3 de mayo de 2012

Alain Badiou: "Pasar de la revuelta a la idea es pasar de la negación a la afirmación" (3)

"Tal como nos la presentan -dice Alain Badiou-, la crisis planetaria de las finanzas se asemeja a una de esas malas películas cocinadas en esa fábrica de éxitos preformados que hoy en día llaman 'cine'. En primer plano, despavoridos y concentrados como en una película de catástrofes, la pequeña cuadrilla de los poderosos, los bomberos del fuego monetario, arrojan al agujero central millares de millones. '¡Salvemos a los bancos!'. Este noble grito humanista y democrático surge de todos los gargantas políticas y mediáticas. Para los actores principales de la película -es decir, los ricos, sus lacayos, sus parásitos, quienes los envidian y quienes los adulan- un 'happy end' es inevitable, habida cuenta de lo que son hoy en día tanto el mundo como los políticos que en él se exhiben. Pero mejor girémonos hacia los espectadores de este show, la multitud atónita que escucha como un estrépito lejano el berreo desesperado de los bancos, que adivina los agotadores fines de semana de la gloriosa camarilla de los jefes de gobierno, que ve pasar cifras tan gigantescas como oscuras y que, automáticamente, compara con los recursos propios, o incluso, para una parte muy considerable de la humanidad, con la pura y simple falta de recursos que constituye el fondo amargo y a la vez valeroso de su vida. Yo sostengo que es aquí donde se encuentra lo real y que no podremos acceder a él más que dando la espalda al espectáculo para considerar a la masa invisible de aquellos para los que la película de catástrofes, desenlace edulcorado incluido, jamás fue otra cosa que un teatro de sombras". "Lo real no es la película, sino la sala -enfatiza Badiou-. "¿Qué es lo que vemos, vueltos o girados de esta manera? Vemos cosas simples y conocidas de larga data: el capitalismo no es más que bandolerismo, irracional en su esencia y devastador en su transformarse. Siempre ha hecho pagar algunos breves decenios de prosperidad salvajemente desigualitaria con crisis en las que desaparecen cantidades astronómicas de valores, con cruentas expediciones punitivas en todas las zonas consideradas estratégicas o amenazantes y con guerras mundiales en las que recuperaba su salud". "¿Podemos todavía atrevernos -se pregunta-, frente a la vida de las gentes que miran esta película de crisis, a jactarnos de un sistema que somete la organización de la vida colectiva a las pulsiones más bajas: la codicia, la rivalidad, el egoísmo mecánico? ¿A elogiar una 'democracia' en la que los dirigentes son hasta tal punto e impunemente los lacayos de la apropiación financiera privada que asombrarían al propio Marx, que, sin embargo, ya hace ciento sesenta años, consideraba a los gobiernos 'fundados en el poder del capital'? ¿A afirmar que es imposible tapar el agujero de la Seguridad Social, pero que se debe tapar sin contar los miles de millones el agujero de los bancos?". Para el autor de "Eloge de l'amour" (Elogio del amor) y "Le réveil de l'histoire" (El despertar de la historia) "es preciso invertir el viejo veredicto según el cual estaríamos en 'el fin de las ideologías'. Vemos muy claramente hoy en día que este supuesto fin no tiene más realidad que la consigna 'salvemos a los bancos'. Nada hay más importante que recuperar la pasión de las ideas y oponer al mundo tal cual es, una hipótesis general, la certidumbre anticipada de una cotidianeidad completamente distinta. Al maléfico espectáculo del capitalismo, oponer lo real de los pueblos, de la existencia de todos en el movimiento propio de las ideas. El motivo de una emancipación de la humanidad no ha perdido nada de su potencia. La palabra 'comunismo', que durante mucho tiempo dio nombre a esa potencia, fue ciertamente envilecida y prostituida. Pero, hoy en día, su desaparición no sirve más que a los defensores del orden, a los febriles actores de la película de catástrofes. Hay que resucitarlo con su nueva claridad, que es también su antigua virtud. Como cuando Marx decía del comunismo que 'rompía de la forma más radical con las ideas tradicionales' y que hacía surgir 'una asociación donde el libre desarrollo de cada uno es condición del libre desarrollo de todos'. Todo lo que nos aleja de la película de la crisis y nos acerca a la fusión del pensamiento vivo y la acción organizada está ahí". En pleno siglo XXI, Alain Badiou alega a favor de lo que él define como "la idea comunista". El pensador francés rescata de esa ideología la "idea de la emancipación de toda la humanidad, la idea de la igualdad entre los componentes de la humanidad, el fin del racismo y de las fronteras". En la tercera y última parte del compilado de entrevistas, Badiou expone su análisis sobre los cambios históricos que están ocurriendo y propone su concepción del amor como un encuentro entre dos diferencias. "Puesto que el amor se refiere a esa parte de la humanidad que no está entregada a la competencia, al salvajismo; puesto que, en su intimidad más poderosa, el amor exige una suerte de confianza absoluta en el otro; puesto que vamos a aceptar que ese otro esté totalmente presente en nuestra propia vida, que nuestra vida esté ligada de manera interna a ese otro, pues bien, ya que todo esto es posible ello nos prueba que no es verdad que la competitividad, el odio, la violencia, la rivalidad y la separación sean la ley del mundo. El amor está amenazado por la sociedad contemporánea. Esa sociedad bien quisiera sustituir el amor por una suerte de régimen comercial de pura satisfacción sexual, erótica, etc. Entonces, el amor debe ser reinventado para defenderlo. Quien no empieza por el amor no sabrá nunca lo que es la filosofía".


Si tomamos en cuenta las revoluciones árabes, las crisis del sistema financiero internacional, el colapso ecológico y el poderío de las oligarquías, ha habido muchos trastornos en el último cuarto de siglo. Bajo el flujo de esta avalancha, muchas cosas cambiaron en el mundo. Pero, ¿cuál fue, según usted, la transformación íntima del ser humano en este período? ¿Cuál ha sido la dosis de inocencia que perdimos?

Lo que cambió más profundamente es la división subjetiva. Las elecciones fundamentales a las que estuvieron confrontados los individuos durante el primer período estaban aún dominadas por la idea de la alternativa entre orientación revolucionaria y democracia y economía de mercado. Dicho de otra forma, estábamos en la constitución del debate entre totalitarismo y democracia. Ello quiere decir que todo el mundo estaba bajo el influjo del balance de la experiencia histórica del siglo XX. A escala mundial, esta discusión, que adquirió formas distintas según los lugares, se focalizó en cuál podría ser el balance de este siglo XX. ¿Acaso hay que condenar definitivamente las experiencias revolucionarias? ¿O acaso hay que abandonarlas porque fueron despóticas, violentas? En este sentido, la pregunta era: ¿debemos o no unirnos a la corriente democrática y entrar en la aceptación del capitalismo como un mal menor? La eficacia del sistema no consistió en decir que el capitalismo era magnífico sino que era el mal menor. En realidad, aparte de un puñado de personas, nadie piensa que el capitalismo es magnífico. Hace veinte años estábamos en ese contexto, o sea, la reactivación de una filosofía inspirada por la moral de Kant. O sea, no había que tener grandes ideas de transformación política voluntaristas porque ello nos conduce al terror y al crimen; lo que había que hacer era velar por una democracia pacificada dentro de la cual los derechos humanos estarían protegidos. Hoy, esta discusión está terminada, y está terminada porque todo el mundo ve que el precio pagado por esa democracia pacificada es muy elevado. Todo el mundo toma conciencia de que se trata de un mundo violento, pero con otras violencias, que la guerra sigue rondando todo el tiempo, que las catástrofes ecológicas y económicas están a la orden del día y que, encima, nadie sabe a dónde vamos. ¿Podemos acaso imaginar que esta ferocidad de la concurrencia y esta constante sumisión a la economía de mercado duren aún durante varios siglos? Todo el mundo siente que no, que se trata de un sistema patológico. Se ha revelado que este sistema, al que nos presentaron como un sistema moderado, sin dudas en nada formidable pero mejor que todo lo demás, es un sistema patológico y extremadamente peligroso. Esa es la novedad. No podemos tener más confianza en el futuro de esta visión de las cosas. Estamos en una fase de intervalo, incierta. Se introdujo la hipótesis de una suerte de humanismo renovado al que podríamos llamar un humanismo de mercado, el mercado pero humano. Creo que esa figura, que sigue vigente gracias a los políticos y a los medios, ha muerto. Es como la Unión Soviética: estaba muerta antes de morir. Creo que, en condiciones diferentes y en un universo de guerra, de catástrofes de competencia y de crisis, esta idea del capitalismo con rostro humano y de la democracia moderada ya ha muerto. Ahora será necesario no ya arbitrar entre dos visiones constituidas sino inventar una.

¿De esa ambivalencia proviene tal vez la sensación de que las jóvenes generaciones están como perdidas, sin confianza en nada?

Eso es lo que siento en la juventud de hoy. Siento que la juventud está completamente inmersa en el mundo tal como es, no tiene idea de otra alternativa, pero al mismo tiempo está perdiendo confianza en este mundo, está viendo que, en realidad, este mundo no tiene porvenir, carece de toda significación para el porvenir. Creo que estamos en un período donde las propuestas de ideas nuevas están al orden del día, incluso si una buena parte de la opinión no lo sabe. Y no lo sabe porque aún no llegamos al final de este agotamiento interno de la promesa democrática. Es lo que yo llamo el período intervalo: sabemos que las viejas elecciones están perimidas, pero no sabemos aún muy bien cuáles son las nuevas elecciones.

Aunque a los lectores les resulte sorprendente en un autor resueltamente político como usted, uno de sus libros más universalmente conocidos es sobre el amor. Se trata de una meditación de una conmovedora sabiduría. Para un filósofo comprometido con la acción política y cuyo pensamiento integra las matemáticas, la aparición del tema del amor es poco común.

El amor es un tema esencial, una experiencia total. El amor está bajo la amenaza de la sociedad contemporánea. En el amor lo fundamental está en que nos acercamos al otro con la condición de aceptarlo en nuestra existencia de forma completa, entera. Eso es lo que diferencia al amor del interés sexual. El interés sexual se fija sobre lo que los psicoanalistas llamaron "los objetos parciales", es decir, yo extraigo del otro emblemas fetiche que me interesan y suscitan mi excitación deseante. No niego la sexualidad, al contrario. La sexualidad es un componente del amor. Pero el amor no es eso. El amor es cuando estoy en estado de amar, de estar satisfecho y de sufrir y de esperar a propósito de todo lo que viene del otro: la manera en cómo viaja, su ausencia, su llegada, su presencia, el calor de su cuerpo, mis conversaciones con él, sus gustos compartidos. Poco a poco, la totalidad de lo que el otro es se vuelve un componente de mi propia existencia. Esto es mucho más radical que la vaga idea de preocuparme por el otro. Es el otro con la totalidad infinita que representa, y con quien me relaciono en un movimiento subjetivo extraordinariamente profundo.

¿En qué está el amor amenazado por los valores contemporáneos?

Porque el amor es gratuito y, desde el punto de vista del materialismo democrático, injustificado. ¿Por qué habría de exponerme al sufrimiento de la aceptación de la totalidad del otro? Lo mejor sería extraer de él lo que mejor corresponde a mis intereses inmediatos y mis gustos y desechar el resto. El amor está amenazado porque se lo distribuye en rodajas. Observemos cómo se organizan las relaciones en esos portales de Internet, allí donde la gente entra en contacto: el otro ya está pre-cortado en rodajas, un poco como la vaca en las carnicerías. Sus gustos, sus intereses, el color de sus ojos, si tiene los cabellos largos o cortos, es grande o pequeño, es amarillo o negro. Vamos a tener unos cuarenta criterios y al final de ellos vamos a decirnos: esto es lo que compro. Eso es todo lo contrario al amor. El amor es justamente cuando, en cierto sentido, no tengo ni la menor idea de lo que estoy comprando.

Y frente a esa modalidad competitiva de las relaciones, usted proclama que el amor debe ser reinventado para defendernos, que el amor debe reafirmar su valor de ruptura y de locura.

El amor debe reafirmar el hecho de que está en ruptura con el conjunto de las leyes ordinarias del mundo contemporáneo. El amor debe ser reinventado como valor universal, como relación a la alteridad, a aquello que no soy yo. El amor implica una generosidad que es obligatoria. Si yo no acepto la generosidad, tampoco acepto el amor. Hay una generosidad amorosa que es inevitable, estoy obligado a ir hacia el otro para que la aceptación del otro en su totalidad pueda funcionar.

La política no está muy alejada de todo esto. Para usted, en la acción política hay una dimensión del amor.

Sí, incluso puede resultar peligroso. Si buscamos una analogía política del amor diría que, al igual que en el amor, donde la relación con una persona tiene que constituir su totalidad existencial como componente de mi propia existencia, en la política auténtica es preciso que haya una representación entera de la humanidad. En la política verdadera, que también es un componente de la verdadera vida, hay necesariamente esa preocupación, esa convicción según la cual estoy ahí en tanto que representante y agente de toda la humanidad. Igual que en el amor, donde mi preocupación, mi propuesta, mi actividad, están ligadas a la existencia del otro en su totalidad. Creo que el proyecto de pareja puede ser un arma contra los valores corrientes si no se disuelve, si no se metamorfosea en un proyecto que terminaría siendo en el fondo la acumulación de los intereses de unos y otros. No hay que perder el rumbo de nuestra experiencia. No hay que ceder. El mundo se recrea a partir de la experiencia amorosa. De esa forma salvaremos la idea y sabremos qué es exactamente la felicidad. No soy un asceta. No estoy por el sacrificio. La construcción amorosa es la aceptación conjunta de un sistema de riesgos y de invenciones.

Usted también introduce una idea peculiar y maravillosa: debemos hacer todo para preservar lo excepcional que nos ocurre.

Ahí está el sentido completo de la vida verdadera. Una vida verdadera se plasma cuando aceptamos los regalos peligrosos que la vida nos hace. La existencia nos hace regalos pero, la mayor parte de las veces, estamos más espantados que felices por esos regalos. Creo que aceptar eso que nos ocurre y que parece raro, extraño, imprevisible, excepcional, que sea el encuentro con una mujer, o sea Mayo del '68, aceptar eso y las consecuencias de ello, eso es la vida. Eso es la verdadera vida.