28 de enero de 2013

Nikolas Rose: "En la época de la biopolítica molecular ya no tiene sentido considerar que la biología es un destino, que nuestra naturaleza es una fatalidad: podemos intervenir sobre ella y manipularla"

Nikolas Rose (1947) es uno de los más destacados sociólogos y teóricos sociales británicos contemporáneos. Desde comienzos de 2012 se encuentra a cargo del flamante Departamento de Ciencias Sociales, Salud y Medicina del King's College de Londres. Previamente se desempeñó al frente de la cátedra de Sociología en el Goldsmiths College y luego lo hizo en la London School of Economics, donde fundó y dirigió el centro BIOS, dedicado al estudio de las relaciones entre ciencias de la vida, biotecnologías, medicina y sociedad. Es editor de la prestigiosa revista "Bio Societies" y fue, en 1989, uno de los fundadores de la red internacional de investigadores History of the Present Research Network, que llevó a un plano de trabajo fuertemente empírico la influencia de los trabajos de Michel Foucault (1926-1984) sobre las políticas de la vida y la gobernabilidad. Ha publicado numerosos ensayos científicos sobre la historia política de las disciplinas psicológicas, las políticas de salud mental, la genealogía de la subjetividad y las transformaciones de las racionalidades y tecnologías del poder político. Es autor, entre otros, de los libros "Ideology and consciousness" (Ideología y conocimiento), "The psychological complex. Psychology, politics and society in England 1869-1939" (El complejo psicológico. Psicología, política y sociedad en Inglaterra 1869-1939), "Governing the Soul. The shaping of the private self" (El gobierno del Alma. La formación del yo privado), "Inventing ourselves. Psychology, power and personhood" (La invención de nosotros mismos. Psicología, poder y personalidad), "Powers of freedom. Reframing political thought" (Los poderes de la libertad. Replanteo del pensamiento político), "The politics of life itself. Biomedicine, power and subjectivity in the Twenty-First Century" (Políticas de la vida. Biomedicina, poder y subjetividad en el siglo XXI) y "Governing the present. Administering economic, social and personal life" (Manejar el presente. Administración de la vida económica, social y personal). A partir de la publicación de los cursos dictados en el Collège de France a fines de la década de 1970, la recepción de los trabajos de Foucault sobre el poder viró el foco de atención desde el estudio de las sociedades disciplinarias hacia la biopolítica, es decir, hacia la tesis más general según la cual la política moderna ha sido, y sigue siendo, una política de y sobre la vida. Una política no tanto de la represión o supresión de lo viviente, sino de su potenciación selectiva. La disciplina aparece así, como un aspecto de ese bio-poder que toma a su cargo la vida biológica de las poblaciones y las interpela desde el punto de vista, tanto psiquiátrico y médico como penitenciario e industrial-capitalista, al considerarlas "cuerpos dóciles" a los que es necesario vigilar, corregir y normalizar. Es en ese sentido que se orientan las investigaciones del sociólogo británico, para quien el poder ahora ya no vigila los cuerpos sino que los optimiza y detecta "riesgos futuros" gracias a los avances de la biomedicina, la genética y las biotecnologías. En la siguiente entrevista a cargo de Flavia Costa para el nº 414 de la revista "Ñ" del 3 de septiembre de 2011, Nikolas Rose habla de los peligros de un modelo para el cual todas las personas son "enfermos presintomáticos" aunque descarta el rechazo puro y simple de las nuevas tecnologías biomédicas, ya que muchas de esas estrategias "están orientadas a que las personas hagan de sus vidas lo mejor posible". Afirma, además, que las biopolíticas contemporáneas se han convertido en "políticas moleculares". Esto significa, en sus palabras, que "el modo de relacionarnos con el cuerpo ya no es primordialmente el entrenamiento, la corrección, la disciplina, la exclusión, sino que se lo interviene para cambiarlo y maximizarlo".



¿Qué consecuencias tiene que las biopolíticas sean hoy "políticas moleculares"?

La biopolítica de los siglos XIX y XX se ocupaba del cuerpo como un todo, diferenciando razas, clasificando a los individuos según sus capacidades intelectuales o físicas, enfocándolos como una totalidad. El individuo era visto como un ensamble de órganos, y los colectivos como ensambles de individuos. Y en cierto nivel, las personas siguen visualizando su cuerpo como constituido por partes: los miembros, los órganos, las hormonas. Muchas prácticas trabajan con el cuerpo como un todo, incluso desde la superficie, como las de belleza o de la aptitud física. Pero algo diferente está ocurriendo. Las personas ya no son vistas como un agregado de piezas sino como un ensamble de procesos moleculares, que pueden ser entendidos en términos de precisos mecanismos que ocurren dentro del cuerpo. Y una vez que los cuerpos empiezan a entenderse así -como empiezan a entenderlo las ciencias de la vida- es verosímil pensar en que es posible intervenir, transformar, modelar los cuerpos. En términos generales, esto implica una transformación en las técnicas del poder. El poder ahora se focaliza en optimizar los cuerpos, antes que en vigilarlos o modelarlos ortopédicamente. Desde luego, hay muchas ocasiones en las que los cuerpos siguen todavía siendo disciplinados, excluidos, incluso eliminados. Pero sin minimizar la gravedad de estas acciones negativas, entiendo que ellas suelen estar hoy en parte justificadas por el intento de optimizar y maximizar la vida y las capacidades corporales.

¿Implica esto que la biología ya no es un destino?

En la época de la biopolítica molecular ya no tiene sentido considerar que la biología es un destino, que nuestra naturaleza es una fatalidad: podemos intervenir sobre ella y manipularla. Eso nos convierte en personas responsables, atentas a lo que nos puede ocurrir. Ya no se trata de "cuerpos dóciles". Estas tecnologías interpelan a cuerpos muy activos: los individuos deben actuar sobre sí mismos, deben entenderse, tomar decisiones y transformarse.

Cuando señala que las personas somos empujadas a ser racionales y responsables respecto de la "dotación biológica", ¿no cree que estas respuestas están asociadas a cierta modalidad cultural, más o menos afín a lo que Weber describió como el tipo protestante: el individuo racional, previsor, seguro de sí mismo? ¿No existen también otras reacciones como el orgullo por el exceso de las culturas juveniles o el rock?

En algún sentido, esta es una pregunta weberiana sobre la relación entre los mecanismos de autocomprensión ética y la organización política, económica y social de la sociedad. Y como digo en "Las políticas de la vida", por cierto hay cierta afinidad electiva entre el crecimiento de ese intenso interés en los cuerpos para maximizar sus capacidades y el hecho de que las biotecnologías se vuelvan tan rentables en términos capitalistas. Pero cuando señalo que las personas son impulsadas a convertirse en tomadores de decisiones responsables y prudentes no me refiero a una racionalidad puritana calvinista. Se trata también de presiones para maximizar los placeres y el disfrute de la existencia. Tenemos que controlar los impulsos, sí, pero no reprimirlos, sino orientarlos para gozar mejor de la vida, incluso para poder comprar ciertos productos, sin los cuales ese disfrute se hace imposible.

¿Existen resistencias a este nuevo "homo prudens"?

Sin duda. Las nuevas prácticas ascéticas en Estados Unidos pueden ser vistas como modos de rechazar ciertos regímenes del cuerpo y abrazar otros. Sin embargo, no me gusta mucho el término resistencia, porque supone una oposición binaria entre el Poder con mayúsculas y algo así como las fuerzas eminentes del propio cuerpo y de las personas en busca de su libertad. No me gusta tampoco el término Poder, con mayúsculas, porque muchas de las prácticas que nos dan forma lo hacen intentando responder a nuestros intereses. Por otro lado, muchas de las resistencias a las prácticas del poder tienen sus propias racionalidades, su organización, y una vez que llegan a posiciones de autoridad actúan de maneras muy poderosas. Por ejemplo, el liberalismo nació como una resistencia al poder del Estado, con la idea de devolverles iniciativa a los individuos. Pero hoy el neoliberalismo es un enorme poder.

Usted critica las retóricas, tanto de celebración como de condena, del supuesto gran cambio que acompañaría al "siglo de la biotecnología". Pero eso no le impide decir que estamos frente a una "forma de vida emergente". ¿Cuáles serían sus rasgos?

Sospecho de esas posiciones que condenan o celebran siempre el hecho de que estamos al final de una época y en el comienzo de otra: se trata de una sobreexcitación respecto del presente. Pero no quiere decir que no haya diferencias. Una de ellas es el cambio de escala en relación con las intervenciones sobre y dentro del cuerpo. El foco hoy es cómo operar sobre el cuerpo más que sobre las almas o las conciencias, conectando nuestros conocimientos, nuestras formas de verdad y las técnicas asociadas con esas formas de verdad. Maximizar las capacidades del cuerpo y minimizar aquello que lo amenaza. Esto abre dos aspectos de intervención: la potenciación y las susceptibilidades. Y este último creo que es el más poderoso. La idea de que las personas tienen predisposiciones no es nueva. Lo nuevo es la idea de que si se identifican esas predisposiciones tempranamente, es posible intervenir para evitar que se manifiesten. De allí que en una serie de áreas se intentan identificar los riesgos futuros de enfermedades físicas, de enfermedades psiquiátricas o de conducta antisocial, lo cual está llevando al desarrollo de programas de cribado o tamizaje que se orientan por la creencia generalizada de que "cuanto antes, mejor". De que si uno identifica algo antes de que ocurra, siempre es mejor, porque permite intervenir.

¿Cómo analiza esa práctica?

Es complejo, porque hace años nosotros criticábamos que el servicio de salud no era un servicio de salud sino de enfermedad, que llegaba demasiado tarde. Pero una vez que tenemos estos programas que buscan identificar los signos de la enfermedad antes de que ella se evidencie, vemos la emergencia de redes de administración lucrativa de los cuerpos y las mentes. Y la creencia de que podemos identificar esos signos para intervenir conlleva varios problemas. Primero, como sabemos, los programas de cribado tienen grandes números de falsos positivos y falsos negativos; segundo, las intervenciones se realizan muchas veces en situaciones en las cuales la enfermedad nunca se desarrollaría; y en tercer lugar, como también sabemos, una vez que un individuo ha sido identificado como un enfermo "presintomático", esto transforma el modo en que las personas actúan en torno a él, y afecta su propia autocomprensión. Hay muchos ejemplos, sobre todo en el campo de mi actual investigación, que es en neurociencias y en psiquiatría. Se está generalizando una forma de vida que consiste en vivir la propia vida bajo la sombra del futuro, de lo que puede ocurrir, y hacer todo lo que se pueda en el presente para aliviar ese futuro, rodeado de expertos que, con las mejores intenciones, le ayudan a uno a entender qué podría ser y cómo evitarlo: qué beber, qué comer, no fumar, hacer ejercicio, etcétera.

Otra de las figuras que destaca es la del "individuo somático", la interpelación de los vivientes como seres cuya "verdad última" está en sus cuerpos. ¿Qué efecto tiene esto en las personas?

De un lado, sin duda la mayoría de las gobiernos ven las principales amenazas del futuro en términos somáticos: cuáles van a ser las consecuencias del aumento de la depresión, la epidemia de la obesidad, cómo resolver la brecha entre la cantidad de nacimientos y la cantidad de personas ancianas, etcétera. Esto es lo que podría llamarse una aproximación "desde arriba". Y desde el punto de los individuos, el declive de las creencias religiosas, de la creencia en la vida futura del alma como el elemento clave sobre el cual se despliega el trabajo ético, marca el declive consecuente de la idea de que uno debe trabajar moralmente sobre sí. Y lo que empieza a estar en el centro del debate es el cuerpo, la salud, mantener las capacidades físicas, la apariencia exterior pero también las capacidades interiores, incluso cuidar el legado biológico que dejaremos a los niños. La sustancia ética es poderosamente somática. Y estamos observando que ese interés se está desplazando del cuerpo al cerebro: empiezan a aparecer discursos y prácticas que alientan a cuidar el cerebro, estimularlo desde la concepción, gimnasia del cerebro, ejercicios de entrenamiento cerebral, escuchar música, etcétera. Se estimula un tipo de responsabilidad personal e incluso familiar en relación con estos tópicos.