un gra­bado del laberinto en un libro francés; ocurrió cuando yo era un niño. Era un edificio circular sin puertas pero con muchas ventanas. Solía mirar ese gra­bado y pensaba que si le acercaba una lupa podría descubrir el minotauro.

HAS: ¿Lo encontró?

JLB: En realidad mi vista nunca fue demasiado buena. Luego descubrí algo de la compleji­dad de la vida, como si fuera un juego. No me refiero al ajedrez en este caso. Quizá lo pueda decir con un poema: "Me he vuelto demasiado viejo para el amor/ mi amor, me he puesto viejo/ pero nunca estaré tan viejo/ como para no ver la inmensa noche que nos envuelve./ Algo oculto en el amor y las pasiones/ aún me sorprende". Aquí hay un juego de palabras: en inglés la palabra para laberinto es "maze", y para sorpresa "amazement". También hay una clara connotación semántica. Esta es la forma en que percibo la vida. Una continua sorpresa. Una con­tinua bifurcación del laberinto.

HAS: ¿Cuál es el vínculo entre el laberinto del minotauro y su laberinto, el que exige continuas decisiones? ¿La analogía va más allá del concepto ge­neral?

JLB: Cuando escribo no pienso en términos de enseñar. Pienso que mis historias, de algún modo, me son dadas y mi tarea es narrarlas. Tampoco bus­co connotaciones implícitas ni parto de ideas abstractas, no soy un cazador de símbolos. Pero si hay alguna expli­cación trascendental de mis historias no me corresponde encontrarla, eso le corresponde a los críticos y a los lec­tores. Escribo por la narración misma, sim­plemente por interés en el personaje, y pienso que quizá también le pueda interesar a otros. Los críticos y los estudiosos me han atribuido todo tipo de intenciones, de que tal o cual historia quiere evidenciar determinada ideología política o reli­giosa o, inclusive, metafísica. Quizás esa intención esté en mi subconsciente y no en un plano consciente: tampoco pretendo llevarla a ese plano. Supongo que esto puede decepcionar­lo, pero yo creo que este tipo de cosas le corresponde dilucidarlas al pensador y yo no soy un pensador, excepto en la medida que lo son todos los hombres.

HAS: Sin embargo se pueden en­contrar claras diferencias de concepto entre los distintos laberintos que apa­recen en sus obras. En el de "La Biblio­teca de Babel" usted, claramente, parte de una abstracción.

JLB: No es así. Le puedo contar cómo surgió esa historia. Yo trabajaba en una pequeña biblioteca pública en la zona oeste de Buenos Aires. Trabajé nueve años en esa biblioteca con un sueldo miserable y la gente que traba­jaba allí era muy desagradable. Era gente muy tonta, estúpida realmente, y eso me traía pesadillas. Un día me dije que mi vida entera estaba encerrada en esa biblioteca. ¿Y por qué no inventar un universo representado por una biblioteca interminable? Una bi­blioteca donde pudieran encontrarse to­dos los libros escritos. Al mismo tiem­po leía algo acerca de permutaciones y combinaciones matemáticas y veía en esta biblioteca las posibilidades poco menos que infinitas. Y este es un ejem­plo de historia en el que conocía el origen de esa temática. El concepto de esta biblioteca respondía a mi forma más intrínseca de ale­gría. Me sentía realmente feliz escri­biendo. Y no era una felicidad mera­mente intelectual, uno siente ese tipo de felicidad.

HAS: ¿Y por qué lo atrae tanto la idea del Minotauro?

JLB: Es curioso. No me atrae tan­to la idea sino otro nombre atribuido a ese ser mitológico. Encontré el nom­bre de Asterión en un diccionario. Tie­ne connotaciones de astro o estrellas. Es una imagen que pensé siempre que le podía gustar a los lectores.

HAS: En definitiva, yo encuentro que el concepto de laberinto tiene una unidad, justamente conceptual, en sus escritos, pese a algunas diferencias que le dan matices particulares muy interesantes para cada cuento o narración.

JLB: En realidad, creo que esa unidad se debe a que todos los cuentos míos que hablan del laberinto respon­den a un particular estado de ánimo en mí que me lleva precisamente a esa temática.

HAS: En cuanto a sus ideas sobre análisis combinatorio, ¿cuáles fueron sus fuentes?

JLB: Leí un libro muy interesante que es la "Introduction to mathematical philosophy" (Introducción a la filosofía de las matemáticas) de Bertrand Russell. Luego me interesó mucho un libro llamado "Authority and the individual" (El mundo del individuo), que da un ejemplo muy extraño sobre el tema. Presentaba el caso de un mapa de Inglaterra a ser trazado en la escala del terreno mismo de la isla. Y por su­puesto que el mapa tenía que estar dentro del mapa general. Y dentro del primero, el mapa del mapa y así en más. Lo que da una idea de infinito. De mi padre heredé el gusto por estas formas de razonamiento. El solía llevarme aparte para hablar o hacerme preguntas sobre mis creencias. Una vez tomó una naranja y me dijo: "¿A tu juicio, el gusto está en la naranja?". Yo le dije que sí. Entonces él me pre­guntó: "Bueno, ¿entonces vos pensás que la naranja está continuamente sabo­reándose a sí misma?".

HAS: Se supone que la resolución de esos interrogantes lo llevaría a uno a profundizar en el campo de los solipsismos.

JLB: En realidad mi padre no me refería a las fuentes filosóficas. Sólo me presentaba los problemas concretos. Luego de mucho tiempo me mostró una historia de la filosofía donde encontré el origen de todas esas preguntas. De la misma manera, mi padre me enseñó a jugar al ajedrez, aunque en realidad yo siempre he sido un pésimo jugador y él era muy bueno. También mi padre me transmitió el gusto por la poesía. Sus estantes esta­ban colmados de autores como Keats, Shelley y otros poetas. También los re­citaba de memoria. Y aún ahora, cuando repito versos de Fitzgerald, Omar Khayyam o algún otro, mi madre dice que le parece estar escuchando a mi padre.

HAS: Alguna vez me dijeron que usted había leído en inglés por primera vez el "Quijote".

JLB: Sí. es cierto.

HAS: Es curioso porque yo lo leí en castellano la primera vez. Luego en­contré que en inglés el humor del Qui­jote perdía toda delicadeza.

JLB: También es cierto, la expe­riencia con traducciones suele ser ésa. Me ocurrió algo interesante con Walt Whitman. Fue alrededor del año 1917. Yo estudiaba alemán. Entonces me tro­pecé con la traducción de algunos de sus versos a ese idioma. Luego leí los mismos versos en inglés y descubrí que Whitman es fácilmente traducible al alemán, que sus poemas mantienen su valor. En cambio, la traducción al cas­tellano se hace mucho más difícil.

HAS: Es un problema de la facilidad con que es posible formar pala­bras compuestas en inglés y alemán y lo difícil que es hacerlo en castellano.

JLB: Sí, eso es cierto. Pero ahora me gustaría que usted me explique algo sobre el llamado conductismo o behaviorismo. ¿Cuál es el fundamento? ¿Es decir, se habla de libre albedrío o más bien de predestinación?

HAS: Bueno, yo siempre tengo que hablar de computadoras. Estoy enamo­rado de las computadoras. Lo podría­mos plantear de la siguiente manera: frente a determinado problema la
computadora se comporta, también, de determinada manera, y nos pregunta­mos si tuvo libre albedrío en ese com­portamiento. Decimos que tuvo libre albedrío en el siguiente sentido: si se le hubiera colocado otro programa hu­biera actuado en distinta forma, hubiera tenido otro comportamiento.

JLB: ¿Qué quiere decir con com­portamiento? Porque éste sería un pro­ceso mecánico, me refiero por supuesto al de la computadora.

HAS: Sí, es un proceso mecánico. Pero yo pienso, al igual que muchos otros en mi especialidad, que el ser humano tiene también un comporta­miento de tipo mecánico, similar al de la computadora.

JLB: Es decir que actuamos así por fuerza de la costumbre.

HAS: Más bien yo diría por fuerza de los programas que tenemos almace­nados en nuestro cerebro. Y tenemos libre albedrío en el sentido de que el comportamiento resultante surge en fun­ción de nosotros mismos tanto como en función de la situación que enfren­tamos. No todos se comportan de la misma manera frente a determinada situación.

JLB: ¿Usted piensa, entonces, que frente a una disyuntiva, digamos, de dos comportamientos posibles frente a determinada situación, yo puedo elegir uno de esos comportamientos?

HAS: Su programa elige. Sí, se pue­de elegir. Pero eso no es una causa incausada. Uno no es una causa incausada.

JLB: ¿Esto implicaría que si al­gún ser poderoso, algún dios, conociera todo mi pasado, mi infancia, inclusive antes de mi infancia, diría mis antepasados, esto implica que ese dios po­dría predecir mi comportamiento frente a cualquier situación?

HAS: Mis creencias científicas me dicen que es así. Teniendo todos esos conocimientos sobre un individuo se puede predecir su comportamiento fren­te a determinada situación.

JLB: Entonces lo que yo estoy diciendo en este preciso instante es...

HAS: ...es una función de todo su pasado...

JLB: ...es inevitable.

HAS: Inevitable, sí; pero esa inevitabilidad no le quita a usted su identi­dad, su individualidad. Usted es la en­carnación de su propio pasado.

JLB: Comprendo. O por lo me­nos me plazco en pensar que entiendo. Ahora, ¿esto da cuenta de todas nues­tras acciones? Es decir, si mi mano derecha está apoyada sobre mi mano izquierda, ¿es porque tenía que ser así? Yo pienso que hay muchas cosas que hacemos de una forma, diría, impen­sada.

HAS: Cosas que ocurren en el sub­consciente. Sí, es cierto. Si no fuera así no podríamos ni siquiera atarnos los cordones de los zapatos. La mayo­ría de las cosas ocurren así. Pero eso se debe a que tenemos muchas cosas programadas.

JLB: Pero, ¿las cosas son inevitables en ese sentido también?

HAS: Podrían ser distintas, pero siempre en función de sus programas. Podría haber algún determinante que haga que su programa le indique otra acción a tomar. Y si hablamos del azar, el científico piensa siempre en última instancia que en esto no existe el azar. En algún mo­mento quizá tenga que decir que no puede explicar determinado fenómeno, pero igual trabaja con el supuesto de que hay causas que determinan una acción. Y por lo tanto, cuando estu­diamos el comportamiento de una persona que está resolviendo un problema, partimos del supuesto de que cada "¡hummm!" o "¡ah!", de que cada exclama­ción, tiene su causa. No siempre pode­mos descubrir esa causa.

JLB: Bueno, claro. Cuando estu­dian el comportamiento tienen que re­montarse al pasado entero de esa perso­na. Inclusive al pasado, a los comienzos de la humanidad, inclusive del cosmos.

HAS: No, no es así. Porque el pa­sado influye su comportamiento presente en la medida en que ese pasado ya está contenido en su persona. Por lo que siempre podemos encontrar un punto de partida. Y eso es como tra­baja, por ejemplo, el físico. Si quiere estudiar la Luna, no necesita conocer todo su pasado. Sólo necesita conocer su posición y velocidad actuales en relación con los demás planetas. Puede tomar eso como punto de partida. Nece­sita conocer las determinantes pasadas de unas pocas cosas. Y es sorprendente lo poco del pasado que influye en una acción determinada ocurrida en un breve lapso de tiempo, es decir, una acción tomada por un hombre. Por ejemplo, si yo juego al ajedrez con un hombre, digamos, cinco meses, sin parar y sin tener otra acti­vidad con ese hombre, es sorprendente lo poco que voy a saber o conocer de los contenidos de su mente. Lo poco que voy a conocer sobre los determi­nantes que actuarían en él frente a otras situaciones.

JLB: Es decir que hay lugar para el libre albedrío.

HAS: Sí. Esta es la forma en que yo concibo el libre albedrío, en que yo soy el que actúa cuando tomo determi­nada acción. Y el hecho de que algo haya causado ese comportamiento de ninguna manera me hace sentir ence­rrado. Así que cuando llegamos a una bifur­cación del camino o, digamos, del la­berinto, "algo" elige cuál es la ra­ma a tomar. Y la razón de mis investi­gaciones y también la razón por la que sus laberintos me han fascinado de tal forma, ha sido, justamente, observar individuos que se encuentran con bifur­caciones, y tratar de entender por qué toman el camino de la derecha o el de la izquierda.

JLB: Me parece que ese tipo de cosas suceden continuamente en mis historias. Tendría que pedirle disculpas por haberlo enfrentado a nuevos inte­rrogantes...

HAS: Al contrario...

JLB: ...pero es que si no escri­biera esas historias en particular, todo sería artificial. Quiero decir, si escri­bo estas historias es porque tengo que hacerlo, o porque las necesito. Porque si no podría inventar otras historias y esas historias no tendrían ningún significado para mí y quizá tampoco para el lector. Porque el lector sentiría que son ejercicios literarios artificiales.

HAS: Yo pienso que estas historias son muy de nuestro siglo o de nuestros tiempos y por eso me interesó mucho lo que usted dijo sobre Bertrand Russell. La idea del laberinto ramificado, la idea de la combinatoria en grandes espacios como el de sus bibliotecas. Estas ideas son extremadamente cen­trales para muchos de los avances de la lógica moderna y en la investigación operativa o ciencia de la computación.

JLB: Es cierto que he sacado mu­chas de mis ideas de los libros de ló­gica y de matemática que he leído, pero, en verdad, cada vez que me pro­puse la lectura de estos libros, ellos me han derrotado, no he logrado inter­pretarlos a fondo. Ahora, la mayoría de estas ideas yo las he sacado de las anotaciones de mi padre. Yo no he leído mucho, lo que sí he hecho es releer mucho. Porque siempre me ha parecido que se saca más releyendo un libro viejo que intentando la lectura de uno nuevo.

HAS: Hay otro problema con los libros nuevos. Y eso es que hay que evaluarlos primero. Pero para evaluar­los hay que arriesgarse a perder tiem­po leyéndolos. Y esto parece señalar una importante diferencia, diría, generacional. Es muy evidente que la gente que actualmente tiene alrededor de cincuenta años, pon­gamos por promedio, ha educado sus gustos literarios en los clásicos; en tanto que los que están por debajo de esa edad han perdido el gusto inclusive, hablemos de mi país, por la Biblia o por las obras de Shakespeare.

JLB: Sí, yo lo he notado en nues­tro país también.

HAS: No tengo en claro todas las razones por las que esto ocurre, pero en mi experiencia he descubierto al­gunos datos. Estando en París, en algún momento me deprimió la idea de la cantidad de monumentos con los que conviven los franceses. Se me ocurrió que, de algún modo, habría que orde­nar las cosas de forma que los monu­mentos no se eternicen sino que, en algún momento, fueran reemplazados para poder permitir un continuo flujo de nuevos símbolos, controlado en cier­ta medida. Y por supuesto que las mejores cosas serían las que permane­cerían por más tiempo. Es decir, habría que darle a las nuevas generaciones la posibilidad de amalgamar cosas nuevas con las más antiguas. Claro que esto significa que muchas cosas, simplemen­te, tendrían que desaparecer.

JLB: Volviendo a la literatura. Yo noto que muchos escritores argen­tinos leen uno o dos clásicos españoles y otro tanto de franceses, o en inglés, y después se dedican a leer autores argentinos. Es una lástima que se olviden otros clásicos tan importantes como Cervantes o los clásicos franceses.

HAS: Quizás ocurre que, por las necesidades del momento, los escritores argentinos han tenido que volcarse a la literatura de este país y por lo tanto descartan a la fuerza los clásicos.