4 de mayo de 2012

Paula Sibilia: "En los últimos tiempos se ha desestabilizado el equilibrio entre esencia y apariencia. No sólo podemos cambiar sino que además estamos obligados a cambiar todo el tiempo" (1)

La investigadora y ensayista argentina Paula Sibilia (1967) se ha especializado en temas culturales contemporáneos, analizados bajo una perspectiva genealógica, contemplando particularmente las relaciones entre medios de comunicación, tecnologías digitales, manifestaciones artísticas, cuerpo humano y subjetividades. Radicada desde 1994 en Brasil, estudió Comunicación y Antropología en la Universidad de Buenos Aires, donde también llevó a cabo actividades docentes y de investigación. Ha obtenido una maestría en Comunicación en la Universidad Federal Fluminense, un doctorado en Salud Colectiva en la Universidad del Estado y otro en Comunicación y Cultura en la Universidad Federal, todas de Río de Janeiro. Actualmente es profesora de Estudios Culturales y Medios en la Universidad Federal Fluminense además de investigadora becaria del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico y de la Fundación Carlos Chagas Filho de Apoyo a la Investigación del Estado de Río de Janeiro. Es autora de los libros "El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales" y "La intimidad como espectáculo", obras en las que se ocupa del estatuto del cuerpo y de sus imágenes, tanto en el campo artístico como en el mediático, examinando las nuevas prácticas corporales y sus repercusiones en la subjetividad contemporánea. Lo que sigue es una compilación editada de diversas entrevistas concedidas por la antropóloga argentina a "Educ.ar", el portal educativo del Estado argentino (Alejandro Piscitelli y Verónica Castro, 21 de diciembre de 2005); al diario "Clarín" (Claudio Martyniuk, 21 de septiembre de 2008); a la revista "Ñ" nº 302 (Horacio Bilbao, 11 de julio de 2009) y al diario "Página/12" (Marta Dillon, 11 de noviembre de 2011). En ellas, Sibilia habla sobre los cambios vertiginosos que se suceden a partir del colosal desarrollo de las redes sociales, mails, chats y otras tramas de la red 2.0, el súbito enaltecimiento de lo pequeño y de lo ordinario, la desaparición de la frontera entre lo público y lo privado, y a la perplejidad que generan las profundas transformaciones que se suceden merced a las nuevas formas de comunicación y el modo en que se utiliza la tecnología. El modo en que estas mutaciones dinámicas afectan la subjetividad, la forma de ser y estar en el mundo -ya delineados en sus libros publicados- continúa con un trabajo sobre el culto al cuerpo, en el que aborda no sólo la preocupación por el cuerpo perfecto sino también ciertas técnicas de purificación del cuerpo que se exhibe, el que se pone en juego ya no en la escena amorosa sino en la pura imagen que puede ser manipulada con herramientas casi al alcance de cualquiera como el Photoshop.


En su libro "El hombre postorgánico" usted habla de una nueva subjetividad contemporánea, de una naturaleza digitalizada y digitalizante. ¿Cómo explicaría brevemente este hombre postorgánico y los cambios más significativos que han introducido las nuevas tecnologías?

Mi libro es un ensayo sobre las turbulencias que están atravesando, en las últimas décadas y sobre todo en los años más recientes, ciertas nociones básicas de la tradición occidental, tales como nuestras ideas de vida, naturaleza y ser humano. Esas transformaciones están afectando no sólo la forma en que pensamos tales conceptos, sino también las maneras en que los vivimos; es decir, las formas en que somos seres vivos y humanos. En ese sentido, detecto una transformación importante -actualmente en curso- en las formas en que nos constituimos como sujetos: nuestros modos de ser y estar en el mundo se están distanciando, cada vez más, de las modalidades típicamente modernas de ser y estar en el mundo. Esa verdadera "mutación" no ocurre en el vacío sino en un contexto sociocultural, político y económico muy específico: las sociedades occidentales de los últimos años, aglutinadas por el protagonismo de un mercado en veloz proceso de globalización. En ese cuadro, la tecnología desempeña un papel fundamental, y no es un detalle menor el tránsito de las maquinarias analógicas y mecánicas hacia los dispositivos digitales e informáticos que ahora conforman nuestro paisaje cotidiano. Desde el siglo XVII y hasta, por lo menos, mediados del siglo XX, los engranajes, pistones y poleas que proliferaban en las fábricas se convirtieron, también, en analogías útiles para explicar el mundo como un mecanismo de relojería y el cuerpo humano como una máquina de huesos, músculos y órganos. En los últimos años, sin embargo, todo un conjunto de nuevas imágenes y metáforas está emergiendo del universo digital e informático, y comienza a impregnar nuestros cuerpos y subjetividades. Así, aquella naturaleza desencantada y mecanizada del mundo industrial hoy se encuentra en pleno proceso de reconfiguración. Con la teoría molecular del código genético, por ejemplo, la vida se ha convertido en información y la naturaleza se ha vuelto programable, ingresando -ella también- en el proceso de digitalización universal que marca nuestra era. Uno de los grandes sueños de la tecnociencia más actual es la promesa de que los científicos puedan efectuar modificaciones en los códigos genéticos que animan a los organismos vivos (vegetales, animales y humanos) de una forma semejante a la manera en que los programadores de computadoras editan software. Esa ambición de reprogramar el genoma de la especie o el código genético de cada individuo en particular -como si fueran programas de computación-, con el fin de corregir sus "fallas" o "errores", es un componente fundamental del sueño de trascender nuestra condición biológica "demasiado humana" con la ayuda de las herramientas tecnocientíficas. Todo esto ocurre bajo un horizonte digitalizante que engloba estos saberes tan privilegiados hoy en día (tanto las nuevas ciencias de la vida como la teleinformática), que pretenden recurrir a la "evolución postbiológica" o "postevolución" para crear un tipo de hombre "postorgánico".

En sus investigaciones habla de una serie de curiosas relaciones entre los nuevos softwares y nuestra imagen corporal, y de la exposición pública de la vida privada y la intimidad de los usuarios de internet a través de dispositivos como las webcams, los blogs y los fotologs. ¿Cuáles cree que son las ventajas y los riesgos de este fenómeno?

Sí, examino las nuevas modulaciones de la imagen corporal a partir de la intervención de programas de edición digital en las fotografías de "cuerpos bellos" expuestas en los medios de comunicación. Estas herramientas informáticas -entre las cuales se destaca el popular Photoshop- son como "bisturíes de software" que realizan una tarea de purificación de toda y cualquier impureza o "viscosidad orgánica" presente en dichas imágenes, y las transforman en modelos de una belleza aséptica, descarnada y digitalizante. También estoy investigando esas nuevas formas de exposición pública de la intimidad vía internet como un síntoma de importantes transformaciones en la subjetividad contemporánea, relacionadas con una cierta crisis de la "vida interior" y una tendencia a la "espectacularización del yo" con recursos performáticos. En cuanto a las ventajas y riesgos de todos estos procesos, hay muchos y son bastante complejos. Yo creo que estamos viviendo un momento de crisis y transición, sumamente rico, que nos permite cuestionarnos y reinventarnos como nunca antes. Para eso, sin embargo, es fundamental que podamos abarcar con el pensamiento toda la complejidad de lo que está sucediendo... y quizás nunca haya sido tan difícil lograr semejante proeza.

En varias oportunidades usted extrema las correlaciones entre las mutaciones del capitalismo industrial y las nuevas hibridaciones tecno-orgánicas. ¿No corre el riesgo de que su crítica caiga en un tecno-reduccionismo de sentido inverso cuando trata de criticar al tecno-determinismo imperante?

Espero que no, ya que mi intención es precisamente opuesta a cualquier reduccionismo. Creo que las relaciones entre las nuevas hibridaciones tecno-orgánicas y el contexto socioeconómico, político y cultural en el cual están ocurriendo son fundamentales para poder comprender sus sentidos. No veo ningún reduccionismo en esa correlación, sino más bien todo lo contrario: una voluntad de abrir el campo de lo pensable, desnaturalizar todas esas novedades que están cristalizándose en nuestro sentido común y suscitar nuevos interrogantes.

Su obra está atravesada por las indicaciones de Foucault acerca del biopoder. Pero Foucault murió hace un cuarto de siglo y los cambios que estamos viendo en el imaginario y en los agenciamientos tecno-materiales fueron inasibles para él y sus coetáneos. ¿No puede ocurrir que se apliquen categorías válidas para los años '60 y '70 a una realidad mutante y mucho más fluida y rápida que lo que la velocidad de esos conceptos permite apresar?

No creo que los análisis de Foucault aporten categorías válidas solamente para los años '60 y '70. Al contrario, mi impresión es que algunas de sus herramientas teóricas son de fundamental importancia para comprender lo que está ocurriendo hoy en día, quizás más aún que para entender lo que sucedía algunas décadas atrás. Es el caso del concepto de "biopoder", un tipo de poder que apunta directamente a la administración de la vida y que hoy se ha sofisticado hasta el punto de alcanzar el nivel molecular (para alterar sus características con fines explícitos y utilitarios). Es algo que suele ocurrir con los grandes pensadores de todos los tiempos, no sólo con Foucault sino también con otros autores de la talla de Shakespeare, Nietzsche, Montaigne, Baudelaire, Platón o Borges, por citar sólo algunos: no importa cuánto tiempo hace que han muerto, pues sus obras continúan vivas y son capaces de iluminar asuntos que durante sus vidas habrían sido impensables. En toda una serie de libros, artículos y conferencias, Michel Foucault se dedicó a analizar los mecanismos disciplinarios y las biopolíticas que articularon a las sociedades industriales, subrayando semejanzas y diferencias con respecto a las sociedades premodernas. Aunque al final de su vida llegó a constatar cierta crisis de ese modelo industrial y moderno, no se propuso examinar en forma exhaustiva los cambios más recientes, muchos de los cuales fueron posteriores a su muerte. Sin embargo y para nuestra fortuna, su colega Gilles Deleuze aceptó el desafío y redactó su "Posdata sobre las sociedades de control" en 1990 (poco antes de su propio fallecimiento), como una especie de anexo actualizado para una genealogía del poder tan sagazmente delineada. La primera constatación de Deleuze en ese breve y fértil ensayo es tan perturbadora como irrefutable: las redes de poder fueron adensando su trama en los últimos tiempos, delatando una intensificación y sofisticación de los dispositivos desarrollados en las sociedades industriales. Ahora, pulverizadas en redes flexibles y fluctuantes, las relaciones de poder están irrigadas por las innovaciones tecno-científicas, y tienden a envolver todo el cuerpo social sin dejar prácticamente nada fuera de control. Para comprobarlo, basta observar las fáusticas ambiciones de la biología molecular en nuestra sociedad, y también la omnipresencia de los dispositivos teleinformáticos con su "imperativo de la conexión" permanente. Mi análisis del cuadro contemporáneo retoma tanto las herramientas teóricas y los análisis de Foucault como la puerta abierta por Deleuze para profundizar la comprensión de este nuevo régimen que se está configurando entre nosotros.

Llama la atención en su obra la ausencia total de los planteos de Bruno Latour, que obviamente van en una dirección totalmente distinta de su crítica de lo postorgánico, por cuanto Latour insiste en una fusión cada vez más interesada e inteligente entre máquinas y organismos. ¿Esa ausencia es deliberada?

Deliberadamente son pocos los autores que menciono y cito en el libro. Mi intención era escribir un ensayo capaz de estimular la formulación de nuevas preguntas, mucho más que ofrecer respuestas o "soluciones". Y mucho más también que registrar un catálogo completo de los pensadores fundamentales del área (que afortunadamente ya son unos cuantos); mi ambición fue desplegar una voz más para enriquecer el debate. En ese sentido, los planteos de Bruno Latour son tan bienvenidos como los de Peter Sloterdijk o los de cualquier otro autor que se haya embarcado en la aventura de pensar sobre estos temas. El hecho de que no todos estén mencionados en mi libro no significa que no conformen un sustrato que nos ayuda a abrir el campo de lo pensable y formular nuevas cuestiones. Con respecto al tipo de fusión que hoy estaría ocurriendo entre las máquinas y los organismos, mi pregunta fundamental apunta al sentido de este nuevo proceso de "digitalización" del mundo, de la vida, la naturaleza y el hombre, que se yuxtapone y va desplazando gradualmente al antiguo proceso de "mecanización" vigente durante la epopeya industrial. Si esa pregunta que flota en las entrelíneas de mi ensayo llega a ser reformulada por el lector, entonces considero que la misión está cumplida.

También nos llamó la atención la poca presencia de Peter Sloterdijk, probablemente el filósofo contemporáneo que mejor ha pensado la muerte de la trascendencia como valor crítico y la necesidad de inventarnos una inmanencia reflexiva como horizonte de la reinvención del pensamiento, junto a Scott Lash, quien sólo aparece en las conclusiones con una obra menor y controvertible.

Los textos de Sloterdijk no aparecen sólo en las conclusiones de mi libro, sino que lo atraviesan y lo nutren en varios momentos. Incluso es uno de los autores más profusamente citados. De todas maneras, insisto: más allá de mencionar o no a determinado autor, creo que lo que importa en este tipo de trabajos son las ideas (que probablemente no tengan dueños, o cuya paternidad suele ser múltiple y difusa). En ese sentido, el concepto de "histeria anti-tecnológica" que menciono hacia el final del libro ha sido productivo, al menos en mi caso, como una advertencia: una defensa del pensamiento crítico y una voluntad explícita de mantenerme alejada tanto de los rechazos como de las celebraciones impensadas. Me refiero a aquellas aproximaciones a estos fenómenos que, en vez de recurrir al pensamiento, impugnan o bien abrazan todas estas novedades de una manera acrítica, recurriendo a argumentos moralistas, religiosos o meramente "histéricos". En ese sentido, creo que la "histeria anti-tecnológica" es muy parecida a la "histeria pro-tecnológica", y ambas son igualmente estériles. Sin duda, la histeria no es una buena consejera... Por tal motivo, preferiría convocar otros fantasmas y alinearme en la "filosofía de la sospecha" que proponía Nietzsche: la saludable tarea de desconfiar de todo (incluso, por qué no, de la eventual histeria de que se nos podría llegar a acusar). Como decía Foucault, parafraseando a su maestro: la verdad es "una especie de error" que tiene a su favor el hecho de no poder ser refutada "porque la larga cocción de la historia la ha vuelto inalterable". A su vez, Deleuze decía que cada época tiene las verdades que se merece, y que corresponde a los jóvenes la tarea de descubrir "para qué se las usa". Retomando los ecos de una pregunta anterior, entonces, y para finalizar, yo diría que el pensamiento de todos estos autores continúa vivo porque ellos incitan al cuestionamiento permanente y estimulan las bellas artes de la sospecha: las verdades deben ser siempre desafiadas, cuestionadas, recreadas y reinventadas. Esta tarea incumbe tanto a la filosofía como a las ciencias y a las artes; de modo que no hay lugar, aquí, ni para la histeria anti-tecnológica ni para la imbecilidad pro-tecnológica. Solamente de esa manera será posible vislumbrar que no hay nada de "inevitable", de "natural" ni de "dado" en el mundo que nos rodea, y que por eso mismo es necesario asumir la tarea creativa -y eminentemente política- de definir lo que somos y lo que queremos ser.