29 de julio de 2011

Federico Jeanmaire: "Siento que la lengua ha ido empobreciéndose al mismo ritmo que se empobrecían otras cosas de la Argentina"

Federico Jeanmaire (1957) es Licenciado en Letras y ha sido profesor en la Universidad de Buenos Aires. Estudioso de la obra de Cervantes y del Siglo de Oro español, fue becado en 1990 para trabajar en la sala de manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid. Ese mismo año publicó "Miguel", una biografía ficticia del autor del "Quijote" y en 2004 volvería a él al publicar el ensayo "Una lectura del Quijote". Es además autor de las novelas "Un profundo vacío en el pie izquierdo", "Desatando casi los nudos", "Prólogo anotado", "Montevideo", "Mitre", "Los zumitas", "Una virgen peronista", "Papá", "Los Países Bajos", "La patria", "Vida interior" y "Más liviano que el aire". Recientemente acaba de publicar "Fernández mata a Fernández", una comedia negra y absurda, situada en el Barrio Norte porteño, que intenta retratar el momento de deterioro cultural que, según Jeanmaire, está viviendo la Argentina. En la novela, un tal Fernández, ex periodista de policiales, va a comprar huevos a un supermercado chino y lee en el diario en que estaban envueltos el titular "Fernández mata a Fernández". Sin nada que hacer, va a la esquina del suceso para investigar y encara al encargado de un edificio -que también se llama Fernández- con preguntas. Además, una jueza que fue clave en los hechos previo al accidente también se llama Fernández. Hay muchos más Fernández que van apareciendo en la trama que discurre entre el policial y la comedia de errores: una anciana que pasa sus días alimentando a las palomas, un jubilado comunista empeñado en hacer la revolución, el director de un diario acostumbrado a manipular gente e información y un ex periodista corto de entendimiento, personajes todos ellos que dialogan entre sí desentrañando sus propias miserias y las de la prensa, la justicia la política argentinas. Lo que sigue es una compilación editada de dos entrevistas concedidas por Jeanmaire: una a Jaime Correas para la edición del 17 de julio de 2011 del diario "La Capital", y otra a Andrés Hax para la edición digital de la revista "Ñ" del día 29 del mismo mes y año.


¿Como armó la novela?

La empecé a escribir en tercera persona, con la jueza como narradora y en otro momento de la historia. Pero después, cuando tenía pocas páginas me pareció que un narrador funciona, en algún sentido, como un gobierno en un texto. Entonces tuve que hacer el esfuerzo para que fuera todo dialogado, lo cual me parecía que era bastante más riesgoso, y eso me gustó. Hay cosas que son complicadas de hacer solamente con diálogo. Por ejemplo, un enfrentamiento físico dos de los personajes. No me gusta repetirme. Me gusta arriesgar. Me pareció que tenía que ver el hecho de que no hubiera narrador con la energía que uno ve todo el tiempo en la calle y en la vida. Y también con algo que tiene que ver con esta cosa histórica que tenemos los argentinos de decir bastante más de lo que hacemos. Ahora ya es brutal: la gente dice cosas continuamente y no hace nada. Y le encanta decir sobre el decir y nunca sobre el hacer. El hacer es algo muy mínimo en lo que es la Argentina.

Yo entendí la novela más desde lo cómico y no desde la crítica social, por lo menos por la primera mitad del libro… ¿Es legítima esta lectura?

Bueno, esa es la idea. Me gusta decir siempre sobre mí mismo que me relaciono más con escritores renacentistas o pre-renacentistas que con mis coetáneos. Y creo que la literatura de ese momento tenía algo de esto. Si uno lee el "Libro de buen amor", Rabelais, el "Quijote" -lo que se te ocurra- siempre hay risa, siempre hay diversión, siempre hay humor, pero a su vez son textos que cuando los terminás de leer, quieras o no, en algún lugar de la consciencia o la inconsciencia te empezás a preguntar: ¿de qué te reíste? Y creo que allí está la ambigüedad de esos textos. Y es un gusto trabajar en esa zona. Intento hacer algo de eso. No quiero decir que lo consiga. Por allí, solamente te divertís y es un policial, y está todo bien. Pero mi intención es esa: pegar una vuelta a eso y que en algún momento algo estalle dentro de la cabeza del que está leyendo… algo de sí mismo, algo que le está pasando en la vida.

¿El conflicto de la novela parte de una anécdota personal?

Yo tengo una manera de escribir algo rara, no programo, tengo ideas. En este caso la idea quedó muy lejana, pero es el motor, que fue lo que me llevó a escribirla. Yo viví cuatro años en la esquina de Sarandí e Hipólito Yrigoyen y había una señora que todas las mañanas le daba de comer a las palomas y todos le decíamos que por qué no le iba a dar de comer en otro lado, porque estábamos infectados de palomas y son unos animales horribles, sucios y que odiábamos. Voy empezando a ver cosas, a mí me sorprenden las cosas que se van diciendo los personajes, no es que lo programé antes. No es que yo pensé "el portero tiene que ser gay". No, yo estaba escribiendo y el tipo dice "soy gay" y soy el primero que me río cuando dice que es gay. O cuando el tipo se presenta y dice que se llama Fernández.

Es difícil escribir el humor, ¿se reía escribiendo los diálogos?

Sí, me la paso muy bien escribiendo… me la paso mejor en la vida escribiendo… Creo que viajar y escribir son las dos cosas que más me encantan. Y para pasármela bien, descubrí hace un montón que no necesito saber nada de lo que voy a escribir, es decir, tengo una idea. Por ejemplo, empecé este libro sabiendo que esa señora iba a morir en algún momento… Pero no mucho más. Y entonces me sorprende a mí mismo, me dejo sorprender por los personajes, los personajes van tomando carnadura y van haciendo lo que realmente quieren…

Perdón que interrumpo, pero nunca entendí realmente cómo funciona eso. Lo dicen tanto los autores que casi parece un cliché. ¿Cómo funciona exactamente?

Y eso funciona re-fácil. Por ejemplo, al principio de esta novela, cuando se están presentando, no tenía ninguna idea de que esto involucrara a gays. Cuando el tipo le contesta: "soy gay" me hizo reír y cambió la novela. Lo que no hago es… hay escritores bastante más serios que yo, pero en mi caso lo que no hago es arrepentirme de algo que surgió. Si al tipo este se le ocurrió decir que es gay, es gay. Y es gay hasta el final…

¿Ese es el placer principal de escribir, entonces? ¿Sorprenderse a uno mismo?

Claro. Sí, sí, sí. En cuanto al humor, por ejemplo, soy el primero que se sorprende. Tengo una teoría, un basamento detrás de lo que hago a nivel de diálogos -no solamente en esta novela que es puro diálogo, sino en todas las novelas que tengo-: creo que he trabajado mucho el "Quijote" en ese aspecto, en qué es el diálogo en el "Quijote"; creo que en algún momento de mi juventud llegué a la conclusión de que Cervantes no sabía lo que iban a decir sus personajes, que se reían cuando se contestaban.

Eso lo descubrió solo, leyendo.

Por allí es un invento, pero yo sentí eso con ese libro. Sentí que eso hacía verosímiles los diálogos. Y me puse a mirar la literatura que me ha parecido bien, pero que no me había gustado del todo y encontré que los diálogos eran realmente otra cosa donde la gente se daba el pie para decir algo. Por ejemplo, "La invención de Morel", que es un relato que me gustó mucho, tiene ese problema. Los diálogos no son creíbles. Parece que los diálogos formaran parte del discurrir de una historia que fuera necesaria, y vos lo empezás a leer y sabés más o menos lo que va a contestar el otro. Y esa es la diferencia que hay con el "Quijote", en el que siempre te sorprenden los personajes con sus respuestas. Y eso solamente lo lográs si no sabés lo que van a decir los personajes. Es la única manera. Si vos te sorprendés supongo que el lector después se va a sorprender.

Hay una lectura política de "Fernández mata a Fernández". La elección del nombre no es casual, tiene que ver con la Presidenta, con el Jefe de Gabinete actual, con el anterior...

El tema cuando escribís es que no sabés muy bien cómo te leen. Es una gran duda, gigantesca. Cuando uno escribe tiene ambiciones personales de buscar cosas, de conseguir cosas con lo que hace, a donde apunta. Yo hago grandes elipsis, hablo de una cosa para decir otras, por ahí los lectores no se dan cuenta, pero la cuestión política está muy presente en todo lo que hago.

Pero en los libros anteriores no estaba el tema tan puntual anclado en el presente...

No sé muy bien qué decir sobre hoy, por eso escribo, es una forma de mostrar mi no saber. Siento que he ido trabajando cosas que me interesan mucho, que es cómo la lengua ha ido empobreciéndose al mismo ritmo que se empobrecían otras cosas de la Argentina. Hemos llegado a una crisis absoluta. Hay una vuelta a cosas que me acuerdo que no me gustaban de chico. El tener que tomar partido por cosas en las que no se te va la vida. Por ahí hay gente que supone que hay que tomar partido por todo. En el fondo lo que siento, sin saber muy bien lo que siento, es que estamos viviendo un gran disparate, que estamos todos absolutamente locos, que toda nuestra historia es una locura, pero que no hacemos nada por normalizar, por acordar, en el sentido de ser más cuerdos. En vez de ir en un camino de acuerdo, en todos los sentidos de la palabra, todo es cada vez más disparatado, cada vez más difícil. Creo que en los últimos años la política se ha metido en el disparate cultural en el que ya estábamos. La política metida en un disparate es siempre un disparate más grande que no sabés cómo termina. La literatura es un lugar para que vos te metas con cosas que no te podés contestar. "Fernández mata a Fernández" es producto de eso. En este momento de la Argentina estoy en esto y quiero intentar hacer literatura con esa materia que tengo enfrente. Narrar lo que para mí es un disparate, un disparate absoluto.

¿Qué le hizo ocuparse también de la Justicia argentina, qué lugar ocupa en la crítica política que hace?

Creo que ocupa un lugar grandísimo. No sólo en la historia argentina, sino en la historia de la literatura. "Martín Fierro", "Juan Moreira", están en el origen de la literatura argentina. Un gran problema que tenemos, no digo que el mayor, es que nunca nos hemos dado una Justicia. Entonces todo es política, hasta la justicia y no tendría por qué serlo. La Justicia tendría que ser un lugar donde cualquier gaucho se acercara y tuviera los mismos derechos que su patrón. Ese es el sentido de la Justicia en la democracia, en la modernidad. Y creo que en Argentina nunca se dio, jamás se logró.

Y a la Justicia le metió dos periodistas, uno activo y otro jubilado. ¿Por qué ese triángulo?

Porque creo que el periodismo es, desde hace años, el centro de la escena de los conflictos culturales. No es nuevo, desde hace dos o tres años cuando a un tipo se le ocurrió decir que tal grupo empresarial es el mal de todos los argentinos. Empezó bastante antes. Empezó en la década del '90 cuando el periodismo ocupó el lugar de la Justicia. A la gente le servía más escuchar a un tipo o verlo por la televisión que le dijera lo que quería escuchar -a un periodista me refiero- que no esperar un decisión judicial. De hecho los argentinos ya no esperamos más decisiones judiciales. Las cosas se resolvían en el ámbito del periodismo y eso era una locura. Recuerdo que muchos se daban cuenta de ese lugar en donde estaban, porque de alguna manera habían quedado en un lugar muy alto de la pirámide cultural, social. Y supongo que la caída era natural. En algún momento alguien iba a tocar alguno de esos ladrillos de la pirámide y se iba a caer toda. Estamos asistiendo a la caída y es una caída que no está buena. Porque no pone ningún ladrillo nuevo. Ese es el problema de la Argentina: cuando derrumba, derrumba todo y no deja nada. Sé que todo esto está pasando y quiero escribir sobre eso, narrarlo. Ahora, si me preguntás si lo que pienso yo es lo que está en la novela, no creo, porque no sé muy bien lo que pienso, sé cómo funcionaron mis personajes, sé lo que hicieron y no hicieron y algunas de las cosas que hicieron esos personajes periodistas las podrían hacer periodistas o un verdulero. Hoy, cuando se supone que se recuperó la política, no sé a qué se refieren. Lo que se recuperó son formas de la agresión a un montón de cuestiones y que casi todas pasan por lo periodístico. No pasan por el hacer o no hacer, nadie discute cómo se hace o si mejor se hace esto o aquello. Se discute más sobre el decir que sobre el hacer.

En sus últimas novelas hay una gran carga de muerte. ¿Por qué aparece esto?

Supongo que cualquiera que tenga mi edad tiene ciertas vivencias. Hay una frase que leí de Alan Pauls hace poco que me encantó. Dijo: "cualquiera que se mete con los '70 vuelve sucio". No creo que haya buenos y malos, hay más buenos y más malos y todos los grados. Es muy difícil esa necesidad de crear buenos y malos que hay en la cultura argentina. Es muy maniquea, muy yanqui, aunque les duela, pero nosotros siempre necesitamos construir demonios y dioses y los yanquis son más inteligentes porque inventan afuera a sus demonios. Nosotros los inventamos adentro y nunca salimos de eso. La historia argentina es una repetición constante de la misma tontería. Yo me acuerdo, era chiquitito, pero mi recuerdo de los '70 es el de una cultura que discutía todo. Discutía horas, días, por palabras. Me acuerdo de haber estado en le Centro de Estudiantes de mi colegio secundario en mi pueblo Baradero y haber estado más de tres meses para ver si le poníamos Centro de Estudiantes Secundarios o Unión de Estudiantes Secundarios. Porque uno era filo ERP y el otro filo Montoneros. Una sociedad como la argentina, a la que le encanta discutir las palabras, muchas veces termina matándose y no es broma, ni es la primera vez que va a pasar y pasó. ¿Cómo parás en la Argentina el odio de las palabras, si las palabras son casi todo en la cultura argentina? ¿Cómo llega un punto en el cual vos le decís a alguien que ese es el límite si no hay nada en la cultura argentina que te limite? No hay límites.

¿Cómo vivió el Bicentenario?

No sé cómo vivo esas cosas. Vivo a diez cuadras del Obelisco y no se me ocurrió ir a la fiesta. El Bicentenario... por eso te digo que la cultura argentina es un disparate. ¿Bicentenario de qué? Nuestra independencia recién cumple el bicentenario dentro de cinco años. Lo que se celebró fue el bicentenario de una revolución que se hizo en Buenos Aires, que la hizo un grupo de gente de Buenos Aires, que la exportó con muchos problemas al interior del país. Si alguno se pone a releer, se dará cuenta que de alguna manera se construyó desde ahí este país con una cabeza enorme y un cuerpo chiquitito. Yo tendría bastante cuidado si tengo que salir a festejar algo.

¿A usted no le tocó entonces este festejo?

A mí me parece que cada momento histórico lee el pasado de una determinada manera. A mí no me ocasionó nada cumplir el bicentenario. Soy muy argentino, toda mi literatura está comprimida en una tradición de literatura argentina y amo a mi país, pero no soy nacionalista. Un pensamiento un poco pedante que tuve en esos días es que festejamos, al igual que en 1810, para ser los primeros que se habían independizado, para no ser los segundos, o los terceros o los quintos. El argentino siempre tiene que ser primero, como dice Sarmiento. Esa fecha de la revolución sirve para que estemos a la cabeza de todo Latinoamérica del despegue de España.

Por último, ¿qué tipo de escritor se considera usted?

Me considero un tipo que "labura" mucho, que tiene una estética muy marcada y que no puede acceder a grandes públicos. Me gusta ser este tipo de escritor. De todos modos siempre tuve dudas de si puedo ser más popular. Mi escritura es muy clara. Hago un trabajo con la lengua desde lo coloquial y tengo una sintaxis bastante particular. Después, mi escritura siempre tiende a revolcarse sobre lo mismo, como si fuera un resorte que va y vuelve. Y allí aparecen los temas que me obsesionan, porque la gente que no escribe supone que al escritor le importan muchas cosas. Pero los que escribimos sabemos que no es así. A lo largo de tu vida sólo te importan tres o cuatro cosas, sobre las que escribís todo el tiempo y de diferente manera.

¿Y cuáles son esas tres o cuatro obsesiones recurrentes en su caso?

Primero, una mirada sobre la soledad. Me impresiona qué solos estamos. Después, la dificultad para comunicarnos, para acercarnos al otro. Y, finalmente, la violencia que genera esa incomunicación.