22 de marzo de 2014

Periodismo de autor (XI). Isidoro Blaisten: "Postales y apuntes guardados en un viejo sobre amarillento"

Isidoro Blaisten (1933-2004) fue uno de los más sutiles cuentistas de nuestro medio, dueño de un extraordinario sentido del humor, un manejo preciso del lenguaje coloquial y relámpagos de fulminante poesía. Nacido en Concordia, Entre Ríos, en 1943 se radicó en Buenos Aires, en donde fue fotógrafo de plaza, vendedor de productos químicos, viajante de comercio, periodista, redactor publicitario y corrector antes de llegar a ser considerado uno de los mejores narradores argentinos por la crítica nacional e internacional. Deudor de una vida sencilla, capitalizó sus vivencias y lecturas para lograr el objetivo de ser apreciado tanto por el lector ingenuo como por el académico, cultivando un realismo costumbrista, un extraordinario sentido del humor, un manejo preciso del lenguaje coloquial y relámpagos de contundente poesía.
Su amplia obra literaria se inició en 1965 con su libro de poemas "Sucedió en la lluvia", al que le seguirían los cuentos de "La felicidad", "La salvación", "El mago", "Dublín al sur", "Cerrado por melancolía", "A mí nunca me dejaban hablar", "Carroza y reina", "Al acecho" y "Antología personal". Publicó también los libros de ensayos "Anticonferencias" y "Cuando éramos felices" y una única novela, "Voces en la noche", la que sería su última obra.
Blaisten, quien siempre se autodefinió como un "humilde cuentista", publicó su primer cuento, "El tío Facundo", en 1968 en la revista "Sur". Luego ejerció el periodismo literario en las revistas "Siglo XX" y "El Escarabajo de Oro", y en los diarios "Democracia", "La Nación" y "Clarín", entre otros medios periodísticos. Desde 2001 fue miembro de número de la Academia Argentina de Letras y miembro correspondiente de la Real Academia Española. 
Varios de sus libros fueron traducidos al inglés, francés, alemán, griego y serbio, y sus cuentos, en los que puso de manifiesto su humor y su destreza para amalgamar la ironía, lo grotesco y las particularidades lingüísticas de la realidad urbana, han sido publicados en numerosas antologías en América Latina, Europa y Estados Unidos.
En sus últimos años dirigió talleres literarios y combinó el ejercicio de la literatura con su oficio de librero de barrio. El artículo "Postales y apuntes guardados en un viejo sobre amarillento" apareció originalmente en el diario "La Nación" y fue incluido en el libro "El diario íntimo de un país. 100 años de vida cotidiana" publicado en 2000.

Según decía Borges, "así como habla la gente, así es la gente". Con el correr del tiempo, los cam­bios que se han ido produciendo en el lenguaje coloquial marcan el cambio de nuestras costum­bres. De alguna manera, la historia del cambio de éstas es la historia del cambio de nuestra lengua coloquial.
Hacia principios de esta centuria, la gente mayor conservaba una acentuación de fin de siglo. La acen­tuación grave de palabras agudas: máiz por maíz, páis por país. Hoy en día, la palabra promoción queda re­ducida a "promo" y la paz interior, tan difícil de lograr, se apocopa en "tranqui". Los padres son "pa" y "ma" y to­do está "rebién". 
Pero no solamente la forma, sino el sentido de las palabras fueron cambiando. Para nuestros abuelos, expresiones como "debemos consensuar", "proviene del riñón del menemismo", "objeto bizarro", "el referente" o "el imaginario colectivo" serían una fuente de per­plejidad, porque, para nuestros abuelos, bizarros eran los granaderos que cruzaron el Ande colosal, y los co­lectivos no eran imaginarios sino un invento argenti­no que surcaba las calles de la ciudad desde 1928.
Por el contrario, las frases "es un piojo resucitado", ''eso está escrito a la que te criaste” o "¡Hijo, qué me has traído a casa! ¿Una milonguita?" sonarían raras a los oídos de los jóvenes rockeros. Les faltaría el referente. Habría que explicarles que el término milonguita deriva de un tango y las milonguitas eran mujeres que dejaban el barrio abombadas por las luces malas del Centro y terminaban como florcitas de fango, co­mo muñequitas de carne, como objetos sexuales que venden su cuerpo en el cabaret y, cuando se daban cuenta de lo que hicieron, habrían dado toda su alma por vestirse de percal. Hacia los años cuarenta, la su­premacía del tango era evidente.
Más o menos por esos años, había una confitería o bar danzante que se llamaba Marzotto. ¿Qué pensa­ría la juventud de hoy al ver y oír la siguiente propa­ganda?: "¿A dónde va, don Otto?. A Marzotto". Había también mutilados por el vicio. La propagan­da de los cigarrillos 43 decía: "Hasta quemarme los dedos, siendo un 43". Los cigarrillos no tenían filtro y no existía la compu­tación. Para la gente de antes, los verbos escanear, faxear o resetear son incomprensibles. En cambio, el tranvía, mejor dicho, la desaparición del tranvía, implica también la desaparición de un hábito de lenguaje.
Hubo una época en que la vida de un porteño esta­ba signada por el tranvía. Cuando era niño, papá y mamá le cantaban: "Talán, talán, pasa el tranvía por Tucumán". De adolescente, le gritaban: "Dejá la puerta abierta, nomás, ¿naciste en un tranvía vos?". Y de adulto, siempre había alguien que, melancólica y poéticamente, lo animaba: "A los veinte años, cualquier tranvía te deja en la puerta".


Una particularidad incierta fueron los cambios que experimentó la moneda: patacones, pesos fuertes, pesos moneda nacional, pesos ley, australes. Estas deno­minaciones se correspondían con imágenes dibujadas en los billetes. El papel moneda fue pasando de la Li­bertad con gorro frigio a la Justicia con la balanza en la mano, pero sin venda en los ojos. Y fueron los distintos nombres del dinero los que señalaron en la Argentina cambios fiduciarios, variables económicas, inflaciones y estados del corazón. "Vento", "viyuya", "tela", "guita" son sustantivos abstractos, es lo que se tiene o lo que falta, es incontable y por tanto care­ce de medida y de mesura. En cambio, "canario", "fra­gata", "luca", indican por orden de aparición el máximo valor del dinero. "Canario" es el más antiguo, equivalía a 100 pesos y el color del billete era amarillo, amari­llo canario.
Hay un tango que habla de los "canarios" y predice un final poco feliz: "A tu viejo el millonario lo voy a ver al final con la bandera a media asta cuidando coches a nafta en alguna diagonal". 
He aquí un castigo, una premonición y un cambio de trabajo que reflejan la crisis del '30. El ingenio popular había creado un dicho: "De cada pueblo un pai­sano", que aludía al rejunte, una heterogénea vajilla o una vestimenta compuesta de un saco de un traje, un pantalón de otro traje, un chaleco de un tercero, y así sucesivamente.
Como signo de pobreza se había consolidado la alpargata y, pese al famoso eslogan "Alpargatas sí, li­bros no", la alpargata estaba en los libros. En la célebre obra de Samuel Eichelbaum, "Un guapo del '900", hay un diálogo en el cual Ecuménico López, que está protegiendo el honor y la honra de su patrón sin que éste lo sepa, contesta con desesperada insolencia: Don Alejo: "Conmigo no te hagas el pícaro. ¿Me has entendido? Ya sabes que soy la horma de tu zapato". Ecuménico: "De mi alpargata, en todo caso".
De mi infancia en el campo recuerdo un verbo que empleaba mi hermana Paulina, una palabra cu­riosa: "alpargatear". Creo que Sarmiento ya lo antici­pó en Facundo: "Estaba otra vez un gaucho res­pondiendo a los cargos que se le hacían por un ro­bo. Facundo le interrumpe diciendo: 'Ya este píca­ro está mintiendo; a ver... cien azotes...'. Cuando el reo hubo salido, Quiroga dijo a alguno que se ha­llaba presente: 'Vea, patrón: cuando un gaucho al hablar esté haciendo marcas con el pie, es señal que está mintiendo'". El gaucho no sabe mentir, carece de cinismo y la mentira lo avergüenza. Ese gesto de mirar al suelo, de hacer dibujitos con la puntera cuando no dice la verdad, se llama "alpargatear".
De esa época, de esa niñez, recuerdo dichos extraños. En Entre Ríos hay uno que dice "Agarra grande y ándate lejos". La cosa viene de los asa­dos en las estancias. El gaucho entrerriano es de una profunda delicadeza; no le gusta que lo vean comer. Sobre todo si está en la estancia del pa­trón. El hombre del interior también dice: "Más roñoso que violín de ciego" o "Más flaco que piojo e' peluca".


Ya en la ciudad, tuve un maestro en sexto grado que nos había enseñado que el francés era el idioma de la diplomacia y que por eso primaba. Nos quedó lo de primaba. Era cierto. Las madres solían decir: "¡Qué tan­to rendez-vous!" o "Se hizo solo, sin réclame" (esto quería decir bajo perfil). Todos los zapatos eran "beige", las faldas tenían "plissé-soleil" y el tango estaba lleno de "cocottes", de "mishés", de "macrós" y de "quartiers". Los ca­barets se llamaban Sans Souci, Chanteclaire, Pigalle y Petit Pigalle. Ese mismo maestro nos había enseñado que no debía­mos decir fútbol sino balompié. Esta expresión nos cau­saba gracia y por eso nosotros seguíamos diciendo fútbol, o "fulbo", y si nos queríamos hacer los cultos, "fóbal". Decir "fulbo" era de ordinarios, pero decir "fóbal" era de finos.
En esa época no existían ni mediocampistas ni za­gueros ni laterales. Salvo el arquero, que después pa­só a ser guardavallas -y hasta hubo uno que cantaba tangos que se llamaba Musimesi, "el guardavallas can­tor"-, salvo el guardavallas, digo, todo en el fútbol ve­nía del inglés. Nadie lo discutía y todos lo deformaban. El "fullback", el zaguero, era para nosotros el "fulbá"; como había dos, eran los dos "fulbás". El "center-half" era el "centrejá", que podía ser izquierdo o derecho, como los "güines", con ge, que venía de "wing", denominados ahora ala derecha y ala izquierda.
Lo único más o menos parecido al inglés era el "centroforward", porque la palabra "jans", que sonaba como un nombre propio alemán, no era sino la palabra inglesa "hands". Y lo que hoy se llama posición adelantada era el famoso "orsái", que no era otro que el "off-side". Y digo famoso porque Homero Manzi lo haría inmortal en las estrofas del tango: "Si el alma está en orsái, che bandoneón". Esta palabra "orsái" quedó y quedará en el habla natural de Buenos Aires. Quiere decir que algo está descolocado, fuera de lugar. Tiene, además, un dejo de tristeza, evoca las ilusiones perdidas. Pero como todo adelantado es un transgresor, tam­bién evoca a aquel que es castigado por adelantarse, por correr a destiempo detrás de la esperanza.
Hubo palabras que cambiaron de sentido. Hoy en día, la noticia nos informa que el queso sufrió una ponderación del 5 por ciento. Antes, los economistas no se metían con esta palabra. Antes ponderar era ha­blar bien de alguien. Yo recuerdo a mi madre y a mis cinco hermanas (cuando eran solteras), y mi madre las ponderaba delante de los candidatos: "Sírvase joven, esta torta la hizo la nena". En realidad, la torta había sido comprada por mí en la panadería y confitería El Cañón Porteño. Había tam­bién una propaganda: "Toda ponderación es poca. Tome sidra Carioca".


Pero quizá la palabra, el neologismo, que mejor sim­boliza el devenir de los tiempos en nuestro país es "tru­cho". Trucho es voz de nuestro tiempo. Corresponde a la manifestación de una desconfianza básica, resume a "meter la mula", "berreta" y "curro". Todas estas considera­ciones caben en la palabra "trucho". Todo lo trucho es falso y en época de falsedades, to­do es trucho: el fiscal es trucho, el abogado es trucho, el médico es trucho, el diputado es trucho. "Trucho" suena a truco, a algo que se ha trucado. Es un juego de espejismos y posee un valor imaginario; a ve­ces, además de provocar indignación, despierta simpa­tía. Algo de la picaresca se oculta debajo de su disfraz.
Como todo lo que está vivo, el lenguaje coloquial crece, se desarrolla y después muere. Ya nadie dice "tiquismiquis", "botarate", "biógrafo" o "pajarón", quedan algu­nos "otarios" y hay quien pronuncia "grip" en lugar de gri­pe, pero la esencia y la vivacidad del habla, su colo­rido y su ingenio permanecen en la lejanía de la me­moria de lo que alguna vez fuimos.

8 de marzo de 2014

Peter Higgs: "Veo a la física teórica como un rompecabezas perpetuo del que no conocemos la solución"

Desde que en 1905 Albert Einstein (1879-1955) publicara en la revista "Annalen der Physik und Chemie" su artículo "Zur elektrodynamik bewegter körper" (Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento) en el cual postulaba su teoría de la relatividad, fue necesario esperar hasta el 6 de noviembre de 1919 cuando el astrofísico británico Arthur Eddington (1882-1944), al mando de una expedición a la isla Príncipe, frente a Guinea, en la costa occidental de Africa, observara un eclipse y verificara la predicción más resonante de su teoría: la luz de las estrellas se desvía en presencia de un cuerpo masivo. Pareció en aquel momento que aquel excéntrico físico que trabajaba en la Oficina de Patentes de Berna, Suiza, había descubierto las leyes del universo y escudriñado hasta la misma creación sin más instrumento que su propio pensamiento. Por entonces, otros grandes científicos como Max Planck (1858-1947), Niels Bohr (1885-1962), Erwin Schrödinger (1887-1961), Werner Heisenberg (1901-1976) o Paul Dirac (1902-1984), lanzaban novedosas teorías sobre la estructura del átomo y la mecánica cuántica, un manojo de conceptos atractivos pero harto difíciles de aprehender para el común de las gentes. Entre ellos estaba el escritor inglés D.H. Lawrence (1885-1930), conocido principalmente por sus novelas "Women in love" (Mujeres enamoradas) o "Lady Chatterley's lover" (El amante de Lady Chatterley). Mucho menos divulgada es su faceta como poeta, sin embargo escribía poemas desde 1904, por la misma época en la que Einstein elucubraba su teoría de la relatividad. Lawrence reaccionó visceralmente ante los descubrimientos e hipótesis que la física iba formulando y escribió varios poemas en ese sentido: "The third thing" (La tercera cosa), acerca de la composición química del agua; "The sane universe" (El universo sano), sobre la cordura del espacio; y "Relativity" (Relatividad), en el que reveló con brutal honestidad: "Me gustan la teoría de la relatividad y la cuántica/ porque no las entiendo,/ porque hacen que tenga la sensación de que el espacio vaga/ como un cisne que no puede estarse quieto,/ que no quiere quedarse quieto ni que lo midan;/ porque me dan la sensación de que el átomo es una cosa impulsiva,/ que cambia siempre de idea". Lawrence es sólo un ejemplo de entre los millones de personas ajenas al submundo de la Física que no comprendieron los novedosos postulados de aquella revolución científica y filosófica que se desplegada por aquellos tiempos. Muchos años transcurrieron desde entonces y los descubrimientos se multiplicaron: los protones, los neutrones, la desintegración radiactiva, los quarks, los púlsares, los agujeros negros… Y ahora el bosón de Higgs, que ya intriga y confunde a personas curiosas como en su momento fue D.H. Lawrence. Este descubrimiento reciente, la pieza que faltaba del Modelo Estándar de la física de partículas (la tabla periódica del mundo subatómico), impactará en la sociedad como otros hallazgos científicos lo hicieron en el siglo XX. Encontrada en el LHC (Large Hadron Collider, Gran Colisionador de Hadrones), un anillo de 27 km de diámetro ubicado a 100 metros bajo tierra en la frontera franco-suiza cerca de Ginebra, esta esquiva partícula impregna todo el espacio, abarrota el vacío y tira de la materia, haciéndola pesada y dándole masa: sin masa no habría seres humanos, estrellas, planetas, átomos… En suma, no habría historia. Teorizada a mediados de los años '60 por Peter Higgs (1929) y otros cinco físicos casi simultáneamente -Robert Brout (1928-2011), François Englert (1932), Thomas Kibble (1932), Gerald Guralnik (1936) y Carl R. Hagen (1937)-, la idea de la existencia de un mecanismo que puebla el universo y que permite explicar por qué las partículas elementales adquieren masa se le ocurrió a Higgs mientras se ocupaba, en la Biblioteca de la Universidad de Edimburgo, de recibir y ordenar los manuscritos que se recibían de otros institutos. El 16 de julio de 1964 llegó a sus manos un artículo del físico y bioquímico estadounidense Walter Gilbert (1932) cuya lectura le permitiría desarrollar una idea que no acababa de tomar forma y que el trabajo de Gilbert refutaba. Escribió de inmediato un artículo que envió a la revista europea "Physics Letters". La semana siguiente envió un segundo artículo a la misma revista que fue rechazado por el editor, quien a la sazón trabajaba en el CERN (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire, Organización Europea para la Investigación Nuclear). Disgustado por ello y en su afán por hacer el artículo más claro, amplió un poco la explicación y lo publicó en "Physical Review Letters". Entre las líneas agregadas se encuentra aquella que sugiere la existencia de una partícula elemental que acabó adoptando su nombre. Pero tuvo que pasar casi medio siglo hasta que su huella pudo ser detectada por el LHC. Ganador del último Premio Nobel de Física, Peter Higgs, cobró una repentina fama cuando el 4 de julio de 2012 el CERN anunció el descubrimiento de la partícula que lleva su nombre. El mundo entero vio a este hombre de ojos vivaces y pelo blanco lagrimear ante un anuncio que ponía fin a casi medio siglo de espera. Hasta el mismísimo Stephen Hawking (1942) estaba seguro de que nunca se llegaría a observar esa partícula, cuyo descubrimiento se convirtió en piedra de toque para una comprensión más acabada del comportamiento de la naturaleza. No obstante, el bosón de Higgs no se puede detectar directamente ya que, una vez que se produce, se desintegra casi instantáneamente dando lugar a otras partículas elementales más habituales (fotones, electrones, etc…). Actualmente los físicos del CERN trabajan en el análisis de la enorme cantidad de datos que recopilaron durante 2012, de donde se cree que surgirán en el futuro más hallazgos de importancia para la física, tal como ocurriera cuando, en 1897, Joseph John Thomson (1856-1940) descubriera el electrón que derivaría unas décadas más tarde en la proliferación de la electricidad que cambiaría para siempre la humanidad; o cuando, en 1932, Carl David Anderson (1905-1991) descubriera los positrones que en el futuro se iban a usar en tomografías. Ya retirado, Higgs pasa la mayor parte de su tiempo recluido en su casa y no atiende el teléfono. Su debilidad son los conciertos y el teatro, que lo arrancan de esa mansedumbre que lo caracteriza, devolviéndole un aspecto más bien juvenil, y lo empujan a las calles, que sigue transitando en colectivo. En la siguiente charla que mantuvo con José Edelstein en Oviedo, España, adonde viajó para recibir el Premio Príncipe de Asturias, Higgs habla de su infancia, su formación, su relación con el mítico físico Paul Dirac, sus primeros pasos en la física de partículas hasta su reciente descubrimiento que le valió el Nobel. La misma fue publicada en el nº 533 de la revista "Ñ" del 14 de diciembre de 2013.


Comencemos por el principio. Cuénteme un poco de su infancia. Suele decirse que usted es escocés, pero no es así…

Nací en Newcastle upon Tyne, al noreste de Inglaterra, donde mi padre había llegado unos años antes, apenas graduado, para trabajar en el centro regional de la recién fundada BBC. Al cabo de un año nos mudamos a Birmingham, donde pasé los siguientes once años. Y cuando llegó la guerra nos mudamos a Bristol. La BBC creía que Londres iba a ser bombardeada y debían trasladar la mayor parte de sus operaciones a un lugar más seguro. Aparentemente creían que Bristol estaba suficientemente lejos de Alemania. Mi padre fue trasladado en la primavera de 1941 y llegamos justo después de que la parte antigua de la ciudad fuera hecha trizas por las bombas alemanas. Recuerdo que dormíamos debajo de las escaleras, ya que ofrecían mayor seguridad que las habitaciones en caso de derrumbe.

Stephen Hawking comentó que su familia se mudó en aquellos tiempos a Oxford porque existía un tratado entre alemanes e ingleses para no bombardear Cambridge y Oxford, ni Heidelberg y Goettingen.

¿En serio? No lo sabía. Bueno… Cambridge y Oxford tenían muy poca importancia militar. En cambio, Bristol tenía algo de industria. Detrás de su bombardeo estaba la destrucción de tanques de almacenamiento de combustible en el cercano puerto de Avonmouth.

¿Qué clase de niño fue Peter Higgs?

Fui hijo único. En mi infancia sufría mucho de asma y episodios de bronquitis, por lo que pasé mucho tiempo sin ir al colegio. Además, no podía practicar deportes y eso me alejaba de lo que hacían mis compañeros. Pasaba muchos períodos sin ir a clases. Mi madre me enseñaba en casa. Allí pasaba mi tiempo con los clásicos juegos de química, de electricidad y magnetismo. Me gustaba jugar con el Mecano, construir cosas que no fueran sólo decorativas, que de algún modo funcionaran. Siempre fui un entusiasta de los rompecabezas. Me acompañaban, en especial en los períodos de convalecencia en casa. De hecho, veo a la física teórica como un rompecabezas perpetuo del que no conocemos la solución. No tenemos el modelo final para poder comparar. Uno debe averiguarlo a medida que avanza a tientas.

La música es su pasión. ¿Tocaba algún instrumento?

A los trece años empecé a tomar lecciones de piano, pero ya era tarde: era demasiado autocrítico. No estaba satisfecho con mis progresos y abandoné muy pronto.

¿Era un buen estudiante?

Gracias a las clases de mi madre estaba bastante adelantado respecto a mis compañeros. Y esta ventaja se prolongó varios años. Era un chico muy estudioso. Utilizaba en casa los libros de mi padre. Gracias a ello, siempre tuve facilidad para las matemáticas.

Su paso por Bristol le hizo saber de la existencia de un tal Paul Dirac…

Estudié en la misma secundaria que él. Todas las mañanas comenzaban con una asamblea en el hall principal. En la pared del fondo se listaba a los alumnos más destacados de la larga historia de la escuela. Desde que llegué al colegio me llamó la atención la repetida aparición de su nombre y quise saber más sobre él. Supe que era físico teórico, que había ganado el Premio Nobel y que su campo eran las partículas elementales. De inmediato supe lo que quería hacer.

Comparte con Dirac el haber predicho una nueva partícula y, al igual que él, esta predicción fue una consecuencia inesperada del desarrollo de otras ideas.

Sí, es cierto, supongo... De hecho, recientemente he dado charlas con el título "Inventando una partícula elemental", en las que enfatizo que, si bien la gente cree que una partícula es descubierta, si vemos lo ocurrido con Dirac o Pauli, ambos físicos teóricos, lo que hicieron simplemente fue decir: "Estas partículas (el positrón y el neutrino, respectivamente) deben estar allí para que las teorías tengan sentido".

¿Llegó a conocerlo?

Sí, lo vi en tres ocasiones. La primera en 1959 o 1960, cuando él estaba trabajando en la formulación hamiltoniana de la gravitación. Yo asistía de manera regular a los seminarios que organizaba Hermann Bondi en Londres, y con un grupo de los asistentes fuimos a Cambridge a escuchar a Dirac hablar de su trabajo. No le hice preguntas sino que sugerí que mi formulación del problema era superior a la suya. Después de su charla fuimos a tomar el té en el Common Room del Laboratorio Cavendish (del que salieron veintinueve Premios Nobel en ciencia, entre ellos Watson y Crick). Para los estándares de Dirac, estaba muy conversador.

Era un hombre extremadamente reservado…

En sus clases, ¡leía su libro! Asistí a un curso que dio en Cambridge. Tenía la reputación de ser reacio a decir nada que no fuera estrictamente indispensable. Pocos años después, en 1962, me lo volví a encontrar en un andén de la estación central de Viena, de camino a una conferencia en Varsovia. Más bien tendría que decir que me encontré con su esposa porque toda la conversación fue con ella. El no dijo una sola palabra.

¿Llegaron a verse después de su invención del bosón?

Sí. El último encuentro tuvo lugar en 1981, cuando vino a Edimburgo a dar una charla, por dos o tres días. No me recordaba. Me preguntó: "¿Es usted el Higgs del bosón?". Le dije que sí. ¡No dijo nada más! La única conversación real tuvo lugar cuando lo llevé a su hotel y hablamos de la escuela secundaria.

De modo que no intentó hacer su doctorado en Cambridge con él sino que se quedó haciendo el doctorado en el King's College de Londres. Y al terminarlo obtuvo una beca de nombre curioso: Beca de la Comisión Real para la Exhibición de 1851.

Sí. Como había estado en Edimburgo en 1949, cuando era estudiante, explorando las montañas del norte de Escocia ya que me gustaba el senderismo, me instalé allí cuando me dieron la beca.

Se dice que su momento "eureka" tuvo lugar mientras caminaba por esas montañas.

Eso no es cierto. Es uno de los errores de Wikipedia. La última vez que salí a caminar por las Cairngorms fue en 1957, siete años antes de que sucedieran los hechos.

Una niña me pidió que le transmitiera que viendo un documental tuvo la certeza de que las partículas elementales danzan al ritmo de Vivaldi.

¡Es una idea muy bonita! Recuerdo haber oído "Las cuatro estaciones" de Vivaldi como música de una película de principios de los '50 cuando era estudiante.

¿Cuáles son sus preferencias musicales ahora?

Escucho los clásicos. Mi padre no escuchaba otra cosa que jazz. De modo que nunca escuché en casa música clásica hasta los doce años. Pero ahora, cada vez que puedo, voy a conciertos en invierno y, ciertamente, al Festival de Edimburgo. Bach es uno de mis favoritos. Mucho más tarde me encontré con la música de Haendel y fue una revelación para mí cuando pude tener grabaciones suyas y empezó a ser accesible acudir a las actuaciones de orquestas en vivo. Hay también varios compositores contemporáneos que me gustan mucho. Mi hijo más joven es músico de jazz pero no vive de eso. Trabaja en un negocio de música.

¿Le gusta la literatura?

Entre los novelistas contemporáneos que escriben en inglés me entusiasma el trabajo de Ian McEwan. Sus libros tienen muchas veces contenido científico y está claro que hace el esfuerzo de consultar a la gente adecuada para no quedar como un tonto. A mí nunca me consultó pero en una novela reciente, "Solar", tiene una larga lista de agradecimientos que incluye a varios amigos míos que trabajan en el Imperial College.

Tiene dos nietos…

Mi nieto tiene catorce años y está empezando el tercer año de secundaria y mi nieta tiene doce. Mi nieto está adquiriendo interés en ciencia. Probablemente algo haya influido el hecho de que, el primer día de la secundaria, al fondo del aula, vio un póster con una foto mía en el CERN, entonces me preguntó de qué va eso de la relatividad. Es un buen comienzo…

¿Le gusta el deporte?

Lo único que exploré fue andar en bicicleta por la campiña, a los catorce, cuando el asma remitió. Nunca he tenido mayor interés en ver deportes. Creo que soy un motivo de vergüenza para mis nietos.

¿Cómo lleva la fama?

Bueno… es halagador, claro, pero algunas veces el nivel de atención es agotador. No puedo lidiar con la cantidad de correos electrónicos y pedidos.

¿Le dice algo la palabra Argentina?

¡Ciertamente! Recuerdo el período en el que tuvieron un gobierno militar francamente desagradable. Recuerdo también los tiempos de la guerra de las Islas Malvinas. Creo que había gente en el Reino Unido que tenía la esperanza de que la guerra resultara el final del gobierno de Margaret Thatcher. Así como en Argentina estarían esperando que lo mismo ocurriera con el gobierno militar. Tomó un tiempo, pero eso finalmente ocurrió. Algo similar tuvo lugar en la guerra entre Irak e Irán. En Edimburgo teníamos estudiantes de ambos países que esperaban perder la guerra para que cayeran sus gobiernos.

¿Ha tenido alguna relación con Argentina?

No he estado nunca allí, pero recuerdo de mis tiempos de estudiante a un buen amigo, Simón Altmann, un químico teórico de la Universidad de Buenos Aires que fue al King's College de Londres, en 1949, con una beca del British Council a hacer su doctorado con el profesor Coulson. Sé que luego estuvo en Oxford y ya está retirado.

Me escribí con él. Me contó que recuerda su llegada, en 1950, porque le impresionaron las palabras de Coulson sobre usted.

¿Sí? ¿Qué dijo?

Que en su examen de física había escrito un ensayo de mecánica estadística que él no habría podido escribir mejor. Me contó también que trabajaron juntos y que recibieron con pesar su decisión de pasarse a la física de partículas. En sus palabras: "No recuerdo nada más de Peter excepto que era un muchacho estupendo, extremadamente modesto y preciso".

En los '50 tuvimos un visitante, creo que de Buenos Aires, en los tiempos de Perón, llamado Santamaría, que estaba interesado en la física de partículas. Recuerdo también el trabajo de Bollini y Giambiagi.

¿Ha leído literatura argentina?

He leído a Borges. El es, ciertamente, un escritor que disfruto. También leí, más recientemente, sobre su posición política… lo que es… un problema diferente.

Borges era un gran provocador. En una famosa entrevista en España, cuando le preguntaron por su opinión sobre el Quijote, dijo que le había gustado pero que le parecía aún mejor la versión en inglés… Y recibió una medalla de manos de Pinochet y dijo alegrarse "de que tuviéramos aquí al lado un país de orden y paz".

¿Dices que era sólo provocación? Recuerdo perfectamente el 11 de septiembre de 1973, porque estaba en la conferencia de la Sociedad Europea de Física en Aix-en-Provence y cuando llegó el turno de Daniele Amati, italiano emigrado a Buenos Aires, miembro del Partido Comunista, puso como primera transparencia una bandera chilena cubierta de sangre. Comentó lo que estaba ocurriendo en Chile y se produjo un momento de gran tensión. Algunos colegas consideraron inapropiado que se tratara un tema político en una conferencia de física. Recuerdo, en especial, a un contingente de alemanes sentados a mi lado que estaban indignados. Seguramente es injusta la generalización. Unos cuantos, en cambio, simpatizábamos con la denuncia.

Antes del golpe de Pinochet, ¿seguía la realidad chilena?

Sí, con gran interés. Estaba al tanto del proyecto político de Allende. Resultaba cada día más claro que alguien intentaría sacárselo de encima, con una valiosa ayuda de los Estados Unidos, sobre todo por lo que estaba haciendo con la industria del cobre, que afectaba sus intereses. Participé en actividades de solidaridad, particularmente ayudando a refugiados chilenos en Escocia, gente que había sido lo suficientemente afortunada para abandonar el país.

Cuando visitó Barcelona, el año pasado, me comentó que una de las razones por las que había aceptado la invitación tenía que ver con la Guerra Civil.

Estaba deseoso de ver Barcelona, en parte, por una cuestión sentimental. Soy lo suficientemente viejo para recordar la Guerra Civil Española. Un gran amigo mío, quien fue profesor de ciencias políticas en Edimburgo, era hijo del poeta John Cornford, miembro de las Brigadas Internacionales, abatido al cumplir tan sólo veintiún años.

¿Qué pasó el día del anuncio del premio Nobel? No pudieron localizarlo...

El año pasado, ante la posibilidad de que me lo dieran, se apostaron periodistas en la puerta de mi casa. No quería pasar por lo mismo. Salí a almorzar a la zona del puerto de Leith. Quería ir aún más lejos, a las West Highlands, no muy lejos del lago Ness, pero ese plan no funcionó.

¿Es cierto que se enteró por una vecina?

Cuando volvía a mi casa, por la tarde, una mujer de unos sesenta y cinco años que se identificó como una antigua vecina, detuvo su coche y cruzó la calle para decirme: "Felicitaciones por las noticias", a lo que respondí: "¿Qué noticias?". Me dijo que su hija la había llamado desde Londres para comentarle que yo había ganado ese premio.

2 de marzo de 2014

Entremeses literarios (CLXXIII)

EVA
Juan José Arreola
México (1918-2001)

Él la perseguía a través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años absurdos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavitud. Él trataba de justificarse por medio de una rápida y fragmentaria alabanza personal, dicha con frases entrecortadas y trémulos ademanes. En vano buscaba él los textos que podían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca, especializada en literatura española de los siglos XVI y XVII, era un dilatado arsenal enemigo, que glosaba el concepto del honor y algunas atrocidades por el estilo. El joven citaba infatigablemente a J. J. Bachofen, el sabio que todas las mujeres debían leer, porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros hubieran estado a mano, él habría puesto a la muchacha ante el cuadro de aquella civilización oscura, regida por la mujer cuando la tierra tenía en todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de ella en palafitos. Pero a la muchacha todas estas cosas la dejaban fría. Aquel período matriarcal, por desgracia no histórico y apenas comprobable, parecía aumentar su resentimiento. Se escapaba siempre de anaquel en anaquel, subía a veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo una lluvia de denuestos.
Afortunadamente, en la derrota, algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de pronto de Heinz Wölpe. Su voz adquirió citando a este autor un nuevo y poderoso acento. "En el principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se reproducía automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órganos esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le faltaba ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de esa separación progresista y de ese regreso accidental a su punto de origen".
La tesis de Wölpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. "El hombre es un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia", dijo casi con lágrimas en los ojos. Lo perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su mirada perdió resplandores, bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un fruto. Él sentía brotar de sus manos y de sus labios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y Eva no huyó. Y allí en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los volúmenes de conceptuosa literatura, se inició el episodio milenario, a semejanza de la vida en los palafitos.


CORRECCIÓN CINEMATOGRÁFICA
René Avilés Fabila
México (1940)

Cuando el aterrado público esperaba ver al inmenso King Kong tomar entre sus manazas a la hermosa Fay Wray, el gorila con paso firme salió de la pantalla y, pisoteando gente que no atinaba a ponerse a salvo, buscó por las calles neoyorquinas hasta que por fin dio con una película de Tarzán. Sin titubeos -y sin comprar boleto- con toda fiereza, destrozando butacas y matando espectadores, se introdujo en el film y una vez dentro ansiosamente buscó a su verdadero amor: Chita.


EL JUSTICIERO
Fabián Vique
Argentina (1966)

Salió de la chimenea y abrió la bolsa. 
- Jennifer, en esta caja encontrarás las orejas del abuelo, que enrojecía las tuyas al "saludarte" en cada cumpleaños. Nicole, aquí hallarás la cabellera de mamá, quien fingiendo peinarte tironeaba con violencia tus dorados rizos. Para ti, Edgar, el dedo índice de papá, ese que se levantaba intimidante cuando te sorprendía colocando veneno para ratas en sus zapatos nuevos. Y tú, pequeño Brian, recibe el ojo izquierdo de la abuela, el que te miró furioso el día que arrojaste su bastón barranca abajo.
- ¡Gracias! -dijimos, y nos lanzamos sobre los paquetes.


¿Y ÉL?
Beatriz Alonso Aranzábal
España (1963)

Domingo noche. Lluvia. Frío. Como si fuera una manida escena de cine, pero tan real como una pesadilla. Yo, caminando despacio, bajo el paraguas. ¿Y él? ¿Qué estaría haciendo en ese momento? Yo, mirar escaparates mortecinos, tiendas cerradas, caras largas de domingo. ¿Y él, estaría divirtiéndose por ahí, tomando cerveza en algún bar animado, charlando, riendo? Y así, mientras yo seguía buscando desesperada la manera de no pensar, para lograrlo durante tres segundos y a continuación verme inundada de ansia e incertidumbre, él… ¿qué estaría haciendo él? ¿Se acordaría de mí por un instante? Desde la acera miraba los utensilios de cocina de la ferretería y las tapas de los libros tan inertes como su propio contenido, y decidí entrar en una cafetería. Un grupo de mujeres intercambiaban sus móviles para mostrarse las fotos. Estaban tan animadas. Sorbí mi infusión y miré el reloj. Faltaban catorce horas para entrar al quirófano y no podía dejar de preguntarme qué estaría haciendo el hombre bajo cuyas manos caería profundamente dormida, jugándome el futuro.


EL ESTRUCTURALISTA DUCLAUX
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)

Llegué a París y lo primero que hice fue llamar por teléfono al gran Jean Duclaux con el fin de rogarle que me concediera una entrevista: le mani­festé que era uno de sus admiradores y que quería conocerlo personalmente. Debió de haberme creído un colega pues, ya en su casa, se sorprendió de verme tan joven. Me vi entonces en la necesidad de explicarle que era un mero estudiante. Al enterarse de que no conocía la ciudad exclamó:
- ¡Ah! Haré que mi hijo, que tiene más o menos la misma edad que usted, lo pasee por un París que no figura en las guías de turismo.
Y antes de que pudiera agradecerle su atención se asomó a la puerta de su estudio y gritó, escaleras arriba:
- Pataud!
- Quoi? -respondió una voz.
- Descende! Je voudrais te présenter un étudiant argentin. Pourrais-tu l'emmener et lui montrer le coins peu connus de París?
Dicho lo cual Monsieur Duclaux se volvió hacia mí:
- En seguida viene. Mi hijo es extraordinario. Ya lo verá usted. A él le debo, en realidad, aquel libro sobre el Símbolo que publiqué hace unos quince años. Lo escribí aprovechando las notas que había tomado cuando Pataud era un niño y empezaba a hablar. En su modo de aprender la lengua se cifraba toda la evolución lingüística desde los orígenes del lenguaje. Vivíamos entonces en una granja, en las afueras de Chitry-les-Mines. Un día Pataud aplicó al pato la palabra "cua". De allí, por una asociación especial, llamó "cua" a otros animales -pájaros, insectos- y a toda sustancia líquida, incluyendo la leche que bebía. Las semejanzas se hicieron cada vez más sutiles. Como viera la efigie de un águila en una moneda, llamó "cua" a la moneda. "Cua" fue esto, aquello y lo de más allá. A medida que se ensan­chaba su conocimiento del mundo, Pataud establecía un orden y "cua" señalaba su común denominador, como si dijéramos: el secreto de la Gran Estructura... Mi hijo es de veras extraordinario. Espérelo aquí. No tardará en bajar. Yo, desgraciadamente, tengo que retirarme.
Y se fue, dejándome solo. Mientras esperaba exa­miné los libros de su biblioteca. Allí estaban, bien encuadernadas, las importantes contribuciones del gran Duclaux al Estructuralismo contemporáneo. Al rato se oyeron pasos en la escalera y apareció un muchacho de mi edad: tenía la boca abierta y los ojos perdidos en el aire. Asombrado por el parecido entre el genio y el idiota, le pregunté tímidamente:
- ¿Pato?
- Cua -me contestó.
Salimos. Por las calles el Pato me iba explicando París:
- Cua, cua, cua...


DESPEDIDA
Luis Benjamín Román Abram
Perú (1970)

- ¿No te parece que esta lluviosa noche es hermosa?
- Para serte sincera tengo verdadero frío. Debe ser porque estoy delgada y tú, en cambio, fornido.
- Será mejor que charlemos de otra cosa, no te pongas pesimista. ¿Cuál de los modelos de autos que vienen prefieres?
- Me has hecho sonreír. Quisiera un Ferrari, pero acepto lo que aparezca. 
La pareja, sin abandonar sus paraguas, dio unos pasos y se detuvo en plena  intersección de la vía rápida. El doble impacto se escuchó incluso en un café que estaba a media cuadra.


EDUCACIÓN SEXUAL
Alonso Ibarrola
España (1934)

Jamás en la vida había sostenido con su hija (única, por cierto) una conversación en torno al tema sexual. Se consideraba muy liberal y progresista a tal respecto, pero no había tenido ocasión de demostrarlo, porque daba la casualidad de que la muchacha nunca había preguntado nada, con gran decepción por su parte y descanso y tranquilidad para su mujer, que en este aspecto era timorata y llena de prejuicios. Pasaron los años, y un día la muchacha anunció que se iba a casar. "Tendrás que decirle algo", arguyó su mujer. Y una noche, padre e hija hablaron. ¿Qué le dijo el padre? ¿Qué cosas preguntó la hija? A ciencia cierta, no se sabe. El hecho es que la madre tuvo que esperar dos horas, y cuando salieron de la salita de estar la hija exclamó: "¡Me dais asco!". Y se retiró a su dormitorio. La madre pensó que había ocurrido lo que temía. Su marido lo había contado todo, absolutamente todo.


HUMO
Claude Farías
Argentina (1965)

Todo es silencio... Fumo con la mirada perdida. En cada bocanada de humo expulso tu nombre. El humo parece ser la razón de todo. Bocanada/extraño. Bocanada/ausencia. Bocanada/repudiarte. Bocanada/vomitarte. El humo parece revelar mis secretos. El humo traduce esas palabras calladas. Soy una sensible lucidez impregnada en olor a tabaco. Y un cenicero lleno de razones.


RECOMENDACIONES PARA SER ALCANZADO POR UN RAYO
Francesc Barberá Pascual
España (1979)

Si la tormenta le sorprende bañándose en una piscina, río o playa, permanezca en el agua: el cuerpo mojado es buen conductor de la electricidad. Si se encuentra en la montaña, diríjase a la cima más alta. Refúgiese debajo de los árboles, sobre todo si están aislados. Acérquese a alambradas, verjas y cualquier tipo de objetos metálicos. Utilice su teléfono móvil. Si además realiza una llamada, la probabilidad de ser alcanzado por un rayo se multiplica. Con suerte, ella responda y pueda decirle, un instante antes de recibir el impacto, que aún la ama.


ORDEN
Diego Muñoz Valenzuela
Chile (1956)

Es de noche. El hombre toma un taxi. Viaja. El taxista asalta al hombre. Le quita dinero y documentos. El hombre queda abandonado en una esquina. Vienen asaltantes, cuchillo en mano. Lo despojan de sus vestimentas. Huyen. El hombre, desnudo, va en procura de  auxilio. Detiene un coche policial. Lo golpean. Es arrestado por no portar identificación. Sospechan delincuencia sexual. Lo encierran en la celda de los sodomitas. Es violado. Grita. Los guardias no vienen. Al día siguiente lo trasladan a enfermería. El médico ordena cambiarlo de celda. Lo dan de alta. Es trasladado a la sección de presos políticos. Después de algunos días lo interrogan. Nada le creen, pues no posee documentos. Nadie sabe o recuerda a quienes lo detuvieron. Lo torturan. Exigen entregue el nombre de sus contactos. El hombre cuenta su historia. Todos ríen. Es incomunicado. Permanece en la celda solitaria por varios meses. Cuando se acuerdan de él, está flaquísimo y loco. Lo envían al Manicomio. Grita que lo dejen en paz. Muere.