9 de diciembre de 2012

Entremeses literarios (CLXII)

BALÓN PRISIONERO
Rubén Abella
España (1967)

En el fragor de la partida, el balón lanzado por el equipo de las niñas se salió de la acera y fue a perderse en una fila de coches aparcados. Después de mucho buscar, Rodrigo lo encontró encajado entre el pavimento y los bajos de un cuatro latas, tan a desmano que tuvo que arrastrarse para alcanzarlo. Junto al balón encontró también los restos de un "Playboy", medio hundidos en un charco aceitoso. Una de las páginas empapadas mostraba a una mujer en liguero, con una melena de oro y unos pechos imponentes que brillaban como dos gloriosos crepúsculos entre la inmundicia. Abrumado por aquella revelación de lo oculto, de lo jamás antes visto, Rodrigo se estremeció. Cogió el balón sin apartar la mirada de la fotografía, emergió de los bajos del coche y regresó con el equipo de los niños como si no hubiese pasado nada. Pero a partir de esa tarde, todo fue distinto.


MÉTODO
Gerardo Deniz
México (1934)

En el cuadrado azul del tragaluz contemplábamos el borde de una nube; yo te había enseñado a ver esas cosas, decías. Sin cambiar de voz, y sin prisa y sin pausa, le atribuí cualidades por orden alfabético que sin duda dejaban todo igual. Pero tú aprobabas con la vista en alto, pues las mujeres hallan natural la falacia patética. Cuando algo te sonó por fin desconcertante y advertiste que lo que le colgaba yo al cielo te lo quitaba a ti, acababas de quedar desnuda.


SUEÑO
Juan José Millás
España (1946)

En medio del silencio de la noche escuché el sonido de mi móvil, que parecía provenir del armario. Primero pensé que se trataba de un sueño; luego, que me lo había dejado encendido en el bolsillo de la chaqueta. Abrí los ojos, prendí la luz y sorprendí, en el medio de la habitación, a un individuo que buscaba su teléfono por todos los bolsillos con una mano mientras me apuntaba con una pistola que llevaba en la otra. Imposible decir quién estaba más desconcertado, si el ladrón o yo. Por fin, dio con el aparato y lo atendió de mala gana: "¿Qué pasa?", preguntó irritado por aquella inoportuna llamada. Luego, al escuchar lo que le decían, se dejó caer sobre una esquina de la cama como si le hubieran abandonado las fuerzas. "Ha muerto mi madre", me dijo en un aparte. "Lo siento", añadí yo ridículamente desde mi pijama de rayas. Comprendí que tenía que aprovechar aquellos instantes de abatimiento del delincuente para hacer algo, pero no sabía qué. Miré a mi alrededor en busca de algún objeto contundente y no vi más que un par de novelas policíacas y un inhalador nasal que había sobre la mesilla. Aunque de haber dispuesto de algo más duro, tampoco habría sabido cómo usarlo. Creo que conviene golpear en la nuca, pero se trata de un conocimiento teórico. Jamás he golpeado a un semejante. Además, el semejante del que hablo había comenzado a sorberse los mocos como un niño para contener las lágrimas. Colgó el teléfono, se incorporó y comprendí que se encontraba desorientado, sin saber a dónde dirigir sus pasos ni qué hacer con su cuerpo. Recorrió unos metros en dirección al armario y luego se volvió hacia mí para averiguar por dónde se salía. Salté de la cama y lo guié por el pasillo. Una vez en la puerta, me preguntó si conocía el modo de ir al Doce de Octubre. "Espera un momento", respondí. Volví al dormitorio, me puse encima del pijama unos pantalones y una chaqueta y lo llevé en mi coche. Cuando llegamos al hospital, aún sostenía la pistola en una mano y el móvil en la otra. Le metí la pistola en un bolsillo, le abrí la puerta del coche, y lo vi alejarse en dirección a las instalaciones. Yo regresé a la cama y al día siguiente fingí que todo había sido un sueño.


Y TODAS ESAS COSAS
Graciela Licciardi
Argentina (1953)

Mi mamá no me tiene mucha paciencia.Yo la entiendo porque es difícil tener que lavar, planchar, cocinar, cuidarme a mí y todo eso, sobre todo cuando me hago el caprichoso, como ella me dice. Ya sé que soy diferente a los otros chicos, porque a mí me tiene que llevar muchas veces al médico y a esa escuela especial donde todos somos así y hay señoras de guarda­polvo verde que nos miran con cara de malas y hay señoritas que nos enseñan a hacer dibujos, a hablar bien, a escribir, porque ahora yo escribo todo esto en mi diario, y a hacer panes y tortas, a cantar canciones y otras cosas más que ahora no me acuerdo. Mi papá viene poco a verme porque no vive con mi mamá hace mucho tiempo. Creo que desde que nací yo y le dio vergüenza de que yo sea así, un poco especial, como ellos siempre dicen y todo eso, y a mí me parece que mi mamá estaría más contenta si yo no existiera, y a veces sueño que soy de otra manera y que mi mamá me besa y me abraza mucho y yo me pongo muy contento, pero cuando me despierto y me doy cuenta de todo veo que es mentira y me pongo a llorar. Mi mamá me dijo ayer que me va a cambiar de colegio, que voy a estar más tiempo aprendiendo más cosas y que nos vamos a ver los domingos nada más porque ella tiene que trabajar mucho y no sé qué más me dijo mi mamá. El caso es que hace muchos domingos que mi mamá no viene porque yo llevo la cuenta y cuando veo que no viene me da mucha lástima que la torta que le preparé se quede sin comerla porque la hice con mucho cariño y me salió bien porque la señorita me felicitó y me dio una palmadita en la espalda y me hizo muchos mimos y todas esas cosas. El domingo pasado mi mamá vino y nos abrazamos y lloramos de la alegría y mi mamá me dijo que tenía que decirme muchas cosas y de lo único que me acuerdo de todo lo que me dijo es de que se iba a hacer un viaje muy largo con un novio que la quiere y que cuando pueda va a volver, pero yo sé que mi mamá está muy cansada y que a lo mejor vuelve dentro de mucho mucho tiempo o que capaz que no le queden ganas de volver más y todas esas cosas. Los otros días estuve pensando mucho mucho en hacer algo y no se lo dije a nadie lo que estuve pensando, ni a mi mejor amigo que es el Tito ni a la señorita Susy que es muy buena ni a nadie pero yo sé que va a ser lindo cuando me vaya lejos lejos allá donde todos somos iguales y no se tienen tristezas y uno tiene todo lo que quiere todas las veces que quiere, como a mi mamá por ejemplo y le puede dar un beso grandote cuando se le da la real real gana y todas esas cosas.


GAS EN EL AVIÓN
Jordi Cebrián
España (1964)

"Dentro de unos minutos iniciaremos el aterrizaje. Las autoridades locales nos obligan a llenar la cabina de un gas totalmente inocuo, a través de los conductos de ventilación. Procederemos en breve". Nadie pareció inmutarse, ni cuando empezó a salir un vapor verde de las rejillas del suelo. Viéndome inquieto, el pasajero sentado junto a mi me tranquilizó: "Ellos saben por qué lo hacen, no se preocupe. No lo harían sin tener un buen motivo". Al poco rato, las azafatas salieron de la cabina de los pilotos, y todas llevaban mascaras antigás, pero entonces a mí ya no me importaba nada.


DESVENTURAS EN OCCUPY WALL STREET
Luciano Lamberti
Argentina (1978)

Soy el hombre de traje que busca a Sally. Camino por la Quinta Avenida entre los que marchan a favor del movimiento Occu­py Wall Street, y a cualquiera que me cruzo le pregunto por ella: veintisiete años, rubia, de esta altura, tiene puesta tal y tal prenda. Sally se fue de casa el domingo, después de una pelea que tuvimos. Fue una pelea estú­pida: ella estaba a favor de los acampantes y yo en contra. Y como mis argumentos para estar en contra fueron más razonables que los suyos para estar a favor, después de la pelea y el llanto salió de la pieza y me dijo: me voy con ellos. ¿A dónde te vas? A luchar por un mundo mejor, bla, bla, bla. Me reí (fue un error estúpido) y a ella se le llenaron los ojos de lágrimas y se fue golpeando la puerta. Pensé en bajar a toda marcha, pero también tengo mi orgullo (tercer error es­túpido) y me dije que volvería a la noche, cuando le diera hambre. Sally siempre está tomando grandes determinaciones que le duran un par de horas. Como la vez que quiso aprender guitarra y fui y le compré una Gibson Les Paul dorada y a las dos cla­ses me dijo que no la soportaba. Guardé a guitarra en el desván (todavía está ahí, cubierta de polvo) y ya no volvimos a ha­blar del tema. Con todo es así: la poesía, las clases de cocina, el reiki. Así que pensé: se le pasará. Y a la noche miraba los noti­cieros esperando verla, cantando esas canciones de Bob Dylan y pintando carteles con consignas difusas, el 99% que mantiene al 1% y así. Cuando yo, parte del 1%, la mantengo a ella, que quiere creerse parte del 99. Empecé a llamarla pero no me atendía el celular, entonces me desesperé y fui a buscarla. Pasé por el parque Dewey Square, pregunté por ella a todo el que se me cruzaba. Y acá estoy, ahora, entre los manifestantes, que me miran como si fuera el enemigo. Es cierto: soy, de alguna forma, el enemigo; todo esto me parece inútil, un pasatiempo burgués de niños ricos con tristeza. Ecologistas, vegetarianos, adoradores de dioses extraterrestres, guerrilleros de twitter, pacifistas pasados de moda que no ven la hora de meter una flor en el caño de un fusil. Confundidos, como Sally. Pienso en ella y la veo cantando junto a los manifestantes: "this is what democracy looks like". Tiene untada una bandera norteamericana en la mejilla. Cuando me ve se queda quieta. La gente a nuestro alrededor sigue pasando a los costados como la corriente de un río. Y nosotros inmóviles, mirándonos, con todo el tiempo del mundo para que algo pase, o para que todo siga igual.


LA EMOCIÓN DEL PRIMER TRABAJO
Paz Monserrat Revillo
España (1962)

La joven ya ha llegado a la agencia. Sube las escaleras apretando contra el pecho el bolso de mano que contiene su flamante currículum de licenciada  en pedagogía. Antes de llamar a la puerta deja por un momento el paraguas en el suelo y se seca las manos en la falda. Además  de su carrera universitaria, su amplia experiencia como monitora de colonias, vigilante en comedores escolares y profesora particular tendría que proporcionarle serenidad en su primera entrevista para acceder a un puesto de "au-pair" en el extranjero, pero sus manos sudorosas y el galope de su corazón desmienten semejante obviedad. Le abren. Responde a las preguntas. Si, tiene vehículo propio, nivel alto de inglés, no fuma. Aporta unas referencias impecables. Acepta el sueldo y los horarios. Hay una plaza en una familia de Londres. Puede empezar ya. Mary sonríe. Firma el contrato. Baja las escaleras a saltitos hasta el primer piso, el tramo final sentada en la barandilla. Empieza a afinar su voz inventándose una canción absurda con palabras larguísimas y ritmo machacón. En la puerta se cruza con un operario que viene a reparar calderas de calefacción. Mary le guiña un ojo. Sale a la calle. Se ajusta las horquillas de su peinado, se coloca su gorrito y, suspirando, abre el paraguas. Una ráfaga de aire le ayuda a elevarse por encima de los tejados, empujándola suavemente hacia las brumas del norte.


APAGAR EL VELADOR
Tennessee Williams
Estados Unidos (1911-1983)

Apagar el velador es un acto a cuya eventual necesidad me rindo con reticencia cada vez mayor, y que demoro leyendo más allá de mi límite de concentración algún artículo o relato, tomándome otra copa de jerez Dry Sack, poniendo la pildora para dormir en un lugar donde pueda localizarla con facilidad en la oscuridad, por si la tableta preliminar de Valium no bastara. Porque, se sabe, a los sesenta y cinco, renunciar a la conciencia para dormir implica, usualmente, un dejo de aprensión nerviosa, porque tal vez no vuelva a revivir. Sin embargo, a veces sospecho que hay en esto un cierto placer escondido: también un dejo de fascinación oculta en la rendición...


FÁBULA DEL HOMBRE ILUSTRE Y LA MADEJA DE HILO
Miguel Ibáñez de la Cuesta
España (1960)

La primera palabra del hombre ilustre fue "mamá". La última, apenas una exhalación en la que algunos creyeron reconocer el nombre de uno de sus personajes literarios; otros una grosería; otros un simple ¡ay! prolongado, esforzado y fatal. Entre ambas palabras hubo una larga carrera de discursos, novelas, conferencias, solemnidades, declaraciones, vulgaridades, confesiones, hipocresías, lirismo, vanidades, palabras de amor, de odio y de estudiada indiferencia. El hombre ilustre se había pasado la vida desenredando el laberinto de las palabras, como cuando uno se empeña en desenredar una madeja de hilo llena de nudos, simplemente porque el hilo y los nudos están ahí, exhibiendo malignamente su embrollo como un reto, para darse cuenta al final de que en realidad con un pequeño extremo le hubiera bastado para coser un botón.


EL ESPÍA
Orlando Mejía Rivera
Colombia (1961)

Cuando G.G., embalsamador oficial de los papas, hizo su excelente trabajo con el cuerpo de su santidad Pío XIV, alguien cayó en la cuenta de que el doctor llevaba seis Papas embalsamados a sus espaldas. Es decir, que el médico debía tener más de doscientos años de edad. Entonces, el memorioso escuchó una sonrisa a sus espaldas y percibió un olorcito azufrado antes de desplomarse muerto.