25 de mayo de 2012

La noción de raza a través de la historia (9). 1864: Herbert Spencer

En 1855, cuatro años antes de que Darwin formulase su teoría de la selección natural, el naturalista y filósofo británico Herbert Spencer (1820-1903) comenzó a publicar sus "Principles of Psychology" (Principios de Psicología), obra en la que concibió la idea de una interpretación general de la realidad en base al principio de la evolución. Esta idea tomó cuerpo en un programa que, a partir de 1860, realizó casi íntegramente en los siguientes treinta años de su vida con singular tenacidad. El conjunto de la doctrina fue llamado por su autor "A system of synthetic philosophy" (Sistema de filosofía sintética), que abarcó, además, otros cuatro volúmenes: "First principles"
(Primeros principios), "Principles of Biology" (Principios de Biología), "Principles of Sociology" (Principios de Sociología) y "Principles of Ethics" (Principios de Etica). La filosofía debe tener por misión, según Spencer, el conocimiento de la evo­lución en todos los aspectos de la realidad dada, que de ninguna manera es igual a la realidad absoluta. Lo dado, explica José Ferrater Mora (1912-1991) en su "Diccionario de Filosofía", es la "sucesión de los fenómenos, la evolución universal como manifestación de un Ser inconcebi­ble, de un absoluto último que Spencer designa alternativamente con los nombres de Incognoscible o Fuer­za. En este reconocimiento de un Absoluto, pero a la vez en esta limi­tación de la ciencia a lo relativo, que es lo único positivo, radica la posibilidad de una conciliación entre la religión y la ciencia. La evolución es la ley universal que rige todos los fenómenos en tanto que manifesta­ciones de lo Incognoscible".
No es sólo una ley de la Naturaleza, sino tam­bién una ley del espíritu, pues éste no es más que la parte interna de la misma realidad y justamente aquella parte cuya evolución consis­te en adaptarse a lo externo, en ser formado por él. Para Spencer "lo Incognoscible no es -continúa Ferrater Mora-, por consiguiente, una realidad material o una realidad espiritual; es algo de lo cual no pue­de enunciarse nada más que su inconcebibilidad y el hecho de ser el fondo último de la realidad universal. Limitada a esta tarea, la ciencia -como conocimiento parcial de la evolución- y la filosofía -como conoci­miento total y sintético de la misma- deben ser enteramente positivas; lo que la ciencia y la filosofía pretenden es sólo el examen de una realidad no trascendente, pero de una realidad sometida a una ley universal que proporciona los primeros principios del saber científico". Esta ley es la evolución, definida como "la integra­ción de la materia y la disipación concomitante del movimiento por la cual la materia pasa de un estado de homogeneidad indeterminada e incoherente a un estado de heterogeneidad determinada y coherente". El supuesto implícito de la evolución es, por consiguiente, la conservación de la materia y la conservación de la energía. Sólo porque la fuerza y la energía se conservan puede el as­pecto interno, esto es, el espíritu, entrar dentro de la órbita de la cien­cia y ser regido por la evolución.
En la biología, específicamente, la evolución se manifiesta en el proceso de adaptación de lo interno a lo exter­no, en la progresiva diferenciación de los seres vivos que conduce de la homogeneidad a la heterogeneidad. Para Ferrater Mora, con esta concepción "se enlaza la integra­ción del darwinismo como doctrina biológica en el sistema spenceriano: la supervivencia del más apto es un ejemplo de la mencionada adaptación, en el curso de la cual aparecen formas vivas cada vez más complejas y perfectas. En la evolución no hay ningún punto final; todo equilibrio es sólo el punto de partida de una nueva desintegración y por eso el universo entero se halla sometido a un ritmo constante y eter­no, a un perpetuo cambio, a la diso­lución de todo supuesto finalismo en un simple movimiento de compensa­ción y equilibrio". Aunque considerada por sus defensores como el único método científico, la teoría de la evolución recibió múltiples críticas. El filósofo idealista alemán Wilhelm Windelband (1848-1915), por ejemplo, en su "Lehrbuch der geschichte der Philosophie" (Historia general de la Filosofía) juzgaba que el evolucionismo científico-natural de que echa mano la teoría de la evolución mediante la selección natural "puede, a decir verdad, explicar el fenómeno de la variación, pero no la idea de progreso: no puede jus­tificarse que el resultado de la evolución sea un estadio siempre más ele­vado, es decir, más valioso".
La obra de Spencer, no obstante, constituye el cuadro más complejo de la cultura positivista de tendencia evolucionista. Su obra filosófica fue, en efecto, una imponente enciclopedia de las ciencias bioló­gicas y sociales construida desde la óptica de la "ley universal de la evolución". Fue Spencer quien po­pularizó el término "evolución" e introdujo expresiones como "supervivencia del más apto", que después adoptaría Darwin, quien consideraba a Spencer "el más grande de los filósofos vivos en Inglaterra". Aunque suele llamarse incorrectamente "dar­vinismo social" a las teorías socio-culturales de Spencer, lo cierto es que, independientemente e incluso antes de conocer la obra de Darwin, Spencer ya concebía la sociedad como un orga­nismo viviente que está sometido a los mismos mecanismos que cualquier ser vivo, así como al principio de la "supervivencia del más apto". Al igual que la naturaleza asegura la supervivencia de las razas más adaptadas sometiéndolas a una dura lucha por la existencia, así también la so­ciedad debía, según Spencer, constreñir a sus miembros a desarrollar la fe en sí mismos, la industriosidad, etc., sometiéndoles a la dura com­petición económica. De este modo se aceleraría la elevación del hombre de su originario estado sal­vaje a la sociedad perfecta, que, eliminadas las razas inferiores, estaría constituida por hombres superiores capaces de vivir sin gobierno.En cualquier caso, el progreso era, según Spencer, inevitable, y veía la sociedad británica de su tiempo como el grado más alto de desarrollo alcanzado hasta entonces. Sus tesis en este sentido son una explícita defen­sa del "liberalismo económico", así como un ata­que al socialismo y al comunismo.

Las razas humanas tienden a diferenciarse y a integrarse lo mismo que se diferencian y se integran los demás seres vivientes. Entre las fuerzas que operan y conservan las segregaciones humanas, podemos nombrar en primer lugar las fuerzas exteriores llamadas físicas. El clima y el alimento que son más o menos favorables a un pueblo indígena, son más o menos perjudiciales a un pueblo de constitución diferente, llegado de una región remota del globo. Las razas del Norte no pueden perpetuarse en las regiones tropicales; si no perecen en la primera generación, sucumben a la segunda, y, como en la India, no pueden conservar sus establecimientos sino de una manera artificial por una inmigración y una emigración incesantes. Quiere decir esto que las fuerzas exteriores obran igualmente sobre los habitantes de determinada localidad, tienden a eliminar a todos los que no son de cierto tipo, y por ese medio a conservar la integración de los que son de ese tipo. Si, en otra parte, entre las naciones de Europa, vemos una especie de mezcla permanente debida a otras causas, notamos, sin embargo, que une razas que no pertenecen a tipos muy diferentes y que están acostumbradas a condiciones poco diferentes. Las otras fuerzas que concurren a producir las segregaciones étnicas son las fuerzas mentales reveladas en las afinidades que atraen a los hombres hacia los que se les asemejan.
De ordinario, los emigrantes tienen el deseo de volver a su país; y si su deseo no se realiza, es únicamente porque son retenidos por lazos muy fuertes. Los individuos de una sociedad obligados a residir en otra, forman en ella por lo común colonias, pequeñas sociedades. Las razas que han sido divididas artificialmente tienen una fuerte tendencia a unirse de nuevo. Ahora bien, aunque las segregaciones que resultan de las afinidades naturales de los hombres de una misma familia no parezcan poder explicarse por el principio general antes expuesto, son, sin embargo, buenos ejemplos de él. Cuando hemos hablado de la dirección del movimiento, hemos visto que los actos que los hombres realizan para la satisfacción de sus necesidades eran siempre movimientos en el sentido de la menor resistencia. Los sentimientos que caracterizan a un miembro de una raza son tales que no pueden encontrar su satisfacción completa sino en otros miembros de la misma raza. Esa satisfacción proviene en parte de la simpatía que aproxima a los que tienen sentimientos semejantes, pero sobre todo de las condiciones sociales correlativas que se desarrollan en dondequiera reinan esos sentimientos. Así pues, cuando un ciudadano de una nación es, como vemos, atraído hacia otros de su nación, es porque ciertas fuerzas, que llamamos deseos, le impujan en la dirección de más débil resistencia. Como los movimientos humanos, lo mismo que todos los demás movimientos, están determinados por la distribución de las fuerzas, es indispensable que las segregaciones de razas, que no son el resultado de las fuerzas exteriores, sean producidas por las fuerzas que las unidades de esas razas ejercitan unas sobre otras.
La naturaleza, en su infinita complejidad, está accediendo siempre a nuevos desarrollos. Cada resultado sucesivo se conviene en el progenitor de una influencia adicional, destinada en cierto grado a modificar rodos los resultados futuros. Cuando volvemos las hojas de la historia primitiva de la Tierra, encontramos el mismo cambio que no cesa, que perpetuamente recomienza. Lo vemos por igual en lo orgánico y en lo inorgánico, en las descomposiciones y recombinaciones de la materia y en las formas en constante variación de la vida animal y vegetal. Con una atmósfera cambiante y una temperatura decreciente, la tierra y el mar perpetuamente producen nuevas razas de insectos, plantas y animales. Todas las cosas cambian. Sería verdaderamente extraño que en medio de esta mutación universal sólo el hombre fuera constante, inmutable. Mas no lo es. También él obedece a la ley de la infinita variación. Sus circunstancias están cambiando constantemente y él está constantemente adaptándose a ellas.