3 de enero de 2012

Quehaceres de un escritor (3). Charles Bukowski

Nacido en la ciudad de Aldernach, Alemania, hijo de un oficial norteamericano y de una ciudadana alemana, Charles Bukowski (1920-1994) se trasladó con su familia a Los Angeles, Estados Unidos, cuando tenía tres años. Allí viviría el resto de su vida, ganándose la vida con trabajos manuales temporales, espaciados por los periodos de vacaciones que se tomaba cuando tenía suerte en las apuestas del hipódromo, afición que reflejó continuamente en su obra. Estudió periodismo pero no llegó a graduarse y llevó una vida dispersa, entregada al alcohol y a un vagabundeo sin rumbo. De esa época datan sus primeros cuentos, e incluso alcanzó a publicar alguno en una revista en 1944. Luego abandonó la literatura por un espacio de diez años y, en 1956, comenzó a trabajar en el servicio de correos, lugar que le serviría de inspiración para su primera novela, "Post Office" (El cartero), publicada en 1971. Anteriormente, durante la década del '60, había publicado en pequeñas editoriales sus colecciones de poemas "Crucifix in a deathhand" (Crucifijo en una mano muerta) y "The days run away like wild horses over the hills" (Los días pasan como caballos salvajes sobre las colinas). La poesía de Bukowski está marcada por un realismo descarnado y lírico a un tiempo, explícito, tierno en ocasiones y brutal en otras, abundante en datos autobiográficos, personalísimo y pleno de humor ácido y desencantado. Con los años, su producción en verso se fue haciendo más directa, más sobria, como en "Love is a dog from hell" (El amor es un perro del infierno) o "The last night of the Earth" (La última noche de la Tierra). En la línea del anticonformismo californiano de la "generación beat" y utilizando un lenguaje agresivo y una temática marginal, a menudo obscena o violenta, elaboró una obra singular también en sus relatos breves, que cuentan ágilmente una historia con un final por lo general subido de tono y con una atmósfera algunas veces sórdida y otras atravesada por la comicidad y el habla coloquial más descarnada. Tal es el caso de, por ejemplo, "Notes of a dirty old man" (Escritos de un viejo indecente), "Hot water music" (Música de cañerías) y "Erections, ejaculations, exhibitions" (Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones). La galería de personajes estrafalarios y marginales: prostitutas, alcohólicos, vagos, buscavidas, jugadores arruinados y pendencieros que circulan como sonámbulos o pícaros por una ciudad que los rechaza, también transitó por sus novelas "Factotum", "Women" (Mujeres), "Ham on rye" (La senda del perdedor) y "Hollywood". La obra de Charles Bukowski recibió tanto críticas negativas como positivas. Se le acusó de practicar un estilo soez como mero exhibicionismo literario y de reiterar sus obsesiones de modo efectista. Otros críticos, en cambio, realzaron su autenticidad y su condición de escritor maldito.

Me gusta pensar en escritores como James Joyce, Hemingway, Ambrose Bierce, Faulkner, Sherwood Anderson, Jeffers, D.H. Lawrence, A. Huxley, John Fante, Gorki, Turgenev, Dostoievsky, Saroyan, Villon, incluso Sinclair Lewis y Hamsun, incluso T.S. Elliot y Auden, William Carlos Williams y Stephen Spender y el valiente de Ezra Pound. Me enseñaron tantas cosas que mis padres nunca me enseñaron, y también me gusta pensar en Carson McCullers con sus "The ballad of the sad café" (La balada del café triste) y "Reflections in a golden eye" (Reflejos en un ojo dorado). Ella me enseñó muchas cosas que mis padres nunca supieron. Me gustaba leer los libros de tapa dura de las bibliotecas, en su simple encuadernación azul y verde y marrón y rojo claro. Me gustaban los viejos bibliotecarios (varones y mujeres) que te miraban seriamente si tosías o te reías muy fuerte, y aun cuando se parecían a mis padres, en realidad no había ninguna similitud. Ahora ya no leo a estos autores que alguna vez leí con tanto placer, pero es bueno pensar en ellos. Me gusta pensar en toda esta gente que me enseñó tantas cosas que yo nunca había imaginado antes. Y me enseñaron bien, muy bien, cuando eso era tan necesario. Me mostraron tantas cosas que nunca creí que fueran posibles. A todos esos amigos los llevo bien adentro de mi sangre porque, cuando no había ninguna oportunidad, me dieron una.
La escritura, por supuesto, como el matrimonio, la caída de la nieve o las llantas de los autos, no siempre perdura. Tú puedes ir a la cama el miércoles en la noche siendo un escritor y despertar el jueves por la mañana y ser otra cosa totalmente diferente. O puedes irte a la cama el miércoles por la noche siendo un plomero y despertar el jueves por la mañana siendo un escritor. Este es el mejor tipo de escritores… Muchos de ellos mueren, claro, por sus arduos intentos; o por otro lado, porque se vuelven famosos y todo lo que escriben es publicado y ya no tienen que buscar más. La muerte tiene muchas avenidas. En mi caso será porque me he quedado o sin cerveza o sin sangre. ¿No dijo alguien una vez que el hombre debe ser tan durable como su arte? Eso es lo que ellos esperan, ellos pretenden lo imposible: creación y creador siendo lo mismo. Este es el truco sucio de todas las épocas. La literatura es difícil de asimilar para el hombre ordinario (y para el extraordinario también); a mí no me gusta la mayoría de la poesía, por ejemplo, por eso escribo la mía de la manera que me gustaría leerla. La poesía pareciera que se está volviendo mejor, más humana, la claridad del lenguaje tiene algo que ver con eso. Pero escribir es una cosa y la vida otra; pareciera que hemos mejorado la escritura un poquito, pero la vida (nuestra y ajena) no pareciera estar mejorando gran cosa. Quizás si escribiéramos lo suficientemente bien y viviéramos un poco mejor la vida mejoraría un poquito como para que no dé vergüenza. Quizás los artistas no han sido lo suficientemente poderosos. ¿Quizás los políticos, los generales, los jueces, los curas, la policía, los hombres de negocios han sido demasiado fuertes? No me gusta esa idea, pero cuando miro a nuestros pálidos y preciosos artistas, actuales y pasados, me parece que es posible que sí. Lo que estoy diciendo es que el arte no ha mejorado la vida como debería (¿quizás porque ha sido algo demasiado privado?) y a pesar del hecho que los viejos poetas y los nuevos poetas y yo hemos tenido todos problemas idénticos o parecidos con las mujeres, el gobierno, Dios, el amor, el odio, la indigencia, la esclavitud, el insomnio, la deportación, el clima, las esposas, y así sucesivamente.
Me dicen que hay personas a las que no les gusta mi puntuación, como pongo las comas (especialmente), y también la manera en que divago para decir algo con precisión. No se dan cuenta de que mi intención es liberar, humanizar, relajar a la palabra en la página y aún así hacerla tan real como sea posible. La palabra debe ser como la manteca o el churrasco o los bizcochos calientes, o los anillos de cebolla o cualquier otra cosa que sea realmente necesaria. Debería ser casi posible que uno agarre las palabras y se las coma (debe de haber algún listo en alguna parte por allí que dirá, si es que lee alguna vez ésto, "¡si quisiera una cena voy y la pido!"). Como sea, un artista puede divagar y aún así mantener la forma esencial. Dostoievski lo hacía. El normalmente contaba tres o cuatro historias marginales mientras contaba la que era central (en sus novelas, claro está). Bach nos enseñó como poner una melodía encima de otra y otra melodía encima de esa, y Mahler divagaba más que ninguno que yo conozca y yo encuentro gran significado en su pretendida falta de forma. Pero no estoy defendiendo mi obra, estoy defendiendo mi derecho a hacerla de la manera que me hace sentir mejor. Siempre pienso que si un escritor se aburre con su obra el lector va a aburrirse también. Y no creo en la perfección, creo en mantener los intestinos libres, por lo que coincido con los que me critican cuando dicen que lo que escribo es un montón de mierda. Yo vengo escribiendo desde hace casi cuarenta años. Sigo adelante con mis cosas, sigo adelante con mi vida. A veces escribo mal o a veces vivo mal. Todos tenemos malos días y malas noches. Tenemos que entender que hay otros modos de enfrentar la vida que no son con la máquina de escribir. Quienes lo hicieron así quizá no sean el mejor ejemplo. Nunca hay que tomar al Arte como un espejo sagrado. Lo justo siempre es poco, y eso incluye a todos los siglos. Los países más honorables no sobreviven por coraje, ni las épocas sobreviven a los buenos artistas. Todo es azar y mierda y el golpe de los vientos.


No soy básicamente un poeta, odio a los putos poetas que se complican la vida contra el mundo quejoso, y los poetas son malos, y el mundo es malo, ¡y nosotros estamos acá!, sí. Lo que quiero decir es que la poesía, la que yo escribo, es sólo una décima parte de mí. Las otras nueve partes están asomadas a un acantilado sobre el mar escupiendo maldiciones baratas. Me gustaría sufrir a la manera clásica y tallar un mármol que dure siglos después de este perro que escucho tras mi ventana de 1963, pero estoy maldecido y abofeteado, y mis brazos y ojos y dedos malgastados hasta la nulidad. Merezco morir. Espero la muerte como a un halcón engalanado que con su pico, su canto y sus púas busca mi sangre enjaulada. Suena lindo, pero no lo es. La poesía que es parte de mí, la realidad aparente, lo que escribo, es bosta y basura y saliva y viejas naves de combate que se hunden. Sé que cuando el mundo (que es barato y sin clase ¿y qué más? ¿qué más?) olvide la poca poesía que escribí, no será del todo culpa del mundo, porque yo no pienso en escribir, y sólo el filo del cuchillo, con el que unto la manteca o corto la cebolla, tiene un poco de práctica en los versos de mi mente. No quiero que la poca buena gente del mundo sea herida por Bukowski el vomitador.
No sé, no sé, y eso es tan triste. Si las cosas se arreglaran con mi llanto, todos nos ahogaríamos en mis lágrimas enfermas, pero no sé qué hacer. Tomo demasiado, o no lo suficiente. Hago apuestas, hago el amor con mujeres que sólo viven dentro de sus cuerpos y miro los copos de sus ojos y sé que les miento y que me miento porque no soy más que un perro, y el amor o su acto deberían contener algo más que dos pedazos de carne friéndose en una sartén o todo está perdido como el pasto del jardín o los caracoles pisados y aplastados, abandonados a una suerte de viscosidad viviente, a una vida triturada para siempre. Este asunto de la poesía es el peor de esos pisotones. Te debilita. Y si un hombre ya es débil antes de escribir poesía, entonces se convierte, finalmente, a través de los golpes de sombras y quejas, en lo que es: sólo otro muchachito rosado que hace su puto trabajo de la manera más frágil y vomitiva. Si hay algo que odio es una palabra despreciable dicha vilmente o un chiste verde o el sexo y la vida de un hombre y una mujer que aceptan la cosa así como está. Quizás yo esté perfectamente loco pero yo digo adelante: versos o llamadas telefónicas o tarjetas de crédito o muerte o amor o enormes balnearios en playas de sonido y golpes y momentos de medianoche, yo, también, mientras tanto, sigo un poquito más. Algunos dicen que debemos eliminar del poema los remordimientos personales, permanecer abstractos, hay cierta razón en esto pero, ¡por Dios! No soy Shakespeare, pero puede ser que algún día ya no escriba más, poemas abstractos o de los otros. Se requiere de mucha desesperación, insatisfacción y desilusión para escribir unos pocos buenos poemas. No es para todo mundo, ya sea para escribirlos o siquiera para leerlos. Siempre habrá dinero y putas y borrachos hasta que caiga la última bomba, pero como dijo Dios, cruzándose de piernas: "veo que he creado muchos poetas pero no mucha poesía".
Un joven de San Francisco escribió diciéndome que algún día habrá quien escriba libros acerca de mí, si esto podrá ayudar en algo. Bueno, no estoy en busca de ayuda, y no estoy tratando de ser pesado. Pero yo solía jugar un juego conmigo mismo un juego llamado "Isla desierta", y mientras estaba tirado en la cárcel, en la clase de arte o caminando hacia la ventanilla de diez dólares en las carreras, me preguntaba: "Bukowski, si tú estuvieras en una isla desierta, tú solo, y nunca fueses encontrado excepto por pájaros y gusanos, ¿tomarías una vara y rascarías palabras sobre la arena?". Yo tenía que decir no, y por un rato esto resolvía un montón de cosas, y me dejaba seguir adelante y hacer un montón de cosas que yo no quería hacer, y me alejaba de la máquina de escribir y me ponía en el pabellón de caridad del hospital municipal, la sangre corriendo fuera de mis oídos, de mi boca y de mi culo, y ellos ahí esperando a que yo muriese, pero nada pasaba. Y cuado salía me preguntaba otra vez: "Bukowsky, si estuviertas en una isla desierta y etcétera". Pienso que era que la sangre había abandonado mi cerebro, o algo, y yo decía: "sí, sí, yo tomaría una vara y rascaría palabras sobre la arena". Bueno, esto solucionaba un montón de cosas porque me permitía seguir adelante y hacer las cosas, todas las cosas que no quería hacer, y me dejaba tener la máquina de escribir también; y desde que ellos me dijeron que un trago más me mataría, ahora he bajado a dos galones de cerveza al día. Para lo que sirva, puedo permitirme esperar: tengo mi vara y tengo mi arena.
Si quieres ser un gran escritor tienes que follarte a muchas mujeres, bellas mujeres, y escribir unos pocos poemas de amor decentes y no preocuparte por la edad y/o los nuevos talentos. Sólo toma más cerveza, más y más cerveza. Ve al hipódromo por lo menos una vez a la semana y gana si es posible. Aprender a ganar es difícil; cualquier idiota puede ser un buen perdedor. Y no olvides tu Brahms, tu Bach y tu cerveza. No te exijas. Duerme hasta el mediodía, evita las tarjetas de crédito o pagar cualquier cosa en término. Acuérdate de que no hay un pedazo de culo en este mundo que valga más de 50 dólares. Y si tienes capacidad de amar, ámate a ti mismo primero, pero siempre sé consciente de la posibilidad de la total derrota, ya sea por buenas o malas razones. Un sabor temprano de la muerte no es necesariamente una mala cosa. Quédate afuera de las iglesias y los bares y los museos y, como las arañas, sé paciente. El tiempo es la cruz de todos. Más el exilio, la derrota, la traición, toda esa basura. Quédate con la cerveza; la cerveza es sangre continua, una amante continua. Agarra una buena máquina de escribir y mientras los pasos van y vienen más allá de tu ventana, dale duro a esa cosa, dale duro. Haz de eso una pelea de peso pesado, haz como el toro en la primer embestida. Y recuerda a los perros viejos, que pelearon tan bien: Hemingway, Céline, Dostoievsky, Hamsun. Si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas como te está pasando a ti ahora, sin mujeres, sin comida, sin esperanzas... entonces no estás listo, toma más cerveza. Hay tiempo. Y si no hay, está bien igual.