19 de junio de 2011

Vicente Battista: "Toda obra es inconclusa y concluye cuando muere su productor" (2)

En 1877 el poeta, dramaturgo y novelista argentino Luis V. Varela (1845-1911) editaba en Buenos Aires la primera novela policial hispanoamericana. Se trata de "La huella del crimen" y apareció firmada bajo el seudónimo de Raúl Waleis apenas unos pocos años después de que Edgar Allan Poe (1809-1849) publicara "The murders in the Rue Morgue" (Los crímenes de la calle Morgue) y Emile Gaboriau (1832-1873) hiciese lo propio con "L'affaire Lerouge" (El caso Lerouge). Siguiendo las huellas del folletín policial francés -"La huella del crimen" apareció por entregas en la revista "La Tribuna", desde julio hasta agosto de 1877-, Waleis se adelantó con su obra al propio Arthur Conan Doyle (1859-1930) con su Sherlock Holmes en cuanto a la técnica para el descubrimiento del criminal. Mucho más tarde, Rodolfo Walsh (1927-1977), escribió sus "Diez cuentos policiales" y "Variaciones en rojo", una serie de textos memorables que se inscriben en el género policial adelantándose a la no ficción de los estadounidenses Norman Mailer (1923-2007) y Truman Capote (1925-1984). En esa tradición se encuadran las historias que Battista ha escrito, historias que podrían incluirse dentro de la literatura realista, historias de crímenes e intrigas pergeñadas en nuestras latitudes y que, cómodamente, se ubican en el género policial. Sobre esas historias habla Battista en la segunda parte de la entrevista con Patricio Zunini de la librería y editorial Eterna Cadencia.

 
En las novelas aparecen nombres de amigos. Jordi aparece en "Sucesos argentinos".
 
Es algo que me molesta mucho. Era una especie de cábala, me di cuenta después. Lo que pasa que en "Sucesos argentinos", en "Siroco", en "El libro de todos los engaños", en "Gutiérrez a secas" aparece Jordi, un gran amigo.
 
En "Cuaderno del ausente" aparece Zamboni.
 
Sí, es un amigo, escritor además. Jordi también era escritor. En "El libro de todos los engaños" puse una carta real de Jordi. En "Siroco" y "Sucesos argentinos" tiene mucha importancia, es el cerebro pensante del otro. Está desde lejos en el caso de "Sucesos...". En Barcelona en "Siroco", le está llevando el camino. Y en "Gutiérrez..." lo puse a Jordi como personaje secundario. Y en "Cuaderno del ausente" se me escapó. Después que edité la novela -en una próxima edición lo voy a poner como sea-, me dije: "¡pero me falta Jordi!". Porque la idea es que esté en todas las novelas como gran personaje o como el que sale así en la foto. Pero me gusta ponerlo. Zamboni es Marcelo Zamboni, doctor, gran amigo, escritor.
 
¿Está en el Siestáculo?
 
Está en el Siestáculo, sí. Yo le dije: "Marcelo, te voy a poner porque en un momento Erika va a necesitar un médico y le voy a poner Zamboni". Qué sé yo, un apellido "bam-bam". "Sí, adelante", me dijo, y lo puse.
 
Ya que estamos: ¿qué es el Siestáculo?
 
Hace muchísimos años, digamos más de diez: catorce, se decidió en la casa de Horacio Salas que los sábados a la tarde nos íbamos a encontrar un grupo de escritores -y como se dice ahora "todos y todas"- y escritoras. Martha Mercader solía venir, pero bueno, siempre éramos más hombres que mujeres. Las tardes, digamos de 4 a 7, leíamos nuestras cosas, las discutíamos. Una especie de taller pero muy a la que te criaste. No había protocolo. Llegabas, te sentabas y leías. Pasaban dos o tres sábados, no se leía nada pero discutíamos de política o lo que fuere. Siempre llevábamos medialunas, bizcochitos de grasa, tomábamos té, café -mucho café- y nos pasábamos la tarde así, a la buena de dios.
 
¿Y entre ustedes se presentaban las obras? ¿Las discutían?
 
Sí, sí, sí. Justamente yo vengo de la trayectoria -Horacio también en aquellos tiempos- de "El Escarabajo de Oro". Las características de "El escarabajo...", las reuniones en el Tortoni -no solamente en el Tortoni: con Abelardo Castillo y Liliana Heker nos veíamos todos los días, pero las reuniones oficiales eran los viernes en el Tortoni-. Las características eran que cuando vos llevabas algo, un cuento o un poema -novela, entonces, no se escribían tantas; además nadie se va a sentar a leer una novela-, si venía el elogio, bárbaro para el ego, pero sobre todo servía para que te marcasen todos los defectos: "esto no funciona por esto y por esto". Eramos muy crueles. Como nos respetábamos y nos queríamos de verdad, nos seguimos queriendo. Abelardo, cuando leyó "Cuaderno del ausente" me dijo: "no hace falta que te diga que estoy de acuerdo; a esta altura de la vida ya sabemos cómo escribimos, pero yo le hubiese cambiado el final". Pero ahí se leía y se discutía. Lo cierto es que se leía. Por ejemplo, recuerdo a Humberto Costantini, a quien respeté y quise mucho, un ser humano especial y un cuentista excepcional. No hubo caso, a Costantini no hubo un cuento mío que jamás le gustara. Lo cierto es que yo casi leía para él. Decía: "mirá, terminé este cuento" y leía. "¡No! Eso no, por esto, por…". Recuerdo que había terminado un cuento que se llama "La zanja"...
 
...qué está en "Como tanta gente que anda por ahí".
 
Sí. Que era un cuento que empezaba en segunda persona.
 
"Siempre fuiste un infeliz". Un cuento que me llamó mucho la atención porque arranca en segunda, después va a tercera y termina en primera.
 
Bueno, decidí que el cuento fuera así. El infeliz es un antihéroe total. Un miserable. Para que se den cuenta de cómo eran las reuniones de "El Escarabajo...": ese cuento lo leí en la casa de la tía de Abelardo. Estábamos Abelardo, no sé si estaba Liliana, yo y Fernando Quiñones, un escritor español que también lamentablemente se ha muerto. Escritor y gran poeta. Cuando leí el cuento esa tarde, Fernando dijo: "¡Dios, escribiste un cuento maravilloso! Te lo mando y que se publique en 'La gaceta' de España". Fue la primera vez que cobré pesetas por un cuento. Me acuerdo que Abelardo dijo: "este cuento sí le tiene que gustar a Costantini". Ese día era un viernes. De ahí nos fuimos al Tortoni. En el Tortoni leí el cuento. Termino de leerlo y lo miro a Costantini. "Cacho, ¿qué te parece?". "No". "¿Qué tiene?". "Este personaje tiene que levantarse y cruzarle la cara a su mujer". "¡Pero, Cacho, ese es otro cuento, otro personaje!". Fíjense que curioso. Tipo 3, 4 de la mañana, habíamos chupado todo, y Quiñones me dice: "Tío, además hay un verbo que está mal utilizado". "¡No, Fernando, no me jodas!". Fijate cómo llevábamos la literatura permanentemente. Habíamos hecho de todo, pero al tipo le había quedado, y efectivamente estaba mal usado.
 
Hablando de "El Escarabajo...", quería hablar sobre "Nuevos Aires". ¿Cómo surge "Nuevos Aires"?
 
Bueno, en aquellos viejos tiempos, se empieza a dar, no un problema de amistad, porque de hecho seguimos siendo amigos entrañables, pero se empieza a dar cierto matiz ideológico que hace que replanteemos "El Escarabajo...". Nosotros éramos muy amigos de la Negra Egle Martin que estaba casada -y lo estuvo hasta que se murió Lalo- con Lalo Palacios Costa. Era un Palacios Costa de toda la vida, tres estancias, Sociedad Rural. Era un tipo macanudo, pero evidentemente había una separación ideológica. Pero bueno, eso lo pasábamos por alto. Pero un día, en la revista "La Gran Aldea" que, como su nombre lo indica, no era una revista para el barrio sur, era una revista muy paqueta para la gente como uno, sale "se celebró en la casa… acá están los jóvenes de 'El Escarabajo de Oro'…". Nosotros estábamos planteando desde el marxismo un montón de cosas y salimos en "La Gran Aldea". Parecía un chiste. Entonces decidimos sacar una nueva revista. Ahí, gente que era de "El Escarabajo..." se plegó a "Nuevos Aires". Era una revista libro que salía regularmente cada tres meses y que era una revista de ficción y pensamiento crítico. Por consiguiente, era una revista que empezó con ficción, pero al segundo o tercer número ya era una revista totalmente política, política de la literatura si se quiere, pero muy abierta a la literatura. A punto tal de que nosotros habíamos decidido de común acuerdo que en la revista podíamos publicar editoriales, críticas, pero ninguno de nosotros -que éramos cuentistas, poetas y demás- iba a utilizar las páginas de la revista para publicar sus propias cosas. No hay en la revista ningún cuento mío, no hay un solo cuento ni poema de Mario Goloboff. Hubo un número muy importante, que fue cuando el caso Padilla. Heberto Padilla era un poeta cubano. En Cuba lo metieron preso porque estaba traicionando a la Revolución. Poco tiempo después quedó en libertad porque hizo la autocrítica (eso suena medio a estalinismo). Entonces hubo situaciones muy encontradas entre los intelectuales de este lado. Decidimos hacer una especie de gran número donde salíamos a discutir el tema de "Intelectuales y revolución: conciencia crítica o conciencia culpable". Para eso en mi casa, con un grabador Geloso, convocamos a un grupo que era muy interesante. Recuerdo que estaba Noé Jitrik, Ricardo Piglia, Juan Carlos Portantiero, Oscar Landi... me voy recordando, en mi memoria hay fallas. Cuatro o cinco más, había uno que venía de la guerrilla y estaba con un nombre figurado. Y salió una discusión muy interesante, porque estábamos discutiendo el tema del intelectual y la revolución. Fue un número gordísimo. Me acuerdo que lo desgrabamos en una casa que tenía Mario en Santa Clara del Mar. Las mujeres iban a tomar sol. Salió muy bien el número, hubo una coincidencia del intelectual arquetípico, el modelo del intelectual revolucionario desde el marxismo: la coincidencia en Bertolt Brecht, cosa que sigo sosteniendo, un tipo que la tenía clarísima, un pensador de primera. Salió ese número con tanta buena acogida que, miren qué curioso, David Viñas, que no había participado de ese número, dijo: "por qué no hacen un número similar pero que sea de literatura popular y populismo". Ahí convocamos a Rodolfo Puiggrós, Octavio Getino, otra vez Noé Jitrik; estaba esta mujer de la camada de Beatriz Sarlo… Gina Ludmer, y un par más que ahora se me van. Se hizo y no hubo forma de llegar a un acuerdo. No se pudo publicar nunca. No podía ser porque había dos tendencias: un grupo marxista que todo lo tomaba desde su visión, y había un grupo peronista que no encajaba. Me acuerdo que en un momento dado Getino dijo: "hay que replantearse el tema de la belleza, porque nosotros planteamos la belleza de Europa". La belleza tenía que ser diaguita, calchaquí. "Esa es la belleza auténtica, que no está o está en los pueblos originarios". Me acuerdo que Noé Jitrik le dijo: "mirá, yo pensé que iba a venir a una discusión sobre literatura y esto parece una mesa planteada por Helena Rubinstein". No se pudo llegar a nada. Ahora está un poco más cerca, pero en aquella época estaba muy separado: lo que era peronismo era peronismo y lo que era marxismo era marxismo. No se pudo hacer.
 
"El Escarabajo..." fue editada bajo el gobierno de Onganía y "Nuevos Aires" bajo el de Lanusse. ¿Cómo es editar una revista de crítica, y además de crítica política, con un gobierno dictatorial?
 
Bueno, hay que tener en cuenta que lamentablemente para nosotros y sobre todo para los treinta mil que ya no están con nosotros, que después de esos gobiernos dictatoriales vino el gran gobierno dictatorial. Dictatorial y asesino. Esos gobiernos también eran asesinos, pero eran asesinos de minorías. En última instancia, el proyecto de esos gobiernos era un proyecto que quedaba en ciernes. El proyecto que trajo el último gobierno dictatorial fue un proyecto que se siguió manteniendo hasta Menem, porque era un proyecto sobre todo económico financiero, el proyecto de Martínez de Hoz que van a plasmar definitivamente Cavallo y Menem. Para conseguir eso, había que hacer lo que pasó: buscar una excusa, en este caso la guerrilla, y matar a todo el que fuera opositor. Porque seamos honestos, la guerrilla existió, pero si llego a tener un ejército de treinta mil hombres, es más o menos la gran marcha de Mao. Calculando los millones que tiene China y los habitantes de Argentina, en escala es más o menos lo mismo. Acá hubo un proyecto tremendo que consistía en terminar con toda una generación, una cosa muy diabólica que lamentablemente se llevó a cabo y que todavía lo estamos padeciendo. Estábamos tan acostumbrados... tan acostumbrados: uno se levantaba, encendía la radio, "comunicado número ciento…", ¡otro golpe! "Rápido, poné Radio Colonia porque ahí viene la verdad". Entonces escuchabas a Radio Colonia, Ariel Delgado: "Qué está pasando en la Argentina". Todo eso. Con este golpe -yo por suerte no estaba; estaba en España y me quedé en España hasta que volvió la democracia- pasó lo que pasó. Cuando asume Alfonsín y hay el levantamiento de La Tablada -lo que pasó después fue lamentable, pero antes- salimos a la calle, mis dos hijas eran chiquitas, la más chica era Carla que era la más combativa y nos fuimos a Plaza de Mayo. Yo le decía a Carla, que no entendía nada: "Carla, cuando acá había un golpe, la gente iba al almacén de la esquina a comprar fideos, arroz. Hoy salió a la calle a defender el gobierno. Algo ha cambiado en el país". Estábamos defendiendo la democracia. Más allá de que después Alfonsín se mandó lo de "la casa está en orden" y había pactado. Todo lo demás va a cargo de inventario. Pero en ese momento, la gente se autoconvocó y llenó Plaza de Mayo. Cosa que no pasó cuando tiraron a Illia, cuando tiraron a Frondizi, gobiernos democráticamente elegidos. Nadie salía a defender al gobierno. Creo que ese cambio fue importante.
 
Mientras lo escucho estaba pensando en "Sucesos argentinos" y el hombre de paja, que en realidad la relación que tiene el protagonista con el gobierno es completamente amoral. No hay una crítica. No digo inmoral, digo: amoral.
 
Es cierto. Volviendo al antihéroe, el personaje de "Sucesos argentinos" nace en "Siroco".
 
Es difícil conseguirla.
 
Sí, está agotada. Hay una edición francesa también, si la conseguís. Yo vivía en Canarias y Manolo Vázquez Montalbán dirigía una revista que se llamaba "Gimlet". Gimlet es la bebida que toman en "The long goodbye" (El largo adiós); dicen que es mejor que el Martini. Esa revista era un mensuario y todos los meses convocaba a sus respetables lectores a escribir un cuento para un concurso. Un cuento policial, obviamente. El que ganara ese concurso del mes se le publicaba el cuento en la revista y después iba a haber doce cuentos premiados, y eso iba a ser una antología. Yo dije: "es hora, Vicente, que escribas el cuento que va a ganar". Decidí escribir un cuento; empecé a pensar y me empieza a aparecer "Siroco", la novela. Nunca escribí el cuento, sino escribí la novela. ¿En qué me estaba basando? Yo estaba en Canarias y toda la novela tenía que suceder en Canarias. Sucede en treintitrés días. Eso sí está totalmente calculado. Son treintitrés días, ningún lector se da cuenta de eso… O de una cosa de "Gutiérrez...". Gutiérrez no sonríe a lo largo de toda la novela.
 
Claro, no sonríe. Ahí tengo otra pregunta para hacerle: el tema de los robots. Gutiérrez no se ríe, el hombre de paja de "Sucesos argentinos" va a ver el Museo del Autómata, y Benavídez de "Cuaderno del ausente" se siente un robot.
 
Claro. Porque yo estoy contando… La versión de "Gutiérrez..." en Cuba gustó mucho y la plantearon de ese lado. Estoy planteando que el hombre de este tiempo es un robot, se maneja por lo que le dicen los otros. Se maneja por lo que le dicen los otros, por lo que hacen los otros, por lo que tiene que hacer, pero no tiene prácticamente ideas propias. Digamos, para entendernos: en el peor de los casos, un mundo Tinelli.