4 de diciembre de 2012

Mario Bunge: "Tener ideas propias es trabajar problemas, sea en filosofía, en medicina, en física, o en cualquier otra disciplina"


Mario Bunge (1919) se graduó con un doctorado en ciencias físico-matemáticas en 1952 en la Universidad Nacional de La Plata, donde fue profesor. También dictó clases de física teórica y filosofía en la Universidad de Buenos Aires desde 1956 hasta 1963 cuando decidió radicarse en el exterior, insatisfecho con el clima político de la Argentina. Por algunos años enseñó en universidades de México, Estados Unidos y Alemania. En 1967 se instaló en Montreal, Canadá, donde enseñó lógica y metafísica en la Universidad McGill, en la que actualmente es profesor emérito en las áreas de metafísica, semántica, filosofía de la ciencia y epistemología. Autor de más de cuarenta libros, sus críticas al existencialismo, al posmodernismo, la hermenéutica y el psicoanálisis siempre producen polémicas. El realismo, el cientificismo, el materialismo y el sistemismo definen su enfoque filosófico, según él mismo explica. Para Bunge, los médicos filosofan todo el tiempo, casi siempre sin saberlo. Así adoptan el realismo cuando dan por descontado que sus pacientes son reales, el materialismo cuando cortan por medio de la cirugía o recetan píldoras en vez de hacer conjuros o rezar, el sistemismo cuando conciben y tratan el cuerpo humano como un sistema y no como un agregado de partes desconectadas entre sí. En su más reciente ensayo, "Filosofía para médicos", Bunge se pregunta cómo puede ayudar o perjudicar la filosofía a la medicina, por qué suelen ser inciertos los diagnósticos médicos, qué filosofía moral debe guiar el ejercicio de la medicina, si tiene sentido hablar de probabilidad en medicina, entre otros muchos interrogantes. Estos y otras cuestiones no menos controvertidas como el ensayo clínico aleatorio, la prevención en cuanto problema médico-político, las medicinas alternativas y los delitos de la industria farmacéutica, son algunos de los temas tratados con cuidado y profundidad por el conocido físico, filósofo y epistemólogo argentino. En el compilado de las entrevistas publicadas por la revista "Ñ" nº 479 (1 de diciembre de 2012, a cargo de Inés Hayes) y por el diario "La Capital" (2 de diciembre de 2012, a cargo de Osvaldo Aguirre y Lisy Smiles), Bunge denuncia una situación donde el mercado decide qué remedios se producen, los investigadores no tienen trabajo, viejas enfermedades reaparecen y la obesidad persiste, y opina sobre la drogadependencia, la eutanasia y el aborto.


A propósito de su último libro, ¿hay una filosofía específica para los médicos?

Yo sostengo que los médicos adoptan doctrinas filosóficas aun sin saberlo. Por ejemplo son realistas, creen que el paciente existe independientemente de la imaginación del médico, creen que su enfermedad es un proceso natural y no el efecto de un hechizo o de una maldición divina o gitana. Creen también en la eficacia de las terapias fundamentadas científicamente en la bioquímica, la farmacología, etcétera. El cientificismo está muy en decadencia en América Latina, ha sido vilipendiado por gente que se cree de izquierda. En mis tiempos los izquierdistas éramos pro-científicos, ahora son anti-científicos. Confunden la ciencia con la técnica y la buena técnica con la mala. No todas las técnicas son técnicas para matar, hay técnicas para curar; por ejemplo cuando un médico inventa una terapia o un aparato para medir actúa como tecnólogo. En cambio, cuando estudia como actúan los fármacos, hace investigación aplicada y cuando estudia los procesos biológicos que ocurren en el cuerpo humano hace investigación básica.

¿Los médicos tendrían entonces que hacer consciente ese saber filosófico implícito en la práctica?

Así es, para no ser víctimas de pseudofilosofías. Está muy de moda, por lo menos entre los filósofos, la idea de que las enfermedades no son procesos naturales sino construcciones sociales. Esa idea vino de Francia y hay un caso muy extremo, el de Bruno Latour, que se enseña en muchas universidades argentinas. Cuando los egipcios montaron una exposición del faraón Ramsés II y sus tesoros en París, unos patólogos examinaron la momia y encontraron bacilos de Koch. Ramsés II había sido tuberculoso. Entonces Bruno Latour dijo que era imposible, porque los bacilos de Koch fueron descubiertos recién a fines del siglo XIX. Como si los bacilos existieran solamente porque hay bacteriólogos. Es un caso de estupidez, y el de quienes lo siguen, es estupidez doble.

¿Cómo es su relación particular con los médicos?

Es muy buena. Yo soy hijo de médicos, mi madre era enfermera. El texto de mi libro ha sido revisado por investigadores biomédicos y profesionales, amigos como el doctor Nicolás Unsain, que es biólogo molecular y médico, o el doctor Ernesto Schiffrin, que es especialista en hipertensión, la llamada asesina silenciosa, porque no tiene síntomas. Ese es un problema filosófico, la distinción entre síntomas, cosas perceptibles y signos objetivos. Un positivista no aceptaría esa distinción. Siguiendo a Kant, los positivistas dicen que el mundo está constituido solamente por apariencias, fenómenos, lo que se le aparece a alguien. Pero la ciencia no les ha hecho caso, la ciencia ha buscado siempre cosas y procesos que están ocultos detrás de las apariencias y sabe que hay apariencias solamente si hay seres capaces de percibir. El primer gran triunfo del realismo fue de Copérnico cuando dijo que el Sol aparenta moverse pero de hecho está fijo. Lo que ocurre en la Argentina es que desde hace un siglo se confunde el cientificismo con el positivismo, y se lo combate. Desde 1920 empezaron a predominar en las facultades de Filosofía los seguidores de Kant, de Hegel y de los demás filósofos del "establishment".

¿Qué se perdió en ese momento?

Se perdió la visión realista y la visión materialista. Un médico no es solo realista sino también materialista, porque cree que los procesos morbosos son naturales, que ocurren en la materia viva. Y no cree en los encantos o plegarias para curar o tratar enfermedades sino en una dieta razonable, en medicamentos tales como la aspirina o la estreptomicina para curar la tuberculosis, etcétera. Pero todos esas filosofías -realismo, cientificismo y materialismo- son combatidas o ignoradas en las facultades de Filosofía no solamente de Argentina sino de todo el mundo. Nunca se enseñan cursos sobre la filosofía del iluminismo francés de mediados del siglo XVIII. Los alumnos no han oído nombrar a D'Holbach, Diderot, La Mettrie y los demás filósofos que tuvieron una influencia enorme sobre la ciencia. En cambio les obligan a leer textos ininteligibles de Heidegger, Husserl o del mismo Kant, por no decir los panfletos incendiarios de Nietzsche, el filósofo favorito de Hitler porque era contrario a la ciencia, contrario a la democracia, enemigo del socialismo, de los sindicatos y del progreso, y muy amigo, en cambio, del militarismo. También es cierto, y hay que reconocer, que sabía escribir, a diferencia de sus admiradores. Desgraciadamente lo que decía era nefasto. En las facultades de Filosofía, especialmente en las argentinas, hay una parcialidad a favor de los filósofos oscurantistas. Además tratan autores y no problemas. No estudian qué es el espacio, qué es el tiempo, qué es la causalidad, qué es una enfermedad, qué es la justicia, qué es la mente, qué es la materia, sino que estudian autores y esa es una actitud primitiva, escolar, típica de gente que no tiene ideas propias. Tener ideas propias es trabajar problemas, sea en filosofía, en medicina, en física, o en cualquier otra disciplina.

¿Por qué plantea que los escritos de Nietzsche o de Foucault son malos para la salud individual y la sanidad pública?

Nietzsche, es bien sabido, fue un precursor del fascismo, enemigo de la democracia; no es casualidad que fuera el filósofo favorito de Hitler y que Heidegger escribiera todo un libro sobre él. Tampoco es por casualidad que en la carrera de Filosofía de la UBA se exija a los alumnos de primer año que lean a Nietzsche. Son reaccionarios, aunque posiblemente no se den cuenta, pero en todo caso no les hacen leer a los clásicos, les hacen leer a un panfletista, porque eso es lo que era Nietzsche. Lo que pasa es que también era anti religioso, entonces los anarquistas de mi juventud lo adoraban porque estaba en contra del "establishment" y de la religión, pero hay cosas mucho más importantes que la religión o la lucha contra ella. La batalla contra la desigualdad social es mucho más importante y en ese caso los progresistas podemos unirnos con muchos católicos a los que tampoco les gusta la desigualdad social. En todo caso, Foucault es aún peor porque seguía a Canguilhem, que fue el primer filósofo de la medicina reconocido como tal. Bajo el régimen fascista hizo su tesis de doctorado en medicina sobre lo normal y lo patológico. Ahí sostenía que esas son categorías sociales, no biológicas ni médicas. Lo patológico es lo que se aleja o lo que viola la norma. ¿Y quién fija la norma? La sociedad. Entonces, lo anormal es simplemente lo que no suele hacerse. El resfrío es un proceso natural que no tiene nada que ver con las normas sociales, cualquiera se puede agarrar un resfrío, rico o pobre y las normas sociales o estéticas no tienen nada que ver con eso. Además, Foucault como otros, era un constructivista social: para él, todo lo que existía era una construcción social. El bacteriólogo polaco Fleck fue el primero en sostener que la enfermedad era una creación de la comunidad médica. Fue un caso bastante trágico: por ser judío lo metieron en un campo de concentración, pero, como era bacteriólogo, sabía las medidas que había que tomar para evitar que se difundiera el tifus, que era permanente en los campos de concentración por la falta de higiene. Si un prisionero se agarraba tifus se lo pasaba al guardia, entonces no le convenía a los nazis ni a los prisioneros que hubiera tifus: le perdonaron la vida a condición de que ejerciera su profesión.

Usted habla de las patologías del mercado: si éste considera que no va a tener ganancias con lo que produce, entonces no lo produce. Las "enfermedades de la pobreza" como el dengue y el cólera, por ejemplo, no tienen cura porque no se hacen vacunas para eso. Los médicos pueden tener ética pero la voracidad económica no. ¿Cómo se revierte esta situación?

Son problemas sociales. Sólo el Estado puede hacer algo y de hecho, en algunos países como Sudáfrica, Brasil y la India, el Estado se ha ocupado de favorecer, de impulsar la fabricación de medicamentos contra esas plagas típicas del Tercer Mundo y lo ha hecho en combinación con pequeños laboratorios. No se va a dirigir a Pfizer o a alguno de esos grandes, porque no lo van a hacer, no les interesa; lo están haciendo pero con los medicamentos conocidos. Hace falta realizar más investigación. El problema principal en realidad es el problema de la parasitosis. En el Tercer Mundo los chicos tienen el vientre lleno de parásitos que se comen lo mejor de ellos: están desganados, no tienen energía, no pueden estudiar bien. Hubo una experiencia muy importante en la Universidad de México, en la época en que era rector el doctor Soberón, un investigador muy serio a quien tuve el gusto de tratar. Se preguntó por qué era tan bajo el rendimiento de los estudiantes de la Universidad de México, que eran como un cuarto de millón. Pensó que podían ser los parásitos, entonces se hizo una muestra y se vio que casi todos los estudiantes tenían parásitos. La parasitología es otra de las ramas que hay que impulsar en estos países. Es necesario investigar más los parásitos porque los seres humanos somos muy sensibles a ellos y van apareciendo nuevas enfermedades. Hace medio siglo no existía el sida, y el ébola no se puede prever, pero en cuanto aparece el brote hay que aislar a los enfermos y estudiarlos a fondo. A las compañías farmacéuticas les conviene mucho seguir produciendo drogas exitosas, les reporta más ganancias producir Viagra que ensayar nuevas drogas porque los ensayos son muy costosos. Un artículo reciente del "Medical Journal" demuestra que destinan solamente el 1,7% de su ingreso a la investigación que se termina haciendo principalmente en las universidades y en los institutos estatales de Estados Unidos, Alemania e Inglaterra. Han decidido cerrar laboratorios que tenían cinco mil investigadores; claro, no eran los de primera, porque la industria, con esa miopía que la caracteriza, empleaba a investigadores de segunda o tercera. Los de primera están en la universidad y los que trabajan en las industrias, con muy pocas credenciales, lo hacen para ganarse la vida; en cambio los otros lo hacen por curiosidad. Es una crisis tremenda porque hay miles y miles de farmacólogos desocupados que podrían estar, bajo dirección competente, buscando nuevos remedios.

Usted también afirma que en la actualidad existen dos grandes males, uno es la drogadicción, y el otro la obesidad, sobre todo en Estados Unidos donde los índices de obesidad infantil son alarmantes. Militares retirados de las fuerzas armadas sostienen que esa situación va en contra de la propia seguridad.

Son problemas sociales, la obesidad es pronunciada en Estados Unidos, pero no creo que sea mayor que en otras partes. ¿A qué se debe? En gran parte a los juegos electrónicos, los chicos de mi generación jugábamos a la pelota, andábamos en bicicleta, teníamos actividad física; hoy en día están sentados viendo pantallas, eso los hace engordar y de la gordura puede venir la diabetes. Además de ese efecto físico hay otro social muy grave que hace que los chicos prefieran tener amigos imaginarios en la pantalla a tener amigos de carne y hueso con quienes puedan tener una relación cara a cara, pelearse, jugar juntos y al aire libre. Hay una estadística que da miedo: el 93% de los chicos canadienses pasan menos de una hora por día al aire libre. Los canadienses eran famosos por gustarles el aire libre, por hacer deportes de invierno, se abrigaban y salían, no le temían al frío. En una generación ha cambiado la actividad de los chicos: ahora juegan con juegos electrónicos en lugar de jugar a la pelota. La drogadicción también es un problema social. Sería muy fácil terminar con ella, por lo menos con el problema del narcotráfico. Se ha probado, en países como Holanda, Suiza e Inglaterra, que cuando se legaliza el consumo de drogas se termina la mafia, el narcotráfico. Pero no es cuestión de expender la droga gratuitamente. Lo que se hace en Inglaterra es más inteligente. Alguien es adicto a la cocaína, entonces va a una clínica, ahí le dan una receta para que vaya a la farmacia y le den cocaína. Pero cuando se acaba esa dosis el médico lo envía a un centro de rehabilitación. Y es más fácil librarse de la cocaína que del tabaco. Freud, que hizo el elogio de la cocaína, cuando la cocaína se vendía legalmente, pudo curarse de ese vicio pero no del vicio del fumar. Desgraciadamente en la última reunión de mandatarios americanos, Estados Unidos (que es el mercado de drogas más grande del mundo y está en manos de criminales) y Canadá se opusieron al pedido de todos los países latinoamericanos para legalizar el consumo de drogas. Los mandatarios de Colombia, Ecuador, México, saben perfectamente que el tráfico existe porque existe el gran mercado norteamericano de droga, porque hay millones de consumidores y eso es un negocio muy rentable.

Si bien han desaparecido algunas enfermedades, han reaparecido otras por cuestiones sociales o religiosas de, por ejemplo, negarse al uso de las vacunas.

Sí, por ejemplo, la tos convulsa. Hay una vacuna muy eficaz: la triple, contra la tos convulsa, el tétanos y la difteria que se daba a los chicos, que no había en mi época, pero hay toda una campaña, de parte de grupos políticos y religiosos, en Estados Unidos sobre todo, contra la vacunación. ¿Por qué? Porque es barata, llega a todo el mundo con muy poco y es un deber del Estado. Como usted sabe, los republicanos, en particular la extrema derecha republicana, que es la que tiene la sartén por el mango, se niega a que el Estado preste servicios sociales. Además, hay grupos religiosos que se oponen a la vacunación porque tanto la vacunación, como la cirugía interfieren con los designios del Señor: la enfermedad la manda Dios para castigarnos y no tenemos derecho a interferir. El hecho es que ha vuelto o está volviendo la tos convulsa.

Al referirse a la longevidad dice que es un arma de doble filo y que hoy se está revisando el precepto hipocrático de prolongar la vida a cualquier costo...

Bueno, a nadie le gusta vivir como una lechuga, como suele decirse. Queremos vivir con el ejercicio de todas nuestras facultades y queremos disfrutar de la vida en lugar de sufrirla. La mayor parte de los recursos médicos y hospitalarios se gastan en los dos últimos años de la vida. La eutanasia -el suicidio asistido- está permitido en dos estados de los Estados Unidos, en Washington y en Oregon. El problema es que, al aumentar la longevidad, que se ha triplicado en el curso de dos siglos, vivimos hoy tres veces más de lo que se vivía entonces. La gente llegaba a vivir veinticinco años; hoy los franceses llegan casi a los ochenta, el triple. No solamente por la mejor medicina, sino porque hay agua potable, porque hoy en día incluso los franceses comen mejor. La desnutrición era muy común. La mortalidad infantil, que era tremenda, ha bajado muchísimo. En todo caso, cuanto mayor es la edad, tanto más frecuentes y más graves son las enfermedades, algunas de esas enfermedades imposibilitan: la gente tiene dificultades en caminar, en pensar, imagínese la gente con Alzheimer que anda por ahí, es una carga tremenda para la familia, alguien debe estar constantemente dedicado a esa persona y el pobre con Alzheimer no se da cuenta de nada. Qué sentido tiene prolongar esa vida. Habría que encarar las cosas con menos hipocresía y de forma menos conservadora, habría que alentar el suicidio asistido cuando la gente ya no puede disfrutar de la vida.

En esos casos, los médicos tienen que decidir sobre la vida y la muerte. ¿Cómo se plantea la cuestión filosófica en ese punto?

Aparecen problemas técnicos. ¿Es legítimo o no prolongar la vida de alguien que no puede gozar de la vida, que está sufriendo y no puede hacer nada por otros? Mi lema moral supremo es "goza de la vida y ayuda a vivir". Una persona que está en estado vegetativo es una carga, no se le hace un favor porque esa persona ya no existe como tal. O si conserva la conciencia está sufriendo, y hay mucha gente que pide que la maten, que le den un inyección y se acabó, porque ya no tiene sentido vivir. Soy partidario de la eutanasia, como lo soy del aborto pero también, sobre todo, del control de la natalidad, para no tener que llegar al aborto. Porque cuando se impide el aborto se facilita el nacimiento de chicos que no han sido encargados. Hay en el mundo, sobre todo en países como Brasil o la India, millones de chicos abandonados que viven en la calle, miserablemente, pocos años y por supuesto llevando vidas muy peligrosas. Y eso es lo que se consigue impidiendo el aborto, millones de niños desamparados que terminan en la delincuencia para poder sobrevivir. Es una injusticia tremenda, no hay derecho de tratar mal a los chicos. Hay que querer tenerlos y poder criarlos.

Y retomando la pregunta con la que usted termina el libro: ¿cuándo aparecerá el Newton de la medicina?

Yo no tengo la respuesta. Mientras a los médicos no se les enseñe a razonar, no va a aparecer un Newton. A los estudiantes de Medicina los atiborran, los obligan a memorizar una cantidad increíble de datos; entonces recibirse de médico es dar prueba de tener una gran retención, una enorme memoria. Habría que enseñar menos hechos y más a discutir, a diseñar experimentos, a pensar en causas. Esperemos que la filosofía pueda ayudar, porque da o puede dar una visión de conjunto de las cosas.