27 de mayo de 2012

Entremeses literarios (CLIII)

LO QUE EL AGUA ME HA DADO
Frida Kahlo
México (1907-1954)

Voy de una ventana a otra, nada se mueve. Me sumerjo entonces en la bañera. El agua está caliente. Sí, soy yo, es mi cuerpo, son mis manos, mi pubis todavía con restos de jabón. Soy yo. Me hundo más y más. Comprendo. A fuerza de tanto soñar, me inventé. En todo caso, esto pasó hace mucho. Comienzo a sentir frío, pero no puedo moverme. Miro como desde afuera de mí mi cuerpo flotar en la bañera y tengo un instante la impresión, la certeza casi, de que hace ya mucho que estoy muerta.


LOS TESTIGOS
Pedro Juan Gutiérrez
Cuba (1950)

Un rato antes de las seis de la mañana todavía es de noche cerrada. Están encendidas las luces rojizas del Malecón, que otorgan un aspecto desolado al paisaje. El mar invernal rompe contra el muro, atomiza salitre hacia la ciudad silenciosa. Me asomo a la ventana y mi vista va directamente hacia un hombre que está parado sobre el muro del Malecón, en medio de esa furia de agua y viento. Se lanza sobre las olas y no lo veo más. Pienso: acabo de ver a un suicida destrozarse el cráneo contra los arrecifes. Y vuelvo a la cocina. Preparo café y voy a despertar a los niños. Queda el tiempo justo para salir a la parada del ómnibus. Vuelvo a la ventana muchas veces, pero no se ve nada. Me estoy preocupando demasiado. Yo no lo empujé sobre los arrecifes, pero al menos puedo bajar los ocho pisos del edificio y tratar de rescatarlo, avisar a la policía. En vez de actuar busco justificaciones: quizás sea un borracho; uno debe respetar las decisiones de los demás; está ahí pescando y no es un suicida. Ya no puedo más. Bajo corriendo las escaleras. El ascensor de nuevo está descompuesto. Cuando llego al muro han pasado quince minutos desde que el hombre se lanzó al mar. El agua del rompiente y el aire están congelados, y casi me noquean. Allí no hay nadie. Una ola enorme y furiosa me golpea, resbalo y casi caigo de bruces en aquel abismo de tormenta. Durante un rato busco algún rastro entre la semipenumbra del amanecer. No hay nadie. Regreso empapado y estornudando. Ya más tranquilo, o simplemente menos ansioso. Entonces veo que en muchas ventanas de los edificios hay gente asomada, con aire de desconfianza, observando.


LA CLEPSIDRA
Javier Puche
España (1974)

Perseguido por tres libélulas gigantes, el cíclope alcanzó el centro del laberinto, donde había una clepsidra. Tan sediento estaba que sumergió irreflexivamente su cabeza en las aguas de aquel reloj milenario. Y bebió sin mesura ni placer. Al apurar la última gota, el tiempo se detuvo para siempre.


FABULA DEL AMOR PURO
Sergio Olguín
Argentina (1967)

Al principio pensó que ella era japonesa. Por el nombre, Timoko, y porque en su avatar tenía un dibujo de manga. Pero no, había nacido en Islandia y vivía en Copenhague. Después, cuando se hicieron amigos, descubrió que tenía los ojos rasgados y practicaba el budismo, así que no se había equivocado tanto cuando la imaginó en un departamento minúsculo del centro de Tokio. Se habían conocido en un foro donde se colgaban subtítulos de series y películas. Timoko traducía al danés y él, al castellano. En realidad, en un subforo de dudas de palabras en inglés. El conocía bien el slang, así que se la pasaba explicando términos a sus colegas. Se hicieron amigos. Se enviaban mensajes por Facebook, por el foro, por mails y por Skype. Cada vez con más frecuencia. Un día se conectaron a la webcam y estuvieron hablando hasta que amaneció en Copenhague. Otro se desnudaron y tuvieron sexo, cada uno en su habitación. Se acostumbraron a dejar la webcam prendida aunque no charlaran. Sólo para verse. A veces él desayunaba junto a ella, que a esa hora almorzaba. O pasaban toda la tarde en silencio traduciendo. El sacaba la vista del Subtitle Workshop y la veía a Timoko con sus anteojos puestos, la espalda encorvada, concentrada en una línea de diálogo. Cuando él salía, se conectaba con su iphone, y le hacía un plano panorámico del bar en el que estaba para que ella lo viera. Cada tanto, ella lo llevaba a una plaza de Copenhague donde los cerezos se deshojan en otoño. Iban a cumpleaños y a casamientos juntos. Los amigos de él la conocían, y los de ella, a él. Dos años más tarde, Timoko viajó por trabajo a Río de Janeiro. El se tomó un avión y se encontraron. Estuvieron una semana juntos y fue como estar con alguien que se conoce desde siempre. Incluso la piel, los olores, la presión de un cuerpo sobre otro eran como si ya los hubieran vivido esos años. Al regreso, cada uno siguió con su rutina. Timoko reemplazó su avatar manga por una foto de ellos dos en Río. El cambió el wallpaper y puso una foto de ella en la playa, mirando el amanecer. Pensaban casarse algún día.


ROMANZA SIN PALABRAS
Luis de Oteyza
España (1883-1961)

Arquipa, ilustre cortesana, "aulétrida" -flautista en griego- de especialidad, tuvo una frase que ha pasado a la Historia por lo enigmática acaso, pues yo, si he de decir la verdad, no la entiendo bien. Fue que, ante la referida señora, el orador Demades disertaba sobre los encantos de la elocuencia narrando los goces que la palabra proporciona cuando convence con lo justo, cuando seduce con lo bello, cuando entusiasma con lo heroico, etcétera, etcétera.
- La lengua humana -terminó diciendo Demades-, cuando habla, produce todo género de deleites.
A lo que Arquipa replicó sentenciosa:
- La lengua, sin decir nada, hace gozar más que nunca.
Tal es la célebre frase de la "aulétrida" ilustre. ¿Qué significa?... No sé. Eso de que sin decir nada haga gozar la lengua, no me lo explico. Aunque, acaso, Arquipa quisiera referirse, como flautista que era, a los goces que con la lengua producía modulando una romanza sin palabras. Digo yo.


B
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)

Benito el burro buzna y rebuzna. Brama en la borrasca buscando besar a la bella burrita borrada por un brujo con brutas bendiciones brahmánicas. Benito la busca bajando la barranca, la busca por el bosque brindándole bombones y bananas, la busca basándose en bramidos bravos y en bruscos berridos. Bulversante. Benito será burro mas no bruto ni belicoso, sus berrinches son bienintencionados. La bella burrita en el bajío lo barrunta y bebe brindando por su bienaventura. En el Bar Baro el brujo bárbaro blasfema entre broncas, borracho de birra y brandy barato, la buzarda biliosa, bloqueado en su bufante brujería cuando Benito, bramando como bullterrier, como bólido le birla su burrita con un beso blando, brutal, babeante, bilateral, batiente, billonario.


ESPEJO
Harold Kremer
Colombia (1955)

Cuando usted sale de su casa obsesionado con la idea de comprarse un espejo, se puede decir que ha dado por vez primera un gran paso en su vida. Pero si a más de dicha decisión descubre que no desea un espejo cualquiera sino uno especial que se adapte a su temperamento, a su carácter y a su figura, se podría decir que usted sabe lo que quiere de la vida. Y si después de recorrer toda la ciudad, de pronto se descubre en un viejo barrio judío discutiendo el precio de un insignificante y carcomido espejo, usted pensará que la vida y el destino han sido pródigos al brindarle esa oportunidad. Y si al llegar a su casa con el espejo se va directamente al baño, lo cuelga, lo cuadra y luego se mira durante un largo instante en él, tratando de encontrar su imagen que no aparece por ningún lado, usted tendrá que aceptar la realidad de su muerte.


ALAS
Paz Monserrat Revillo
España (1962)

Es interesante destacar que al principio devoran cada día el equivalente humano a cien quilos de lechuga, y no paran de crecer. Más tarde se repliegan ensimismadas y todos sus tejidos se disuelven en un caldo marrón del que surge finalmente la prodigiosa criatura, que ya no crece más. Incansable, el entomólogo repite la información a los escolares que desfilan cada día ante las vitrinas de la exposición. Les habla de la imposibilidad de usar adjetivos para describir el color exacto de un ala de mariposa: el brillo metálico de las asiáticas y los tonos terrosos de las africanas escapan a las posibilidades de la escala cromática. Sí, acaso, se podría aludir a la arena para describir a las nocturnas y a la aguamarina para acercarse al color de algunas diurnas. El mayor espectáculo de transformismo ofrecido por la naturaleza consiste en que unas orugas cimbreantes y voraces se transformen en la belleza más efímera y generosa. Los niños le siguen, ensartados al hilo fibroso de sus palabras, confiados y ciegos como las orugas de la procesionaria. Vitrina tras vitrina ilustra las peripecias que le llevaron a capturar cada ejemplar, señala antenas plumosas, describe artilugios de captura y métodos para la cría. Advierte del grave peligro de ahogamiento que supone la rotura de un ala. Fotografías del naturalista, en diferentes edades y selvas, observan el desfile de pequeños curiosos, mientras que sus mariposas atravesadas por el alfiler sacrificial permanecen delicadas e impasibles en sus paneles, siempre idénticas a si mismas. En todo momento enhebra un discurso didáctico y erudito. Pero cuando llega a los paneles de las gigantescas mariposas del Brasil y recuerda a aquella especie que era capaz de batir las alas de la misma manera que las aves, un extraño escalofrío le recorre el espinazo. Puede ver con nitidez a aquellos formidables ejemplares desplomarse como una bofetada sobre los sorprendidos cazadores. Una lluvia trémula, memorable. Solamente entonces, durante un instante, desaparece de su propio discurso y vuela hacia la selva agitando sus pestañas irisadas y vibrátiles como alas de mariposa.


ESCRITURAS
David Lagmanovich
Argentina (1927-2010)

La línea levantó la cabeza y me mordió la mano con que la escribía. Comprendí que mi obsesión con el microrrelato era excesiva y me puse a escribir un cuento de extensión convencional. Un párrafo se enroscó y saltó hacia mí, hiriéndome en el calcañar con su cola ponzoñosa. Entonces me instalé en el territorio más conocido de la novela. Algunos capítulos suscitan mi desconfianza. Vivo inquieto, maquinando estrategias para proteger la yugular.


DE LA SABIDURIA DE DIOS
Esther Díaz Llanillo
Cuba (1934)

Dios tenía una biblioteca maravillosa: en ella estaba contenida toda la sabiduría de Dios. Allí estaban también los libros escritos por Dios que sólo El sabía, y las leyes, creencias e historia de los hombres, su arte y su ciencia, así como el perfectible conocimiento humano sobre Dios. En estantes transparentes de acrílico divino flotaban en el espacio, indistintamente, papiros, cintas magnéticas, hojas de palmeras, pergaminos, disquetes, libros impresos, cuerdas anudadas, pieles de animales, casetes, manuscritos, piedras grabadas, discos compactos, en fin, cuantos medios habían sido y serían utilizados para preservar el saber. Ese enorme reguero no le afectaba a Dios, ni alteraba su serenidad absoluta, porque El, con su perfecta mente organizada, sabía dónde estaba cada cosa. Algunas veces dejaba de pensar y se refugiaba en su música celeste, en sus silentes salas de concierto con sonoridades sólo captables por su oído, o bien caminaba de un lado para otro por sus vastos recintos con el retumbar constante de sus pasos. Al fin, cansado de tanta soledad, invitó a un ser humano para poder mostrarle su inusitada biblioteca. Era un hombre común. Miró los estantes transparentes y no pudo entender el enigma de sus mensajes. Paseó por los amplios salones y sintió cansancio y aburrimiento. En fin, no encontró algo interesante que hacer, construir o inventar más que al incomprensible Dios, así que optó por marcharse. Entonces Dios decidió hacerse hombre entre los hombres, entenderlos y tener compañía. Una mañana bajó a la tierra y los conoció, habló con ellos y experimentó el amor y la felicidad, sintió hambre y dolor, supo de sus rencillas y horrores, comprendió que las cosas no eran tan perfectas como las había pensado y quiso retornar. Deambuló por las calles cada día, cada año, sin encontrar el camino de regreso a su valiosa biblioteca, hasta que enfermó y murió. Entonces dios volvió a ser Dios y en su infinita sabiduría eliminó a los hombres que alteraban la perfección de sus ideas; y se quedó eternamente tranquilo, inconmensurablemente sabio, disfrutando de su maravillosa biblioteca.