24 de octubre de 2012

Entremeses literarios (CLX)


OJALÁ
Raúl Sánchez Quiles
España (1978)

Me distraigo viendo la lámpara mecerse levemente. A ratos me observo las manos, con sus cinco dedos, les doy vueltas con dificultad y las miro en silencio, desde la palma hasta el envés. La gente que me quiere me alimenta varias veces al día: leche, agüitas calientes, papillas, compotas y purés. No me gusta tanto, pero también me bañan, me echan colonia y me tienen siempre peinadito. Los pañales me los cambian unas cuantas veces al día y casi nunca se olvidan de ponerme la crema contra las rozaduras. Están todo el día pendientes de mí. Yo no hago prácticamente nada más que dormir, comer, oír, mirar y jugar con mis manos bobas. Ojalá pudiera expresar cuanto les quiero, más allá de las miradas tiernas o de esos abrazos torpes que intento darles cuando se acercan. Ojalá los años fuesen semanas. Ojalá tuviera tiempo para aprender a hablar de nuevo. Ojalá fuera un bebé y no solo lo pareciera.


HOSPITAL
José Adán Castelar
Honduras (1941)

Una ventana de vidrios quebrados que no cierra, una cortina despintada de orejas enormes, un cuarto pequeño como una gaveta, un abanico eléctrico que no funciona, una vieja lámpara fundida, una mancha imborrable como un error, tres sillas para tres cansancios, una cama llena de trucos médicos, una mesa de noche en su día de descanso, un naranjo frente a la ventana y los empleados, las voces y los pájaros y el invierno entrando, saliendo de los pasillos, un enfermo que lee, otro que duerme y otro que escribe que la muerte no existe.


ESTADO DE SITIO
Elena Poniatowska
México (1932)

Camino por las grandes avenidas, las anchas superficies negras, las banquetas en las que caben todos y nadie me ve, nadie voltea, nadie me mira, ni uno solo de ellos. Ninguno da la menor señal de reconocimiento. Insisto. Amenme. Ayúdenme. Sí, todos. Ustedes. Los veo. Trato de imantarlos; nada los retiene, su mirada resbala encima de mí, me borra, soy invisible. Sus ojos evitan detenerse en algo, en cualquier cosa, y yo los miro a todos tan intensamente, los estampo en mi alma, en mi frente; sus rostros me horadan, me acompañan; los pienso, los recreo, los acaricio. Nosotras las mujeres atesoramos los rostros; de hecho, en un momento dado, la vida se convierte en un solo rostro al que podemos tocar con los labios. Amenme, véanme, aquí estoy. Alerto todas las fuerzas de la vida; quiero traspasar los vidrios de la ventanilla, decir: "Señor, señora, soy yo", pero nadie, nadie vuelve la cabeza, soy tan lisa como esta pared de enfrente. Debería gritarles: "Su sociedad sin mí sería incompleta, nadie camina como yo, nadie tiene mi risa, mi manera de fruncir la nariz al sonreír, jamás verán a una mujer acodarse en la mesa como lo hago, nadie esconde su rostro dentro de su hombro… señores, señoras, niños, perros, gatos, pobladores del mundo entero, créanme, es la verdad, les hago falta". Me gustaría pensar que me oyen pero sé que no es cierto. Nadie me espera. Sin embargo, todos los días tercamente emprendo el camino, salgo a las anchas avenidas, a ese gran desierto íntimo tan parecido al que tengo adentro. Necesito tocarlo, ver con los ojos lo que he perdido, necesito mirar esta negra extensión de chapapote, necesito ver mi muerte.


LA ESCASEZ DE CHOCOLATE
Rocío Romero
España (1972)

Algunas mañanas, por sorpresa, era papá quien venía a despertarme. Me sacaba en brazos, con los ojos aún lle­nos de sueño y yo lo adivinaba de golpe. Aquellos días sin mamá eran más largos y solo nuestros. Tenían una cuali­dad extraña, de expectación, como la que se nota en la tripa cuando alguien te cuenta un gran secreto. Papá prefería no llevarme al colegio, me apretaba bien las coletas, me ajustaba la bufanda con cuidado y recorríamos las calles más estrechas formando cenefas. Cuando le preguntaba por ella, a veces, me contaba muy serio. Yo cerraba los ojos para verla en mi cabeza, contra la sombra roja de los párpados, salvando a niños de las lla­mas o ayudando a nacer a alguna jirafa allá lejos, en Afri­ca. Después de cada historia nos sonreíamos, contentos de habernos convencido el uno al otro. Un poco. Ella volvía siempre, apenas uno o dos días más tarde. Traía los ojos más grandes, los labios más rojos, y durante algún tiempo volvía a haber chocolate en la merienda.


EL SUEÑO DE BEOWULF
Mauricio Molina Delgado
Costa Rica (1967)

Es vana la ambición del cazador que harto de leones y bestias de segunda, busca hacer de su cuarto un bestiario medieval. Recoge libros de una selva hundida entre las sombras, cuelga en las paredes la cabeza de un dragón de Dinamarca, las alas de un ángel nocturno. Y en la pared desnuda, que espera su último trofeo, coloca el espejo.


UN HÉROE
Slawomir Mrozek
Polonia (1930)

Un buen día, paseando por la orilla de un río vi de pronto a un muchacho que se estaba ahogando. Conozco el lugar, no es profundo, así que decidí salvarlo en cuanto se reuniera un poco más de público. Me senté en un banco a esperar. El muchacho gritaba mucho, por lo que al cabo de poco se congregó en la orilla un nutrido grupo de gente. Esperé un poco más para que el público estuviera al completo, entonces me levanté, me acerqué al agua y animado por los gritos de admiración me puse a quitarme lentamente el zapato izquierdo. El público me aplaudió. Estaba ya en calcetines cuando me di cuenta de que un sinvergüenza también se disponía a desnudarse. Me puse furioso.
- Yo estaba aquí primero -le dije.
Y él me contestó:
- ¿Es tuyo el muchacho o qué? -y se puso a quitarse el chaleco.
- ¡Tiene razón! -se dejaron oír unas voces entre el público-. ¡El muchacho es de todos!
- Deja esos pantalones -le dije-. Tú aún no estabas en este mundo cuando yo ya salvaba muchachos.
- Habrás salvado a tu abuela -me contestó en un tono insultante.
- Y tú a tu tía. Vete a la mierda y deja en paz al muchacho.
El público iba en aumento. Unos estaban de mi parte, otros decían que todo el mundo tiene derecho a salvar muchachos. Vi que las cosas se complicaban y que todo dependía de quién se desnudase primero. Aunque él había comenzado más tarde, como llevaba cremallera me alcanzó. Le gané sólo al llegar a los calzoncillos. Al ver que perdía su oportunidad quiso saltar al agua tal como estaba, en ropa interior. Se me encendió la sangre y le hice una zancadilla. ¡Por hacerse el héroe! No sé qué pasó con el muchacho porque a nosotros nos llevaron a urgencias. Yo le disloqué un brazo y él me rompió unos dientes. Salvar a los que se ahogan requiere valor y sacrificio.


ENTRE INTELECTUALES
Miguel Ibáñez
España (1960)

El pasaba a mi lado y se tiró una pomposidad, y ya sé yo que lo hizo a propósito. Pues yo le solté una petulan­cia que lo dejé tieso. Bueno, pues acto seguido va el tío y se deja escapar una fatuidad, así como quien no quiere la cosa. Y entonces ya le tuve que expeler una rimbomban­cia que ahí ya se quedó aplastadito. Que no soy yo de esos que va por ahí arrojando ampulosidades, pero claro, si me faltan al respeto...


LA VIDA SEXUAL DE LAS PALABRAS
María Paz Ruiz Gil
Colombia (1978)

El coleccionista de palabras las regaba por las maña­nas, les cortaba las tildes secas, les echaba comida de la buena y las consentía con las manos de un devoto. Algu­nas crecieron y se salieron de su patio, de esas hay unas que son malísimas, que se han hecho operaciones, extir­paciones y se cambiaron la cara. Son rebeldes, promis­cuas, se ponen haches en el ombligo, kas en las partes más raras y compiten por sus tatuajes hechos con emoticonos; pero las condenadas se volvieron populares y salen en las revistas. Otras, las que se quedaron con su cuerpo tal cual las parieron, tienen fama de vírgenes, de viejas aburridas que aparecen en libros y de solteronas. Cada día entran al patio del coleccionista palabras nuevas, hijas que llegan sin padres. El piensa que tienen cara de aliení­genas, pero las quiere en silencio porque muchas son divertidas y le enseñan idiomas, aunque le tiren de las raí­ces a las ancianas aburridas y las hagan llorar de rabia.


CASO DEL NIÑO Y EL MAGO
Eduardo Berti
Argentina (1964)

La policía de Montecarlo busca desde la semana pasa­da a un niño de cinco años, desaparecido en la fiesta de su propio cumpleaños. El mago que animaba la velada no pudo concluir su truco más famoso, que consiste en intro­ducir a la gente en una jaula hermética para volverla invi­sible, porque falleció en pleno acto, de un colapso cardía­co. La joven que asistía al mago se declaró incompetente cuando la concurrencia, muy alarmada luego de compro­bar que la jaula seguía vacía, le exigió la devolución pron­ta del niño.


SUEÑO MARINO
Sam Shepard
Estados Unidos (1943)

La cama era para él un océano, incluso cuando estaba despierto. Las mantas se ondulaban como las olas. Las sábanas espumeaban como las rompientes. Las gaviotas caían en picado y pescaban a lo largo de su espalda. Hacía bastantes días que no se levantaba y todo el mundo estaba preocupado. No quería hablar ni comer. Sólo dormir y despertarse y volver a dormirse. Cuando fue a verlo el médico, se le meó encima. Cuando fue a verlo el psiquiatra, le lanzó un escupitajo. Cuando fue a verlo un cura, le vomitó. Finalmente lo dejaron en paz y se limitaron a pasarle zanahorias y lechuga por debajo de la puerta. Era lo único que quería comer. Los demás habitantes de la casa bromeaban diciendo que tenían un conejito, y él les oyó. Cada vez se le aguzaba más el oído. De modo que dejó de comer. Empujó la cama hasta ponerla contra la puerta, para que nadie pudiera entrar, y luego se durmió. Por la noche los demás habitantes de la casa oían el silbido de los huracanes al otro lado de la puerta. Y truenos y relámpagos y sirenas de barcos en una noche de niebla. Aporrearon la puerta. Intentaron derribarla, sin conseguirlo. Aplicaron la oreja a la puerta y oyeron gorgoteos subacuáticos. En la cara exterior de las paredes de esa habitación empezaron a crecer algas y percebes. Comenzaron a asustarse. Decidieron encerrarlo en un manicomio. Pero cuando salieron por el coche descubrieron que toda la casa estaba rodeada por un océano que se extendía hasta donde alcanzaba su vista. Océano y nada más que océano. La casa se balanceaba y cabeceaba toda la noche. Ellos se quedaron apretujados en el sótano. Desde la habitación cerrada les llegó un prolongado gemido y la casa entera se sumergió en el mar.