22 de mayo de 2009

R.L. Stevenson, el perpetuo vagabundo (2). Según Jorge Luis Borges

Evidente lector de Edgar Allan Poe (1809-1849), idóneo para superar a Walter Scott (1771-1832) en la novela histórica, ensayista con un toque de puritanismo, autor de poemas para niños y de cuentos que podrían ser considerados antecesores del realismo mágico, Stevenson fue además -según los críticos literarios- un exponente de exotismo británico post-romántico.
En una entrevista en la que Borges manifestó su falta de interés por una larga serie de escritores de los siglos XIX y XX, un nombre aparecía insistentemente como el de su maestro: Robert Louis Stevenson. Primero lo mencionó entre los modelos de "Historia universal de la infamia" y luego lo consideró como "cierto amigo muy querido que la literatura me ha dado" en el prólogo a "Elogio de la sombra". En "Borges y yo", el famoso catálogo de las cosas predilectas del autor de "Fervor de Buenos Aires" se incluye una sola referencia literaria y es, precisamente, la prosa de Stevenson: "Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson". Su muerte en Samoa fue interpretada por Borges como la culminación de su vida y la confirmación de su leyenda como héroe literario, tal como se desprende de los versos que le dedicó en su poema "Blind Pew": "A ti también, en otras playas de oro, / te aguarda incorruptible tu tesoro: / la vasta y vaga y necesaria muerte".
Entre las obras del escritor escocés, Borges destacó los relatos de índole policial, señalando que "La isla del tesoro" le había dado la imagen de un escritor para niños en vez de la de un novelista y ensayista serio, la que consideraba mucho más apropiada. Borges le atribuyó a Stevenson una doble cualidad: maestro literario y "amigo personal", lo que se pone de manifiesto en su "Introducción a la literatura inglesa" de 1965 -que escribió con la colaboración de María Esther Váquez (1944)-, en la que incluyó un largo pasaje dedicado al autor de "Cuentos de los mares del sur".

Jorge Luis Borges (1899-1986). Criado en el barrio de Palermo, viajó luego con su familia a Europa donde los sor­prendió la Primera Guerra Mundial. Tras realizar sus estudios secundarios en Suiza, vivió un año y medio en Madrid, ciudad en la que se vinculó con los círculos y revistas ultraístas, antes de regresar al país en 1921. Comenzó a publicar libros de ensayos y de poemas, a la vez que parti­cipaba en la dirección de las revistas "Proa" y "Martín Fierro" e integraba el Comité Asesor de la revista "Sur". Luego dirigió durante un tiempo el suplemento literario del diario "Crítica", la revista "Anales de Buenos Aires" y la colección policial "El Séptimo Círculo" de la edito­rial Emecé. En 1955 fue designado director de la Bi­blioteca Nacional y profesor de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras. A partir de 1961 se inició una serie de reconocimientos internacionales por su obra, la cual comenzó a ser muy estudiada. Entre sus obras figuran "Historia uni­versal de la infamia", "El jardín de senderos que se bifurcan", "Ficciones", "El Aleph", "El hacedor" y "El informe de Brodie".

La breve y valerosa vida del escocés Robert Louis Stevenson fue una lucha contra la tuberculosis, que lo persiguió de Edimburgo a Londres, de Londres al sur de Francia, de Francia a California, y de California a una isla del Pacífico, donde, al fin, lo alcanzó. Pese a tal asechanza, o tal vez urgido por ella, ha dejado una obra importante que no contiene una sola página descuidada y si muchas espléndidas. Uno de sus primeros libros, las "Nuevas mil y una noches", anticipa la visión de un Londres fantástico, y fue redescubierto mucho despuás por su fervoroso biógrafo Chesterton. Esta serie incluye la historia de "El Club de los suicidas". En 1886 publicó "El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde"; debe observarse que esta breve novela fue leída como si fuera un relato policial y que la revelación de que los dos protagonistas eran realmente uno tiene que haber sido asombrosa. La escena de la transformación le fue dada a Stevenson por un sueño.La teoría y la práctica del estilo lo preocuparon siempre; escribió que el verso consiste en satisfacer una expectativa en forma directa y la prosa en resolverla de un modo inesperado y grato. Sus ensayos y cuentos son admirables; de los primeros citaremos "Pulvis et Umbra"; de los segundos "Markheim", que narra la historia de un crimen. De sus extraordinarias novelas solo recordaremos tres: "La resaca", "El Señor de Ballantrae", cuyo tema es el odio de dos hermanos, y "Weir of Hermiston", que ha quedado inconclusa.
En su poesía alterna el inglás literario con el habla escocesa. Como a Kipling, la circunstancia de haber escrito para niños ha disminuido acaso su fama. "La isla del tesoro" ha hecho olvidar al ensayista, al novelista y al poeta. Stevenson es una de las figuras más queribles y más heroicas de la literatura inglesa.El Stevenson que más gustaba a Borges era aquel que construía sus relatos de acuerdo a su propia teoría narrativa que sostenía que "la ficción no puede competir con la vida salvo por su inmensa diferencia con la vida: la vida es monstruosa, infinita, ilógica, abrupta e intensa; una obra de arte, en cambio, es nítida, finita, independiente, racional, fluida y castrada". "Los personajes de ficción -dijo Stevenson- son sólo sartas de palabras y partes de libros y el lector se identifica no tanto con los personajes como con las situaciones del relato. Un lector que es persuadido a imaginar el relato, lo hará suyo, infundiéndole vida". Parece claro que Borges ha aplicado esta teoría a sus propias ficciones y que, más que de influencias, se puede hablar de puntos de vista literarios muy parecidos. Esto sucedió, por ejemplo, con el tema del doble y la escisión de la personalidad que Stevenson utilizó con el doctor Jekyll y el señor Hyde, y Borges en "Los teólogos" y en "Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto" que integran su libro "El Aleph".
A propósito de la historia de Jekyll y Hyde, sabido es que se hicieron numerosas adaptaciones para el cine, como así también es conocido el interés de Borges por el mismo. El cine fue para él, en cierto momento de juventud, algo más que un divertimento. "En esa época -se refiere a los años '30- me gustaba infinitamente el cine, fue mi gran pasión". En el prólogo de "Historia universal de la infamia" dijo: "Los ejercicios narrativos que integran este libro fueron ejecutados de 1933 a 1934. Derivan, creo, de mis relecturas de Stevenson y de Chesterton y aun de los primeros filmes de Von Sternberg". Naturalmente, Borges escribió una serie de artículos de crítica cinematográfica, la mayoría de los cuales aparecieron en la revista "Sur" entre los años 1931 y 1943.En su libro "Discusión", hay un capítulo titulado "El Dr. Jekyll y Edward Hyde, transformados", en el que dice:

Hollywood, por tercera vez, ha difamado a Robert Louis Stevenson. Esta difamación se titula "El hombre y la bestia": la ha perpetrado Victor Fleming, que repite con aciaga fidelidad los errores estéticos y morales de la versión (de la perversión) de Mamoulian. Empiezo por los últimos, los morales. En la novela de 1886 el Dr. Jekyll es moralmente dual -como lo son todos los hombres- en tanto que su hipóstasis -Edward Hyde- es malvada sin tregua y sin aleación; en el film de 1941, el Dr. Jekyll es un joven patólogo que ejerce la castidad, en tanto que Mr. Hyde es un calavera con rasgos de sadista y de acróbata. El Bien -para los pensadores de Hollywood- es el noviazgo con la pudorosa y pudiente Miss Lana Turner; el Mal, la cohabitación ilegal con Fröken Ingrid Bergman. Inútil advertir que Stevenson es del todo inocente de esa limitación o deformación del problema. En el capítulo final de la obra, declara los defectos de Jekyll: la sensualidad y la hipocresía; en uno de los "Ethical Studies" -año de 1888- quiere enumerar "todas las manifestaciones de lo verdaderamente diabólico" y propone esta lista: "la envidia, la malignidad, la mentira, el silencio mezquino, la verdad calumniosa, el difamador, el pequeño tirano, el quejoso envenenador de la vida doméstica". La estructura del film es aún más rudimentaria que su teología. En el libro, la identidad de Jekyll y de Hyde es una sorpresa: el autor la reserva para el final del noveno capítulo. El relato alegórico finge ser un cuento policial; no hay lector que adivine que Hyde y Jekyll son la misma persona; el propio título nos hace postular que son dos. Más civilizado que yo, Victor Fleming elude todo asombro y todo misterio: en las escenas iniciales del film, Spencer Tracy apura sin miedo el versátil brebaje y se transforma en Spencer Tracy con distinta peluca y rasgos negroides.