28 de octubre de 2009

Entremeses literarios (LXXVIII)

EN NOMBRE DEL PUEBLO
Antonio Montero
Chile (1921)

El patriarca ordenó:
- ¡Que los fusilen a todos en nombre del pueblo!
Y los soldados fusilaron a los hombres. Entonces las mujeres gritaron:
- ¡Eran nuestros hombres y nuestros hijos ésos que fusilaste!
Y el patriarca ordenó:
- ¡Que las fusilen a todas en nombre del pueblo!
Y los soldados fusilaron a las mujeres. El pueblo entero gritó entonces:
- ¡Eran nuestras madres y nuestras mujeres y nuestras hermanas ésas que fusilaste!
El patriarca ordenó:
- ¡Que fusilen al pueblo en nombre del pueblo!
Y los soldados fusilaron al pueblo. Pero como los soldados también eran pueblo se fusilaron entre ellos. Entonces el patriarca se retiró a escribir sus memorias a la solitaria e inexpugnable fortaleza. Pero también contrató los servicios de un extranjero erudito y muy famoso para que narrara la epopeya del pueblo. En nombre del pueblo.



CABEZA DE RATON
Carlos Alberto Jáuregui
Colombia (1967)

En un país cercano habían (así con ene y en plural) tantos poetas y sabios que una vez en un congreso de bardos un león entró, se comió uno y nadie se dio cuenta. Si un ilustre dijo "león", fue sólo para buscarle rima a "camión" o a "circuncisión". Las actas no son claras sobre el particular. Nadie extrañó los versos del devorado, ni cundió el pánico. Otro ocupó su lugar en la polémica del día: que si el verso de Fulanito era una copia del de Zutanito... y en apoyo de sus opiniones citaban a otros poetas que tampoco habían leído. Se remontaban a Perengano en Grecia y a Mengano del neoclásico tardío español. Alguno sacó un verso de una enciclopedia, como de la chistera de un mago, cual conejo peludo y lo citó mal; otro trajo a cuento un latinajo sin ton ni son y uno más allá se indignó por el "pobre uso de la lengua de Catón, el cantor del amor" (sin duda se refería a Catulo). El ambiente se caldeó y se dijeron entre sí, sin saber con cuánta razón: "ignorante", "tienes agua tibia en la azotea" y alguno que tenía un diccionario de sinónimos resucitó, respiración boca a boca y vigoroso masaje cardíaco, la palabra estulto; luego la leyó en voz alta entre suspiros. Entre tanto el león se atragantaba opíparamente y una vez la panza llena de "Letrados a la bizantina", se animó a escribir unos versitos mientras hacía la digestión.


LA RANA SABIA
Miguel Ibáñez de la Cuesta
España (1960)

Durante mucho tiempo me dediqué a la observación con paciencia de pescador. Anotaba, registraba, medía, comparaba. Mi intención era la de llegar a confirmar o modificar, según el más escrupuloso método científico, la hipótesis inicial. La institución que me subvencionaba estaba muy interesada en el resultado final de mis trabajos. Ellos venían cada poco tiempo a preguntarme, yo les enviaba informes con regularidad y ellos me los devolvían con nuevas cuestiones que yo a mi vez integraba en mi investigación. A diferencia de otras instituciones, ellos nunca me negaron recursos, dinero ni apoyo material. Mis colegas me envidiaban. Yo mismo me daba envidia, si me veía a mí mismo con cierta distancia, como si yo fuera otro (eso no es problema para mí: soy un científico). Mi único problema apareció con el tiempo, y estaba muy relacionado con el tiempo, precisamente, si entendemos que el tiempo es como una flecha bien dirigida que debe ir a parar a algún sitio (eso tampoco es problema para mí: soy un científico bien orientado). La perplejidad -que no me molesta mientras sea una sobria costumbre, un moderado hábito de asombrarse, y no un vicio- me empezó a inquietar cuando me di cuenta de que a cada nuevo descubrimiento mío ellos respondían con una nueva pregunta. Cada vez que yo, honradamente, daba por terminada mi investigación, ellos la reiniciaban con nuevos objetivos, nuevas metas, a veces absurdas o infantiles, como si quisieran prolongar mi estudio indefinidamente y sólo por gusto, porque sí, porque no querían que se acabara aquel amor eterno entre el científico y su institución protectora. Poco a poco -lo confieso- me fui percatando de que el objeto de la investigación era yo: mis reacciones, mis entusiasmos, mis decepciones. Cada vez que yo les comunicaba mis avances, que yo creía importantes, ellos anotaban sus observaciones sobre mis estados de ánimo. Es posible que ellos mismos me hayan facilitado los descubrimientos que llegué a hacer, así como me han impedido que llegara a hacer otros, sólo con el fin de estudiar mi frágil psicología. ¿Qué debo hacer ahora? ¿Renunciar? ¿Denunciar? Durante mucho tiempo lo estuve dudando. Por una parte me vencía la indignación. Por otra parte vivía bien, tenía dinero y no me faltaba prestigio. Ahora ya sé lo que voy a hacer. Seguiré observando. Seguiré anotando (soy un científico que no sabe ser otra cosa). Por una parte, soy consciente de no ser más que una rana para ellos. Por otra parte, una rana que se sabe manipulada ya es algo más que una rana. A partir de ahora, mi campo de estudio es infinito: además de mis viejos objetos de investigación me incluye a mí, incluye a los que me estudian a mí, e incluirá algún día -no puedo pensarlo sin sentir un "frisson d´horreur"- un punto central desde el que todos los observadores son observados por alguien que a su vez es observado...


LA NOVIA DEL ANCIANO
Javier Villafañe

Argentina (1909-1996)

Todas las noches el anciano les contaba cuentos a los nietos. El cuento que más les gustaba era el de la novia del abuelo, cuando el abuelo tenía doce años y paseaba en bicicleta con su novia. Comenzaba así: "Ella era suave y hermosa. La cabellera larga y los ojos redondos y luminosos como los mirasoles. Andaba siempre en bicicleta". Una noche lo interrumpió Luis, el menor de los nietos:
- Abuelo, no cuente cómo murió esa tarde porque hoy vino a buscarme en bicicleta cuando salía de la escuela.
- Abuelo -dijo Irene-, esta mañana dejó la bicicleta apoyada en un árbol y jugó con nosotros en el patio. Me escondí detrás de sus cabellos y nadie me vio.
- Abuelo -dijo Esteban-, tiene los ojos tan grandes que aprendí a nadar en sus ojos.
- Abuelo -dijo Claudia-, ella lo está esperando.
Y con una tijera le cortó la barba, la quemó con la llama de un fósforo y en el humo apareció una bicicleta. El abuelo bajó las escaleras pedaleando y cuando llegó a la calle se encontró con su novia. Los nietos los vieron irse en bicicleta.



CONJUROS EN VOZ ALTA
Pía Barros

Chile (1956)

Prepara al amante y lo extiende como otra sábana más para acogerla. Desnuda ya, toma el libro y en voz alta desgrana uno a uno los poemas. Las letras le alertan la piel hasta que los pezones se le encabritan. Se anexan los cuerpos y el sudor y los jadeos y él, trémulo, cree entrar en ella, pero son las palabras las que la convulsan y la estallan. Ella abre la boca, vampiresca, para el beso feroz y final. El aún no lo sabe, pero desde ahora jamás comprenderá tanto desgarro habitándolo cuando cabalgue otros cuerpos intentando repetirla. Es que ella es portadora y lo ha contagiado: jamás podrá curarse del virus de la poesía.


FRUSTRACION
Mario Halley Mora

Paraguay (1926-2003)

Su manía eran los velorios. Gustaba del morboso placer de dar las condolencias. Envidiaba el dolor de los parientes y hasta la triste majestad del cadáver yacente entre maderos lustrosos y raso. Vivía soñando en su propio velorio como el pobre sueña en su casita propia, y se pasaba horas de insomnio imaginando su ataúd, la montaña de coronas y las frases patéticas estampadas en el álbum a la luz de los cirios. Tanto esperó que al fin se cumplió el sueño de su vida: morir. Pero al único velorio al que no pudo asistir fue al suyo, porque murió ahogado y se lo llevó el río.


LA DIETA ESTRICTA
Ana María Shua

Argentina (1951)

La dieta estricta, sumamente estricta. Una naranja a la mañana, una gelatina a la tarde, un plato de uvas a la noche. La naranja, frotársela en el pelo, untar la gelatina dietética en la planta de los pies, introducirse las uvas en la oreja, desmenuzar el plato en trozos pequeños, ingerirlo lentamente para que dure más. A partir del tercer día empiezan a crecer las vortlijs en la zona del plexo, se recomienda podarlas en cuaresma.


ORDEN
Diego Muñoz Valenzuela
Chile (1956)

Es de noche. El hombre toma un taxi. Viaja. El taxista asalta al hombre. Le quita dinero y documentos. El hombre queda abandonado en una esquina. Vienen asaltantes, cuchillo en mano. Lo despojan de sus vestimentas. Huyen. El hombre, desnudo, va en procura de auxilio. Detiene un coche policial. Lo golpean. Es arrestado por no portar identificación. Sospechan delincuencia sexual. Lo encierran en la celda de los sodomitas. Es violado. Grita. Los guardias no vienen. Al día siguiente lo trasladan a enfermería. El médico ordena cambiarlo de celda. Lo dan de alta. Es trasladado a la sección de presos políticos. Después de algunos días lo interrogan. Nada le creen, pues no posee documentos. Nadie sabe o recuerda a quienes lo detuvieron. Lo torturan. Exigen entregue el nombre de sus contactos. El hombre cuenta su historia. Todos ríen. Es incomunicado. Permanece en la celda solitaria por varios meses. Cuando se acuerdan de él, está flaquísimo y loco. Lo envían al Manicomio. Grita que lo dejen en paz. Muere.


HISTORIA VERIDICA
Julio Cortázar

Argentina (1914-1984)

A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caros, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto. Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.


LOS NADIES
Eduardo Galeano
Uruguay (1940)

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pié derecho, o empiecen el año cambiando de escoba. Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos. Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.