14 de marzo de 2012

Pier Paolo Pasolini: "Ya no hay más seres humanos, sólo extrañas máquinas que se abaten unas contra otras" (5)

En Pasolini siempre hubo una constante: a cada película nueva, a cada libro nuevo, tanto en uno como en otro caso, pero especialmente en el primero de los casos, la reacción de parte de la intelectualidad y de la clase polí­tica italiana fue violenta y difamatoria: no molestaba la obra solamente, molestaba también la exposición de los males de la Italia contemporánea, tal como había suce­dido años antes con las mejores expresiones del neo­rrealismo, cuando se proponía que "los paños sucios se lavaran en casa" o, en cierta izquierda, la "invención" del mito del subproletariado y de sus valores como re­novadores de la vida social del país y de la misma hu­manidad. Cuando se estrenó "Saló", el ensañamiento de ciertos sectores a su respecto fue virulento. El corresponsal romano del diario soviético "Izvestia" escribió: "Considero personalmente que Pasolini ha elegido un argumento antifascis­ta a fin de poder mostrar la violencia bajo todas sus for­mas. Su película no rinde homenaje a la resistencia italiana, sino que la ensucia". "Avanti!", el periódico del Partido Socialista Italiano, salió al paso del co­rresponsal ruso: "Si partiéramos de las posiciones que for­mula 'Izvestia' sobre la película de Pasolini debería­mos encontrar un acercamiento legítimo, y lo indivi­dualizaríamos justamente en el espíritu reaccionario de los censores clericales y en las posiciones de 'L'Osservatore Romano' que, desde las memorables polémicas sobre 'La dolce vita' en el '60 hasta las últimas sobre 'Sa­ló/Sade", siempre ha unido a los prelados vaticanos con los prelados moscovitas. Mientras tanto, se demuestra cómo, más allá de toda pertenencia, entre el Kremlin y el Vaticano hay en común el 'catolicismo'. Serán distin­tas las iglesias, pero los instrumentos eclesiásticos -aquellos de quien tiene la certeza absoluta de su pro­pia verdad y está dispuesto a imponérsela a todos, aun represivamente- realmente son los mismos". Desde siempre, la Iglesia reprochó su visión marxista de la piedad cristiana. Desde siempre, también, las izquierdas ortodoxas y militantes miraron de reojo su individualismo. "Yo soy una fuerza del pasado -escribió en uno de sus poemas-. Solamente en la tradición consiste mi amor. Llego de las ruinas, de las Iglesias, de las palas de altar, de las aldeas olvidadas sobre los Apeninos y los Prealpes, donde han vivido los hermanos. Ando por la Tuscolana como un loco, por la Appia como un perro sin amo. O miro los crepúsculos, las mañanas sobre Roma, sobre la Ciociaria, sobre el mundo, como los primeros actos del Después de la Historia, a la que asisto por privilegio de registro, desde el borde extremo de cierta edad sepultada. Monstruoso es quien ha nacido de las vísceras de una mujer muerta. Y yo, feto adulto, me muevo noderno que todo moderno buscando hermanos que ya no existen". Se trascribe a renglón seguido, la segunda parte de los fragmentos extraídos del documental "Pasolini prossimo nostro" (Pasolini prójimo nuestro) de Giuseppe Bertolucci.


¿Cuál es el sentido real del sexo sadomasoquista en su film?

El sadomasoquismo es una categoría eterna del hombre: estaba en el tiempo de Sade, está hoy. Pero no es esto lo que me importa. Me importa también esto, pero el sentido real del sexo en mi film es una metáfora de la relación entre el poder y sus subordinados, entonces vale para todos los tiempos. La motivación vino de que yo detesto, sobre todo, el poder de hoy. Todos odian el poder que sufren. Por eso, yo odio con particular vehemencia el poder de hoy, 1975. Es un poder que manipula los cuerpos de un modo horrible, no tiene nada que envidiar a la manipulación de Himmler o Hitler. Los manipula transformando sus conciencias en el peor modo, instituyendo nuevos valores que son alienantes y falsos: los valores del consumo, que culminan lo que Marx llamó genocidio de las culturas vivientes, reales, precedentes. Por ejemplo, ha destruido Roma. Los romanos no existen más. Un joven romano no existe más, es un cadáver. El cadáver de sí mismo que aún vive biológicamente y está en un estado de desconcierto entre los antiguos valores de su cultura popular romana y los nuevos valores pequeño-burgueses, valores consumistas que le han sido impuestos. Entonces, este tipo de cambio ha difundido entre los italianos la ideología del hedonismo consumista, que es, a su manera, estúpidamente laica y racional, miope, estrecha. Esta ideología toca a todos los italianos, intelectuales incluidos. Yo también, en cierto sentido, sin querer participo en esta ideología, porque yo también estoy feliz de tener un automóvil o de apretar un botón y tener calefacción. Yo también, en cierto sentido, tiendo a los bienes superfluos. Sólo que yo me salvo de todo esto a través de la cultura. En esto, soy un privilegiado. Pero la enorme masa de los italianos ha caído en este mecanismo. Han caído los valores y han sido sustituidos por otros. Han caído los modelos de conducta y han sido sustituidos por otros. Esta sustitución no era el deseo de la gente de abajo sino que ha sido impuesta por el poder consumista, es decir, la gran industria italiana multinacional y también la nacional, hecha de pseudo-industriales, que querían que los italianos consuman ciertos bienes de una cierta manera. Y para consumirlos, debían crear otro modelo humano. Un viejo campesino, tradicionalista y religioso, no consumía la comida chatarra anunciada en la TV. Había que encontrar un modo de que la consumiera. En verdad, los productores fuerzan a los consumidores a comer mierda. Dan cosas adulteradas, malas... los quesos robiola, los quesitos para bebés... son todas cosas horribles que son mierda. Si hiciera un film sobre un industrial de Milán que produce galletas y luego las anuncia y hace que los consumidores las coman, el resultado sería un film terrible sobre la contaminación, la adulteración, el aceite hecho con los huesos de la carroña... Podría hacer un film así, ¡pero no puedo! ¿Cómo puedo estar un año, primero pensándolo y luego filmando? Sería más útil, en el sentido directo y práctico de la palabra, mostrarlo exactamente como es. Pero, ¿quién me manda a hacerlo? Sería autoagresión.

¿El film debe verse como una crítica al poder establecido?

El poder permanece igual, sólo sus caracteres cambian. El súbdito, en vez de ser austero, religioso, es un consumidor: no previsor, no religioso, laico, etcétera. Los caracteres culturales cambian, pero la relación es idéntica. Entonces, es un film no sólo sobre el poder, sino sobre lo que llamo "la anarquía del poder". Nada es más anárquico que el poder. El poder hace lo que quiere y lo que quiere es totalmente arbitrario o dictado por sus necesidades económicas que escapan a la lógica común. El cristianismo y el marxismo han sido siempre impuestos desde arriba, nunca han venido desde abajo. Este principio de la sumisión puede ser un poco análogo al instinto de muerte de Marx, ¿no? Coexistente con el espíritu agresivo del amor. En mi opinión, continuó existiendo inalterable bajo el cristianismo, porque el cristianismo enseguida se convirtió en religión de Estado, es decir de la clase dominante, y fue impuesto; entonces no cambió estos instintos profundos. En cambio, el único sistema ideológico que realmente involucró también a las clases dominadas es el consumismo, porque es el único que llegó al fondo, que da una cierta agresividad porque esta agresividad es necesaria para el consumo. Si uno es puramente sumiso, sigue el instinto puro de la sumisión como un viejo campesino que bajaba la cabeza y se resignaba... algo sublime, heroico. Ahora este espíritu de resignación, de sumisión, no existe más porque, ¿qué consumidor es uno que se resigna y acepta su estado arcaico, retrógrado e inferior? Debe luchar para elevar su estatus social. "Yo bajo la cabeza en nombre de Dios" es ya una gran frase. Mientras que ahora, el consumidor ni siquiera sabe que baja la cabeza. Al contrario, cree estúpidamente que no la baja y que posee sus derechos. Al contrario, está siempre allí reclamando sus derechos, creyendo en ellos, y en cambio es un pobre cretino. El poder es siempre codificador y ritual. Sin querer, me encontré representando en este film la vida del buen pequeño burgués, con sus salones, su té, sus abrigos, y por otra parte la ceremonia nazi, en toda su solemnidad macabra, tétrica y miserable. Porque el poder es ritual y codificador. Pero lo que ritualiza, lo que codifica es siempre la nada, el puro capricho, es decir, su propia anarquía. El hombre ha sido siempre conformista. Su característica principal es la de conformarse con cualquier tipo de poder o calidad de vida que encuentra al nacer. Tal vez, biológicamente, el hombre es narcisista, rebelde, ama la propia identidad, etcétera, pero la sociedad lo hace conformista y él ha bajado la cabeza, de una vez y para siempre, ante las obligaciones de la sociedad. No creo que haya nunca una sociedad en la cual el hombre sea libre.

Entonces, ¿es inútil esperarla?

No debemos esperar nada. La esperanza es una cosa horrible, inventada por los partidos para tener contentos a sus afiliados.

Su cine es un cine histórico en tiempo presente, que no necesita reproducir las pinturas clásicas, que huye de las escenografías y los estudios, que recurre solamente a unos pocos elementos esenciales y que descree de los actores para encontrar, en cambio, una verdad profunda, arcaica en un puñado de intérpretes no profesionales.

Mi obra está influenciada por el uso de actores no profesionales y por escenografías no reconstruidas en un teatro. Uso escenografías reales: cuando filmo, yo sólo recojo material. Entonces voy a cualquier lugar, elegido por mí, y recojo el material según la luz, según lo que hay ahí en ese momento. Cuando estás en medio de un paisaje hermoso con los personajes que te gustan, estás ávido. Como un glotón en medio de toda clase de manjares, buceas como una bestia comiendo aquí y allá. Así era yo antes. Ahora tomo un muchacho que no ha actuado nunca, lo pongo frente a la cámara y lo tengo allí un largo rato, recogiendo material. Esto significa que luego debo hacer un largo trabajo de edición para quitar todo lo que es inútil y capturar, en cambio, ese momento de verdad que pudo... centellear en sus ojos, en su sonrisa mientras yo filmaba. En este film, en cambio, esto no sucede porque no es un film de material recolectado, elaborado luego en la edición. Ya está terminado y editado mientras lo filmo. Por eso, necesito un mayor profesionalismo de los actores. De hecho, hay cuatro, cinco actores profesionales en el sentido más puro de la palabra, pero también a quienes elegí de la calle, que actúan por primera vez, los uso como si fueran actores. Pretendo de ellos un desempeño profesional de actores: deben decir la línea entera con la expresión justa del principio al fin, etcétera. Además, dejo un amplio margen para la improvisación, para la libertad. Pero aquí está todo mejor programado que lo habitual. Quiero editarlo de un modo perfecto. Este film debe ser, formalmente, casi un cristal al terminar. No debe ser confuso, caótico, inventado, desproporcionado. Todo debe ser muy calculado, mucho más preciso. Todo: los movimientos, las composiciones, los trucos... Antes hacía los trucos así nomás, aquí no: cuando alguien debe caer muerto, debe repetirlo mil veces hasta que realmente parezca un cuerpo muerto. Siempre trato de obtener esta perfección formal, que me sirve para cerrar, como una especie de envoltorio, las cosas terribles de Sade y del fascismo. El uso obsesivo del campo y del contracampo, del primer plano opuesto a otro primer plano, la ausencia de planos sobre el hombro, la ausencia de personajes que salen y entran en el campo, la ausencia, sobre todo, de planos secuencia, son rasgos típicos de todos mis films. En este film, todo eso es llevado a la máxima lucidez y al absoluto. Mis hábitos casi obsesivos son llevados a tal punto de obsesión, que tal vez cambie la cualidad. Si creyera que mi cine está totalmente integrado a una sociedad que también quiere la clase de films que hago, entonces quizás no los haría. Estoy convencido de que hay algo que no puede ser integrado. La sociedad burguesa digiere todo: amalgama, asimila y digiere todo. Pero en cada obra donde la individualidad y la singularidad se afirman, con originalidad y violencia, hay algo no integrable.

¿A quién se dirige el film?

En general, a todos, a un otro yo mismo. Es verdad que la masa aliena y mistifica la obra de arte cuando ésta es mercantilizada y es propuesta a ellos en un cierto modo, pero la masa está todavía compuesta de individuos. Y entonces en una sala, en un ritual social, donde mi film es propuesto a las masas de ese modo, en estas salas, de hecho, hay individuos. El individuo es el procesador de los problemas del mundo. Todo sucede en el individuo. Atribuyo a los otros, aún al más atado, al más esclavizado, la chance de entender una obra a su modo, a su nivel. Tengo esta fe en la libertad humana, que no sabría racionalizar. Pero me doy cuenta de que, si las cosas continúan así, el hombre se mecanizará tanto, se alienará tanto, devendrá tan antipático y odioso, que esta libertad estará completamente perdida. Continuaría igualmente haciendo cine aun si yo fuera el único hombre libre y esa libertad muriera con mi cine. Continuaría haciendo lo mismo porque necesito hacerlo. Me gusta hacerlo y lo haré. O me suicido o lo hago. Haciendo un film, me expreso. Si luego mi expresión es completamente alienada y mecanizada, ¡paciencia! Entre tanto, me he expresado lo más libremente posible.

¿Cuál considera el punto central de su obra, es decir la cosa central que lo guía de un film a otro? Un mensaje, una obsesión, una idea...

Es una idea formal de lo que debo hacer, que es igual en todos los films. El esquema formal, la iluminación que tengo de lo que un film debe ser, que es inexpresable en palabras: o se lo entiende o no se lo entiende, no se lo sé decir. Cuando decido hacer un film lo decido porque tengo una iluminación, que es la idea formal del film. Es la síntesis del film. La idea de un film nunca es el producto de una serie de pensamientos. En todo caso, hay una serie de pensamientos que es interrumpida por una iluminación, como fue en el caso de Sade. Cuando se hace un film, como cuando se escribe una novela, hay fases. Hay una historia de la generación de las cosas y el autor, al final, ha hecho algo que sólo estaba en parte en su cabeza. El montaje del film es un momento de gran sorpresa para el autor mismo, no tanto porque resulta otra cosa de la que tenía en mente sino porque ha salido la cosa real. Cuando miro las cosas tengo un ojo racional, crítico, que tomo de mi cultura laica, burguesa y luego marxista. Entonces hay un ejercicio crítico continuo de mi razón sobre las cosas del mundo. Pero mi visión real, la más antigua, la más arcaica, que tuve al nacer y formé en mi primera infancia, mi visión original es una visión sagrada de las cosas. Veo el mundo como casi todos los que tienen una vocación poética, es decir, como un hecho milagroso y casi sagrado. Y nada puede desacralizar mi visión sagrada fundamental. Pienso que ningún artista en ninguna sociedad es libre. Estando aplastado por la normalidad y por la mediocridad de cualquier sociedad donde viva, el artista es una contestación viviente. Representa siempre lo contrario de la idea que cada hombre en cada sociedad tiene de sí mismo. Un margen mínimo y tal vez inapreciable de libertad, en mi opinión, hay siempre. No sé decirle hasta qué punto esto es o no es libertad. Pero ciertamente algo escapa a la lógica matemática de la cultura de masas, al menos por ahora.

¿Qué debemos hacer, mientras tanto?

¿Qué debemos hacer? Ser coherentes con las propias ideas y tratar de hacer eso mínimo que uno puede. ¿Qué quiero hacer?

En definitiva... ¿creer?

Incluso no creer. Basta que el no creer sea dinámico. Muchas veces uno que no cree y hace de este no creer una bandera, llega a algo. La verdadera realidad es que el hombre contemporáneo no cree y cree.

Pero usted, ¿cree o no cree?

Creo y no creo. Esta es la respuesta.