23 de septiembre de 2012

Antonin Artaud. Toda la escritura es una porquería

Antoine Marie Joseph Artaud nació el 4 de setiembre de 1896 en Marsella, Francia. Desde pequeño padeció severos trastornos nerviosos a raíz de una meningitis y eran frecuentes sus crisis depresivas. Ya adolescente, impregnado de un profundo misticismo llegó en algún momento a pensar en la carrera sacerdotal. En 1920 viajó a París, donde se acercó a la vida artística como actor y a la literatura desde la poesía. A través de su amigo el poeta, dramaturgo y pintor Max Jacob (1876-1944) se contactó con el movimiento surrealista. Desde sus primeros pa­sos sobre un escenario, la actuación fue para Artaud algo trascendente y sagrado. Un grupo teatral japonés que visitó Marsella en 1922 y una función de la Compañía de Teatro Balinés en el año 1931 lo influyeron en el desarrollo de su teoría del Teatro de la Crueldad, nombre con el que definió su propuesta de minimizar la palabra en favor de la gestualidad. "No ha quedado demostrado, ni mucho menos, que el lenguaje de las palabras sea el mejor posible", diría. En el cine protagonizó con éxito a Marat en el film "Napoleón" del cineasta francés Abel Gance (1889-1981), al confesor Massieu en "La passion de Jeanne d'Arc" (La pasión de Juana de Ar­co) del danés Carl Dreyer (1889-1968), y al secretario Mazaud en "L'argent" (El dinero) del francés Marcel L'Herbier (1888-1979), entre otras actuaciones. En 1936 viajó a México y convivió con los indígenas tarahumara, cuya cultura considera superior a la del hombre blanco. De esta experiencia nació su esencial "Les tarahumaras" (Los tarahumara)A su regreso a Francia emprendió un periplo místico a Irlanda. Fue deportado desde Dublín en 1937 por "sobrepasar los límites de la marginalidad" y recluido en diversos hospitales psiquiátricos franceses hasta 1946. Murió la mañana del 4 de marzo de 1948 en una clínica de Ivry-sur-Seine, donde había sido internado por cáncer. Lo encontraron muerto sentado al pie de la cama. Pocos días antes había escrito que no quena morir acostado ni en presencia de testigos. Su obra tuvo su más alta valoración durante la época de su internación y después de su muerte: "Lettres de Rodez" (Cartas de Rodez), "Van Gogh, le suicidé de la société" (Van Gogh, el suicidado por la sociedad) y "Pour en finir avec le jugement de Dieu" (Para acabar con el juicio de Dios). Antes había escrito "L'ombilic des limbes" (El ombligo de los limbos), "Héliogabale ou l'anarchiste couronné" (Heliogábalo o el anarquista coronado) y "Le pèse-nerfs" (El pesa nervios)obras fundamentales de su primera época, y "Le théâtre et son double" (El teatro y su doble), uno de los aportes más contundentes de todos los tiempos a la teoría teatral. De "El pesa nervios", escrito en 1925, es el texto que sigue:

Toda la escritura es una porquería.
Las personas que escapan de la ambigüedad para tra­tar de determinar algo de lo que ocurre en su pensamien­to son unas puercas. Todo el circo de la literatura es puerco, especialmente en esta época. Todos los que esconden señales en el espíritu, quiero decir en alguna parte de la cabeza, en lugares bien loca­lizados del cerebro, todos los que son dueños de sus expresiones, todos aquellos para quienes las palabras tie­nen sentido, para quienes existen alturas en el alma y co­rrientes en el pensamiento, aquellos que forman el espíri­tu de su época, con sus tareas precisas y su chirrido de autómata, son todos unos puercos.
Aquellos para quienes ciertas palabras tienen un sen­tido y un modo de ser, aquellos que son muy educados y piensan que hay clases en los sentimientos y discuten sobre un grado cualquiera de sus ridículas clasificaciones, los que creen todavía en el diccionario, aquellos que agitan ideolo­gías que se han instalado en la época sin estar convencidos de nada, aquellos que hablan tan bien y están siempre al tanto de la moda, aquellos que aún creen en la orientación del espíritu, aquellos que siguen sendas marcadas, agitan nombres y hacen gritar a las páginas de los libros, ésos son lo peores puercos.
¡Son arbitrarios, pusilánimes! 
Pienso en los críticos barbudos. Y ya se los dije: nada de obras, ningún idioma, ninguna palabra, nada de espí­ritu, nada. Nada, solo un hermoso pesa nervios. Una especie de estación incomprensible y bien ergui­da en el centro de todo. Y no esperen que les nombre ese todo, que les cuente en cuántas partes se divide o que peso tiene; que me irrite y me ponga a discutir sobre ese todo y que, discutiendo, me vuelva loco y me ponga casi sin saberlo a ¡pensar!; que se aclare ese todo, que viva y se disfrace de multitud de voces todas bien impregnadas de sentido, todas diversas y capaces de aclarar bien todas las actitudes, todos los matices de un pensamiento muy sensible y penetrante.
Ah... esos estados que jamás se nombran, esas distingui­das situaciones del alma, ah... esos intervalos del espíritu, ah... esos minúsculos frustrados que son el pan cotidiano de mis horas, ah... ese pueblo rumoroso de noticias... Son siempre las mismas palabras las que necesito y cierta­mente no parezco moverme demasiado en mi pensamiento, pe­ro me muevo más que ustedes en realidad, ¡cabezas de burros!, ¡puercos oportunistas!, ¡maestros del falso verbo!, ¡cambala­cheros de retratos!, ¡escritores por encargo!, ¡chupamedias!, ¡entomólogos!, ¡llaga de mi lengua!
Ya se los dije: que yo no tenga más mi lengua no es razón para obstinarse con la lengua. Vamos, dentro de diez años seré comprendido por aquellos que harán lo que ustedes hacen hoy. Entonces se conocerán mis volcanes, se verán mis témpanos, se habrá aprendido a desnaturalizar mis venenos y se descubrirán los juegos de mi alma. Entonces mis cabellos estarán fundidos en cal, se per­cibirá mi bestiario y mi mística se habrá convertido en un sombrero. Entonces se verá humear el choque entre las piedras y ramos arborescentes de ojos mentales se crista­lizarán en glosarios. Entonces se verán caer aerolitos de roca. Entonces se verán sogas. Entonces se comprenderá la geometría sin espacios y se aprenderá también cómo y por qué he perdido el espíritu.
Entonces se comprenderá por qué mi espíritu no está aquí, y se verán agotarse las lenguas, y secarse los espí­ritus, y endurecerse las voces. Se aplastarán todas las fi­guras humanas, se desinflarán como aspiradas por ven­tosas, y esa membrana lubricante continuará flotando en el aire, esa membrana lubricante y cáustica, esa membra­na de dos espesores, de múltiples grados, de grietas infi­nitas, esa membrana melancólica y vítrea, pero tan sen­sible, tan capaz de multiplicarse, de desdoblarse, de mo­dificarse con sus vibraciones de fisura y droga, de irriga­ciones penetrantes y venenosas.
Entonces todo esto les parecerá bien. Y ya no tendré necesidad de hablar.