10 de julio de 2011

James Ellroy: "Si uno pretende hablar de su vida hay dos cosas que son obligatorias: debe ser emocionalmente honesto y hacerse cargo de las propias debilidades"

La relación del escritor estadounidense James Ellroy (1948) con las mujeres, ya sean esposas, amigas, amantes, estrellas de cine o prostitutas, siempre estuvo signada por la muerte de su madre, asesinada cuando el escritor era un niño. Su último libro, "The Hilliker curse. My pursuit of women" (A la caza de la mujer), es una suerte de continuación de "My dark places" (Mis rincones oscuros), su libro de 1996, en el que reveló la génesis de su obra y trató de dilucidar los numerosos puntos oscuros que rodearon la muerte de su madre, Jean Hilliker, en 1958. Cuando Ellroy tenía apenas diez años tuvo una fuerte discusión con su madre cuando ella le planteó si prefería vivir con su padre, del que se había divorciado tiempo antes. El niño Ellroy respondió que sí y pocos días después de dejar la casa materna, su madre apareció asesinada. Ese episodio se convirtió en una obsesión para el autor de "Brown's requiem" (Requiem por Brown) y "The black dahlia" (La dalia negra), y es lo que él llama "la maldición Hilliker", título original de su nuevo libro. Ellroy siempre se reprochó haber deseado la muerte de su madre cuando ella le respondió con una bofetada el fatídico dia de la discusión. "Naturalmente, yo causé su muerte", dice. Con continuas referencias al tiempo transcurrido desde esa "maldición" y a través de una continua búsqueda de "ella" en las mujeres que han formado parte de su vida, Ellroy describe en "A la caza de la mujer" -una especie de autobiografía novelada-, un frío retrato de sí mismo partiendo de sus padres. El, según un pastor amigo de la familia, era "el blanco más holgazán del mundo"; ella, según él, era "una borracha y una puta". A partir de allí, desde el niño perdido de entonces al adulto de hoy, Ellroy cuenta sin escrúpulos su vida sentimental, recorriendo una a una las mujeres que han formado parte de su vida, tanto real como imaginaria, hasta llegar a su actual pareja, la escritora Erika Schickel, a la que nunca llama por su nombre. "Invoqué la Maldición hace medio siglo -dice al comienzo del libro-. Esta define mi vida desde que cumplí diez años. Ahora, Jean Hilliker tendría noventa y cinco años. La Maldición tiene cincuenta y dos. He pasado cinco décadas en busca de una mujer a fin de destruir un mito". Sobre su nuevo libro habla Ellroy en la entrevista que le efectuó Marcos Mayer para el nº 405 de la revista "Ñ" del 2 de julio de 2011.
 

Tanto "Mis rincones oscuros" como "A la caza de la mujer" hacen referencia a la muerte de su madre.

Si bien los dos libros rondan en torno al mismo episodio, el último está mucho más logrado. Se acerca más a lo que quiero decir. El texto es más explícito, dice mejor lo que siento al respecto. Es mi segunda visita a la cuestión de la muerte de mi madre, pero está escrito como un ensayo autobiográfico. En el libro conviven dos James Ellroy, el que es más adulto y el que fue más joven. El joven hace todo ese recorrido enloquecido por la vida y el adulto comenta y describe sus intentos, mientras propone, varios años después, su interpretación sobre el sentido de aquellas acciones.

Su estilo, hecho de oraciones cortas, no aparece en "A la caza de la mujer".

No. Los párrafos son más extensos, lo que le da una nueva forma. Suele decirse que las frases cortas sirven para narrar acciones y las más extensas para abrir lugar al momento de reflexión. Si se quiere, en mi caso, hay una diferencia de tono, más tenso cuando cuento hechos y más relajado a la hora de interpretarlos.

Usted realiza un relato minucioso y poco condescendiente de su relación con las mujeres a partir de la culpa -lo que llama y caracteriza como maldición-. ¿Puede decirse que la maldición ha quedado superada?

Sí, con la señora Schickel llevamos juntos casi dos años. Por supuesto que la maldición Hilliker es algo creado que sólo existió en mi mente. Pero, al estar con la señora Schickel, escribiendo el libro, enfrentado al tema de la maldición, abordando por segunda vez la cuestión de la muerte de mi madre y la búsqueda de expiación en mi relación con las mujeres me llevó a encontrar una forma narrativa que terminó por aliviarme. Ahí me redescubrí como alguien obsesivo por naturaleza. Ya lo era antes del asesinato de mi madre. Me siento perdido si no estoy escribiendo, durmiendo o pasando el tiempo con la señora Schickel.

¿Qué tiene que ver su destino como escritor con esa madre?

Algo de su personalidad, de sus rincones más duros, de su abandono sensual. Una de las razones que me han hecho tan obsesivo, meticuloso, puntual, alguien que trabaja duro son cosas que ella infundió en mí, por las que peleó. Ella creía que yo habría de convertirme en un tipo débil, perezoso, mentiroso como mi padre. Su muerte agregó a todo esto una enorme curiosidad.

Hay una frase sorprendente en el libro: "Siempre escribo mi camino a través de la verdad".

Eso fue lo que me dijo mi ex esposa, Helen Knode, y creo que tiene razón. Y luego de reflexionar, me di cuenta de que la gran historia que quería contar sobre mi propia vida no era la muerte de mi madre como un suceso policial sino la presencia de mi madre como mi primera visión del otro, la mujer definitiva.

Después de leer el libro queda la rara sensación de que las mujeres tienen algo de irreales...

¿No percibe usted que a lo largo de toda su vida ha creado mujeres en su mente una y otra vez? Lo que usted pretende de ellas es que cumplan sus fantasías y expectativas, y la realidad es algo completamente diferente. ¿No es así?

Según cuenta en el libro, desde niño tenía un busto de Beethoven y su fascinación por los cuartetos del compositor alemán no ha decrecido en lo más mínimo. ¿Beethoven, es otra obsesión?

Sigo obsesionado por Beethoven. Tengo su busto detrás de un retrato de Erika Schickel sobre mi escritorio, cuando giro hacia mi izquierda hay otro busto sobre el estante más alto de mi biblioteca. Sobre mi cama, un retrato de Beethoven, además de un apoyalibros de bronce que cierta vez me regaló Helen Knode para Navidad. Su presencia en el libro se debe a múltiples razones: primero, que se lo considera universalmente como el mayor artista de nuestra civilización; segundo, todo lo que implica su sordera y el hecho de que eso lo hiciera sentirse a disgusto en el mundo. Así me siento, siempre en una búsqueda en la que no encuentro lo que quiero. La música de Beethoven me sigue pareciendo inexplicable, insondable, con esa sorprendente belleza y potencia...

La presencia de Beethoven, en cierto modo, lo alejó de otras formas de la música...

Bueno, además de todo es una figura de un coraje titánico que pudo escribir lo mejor de su música estando sordo. Amé la música clásica desde niño. Corrían los años '50, así que pude pasar de largo de toda esa mierda del rock & roll. Me parecía una porquería y me lo sigue pareciendo. Además, si alguien quiere identificarse con un artista, ¿por qué no elegir al mayor artista que haya existido nunca? Beethoven vivía dentro de una grandeza propia, algo que yo creía poseer aun cuando era un niño tonto con el corazón perturbado. Muchas veces me tomo a broma esa identificación con Beethoven, esa pretenciosidad de compararme con él, al hablarle a las mujeres de Beethoven, mandándole un fax a Erika Schickel, dirigido a la Amada Inmortal. Muchos críticos no advierten el verdadero sentido de esta actitud, que estoy en realidad burlándome de mí mismo.

¿Algún escritor puede compararse con Beethoven?

No, ninguno. No ha existido artista que me haya conmovido como Beethoven.

No siempre las autobiografías son confiables. ¿La suya lo es?

En un ensayo autobiográfico no se permite mentir, aunque se acepta que uno omita ciertos detalles. Algo extraño fue comprobar que la mayoría de las mujeres importantes de mi vida me llegaron entre el período que va después de cumplir cuarenta hasta pasados los sesenta. Y todas son extraordinarias. Quise concederle todo a estas mujeres, retratarlas con tanto amor como exactitud, con la misma precisión con que retrato mis propias fallas que fueron las que precipitaron mi ruptura.

¿Costó reconstruir su vida?

Tengo una memoria extraordinaria y mis intereses son muy limitados. Me gusta la historia norteamericana, amo la música clásica, adoro a las mujeres. Más allá de esto, tengo muy pocos amigos. Me encanta escribir novelas, mientras que los guiones de televisión y de cine los hago para vivir. He llevado siempre una vida introspectiva, y siempre recuerdo pequeños momentos de mis últimos cuarenta años. Soy un visitante permanente de mi paisaje interior. Puedo decirle lo que pensaba hace cincuenta años. El tiempo es algo sorprendente. Era lo que pensaba a los treinticinco. Ahora que tengo sesentitres, podría esperarse una caída del fluir de la conciencia y nada de eso ocurre.

Tanto desde el estilo con el que escribe como desde el punto de vista de su lugar en el campo literario norteamericano, usted es, a pesar de su éxito, un "outsider". ¿Se siente cómodo allí, no renegando de no ser una estrella cultural?

No leo diarios, no veo televisión, no escribo con computadora. Estoy en medio de un vacío cultural, no entiendo ni me interesa lo que pasa en la cultura de mi país. Como me han dicho: es como si viviera desenchufado del mundo cultural norteamericano, o al menos de lo que se conoce como tal. Amo cuando el inglés es dicho por alguien con una buena dicción. Por lo tanto, no puedo soportar a esos jóvenes vulgares, tatuados, con el pelo engominado que hablan su estúpido lenguaje, con sus horribles clichés, poniendo los ojos en blanco cuando algo no les gusta. Abundan esas películas de terror misóginas, los "reality shows" que son basura y comedias prefabricadas para adolescentes. En una época de mi vida me juntaba con amigos que compartían conmigo la pasión del trabajo y la voluntad de ganar dinero. Luego vendrían las mujeres a ocuparlo casi todo.

En sus libros anteriores ha recorrido otro tipo de historias, que son personales en un sentido menos evidente, pero su trama también recorre las dimensiones de la novela policial.

Creo que libros como "L.A. confidential" (Los Angeles confidencial) van en un sentido contrario al estándar en lo que se llama literatura policial o serie negra, donde suele haber un héroe solitario que se opone a la autoridad. Mis libros, me parece, tratan de gente ruin haciendo cosas jodidas en nombre de la autoridad. Si hay algo que me irrita es la rebelión institucionalizada. Eso es, aparte de la música, lo que me hace detestar tanto al rock and roll. La ficción criminal es la historia de los malos tipos que hicieron su parte en la Norteamérica del siglo pasado. Hay algo atractivo, literariamente hablando, en esos chupamedias fascistas, que aunque no lo sean ideológicamente, que terminan derrocando gobiernos de otros países.

Una lectora argentina que leyó "A la caza de la mujer" me ha comentado que el libro le había gustado pero, me ha dicho, "no sé si quiero saber tanto sobre un hombre".

Bueno, lo primero que rescato es el hecho de que le haya parecido un buen libro, que le haya interesado. Eso significa que respeta y valora sus cualidades artísticas. Si uno pretende hablar de su vida hay dos cosas que son obligatorias, debe ser emocionalmente honesto y hacerse cargo de las propias debilidades. No se le pueden achacar las cosas a los demás. La escritura debe corresponderse con una idea más amplia y la conjunción entre un hombre y mujer excede mis experiencias personales. Eso le da al libro su universalidad.