16 de septiembre de 2009

El decálogo de John Irving

"Las novelas siempre tienen que ser más verosímiles que la vida real, porque la vida real no es creíble". Quien así razona es el escritor estadounidense John Irving (1942), autor de, por ejemplo, "The fourth hand" (La cuarta mano) y "Until I find you" (Hasta que te encuentre), dos formidables novelas en las que, fuertemente influido por el realismo de los maestros europeos del siglo XIX, buscó conmover al lector más que persuadirlo intelectualmente. Nacido en Exeter, New Hampshire, estudió literatura inglesa en la Universidad de New Hampshire y en 1963 se trasladó a Viena, donde pasó dos años en el Institut für Europäische Studien (Instituto de Estudios Europeos). De regreso a su país, comenzó su carrera de escritor publicando hasta la fecha una decena y media de libros en los que, poco a poco, fue entremezclando la ficción con inocultables datos autobiográficos.
El propio Irving razona: "La novela de iniciación cripto-autobiográfica suele ser la que todo narrador escribe al comenzar su carrera. Los abusos sexuales que sufrí de parte de mujeres mayores durante mi infancia... La ausencia sin explicaciones de mi padre, a quien yo lancé señales a lo largo de toda mi vida y mi obra, con esas cartas enviadas desde la guerra en Birmania casi copiadas del fajo de cartas que envió mi padre y que mi madre me enseñó, sin decir palabra: las dejó sobre una mesa para que las leyera, recién cuando yo tenía cerca de cuarenta años... El silencio casi sobrenatural de mi madre durante tanto tiempo... El averiguar que al firmar el divorcio, cuando yo tenía dos años, mi madre le impuso a mi padre la condición de que tendría prohibido volver a verme... Todo eso, cualquier escritor novel, lo hubiera utilizado, casi seguro, para su debut. Pero yo esperé hasta mi onceava novela. Además, soy un escritor lento y me tomo mi tiempo con cada una de mis obras y, de algún modo, me gusta sentirlas como despegadas de lo coyuntural, me interesa que funcionen a solas y sin ninguna ayuda del momento en que se publican. Así fue como escribí mi novela sobre el aborto ubicada en el pasado o mi novela sobre Vietnam muchos años después de que esa guerra fuera 'el' tema".
Irving jamás encontró a su padre biológico, cuyo nombre y apellido llevó hasta los seis años hasta que fue rebautizado como John Winslow Irving cuando su madre se casó con Colin Irving. "Recién supe quién y cómo había sido mi padre cinco años después de su muerte, cuando mi hermanastro, hasta entonces desconocido, pensó que yo podía tener algo que ver con él y me llamó por teléfono. Ahí me enteré de que mi padre se había casado otras cuatro veces luego de separarse de mi madre. Y que tuvo hijos con tres de ellas. Así que tengo tres hermanastros y una hermanastra. Escuché la voz de mi padre en un cassette que habían grabado mientras corría en la cinta fija y me caían las lágrimas. Me mostraron fotos de él. Yo soy exactamente igual a como era él a los sesenta y pico de años. Así que ya sé cómo seré yo más adelante... Mi hermanastra me contó que una vez, su padre y el mío, la llevó a Exeter, en pleno invierno. Y ella no tenía la menor idea de para qué. Yo creo saber por qué la llevó. Según ella, eso tiene que haber sido por 1961. Entonces yo era campeón de lucha grecorromana de la Exeter University. Sí, estoy seguro de ello: mi padre fue a verme luchar y vencer. Y recuerdo que por entonces yo imaginaba que mi padre me miraba desde el público. Y que yo luchaba para él. Después, cuando empecé a escribir, era la misma situación: yo escribía para mi padre, buscándolo, pensando que si no lo hacía yo, al menos mis libros se las arreglarían para encontrarlo".
Rodrigo Fresán (1963), escritor y periodista argentino radicado desde hace diez años en Barcelona, lo ha entrevistado en numerosas ocasiones para el diario "Página/12", medio en el que colabora habitualmente. Fruto de esas charlas es el decálogo de mandamientos irrenunciables de John Irving que, compilado por Fresán, fue publicado en el suplemento literario "Radar Libros" del diario porteño el 19 de Septiembre de 1999.

1. Escribirás sólo cuando tengas ganas de escribir.
"No me doy descanso ni me obligo a escribir; no tengo rutina de trabajo. Soy un escritor compulsivo: necesito escribir de la misma manera que necesito dormir, hacer ejercicio, comer y tener relaciones sexuales. Puedo pasar un período de abstinencia, pero después necesito hacerlo. Las novelas implican un compromiso muy largo. Cuando empiezo un libro no puedo trabajar por más que dos o tres horas por día. Después viene la mitad del libro. Entonces sí puedo trabajar ocho, nueve, diez horas diarias, los siete días de la semana. Después, cuando llega el momento de terminar el libro se retorna al régimen de dos o tres horas por día. Escribo más rápido de lo que leo".

2. Sabrás cómo termina antes de empezar.
"No empiezo hasta saber todo lo que puedo soportar saber sin escribir nada sobre el papel. Henry Robbins, mi difunto editor en E.P. Dutton, llamaba a esto mi teoría del enema: evite escribir el libro el mayor tiempo que pueda, oblíguese a no empezar, guárdeselo. Saber todo lo que va a ocurrir -por lo general escribo antes que nada los finales, con una sensación otoñal, de polvo que se asienta- antes de tener el primer párrafo. La autoridad de la voz de mis personajes proviene de saber cómo termina todo antes de empezar. Adoro la trama, ¿y cómo se puede tramar una novela si uno no sabe cómo va a concluir es novela? Los títulos son importantes. La literatura es un trabajo muy monótono, realmente".

3. No tendrás miedo de los sentimientos y a las emociones.
"Mi intención como novelista es hacer reír y llorar y empleo el lenguaje para contar una historia en el plano emocional y no intelectual. Para el crítico moderno, cuando un escritor se arriesga a ser sentimental ya es culpable. Pero el escritor pecará de cobardía si teme al sentimentalismo hasta el punto de evitarlo por completo. No dejar traslucir las emociones se ha convertido en un rasgo obligado del autor literario. Pero yo no querría estar casado con alguien que no dejara traslucir sus emociones. ¿Quién querría tener ese tipo de relación? En una novela es esencial arriesgarse a ser sentimental. Ocultar las emociones es una forma de corrección política, lo que no deja de ser una cobardía. Conmover al lector es más importante para mí que excitarlo intelectualmente".

4. Honrarás a tus mayores.
"Charles Dickens es mi héroe. Incluso los novelistas contemporáneos a los que más admiro son narradores al estilo decimonónico: Günter Grass, Salman Rushdie, Gabriel García Márquez, Robertson Davies, John Cheever. A todos les gusta el argumento, los personajes bien desarrollados, que haya historias interrelacionadas y que se tenga en cuenta el paso del tiempo y sus efectos. No es sorprendente, dados mis gustos, que todos ellos sean también novelistas cómicos. Y que Kurt Vonnegut, por supuesto, que dentro de sus innovaciones estructurales apenas esconde uno de esos satiristas proféticos como Swift o Twain y que es el escritor norteamericano más original que tenemos y el escritor en inglés mas humanitario desde Charles Dickens".

5. No tomarás el nombre de Freud en vano.
"Creo que Freud era un gran novelista. Punto. Bueno, está bien... puedo explayarme un poco. Sigmund Freud era un novelista con fondo científico. Sólo que él no sabía que era novelista. Todos esos malditos psicoanalistas y psiquiatras que vinieron después... tampoco sabían que Freud era novelista. Simplemente dieron una interpretación espantosa a sus intuiciones. ¡Freud era un maravilloso escritor! ¡Qué narrador! Así que me encanta leer a Freud: los detalles, las observaciones, los personajes, las historias. Al diablo con el resto. Al diablo con la novela psicologista, por supuesto".

6. No serás autodestructivo.
"Los escritores, por regla general, deberían mejorar a medida que envejecen. Yo creo haber mejorado. No somos atletas profesionales así que no suena como algo imposible. A Hemingway y a Fitzgerald se les emborrachó el cerebro. No desapruebo el hábito de beber en los escritores desde un punto de vista moral, pero el alcohol no es bueno para escribir o conducir un automóvil. Afecta la memoria y, para un novelista, su memoria es una herramienta vital, y si uno se olvida con quien estuvo cenando, ¡qué le ocurrirá a la hora de intentar recordar que estaba escribiendo! Los borrachos divagan; los libros escritos por borrachos también".

7. Preferirás lo clásico a lo novedoso.
"No soy un novelista del siglo XX. No soy moderno, y mucho menos posmoderno. Sigo las leyes de la novela decimonónica; el siglo que produjo los modelos del género. Soy anticuado, soy un narrador. No soy un analista y no soy un intelectual. Thomas Hardy insistía en que una novela ha de ser un relato mejor que cualquier cosa leída en el diario. Quería decir mejor en todos los sentidos: más amplio, más complejo, con más conexiones y, además, que tuviera una especie de simetría o conclusión... incluso que, en el final, hubiera una especie de justicia o, por lo menos, de inevitabilidad. David Copperfield observó cierta vez que la vida real le parecía muchísimo más confusa que lo que siempre esperaba. Dickens, claro, era un gran -probablemente el más grande- diseñador de novelas de toda la historia. Según las teorías literarias modernas, una novela puede ser un revoltijo amorfo y sin argumento porque la vida es así. A mi entender, las buenas novelas están hechas mejor que la vida real".

8. No te importará demasiado la crítica.
"Las críticas literarias son sólo importantes cuando nadie sabe quién es uno. En un mundo perfecto, todos los escritores serían lo suficientemente conocidos como para no necesitar a los críticos. Tengo un amigo que dice que los críticos son esos pájaros que se posan sobre el lomo del rinoceronte literario... pero es demasiado amable. Esos pájaros proporcionan un valioso servicio al rinoceronte y el rinoceronte ni siquiera los ve. Los críticos no proporcionan ningún servicio al escritor y se hacen notar demasiado. Cocteau recomendaba pensar en aquello que había disgustado al crítico porque, seguramente, se trataba de la parte más original de la obra. La furia de un crítico literario me alegra. La alabanza es un combustible, pero también lo es el enojo. Leer algo acerca de mí que es estúpido hasta la exasperación es vigorizante. Con respecto al efecto que causan mis novelas, me informo mucho más y mejor por las cartas de mis lectores que por las críticas literarias. Claro que a mí me resulta fácil decir esto porque tengo muchos lectores. Cuando publico una novela, estoy muy atento a las listas de "best-sellers". No me avergüenza decir que para mí esas listas significan mucho más que cualquier crítica".

9. Evitarás lo autobiográfico.
"Mi experiencia de profesor me enseñó que, en la mayoría de los casos, lo peor y más débil en la escritura de un estudiante era aquello que verdaderamente ocurrió. No quiero decir que la ficción no pueda tener cierto basamento autobiográfico. De hecho, mis libros lo tienen. Lo que quiero decir es que hay que tener en claro que uno está usando algo que le ocurrió para transformarlo en otra cosa, en ficción. El arte debe ser esencialmente selectivo, y la memoria no lo es cuando, especialmente se trata de invocar eventos traumáticos o trascendentales de nuestras vidas. Yo sugiero que si uno ha tenido un accidente de auto lo convierta en un accidente de avión o tren para así asumir la responsabilidad de inventar algo nuevo a partir de lo ocurrido. Lo verídico de lo que me pudo haber ocurrido no tiene ninguna importancia en lo que hace a lo estrictamente narrativo. Creo que la mayoría de la ficción estrictamente autobiográfica está bajo el yugo de lo mucho que significan para nosotros nuestras desgracias. En nuestra narrativa, la infelicidad es un rasgo de indulgencia. Lo que no quiere decir que no deban utilizarse las sensaciones viscerales, táctiles y físicas más cercanas a la propia experiencia. Todos los buenos escritores las utilizan. No hay que sentirse obligado a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, porque, bueno, uno escribe ficción después de todo".

10. Serás entretenido por encima de todas las cosas.
"La responsabilidad estética del arte es entretener. La responsabilidad del escritor consiste en tomar el material más difícil y hacerlo lo más accesible que se pueda. El arte y el entretenimiento no son ni tienen por qué ser antagónicos. Recién en los últimos treinta años se ha empezado a insistir con eso de que el verdadero arte debe ser difícil, complejo. ¿Por qué? Porque es muy fácil, mucho más fácil, resultar ininteligible. Odio el elitismo, los preciosismos baratos y la supuesta especialización de buena parte de la literatura contemporánea. Ser entretenido, claro, no implica que uno se divierta escribiendo... Entretener no es necesariamente ser divertido. Entretener también significa provocar miedo, ansiedad, ganas de llorar. Mis historias son tristes para mí. También cómicas; pero sobre todo desdichadas. Siento lástima por los personajes... Escribir una novela equivale a salir en busca de víctimas. Mientras escribo busco víctimas constantemente. Las novelas funcionan y sirven para poner al descubierto a las víctimas. Una novela es, sí, la búsqueda de lo inevitable en el seno de la historia. Aquel que piense que todo es accidente, que todo se debe al azar, no será nunca buen novelista. En una novela hasta lo accidental debe parecer inevitable. En todas las historias importantes los grandes movimientos son inevitables; saber que hablar (antes de hablar) es simplemente saber cuáles son los elementos inevitables de la historia. Y los personajes que están marcados por el destino, a diferencia de los personajes que sobreviven a todo, estas víctimas, son el pivot de la historia. Es un insulto hacia la vida de los que son víctimas, de los que realmente sufrieron, leer hoy una novela que no contenga víctimas. Una novela sin efusión de sangre, sin violencia, sin por lo menos una separación o un duelo, es una diversión banal. Insisto, no hay que banalizar la diversión: una novela debe ser divertida. Debe ser dolorosa y divertida".