26 de mayo de 2012

La noción de raza a través de la historia (10). 1867: Pierre Joseph Proudhon

Algunos estudiosos lo sitúan entre los socialistas utópicos, aceptando la definición marxista-engelsiana de que socialista utópico es aquel que desea el socialismo, que sueña una sociedad socialista, pero que no conoce las leyes que rigen la marcha de la sociedad hacia el socialismo, los ritmos y los tiempos de la marcha, las transformaciones sociales previas necesarias. Otros, en cambio, acentúan su carácter anarquista, su radical oposición a cualquier gobierno, su rechazo de las instituciones políticas. En todo caso, el teórico político y filósofo francés Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) es considerado por todos como una mente lúcida, capaz de las frases profundas que definen una situación y constituyen una sentencia. Su pensamiento ha sido objeto de las más variadas y más disparatadas interpretaciones. Vilipendiado por los marxistas como pequeño burgués, bien visto por la derecha francesa como teórico de la autoridad familiar, reconocido por los socialistas liberales como su precursor, considerado como padre tutelar e intelectual por el sindicalismo revolucionario, redescubierto por el socialismo consiliario como iniciador de la autogestión obrera, en fin, criticado, discutido y respetado como uno de los fundadores del pensamiento anarquista.
Para el catedrático de Filosofía Política en la Universidad de Barcelona José Manuel Bermudo (1943), en "el origen de esta variedad interpretativa está el pensamiento del propio Proudhon, siempre contradictorio, disperso, llevado más por arranques e intuiciones que por esquemas". La matriz de esta característica contradictoria viene dada por el empleo absolutamente original del método dialéctico: contrariamente a Marx y Hegel, que definen la realidad mediante la tríada conformada por una tesis y una antítesis que se resuelven siempre en una síntesis superior, Proudhon afirmaba que las oposiciones y las antinomias son la estructura misma de lo "social" y que el problema no consistía en resolverlo en una síntesis para llegar a la "realidad", sino en encontrar o construir un equilibrio funcional capaz de hacer convivir aquellas tendencias de por sí contradictorias. Para Proudhon, las oposiciones entre orden establecido y progreso, entre propiedad privada y propiedad colectiva, entre socialización e individualismo, forman parte de la trama de la vida social. Los contenidos específicos de su doctrina, privilegiando a veces distintos aspectos de la multiplicidad socioeconómica, pueden definir a Proudhon como un teórico tanto de una como de otra tendencia, haciendo prácticamente imposible una lectura anarquista de su pensamiento, el que, además, ha sufrido una continua evolución que, en según qué épocas, se decantó más hacia un cierto reformismo que hacia el anarquismo.
Lo concreto es que el autor de "Qu'est-ce que la propriété?" (¿Qué es la propiedad?) quiso hacer del pensamiento filosófico una norma para todos los actos humanos, dirigidos principalmente a una reorganización de la sociedad según principios de justicia. Igualmente alejado del individualismo atomista y del socialismo estatal, Proudhon concibió la justicia como una armonía universal, un principio general no sólo de los actos y pensamientos humanos, sino inclusive de las propias relaciones físicas. En nombre de la justicia es inadmisible todo dominio de un grupo humano sobre otro y por eso debían sustituirse las formas imperantes de la relación económica y moral, que tienden a la destrucción del equilibrio esencial de la sociedad humana, por nuevas formas apoyadas en el mutualismo entendido como una cooperación libre de las asociaciones y, por consiguiente, con la completa supresión del poder coercitivo del Estado. De esta manera quedaría abolida no solamente la coacción estatal sino el absolutismo del individuo, que conduce necesariamente a la arbitrariedad y a la injusticia. El anarquismo es, para Proudhon una doctrina social basada en la libertad del hombre, en el pacto o libre acuerdo de éste con sus semejantes y en la organización de una sociedad en la que no deben existir clases ni intereses privados ni leyes coercitivas de ninguna especie. "El hombre, movido por sus dos instintos paralelos, el egoísmo y el altruismo, que con él nacen y en él viven, sin imposiciones ni educaciones destinadas a dominarlo y a malearlo, sabrá, por egoísmo, ponerse de acuerdo con los demás hombres, para facilitar su trabajo, su defensa y el medio en que debe desenvolverse, y, por altruismo, sabrá aportar su apoyo solidario a los más débiles y desvalidos".
A diferencia de otros autores del socialismo utópico, Proudhon era firme partidario del igualitarismo en la sociedad y proponía la asociación mutualista como la posible solución de los problemas sociales. Un mutualismo en el que los miembros asociados se garantizasen recíprocamente "servicio por servicio, crédito por crédito, retribución por retribución, seguridad por seguridad, valor por valor, información por información, buena fe por buena fe, verdad por verdad, propiedad por propiedad, libertad por libertad". La libertad para Proudhon se funde con la solidaridad, y ésta se traduce en la esfera política en forma de un Estado como federación de grupos a su vez confederados a escala internacional. Pensaba Proudhon que de esta forma se podrían socializar los medios de producción sin recurrir al Estado y no existiría beneficio de capitalistas ni banqueros, por lo que, de nuevo la autoridad estatal no tendría sentido. Mutualismo y federalismo entrañarían a la larga la caída del capital y del Estado.
Proudhon, para quien la justicia era una facultad que podía desarrollarse y ese desarrollo era lo que constituía la educación de la raza humana, publicó en vida varias obras trascendentales, entre ellas "Philosophie de la misère" (Filosofía de la miseria), "De la création de l'ordre dans l'humanité" (De la creacion del orden en la humanidad) y "La justice poursuivie par l'Eglise" (De la justicia en la Revolución y en la Iglesia). Póstumamente aparecieron otras no menos importantes como "De la capacité politique des classes ouvrières" (De la capacidad política de la clase obrera), "Amour et mariage" (Amor y matrimonio) y "France et Rhin" (Francia y el Rin). En esta última realizó una curiosa clasificación de las razas según sus hábitos alimentarios.

La especie humana, como todas las razas vivientes, se conserva por medio de la generación. La fisiología da una primera razón acerca de esta ley. El individuo, desde que ve la luz, comienza a gastarse y a envejecer; la nutrición y el reposo no lo renueva por completo; la misma vida lo echa a perder, y pronto ha de ser reemplazado. Ese reemplazo tiene lugar por medio de la generación; he aquí lo que cree descubrir la primera ojeada sobre el movimiento de las existencias. Ese motivo enteramente fisiológico no sólo es el único. Diré más, es el principal. Aparte de la evolución vital está la sociedad, fin supremo de la creación. Yo no pregunto, pues, si la renovación de los individuos por la generación es sencillamente una condición impuesta a la humanidad por la disolución inevitable del organismo, lo cual subordinaría el reino del espíritu al de la materia y repugnaría a nuestras ideas de libertad y progreso; o si lo que ocurre es más bien que la sociedad, necesitando para desenvolverse rejuvenecerse sin cesar en cada uno de sus miembros, como el animal se renueva por medio de la alimentación, la generación, más que una necesidad del organismo, resulta una necesidad de la constitución social.
Entre los pueblos se pueden distinguir los voraces y los sobrios; las grandes mandíbulas y las pequeñas; los comedores de carne y los comedores de legumbres. Los pueblos meridionales son pueblos sobrios; el griego es muy sobrio, el árabe más aún; el italiano, el español, los galos del Mediodía son muy sobrios. El judío antiguo fue también sobrio: la ceremonia del cordero pascual lo indica suficientemente. El judío comía carne una vez al año, en las fiestas, después algunas veces, en las grandes ocasiones, cuando se ofrecía un sacrificio. La idea de ofrecer a Dios un buey asado, un carnero, un macho cabrío, supone que la carne era cosa preciosa, que el judío no podía permitirse todos los días. Los indios no comían carne; tampoco los pitagóricos. Los judíos se abstenían de la carne de puerco, de anguila y de multitud de otros animales.
Los antiguos arios, sectarios de Zoroastro, eran muy sobrios. Se distinguían aún entre los antiguos los galoptófagos, los ictiófagos, los lotófagos, etc. El trigo es un descubrimiento de las razas sobrias: ni los caníbales, ni los ingleses, ni los flamencos, hubiesen instituido el culto de Ceres y Triptolemo. Estas razas prefieren consumir su grano en bebida mejor que en pan. Por eso es de notar que el griego, el italiano, el español, el francés del Mediodía, lo mismo que el indio, se distinguen por una fisonomía menos animal, la retracción de la mandíbula, la pequeñez de la boca, lo saliente de la frente y de la nariz, mientras que sucede lo contrario entre los alemanes, etc., como entre los caníbales. Sin embargo, hay que notar aquí que algunos pueblos que consumen poca carne, tales como los secuaneses, tienen la mandíbula fuerte; es que su régimen vegetal, tal como lo suministra su país, se componía de granos duros, cuyo aplastamiento exigía cierta potencia. Así sucede también con el árabe, que vive de un puñado de granos.
Antes de juzgar a una nación en sus actos políticos, sociales, industriales, hay que reconocerla en sus disposiciones naturales. Porque todo tiene su principio en la naturaleza misma. Las razas voraces, bajo pena de permanecer bárbaras, o aún de perecer, han debido trabajar mucho más que las otras y, por consiguiente, organizar mejor que todas las otras la explotación humana. Los ingleses son grandes trabajadores, y grandes explotadores; son también los más grandes comedores del globo. Lo que devora un inglés bastaría a una familia griega de seis personas. De ahí necesariamente toda una serie de diferencias en el carácter, las costumbres, el talento, las manifestaciones. De ahí el maltusianismo. El comedor es más positivista, más sensualista, más materialista, más utilitario. En Inglaterra es donde han nacido las teorías de Malthus y de Bentham.
El frugal será más idealista, más artista; tendrá más necesidad de vanidad, de espíritu, de alma; en Grecia, en Italia, es donde han nacido los grandes artistas; de allí es de donde vienen las teorías espiritualistas. El comedor es más feroz, el frugal más sociable. La libertad política será a veces más débil en el último, en razón misma de su tendencia a la unión; pero la libertad social estará siempre incomparablemente más desarrollada en él que en las razas comedoras. Hasta bajo los reyes absolutos y los emperadores ha habido en Francia un espíritu de tolerancia, de independencia de opinión y de acción, que no existe en Inglaterra. Son las razas del Mediodía las que han impuesto sus ideas (cristianismo, derecho romano, política italiana) a las del Norte, que, en recompensa, se preparan para explotarlas y devorarlas.
Si la raza sobria se contenta con poco, vive en imaginación tanto como en carne y hueso, estará menos dispuesta a salir de su casa, será menos viajera, menos emigrante, menos colonizadora; a menos, sin embargo, como los antiguos griegos y romanos, de realizar sus empresas en gran asociación y por enjambres, lo que no es propio de los alemanes, de los normandos ni de los ingleses, aunque se puedan citar las grandes migraciones de los pueblos del Norte en los siglos XV y XVI. Las razas frugívoras serán las primeras civilizadas. Las carniceras no se civilizarán sino mucho tiempo después. Las primeras inventaron las ciencias, las artes, los oficios, la pequeña industria; las segundas, para las que la necesidad de comer constituye una ley de explotación humana, organizaron la gran industria. Estas son más burguesas, aquéllas más democráticas. En todos los países, ¿qué animal más comedor, más consumidor que el burgués?