16 de diciembre de 2009

Entremeses literarios (LXXXVI)

APOLOGIA DE LA VERDADERA HUIDA
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)

De noche oigo tambores, me ensordecen los ruidos de la calle. Un redoble firme me llama a degüello. Es bueno sentirse así acompañada, acunada por los dulces tambores de la horca. Voy a hacer una apuesta contra el otro sector de mi persona. La parte cotidiana de mí misma que teme al sufrimiento y a la muerte. La parte que se asombra, quizá la que más vive por cobarde. Debe ser que los tambores ya vienen a buscarme, debe ser que alguna vez les hice falta, que en algún rincón de casa, en cualquier lugar del mundo, el cadalso me espera y ya está armado. No hay que ser fatalista. Si de noche oigo tambores más vale largarme por las calles y hacer como quien busca, disparando. Huir no siempre es cobardía, a veces se requiere un gran coraje para apoyar un pie después del otro e ir hacia adelante. Nadie huye de espaldas como debiera huirse, por lo tanto nadie sabe qué es la retirada, el innoble placer del retroceso: disparar hacia atrás en el tiempo para no tener que enfrentar lo que se ignore. Nadie huye de verdad, no es cuestión de salvarse la vida para seguir muriendo. Yo puedo atestiguarlo, vayan ustedes formando no más los tribunales. Me he pintado la cara para hacer más efecto, mi piel está ya blanca como tiza. Pero han de apurarse: no se olviden que corro contra el tiempo, mi carrera es de espaldas. En algún lado me espera mi cadalso, redoblan los tambores.


PIEL PARA PLANCHAR
Pierre Bettencourt

Francia (1917-2006)

Una de mis grandes diversiones, con Giséle, consiste en plancharle la piel con una plancha tibia. He de decir que ella adora eso. Se la paso por todas las arrugas y aprieto fuerte, con las dos manos, de la cintura a los pies. Pero Giséle es prudente y exige siempre que antes de comenzar mi sesión de planchado me apoye la plancha en la mejilla. El otro día me jugué el todo por el todo y calenté bien la plancha. En el momento de probarla le dije:
- ¿Oiste?
- ¿Qué? -dijo ella.
- Nada -dije-. Creí haber oído que llamaban.
Paró la oreja.
- No es nada -dijo, y se echó en la cama.
Sin quitarle los ojos de encima, sonriendo, le apoyé la plancha en el muslo. Desde entonces volvimos a vernos algunas veces, pero generalmente no nos estrechamos las manos. Supe, por otra parte, que su nuevo amigo la embadurna con mermelada y pasa tardes enteras lamiéndola por todas partes. Es un señor bien educado.



SAMSA
Wilfredo Machado

Venezuela (1956)

En el futuro no quedará nadie que suspire por el mal olor de las ciudades y su podredumbre. Tal vez las cucarachas entonen himnos elegíacos a las grandes urbes desoladas, en ruinas. Y sueñen acostadas sobre catres sucios fumando cigarros bajo el cielo agrietado de la noche, mientras afuera el canto de una ratoncita se escucha débilmente desde las alcantarillas. Uno nunca podrá saberlo, querido Gregorio. Sería mejor enseñar a escribir a las cucarachas ahora que aún tenemos tiempo. Claro, si queremos que perdure el oficio en el futuro.


OBSESION EMPALAGOSA
Melanie Taylor Herrera

Panamá (1972)

El hombre tiene los brazos cruzados y una expresión de ira contenida. Al interrogatorio policial responde con monosílabos. Firma una declaración antes de retirarse. Al desdibujarse su figura en la distancia, la policía le confía el caso a una colega. La ex novia del denunciante le acosa en su casa. Lee esta nota, le dice a la otra: "Huelo tu perfume en la funda de la almohada, anhelando el abrazo que no llega. Poso mi cuerpo imaginando que antes estuvo el tuyo. La habitación me cuenta de tu vida en los detalles cotidianos. He querido escribirte antes pero prefería imaginarte llegando a casa al rayar el alba, sentado en la cama oliendo mi perfume mezclado con el tuyo y soñando con el día en que estemos juntos". Las policías suspiran almibaradas.


CREDULIDAD
Guillermo Bustamante

Colombia (1958)

- ¿Qué pasa, padre? -preguntó Sem-. Te noto impaciente.
- He recibido una misión divina -contestó Noé, mirando nerviosamente alrededor-. Nadie debe enterarse. ¿Puedo confiar en ti?
"Se enloqueció", pensó Sem. "Es típico de los locos creer que el Señor en persona les ha encomendado algo especial. Igual ya tiene seiscientos años, puede ser una demencia senil".
- ¿Y se puede saber cuál es esa misión?
- Debo fabricar un arca e introducir en ella a nuestra familia y a una pareja de cada animal viviente.
- ¿Eso te parece sensato? ¿Sabes cuántas especies hay solamente de insectos? ¡No acabarías nunca! Nadie, que no quiera burlarse de ti, te pediría algo como eso. Es tu imaginación. Vete a descansar.
- Debo hacerlo, aunque en ello se me vaya la vida. ¿Acaso no ves? ¡Habrá un diluvio!
- Haz el loco como quieras. ¡Diluvio! No puedes encargarte de tu familia y sí vas a poder salvar a la humanidad y a la animalidad. ¿Por qué Dios habría de escogerte, precisamente a ti?
Sem le pidió discretamente a la gente no preocuparse si su padre manifestaba algún comportamiento extravagante. Desde ese momento, Noé empezó a salir temprano y sólo volvía al anochecer. Siete días después, Sem notó un cambio: el viejo no salió de casa y mostraba una inquietud creciente.
- ¿Cómo va tu delirio?
- Estoy esperando el comienzo del diluvio.
- Y déle. ¡En esta época nunca llueve! Además, ¿por qué habría de ocuparse Dios en llover, si hay leyes naturales para regir esas cosas?
Noé se alejó indiferente. Y comenzó a lloviznar. Sonriendo por lo irónico de la situación, Sem pensó: "Una lluvia pasajera, como las que hay en cualquier época del año".



CONFESIONES DE UN HERACLITEANO
Juan Andrés Calzadilla Arreza
Venezuela (1959)

Sin embargo este río me parece el mismo cuyas aguas verdes bañaron tu cuerpo, y tu carne sinuosa se hizo relámpago de día, oh Dorotea, tú que sólo en silencio has devenido, cuando pasas de una forma a otra, más ajena que si nunca hubieras sido; tú de quien solo resta la imagen que guardo hasta que ella muera en la memoria, y que traje conmigo esta mañana al río en que me confundo, creyendo que es el mismo río.


EPITAFIO PARA LA TUMBA DE UN OBRERO
Raúl González Tuñón

Argentina (1905-1974)

Una mancha de sangre quedó en la calle y tres cigarrillos populares al lado. Y un folleto que había rodado desde su saco buscando tierra para florecer, como una planta. Detrás del parque las polleras transparentes del verano. Las chiquilinas iban delante de los hombres. Lo enterraron los policías, como a un ahorcado. Nadie lo reclamó para hacer un experimento. Podían haberlo reclamado para hacer una Revolución. Fue más grande el recogimiento del pueblo, agachado en las casas de los suburbios. Colgado de los edificios en construcción, ladrillo sobre ladrillo, alrededor de la jaula de hierro. Sudando con medio cuerpo desnudo al borde de los altos hornos, en las usinas, en la estridencia de las fábricas. Fue más grande el dolor de la hermana y de la madre y de la compañera. Fue más grande que mi dolor. Porque yo pertenezco a un organismo podrido y estoy aún plantado en la burguesía. Y lucho por recuperar la blusa que usaba mi abuelo, Manuel Tuñón, en la antigua broncería de Snockel. Pero estuve pensando en el obrero caído y mi corazón está hecho pedazos. Y mi corazón era intacto y crédulo como el corazón de mi hermano Enrique. Y mi corazón estaba lleno de aventuras y de sueños magníficos. Y mi corazón era casi suntuoso. Estuve pensando cómo lo mataron cuando él, como un ángel auténtico, se rebelaba cerca de las chimeneas. Puede decirse que él y los otros estaban cantando. Estuve pensando cómo lo arrojaron sobre el mármol de la Morgue -un pequeño río de sangre sucia, se deslizaba entre las piedras, abajo-. Cómo lo metieron en la caja y cómo lo llevaron, custodiado por el odio, hasta la fosa recién abierta en la Chacarita. Estaba pensando cuando recordé a mis poetas queridos, que habían cantado para ellos, para los obreros, a Whitman y a Heine, por ejemplo. Porque los obreros han construido el mundo. Estaba pensando y me dieron asco los políticos espiroqueta, gonococo, piojo, que están echando a perder una cosa posiblemente maravillosa, que es el mundo. Estaba pensando que debo recuperar mi blusa y salir a la calle y hablar en voz baja en los sindicatos y en los entierros pobres. Y ponerme de una vez en la línea, con mi clase. Aquí yace un obrero asesinado por una turba vacilante que quiere apresurar la hora de su muerte. El infeliz no pudo ni siquiera incorporarse, antes de morir, como el terrorista de Barcelona, y exclamar: "Señores: dentro de cien años, todos calvos".


YO SOY THELMA WOOD
María Celina Núñez
España (1963)

Sí, respondí, yo soy Thelma Wood. De eso me acusó él veinte años después de que acabara todo entre nosotros. Me lo dijo: Eso eres aunque para negarlo lances una de tus estrepitosas carcajadas. Entonces hablé: De acuerdo, soy Thelma Wood, ¿quieres oír mi estrepitosa carcajada? Pues tendrás que seguirme como antes, como hacía Nora en El bosque de la noche; buscarme en todos los bares y emborracharte por el camino para no enloquecer; que mientras tanto, yo me embriagaré a mi gusto y fornicaré a rabiar con todos menos contigo.


COMPRENDE A TU ENEMIGO
Luis Britto García
Venezuela (1940)

Comprende a tu enemigo, dice el instructor, comprende a tu enemigo. No basta con bombardearlo, compréndelo, sólo así lograrás la victoria. No basta la destrucción hasta los huesos de los niños. No bastan los campos arrasados ni las madres calcinadas, no bastan, porque son fanáticos, porque después de muertos mil veces seguirán siendo enemigos. Hoy he descargado cinco tiros en la cabeza de mi instructor. Comprendo a mi enemigo.


CIGARRILLO A ESCONDIDAS
Juan José Hernández
Argentina (1931-2007)

Quizá llegó con el último bostezo de la siesta, o con el perfume de los naranjos florecidos en la vereda, pero allí estaba el Enano fumando en su pipa de barro cocido. Sonreía y echaba ligeras espirales de humo por sus orejas puntiagudas. El chico se había sentado en la mecedora del patio para ordenar su colección de figuritas Maravillas del Mundo. Siesta: prohibido hacer ruidos; los mayores duermen. Debía pues resignarse a juegos silenciosos, como clasificar figuritas, o insectos disecados, llaves antiguas, anillos y amuletos de hueso, o mirar con una lupa el mapa secreto que lo conduciría al cementerio de lo elefantes. El Enano no se parecía a los del libro de lecturas. Mas bien tenía la cara de su amigo Pablo, que vivía enfrente de su casa y lo acompañaba, a menudo, en sus excursiones a una acequia que corría detrás de un terraplén del ferrocarril. Allí, en una piragua, ambos habían remontado hacía poco un afluente del Amazonas, repleto de caimanes. El chico vio al Enano que fumaba, y se asustó. Dijo en voz baja, como si rezara: "Los enanos viven en el bosque. Hacen sus casas bajo la sombrilla de los grandes hongos. A veces recorren los senderos del bosque montados en ratas amaestradas. Roban carreteles vacíos y lápices de colores. Cuando cumplí cuatro años, comieron el soldado de chocolate que mi tía me había traído de regalo. Los enanos no tienen madre. Aparecen después de una tormenta de verano; duermen de día y por la noche, si hay luna llena, bailan tomados de las manos". ¿Por qué el enano fuma sin parar? El tabaco hace mal, mucho mal. Esta mañana casi vomité cuando Pablo me convidó una pitada. Estábamos solos. Había un paquete de cigarrillos sobre la mesa de luz del dormitorio. "Pablo, puede venir alguien y sorprendernos". Se burló porque yo tenía miedo. Los chicos que fuman no crecen. Así dicen. No crecen más. Qué importa, trabajaremos en un parque de diversiones o en un circo. El Enano que fuma por la siesta, como nosotros, Pablo. Estaba a punto de llorar, pero despertó cuando la gata saltó sobre la mesa y desparramó las figuritas en el piso de baldosas. El Enano despareció. Por un momento, en el aire calcinado de la siesta, quedó flotando un ancho anillo mágico de humo.