8 de julio de 2011

Entremeses literarios (CXXXIV)

LIBRO ABOMINABLE
Mempo Giardinelli
Argentina (1947)

Sueño que he escrito un libro abominable, lleno de nombres raros, acaso rulfianos: Rúsvel Gutiérrez, Apolinar Caligaris, Maiquetío Solórzano. La trama es incomprensible, el desarrollo no tiene pies ni cabeza. No se entiende nada, pero no por densidad sino por ligereza e incongruencia. Es una obra insoportablemente pretenciosa. Me avergüenzo de ella, entonces decido eliminarla. Para ello, debo quemar los papeles impresos, deletear los documentos, vaciar el disco duro. Pero no puedo hacerlo. Es como que de pronto no tengo manos, o que algo superior me lo impide. Sé que voy a despertarme en cualquier momento y ese libro abominable va a sobrevivir. Me aterra la idea, no podré soportar la mediocridad. La angustia de mi vanidad a punto de ser herida para siempre es sofocante. Me falta el aire cuando abro los ojos.


TORAH
Mário Henrique Leiria
Portugal (1923-1980)

Jehová creyó que era el momento de poner las cosas en su lugar. Allá en la cima, con un gesto, llamó a Moisés. Moisés fue al rato, tropezándose varias veces con las losas y evitando cruzarse con las ortigas. Cuando por fin llegó, tuvieron una charla. De altura, claro está. Al día siguiente, Moisés descendió. Traía unas tablas debajo del brazo: las tablas de la ley. Giró, vio a su pueblo aglomerado y les dijo a todos los que lo esperaban:
- Todo está escrito aquí. Todo. Que no queden dudas. Quien no quiera acatar estas leyes, se puede ir ahora mismo.
Algunos se fueron. En ese momento, comenzó el servicio militar obligatorio y se pronunció el primer discurso patriótico.


ESPIRITUS
Gilda Manso
Argentina (1983)

Mi gato puede ver espíritus. De la nada, de golpe, mira un punto fijo en el aire, corre, salta y atrapa algo que yo no veo. En las tardecitas de verano subimos a la terraza; yo tomo mate y él juega con algunas de las almas que deambulan por ahí hasta que, cansado, me mira fijo, trota, salta, se acomoda en mis piernas y se duerme tranquilo. A mí me atrapó hace rato.


LA TORRE DE LAS RATAS
Victor Hugo
Francia (1802-1885)

Desde que había empezado a anochecer sólo tenía un pensamiento. Sabía que, antes de llegar a Bingen, un poco antes de la confluencia con el Nahe, encontraría un extraño edificio, una lúgubre morada ruinosa, de pie entre los juncos, en medio del río y entre dos altas montañas. Aquella morada ruinosa era la Maüsethurm. Cuando era niño, por encima de mi cama tenía un pequeño cuadro rodeado de un marco negro que no sé qué criada alemana había colgado en la pared. Representaba una vieja torre aislada, enmohecida, destartalada, rodeada de aguas profundas y oscuras que la cubrían de vapores, y de montañas que la cubrían de sombras. El cielo por encima de aquella torre era sombrío y cubierto de nubes horrendas. Por la noche, después de haber rezado a Dios y antes de dormirme, miraba siempre aquel cuadro. Lo volvía a ver en mis sueños y me parecía terrible. La torre aumentaba, el agua hervía, un relámpago caía de las nubes, el viento soplaba en las montañas y, por momentos, parecía lanzar clamores. Un día le pregunté a la criada cómo se llamaba aquella torre. Santiguándose, me respondió que se llamaba la Maüsethurm. Y luego me contó una historia. Que en otros tiempos, en Maguncia, en su país, había habido un malvado arzobispo llamado Hatto, que era también abad de Fuld, sacerdote avaro, según ella, que "abría la mano más para bendecir que para dar". Que un mal año compró todo el trigo de las cosechas para revendérselo muy caro al pueblo, pues aquel cura quería ser muy rico. La hambruna fue tal que los campesinos morían de hambre en los pueblos del Rin. Que entonces el pueblo se reunió alrededor del burgo de Maguncia, llorando y solicitando pan. Que el arzobispo se lo negó. En este punto, la historia se hacía terrible. El pueblo hambriento no se dispersaba y seguía rodeando el palacio del arzobispo, gimiendo. Hatto, enojado, hizo rodear aquellas pobres gentes por sus arqueros que detuvieron a hombres y mujeres, ancianos y niños, y los encerraron en un granero al que prendieron fuego. Fue, añadía la vieja criada, "un espectáculo ante el que hasta las piedras habrían llorado", pero Hatto no hizo sino reír; y cuando aquellos desgraciados, expirando entre las llamas, lanzaban gritos lamentables, éste dijo: "¿Estáis oyendo a las ratas silbar?". Al día siguiente, del granero fatal sólo quedaban cenizas. No había nadie en Maguncia; la ciudad parecía muerta y desierta cuando, de repente, una multitud de ratas, que pululaban en el granero quemado como los gusanos en las úlceras de Asuero, brotaban de debajo de la tierra, surgían de entre las losas, salían por las grietas de los muros, renacían bajo el pie que las aplastaba, se multiplicaban bajo las piedras y bajo las mazas, e inundaron las calles, la ciudadela, el palacio, los sótanos, las salas y las alcobas. Era un azote, una plaga, un repugnante hormigueo. Fuera de sí, Hatto abandonó Maguncia y huyó hacia la llanura pero las ratas lo siguieron; corrió a refugiarse en Bingen que tenía altas murallas, pero las ratas pasaron por encima de las murallas y entraron en Bingen. Entonces el arzobispo mandó construir una torre en medio del Rin y se refugió en ella con la ayuda de una barca alrededor de la cual diez arqueros golpeaban el agua; las ratas se arrojaron al agua, cruzaron el Rin, treparon por la torre, royeron las puertas, el tejado, las ventanas, los techos, los suelos y, llegadas por fin a la mazmorra en la que el miserable arzobispo se había escondido, lo devoraron vivo. Ahora la maldición del cielo y el horror de los hombres pesan sobre esta torre llamada Maüsethurm. Está desierta, en ruinas en medio del río y, a veces, por la noche, se ve salir de ella un extraño vapor rojizo que parece el humo de una hoguera, pero es el alma de Hatto que regresa. Maüsethurm es un término cómodo. Se ve en él lo que se quiere ver. Hay espíritus que se consideran positivos -y que no son sino áridos-, que expulsan de todo la poesía. Este tipo de mentes explican que la palabra Maüsethurm viene de "maus" o "mauth", que significa peaje. Declaran que en el siglo X, antes de que se ensanchara el cauce del río, el paso del Rin sólo estaba abierto por la orilla izquierda y que la ciudad de Bingen había establecido por medio de esta torre su derecho de aduana sobre los barcos. Se apoyan en que aún hay cerca de Estrasburgo dos torres parecidas dedicadas a la percepción de impuestos sobre los transeúntes, que también se llaman Maüsethurm. Para estos graves pensadores inaccesibles a las fábulas, la torre maldita es una puerta de consumos y Hatto un portalero o aduanero. Para las gentes sencillas, entre las que me incluyo, Maüsethurm procede de "maüse", que viene de "mus" y significa rata. Esa supuesta puerta de consumos es la torre de las ratas, y el aduanero un espectro. Después de todo, las dos opiniones podrían conciliarse. No es absolutamente imposible que hacia el siglo XVI o el XVII, después de Lutero, después de Erasmo, los burgomaestres incrédulos hubieran utilizado la torre de Hatto y hubieran instalado provisionalmente alguna tasa y algún peaje en aquella ruina de mala fama. ¿Por qué no? Roma hizo del templo de Antonino su aduana. Lo que Roma hizo respecto a la historia, Bingen pudo hacerlo respecto a la leyenda. Así, "mauth" tendría razón y "maüse" no estaría equivocada. Sea como fuere, desde que la vieja criada me narró el cuento de Hatto, la Maüsethurm había sido una de las visiones habituales de mi espíritu. Ya saben, no hay hombre que no tenga sus fantasmas, como no hay hombre que no tenga sus quimeras. De noche pertenecemos a los sueños; a veces los atraviesa un rayo de luz o una llama, y según el reflejo colorante, el mismo sueño es una gloria celestial o una aparición del infierno. Efecto de luz de Bengala que se produce en la imaginación. Yo debo reconocer que la torre de las ratas, en medio de su charca de agua, siempre me pareció horrible. Por lo que -¿me atreveré a confesarlo?- cuando el azar, que me pasea a su antojo, me condujo a orillas del Rin, el primer pensamiento que se me ocurrió no fue que vería la cúpula de Maguncia, o la catedral de Colonia o el Palatinado, sino que podría visitar la Torre de las Ratas.


EXTINCION
Raúl Sánchez Quiles
España (1978)

Agarrar al estúpido lagarto de ojos azules se convirtió en lo más complicado. Algo mucho más difícil que capturar al caballo, al burro, a la oveja o incluso al león. Al tercer día, con el cielo nublado y el diluvio por venir, me di por vencido. Dios lo quiso así. Cerré la puerta del arca y lo di por extinguido.


PREMONICIONES
Delfín Beccar Varela
Argentina (1980)

Tres noches seguidas soñó con la muerte de su mujer. La primera vez apenas se adivinaba la escena, todo era confuso, sólo se entendía que quién moría era ella. La noche siguiente las imágenes, un poco más claras, le mostraron cómo sería el asesinato. La última noche un ángel se coló en el sueño y le advirtió sobre el momento exacto en que sucedería el hecho. La fecha anunciada el hombre fue hasta el lugar indicado, sentado esperó a que llegara el asesino… fue un espectador de lujo, desde primera fila pudo ver como aquel hombre la atravesaba una y otra vez con el cuchillo.


CUESTION DE ORGULLO
Julia Otxoa
España (1953)
 
Realmente aquel hombre se obstinaba en no querer entender, mientras enfurecido me daba puntapiés en las costillas y riñones, me insultaba y me perseguía por toda la casa, incapaz de soportar la idea de esposo abandonado. Yo no me defendía, sabía perfectamente que hubiera podido cortarle la yugular con la velocidad de un rayo, pero en el fondo me daba lástima, ya que en cuanto se cansara y dejara de golpearme, yo también me iría dejándole totalmente solo. Porque ningún perro de mi categoría soportaría vivir con un dueño que no le permite contemplar escondido tras las cortinas del dormitorio, como su mujer se desnuda todas las noches.
 
 
EL ESPOSO
Georges Mogin
Bélgica (1898-1990)
 
El se casa con una muerta. Ella no se lo había dicho. Se ocultan muchas cosas cuando uno quiere casarse. Ella hace todo lo posible pero se vuelve carroña. Al final, por el olor, él se da cuenta de todo. Demasiado tarde, está casado. Entonces, él muere a su vez para arreglar el asunto.
 
 
EL INTERMEDIARIO
Juan Armando Epple
Chile (1946)
 
Cuando al fin le confesé mis relaciones con la Otra, me insultó y amenazó con lanzar mis cosas por la ventana; pero luego, ya más calmada, quiso saber qué me atraía de ella, qué posiciones le gustaban más para hacer el amor, de qué hablábamos después. Cuando le confesé a la Otra que Ella ya sabía sobre lo nuestro, me insultó y amenazó con dejarme; pero luego, ya más calmada, quiso saber qué le atraía a ella de mí, qué posiciones la excitaban más, qué temas le interesaba discutir antes de dormirse. Ahora viven juntas. Prometieron invitarme a visitarlas, pero aún no me llaman.
 
 
EL CAMELLO
Adolfo Pérez Zelaschi
Argentina (1920-2005)

Mediaba el primer día de la Creación cuando un lloroso dromedario reprochó a Dios haberlo cargado con una giba de la que se burlaban loros, monos y cotorras. Meditó el Señor y le dio la razón, pero advirtiéndole que no podía cambiar su figura sin alterar la armonía de todo cuanto ya había creado.
- Consuélate, empero: haré otra criatura con dos jorobas para que se rían de ella loros, monos y cotorras.
Y creó Dios al camello. Pero éste acudió muy pronto ante El para reprocharle haberlo cargado con dos gibas de las que se reían monos, loros y cotorras, y le pidió que creara un ser con tres para risa de estos tontos. Meditó Dios y le dio la razón, pero advirtiéndole que no podía cambiar su figura sin alterar la armonía de lo ya creado y tampoco formar un nuevo ser con tres jorobas porque luego debería formar otro con cuatro y así indefinidamente.
- Consuélate, empero: crearé uno con incontables gibas y de quien podrán reírse los loros, las cotorras y los monos, y todos los demás animales, que quedarán para siempre exentos de llevar esas jorobas que serán, eso sí, interiores e invisibles.
Y creó Dios al hombre y le impartió innumerables jorobas -soberbia, avaricia, resentimiento, estupidez, envidia, gula, avidez de poder, vanidad, prejuicio, odio- de las que se ríen en secreto todas las criaturas, eximidas por Dios de llevarlas por dentro o por fuera. Quien piense que esta historia es falsa, observe al camello. Comprobará que lo mira con desdén, lástima y burla, contento de llevar sólo dos gibas bien a la vista y libre de los trabajos que les da a los hombres ocultar las suyas para que no sobresalgan demasiado a los ojos de sus semejantes.