2 de marzo de 2014

Entremeses literarios (CLXXIII)

EVA
Juan José Arreola
México (1918-2001)

Él la perseguía a través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años absurdos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavitud. Él trataba de justificarse por medio de una rápida y fragmentaria alabanza personal, dicha con frases entrecortadas y trémulos ademanes. En vano buscaba él los textos que podían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca, especializada en literatura española de los siglos XVI y XVII, era un dilatado arsenal enemigo, que glosaba el concepto del honor y algunas atrocidades por el estilo. El joven citaba infatigablemente a J. J. Bachofen, el sabio que todas las mujeres debían leer, porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros hubieran estado a mano, él habría puesto a la muchacha ante el cuadro de aquella civilización oscura, regida por la mujer cuando la tierra tenía en todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de ella en palafitos. Pero a la muchacha todas estas cosas la dejaban fría. Aquel período matriarcal, por desgracia no histórico y apenas comprobable, parecía aumentar su resentimiento. Se escapaba siempre de anaquel en anaquel, subía a veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo una lluvia de denuestos.
Afortunadamente, en la derrota, algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de pronto de Heinz Wölpe. Su voz adquirió citando a este autor un nuevo y poderoso acento. "En el principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se reproducía automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órganos esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le faltaba ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de esa separación progresista y de ese regreso accidental a su punto de origen".
La tesis de Wölpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. "El hombre es un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia", dijo casi con lágrimas en los ojos. Lo perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su mirada perdió resplandores, bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un fruto. Él sentía brotar de sus manos y de sus labios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y Eva no huyó. Y allí en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los volúmenes de conceptuosa literatura, se inició el episodio milenario, a semejanza de la vida en los palafitos.


CORRECCIÓN CINEMATOGRÁFICA
René Avilés Fabila
México (1940)

Cuando el aterrado público esperaba ver al inmenso King Kong tomar entre sus manazas a la hermosa Fay Wray, el gorila con paso firme salió de la pantalla y, pisoteando gente que no atinaba a ponerse a salvo, buscó por las calles neoyorquinas hasta que por fin dio con una película de Tarzán. Sin titubeos -y sin comprar boleto- con toda fiereza, destrozando butacas y matando espectadores, se introdujo en el film y una vez dentro ansiosamente buscó a su verdadero amor: Chita.


EL JUSTICIERO
Fabián Vique
Argentina (1966)

Salió de la chimenea y abrió la bolsa. 
- Jennifer, en esta caja encontrarás las orejas del abuelo, que enrojecía las tuyas al "saludarte" en cada cumpleaños. Nicole, aquí hallarás la cabellera de mamá, quien fingiendo peinarte tironeaba con violencia tus dorados rizos. Para ti, Edgar, el dedo índice de papá, ese que se levantaba intimidante cuando te sorprendía colocando veneno para ratas en sus zapatos nuevos. Y tú, pequeño Brian, recibe el ojo izquierdo de la abuela, el que te miró furioso el día que arrojaste su bastón barranca abajo.
- ¡Gracias! -dijimos, y nos lanzamos sobre los paquetes.


¿Y ÉL?
Beatriz Alonso Aranzábal
España (1963)

Domingo noche. Lluvia. Frío. Como si fuera una manida escena de cine, pero tan real como una pesadilla. Yo, caminando despacio, bajo el paraguas. ¿Y él? ¿Qué estaría haciendo en ese momento? Yo, mirar escaparates mortecinos, tiendas cerradas, caras largas de domingo. ¿Y él, estaría divirtiéndose por ahí, tomando cerveza en algún bar animado, charlando, riendo? Y así, mientras yo seguía buscando desesperada la manera de no pensar, para lograrlo durante tres segundos y a continuación verme inundada de ansia e incertidumbre, él… ¿qué estaría haciendo él? ¿Se acordaría de mí por un instante? Desde la acera miraba los utensilios de cocina de la ferretería y las tapas de los libros tan inertes como su propio contenido, y decidí entrar en una cafetería. Un grupo de mujeres intercambiaban sus móviles para mostrarse las fotos. Estaban tan animadas. Sorbí mi infusión y miré el reloj. Faltaban catorce horas para entrar al quirófano y no podía dejar de preguntarme qué estaría haciendo el hombre bajo cuyas manos caería profundamente dormida, jugándome el futuro.


EL ESTRUCTURALISTA DUCLAUX
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)

Llegué a París y lo primero que hice fue llamar por teléfono al gran Jean Duclaux con el fin de rogarle que me concediera una entrevista: le mani­festé que era uno de sus admiradores y que quería conocerlo personalmente. Debió de haberme creído un colega pues, ya en su casa, se sorprendió de verme tan joven. Me vi entonces en la necesidad de explicarle que era un mero estudiante. Al enterarse de que no conocía la ciudad exclamó:
- ¡Ah! Haré que mi hijo, que tiene más o menos la misma edad que usted, lo pasee por un París que no figura en las guías de turismo.
Y antes de que pudiera agradecerle su atención se asomó a la puerta de su estudio y gritó, escaleras arriba:
- Pataud!
- Quoi? -respondió una voz.
- Descende! Je voudrais te présenter un étudiant argentin. Pourrais-tu l'emmener et lui montrer le coins peu connus de París?
Dicho lo cual Monsieur Duclaux se volvió hacia mí:
- En seguida viene. Mi hijo es extraordinario. Ya lo verá usted. A él le debo, en realidad, aquel libro sobre el Símbolo que publiqué hace unos quince años. Lo escribí aprovechando las notas que había tomado cuando Pataud era un niño y empezaba a hablar. En su modo de aprender la lengua se cifraba toda la evolución lingüística desde los orígenes del lenguaje. Vivíamos entonces en una granja, en las afueras de Chitry-les-Mines. Un día Pataud aplicó al pato la palabra "cua". De allí, por una asociación especial, llamó "cua" a otros animales -pájaros, insectos- y a toda sustancia líquida, incluyendo la leche que bebía. Las semejanzas se hicieron cada vez más sutiles. Como viera la efigie de un águila en una moneda, llamó "cua" a la moneda. "Cua" fue esto, aquello y lo de más allá. A medida que se ensan­chaba su conocimiento del mundo, Pataud establecía un orden y "cua" señalaba su común denominador, como si dijéramos: el secreto de la Gran Estructura... Mi hijo es de veras extraordinario. Espérelo aquí. No tardará en bajar. Yo, desgraciadamente, tengo que retirarme.
Y se fue, dejándome solo. Mientras esperaba exa­miné los libros de su biblioteca. Allí estaban, bien encuadernadas, las importantes contribuciones del gran Duclaux al Estructuralismo contemporáneo. Al rato se oyeron pasos en la escalera y apareció un muchacho de mi edad: tenía la boca abierta y los ojos perdidos en el aire. Asombrado por el parecido entre el genio y el idiota, le pregunté tímidamente:
- ¿Pato?
- Cua -me contestó.
Salimos. Por las calles el Pato me iba explicando París:
- Cua, cua, cua...


DESPEDIDA
Luis Benjamín Román Abram
Perú (1970)

- ¿No te parece que esta lluviosa noche es hermosa?
- Para serte sincera tengo verdadero frío. Debe ser porque estoy delgada y tú, en cambio, fornido.
- Será mejor que charlemos de otra cosa, no te pongas pesimista. ¿Cuál de los modelos de autos que vienen prefieres?
- Me has hecho sonreír. Quisiera un Ferrari, pero acepto lo que aparezca. 
La pareja, sin abandonar sus paraguas, dio unos pasos y se detuvo en plena  intersección de la vía rápida. El doble impacto se escuchó incluso en un café que estaba a media cuadra.


EDUCACIÓN SEXUAL
Alonso Ibarrola
España (1934)

Jamás en la vida había sostenido con su hija (única, por cierto) una conversación en torno al tema sexual. Se consideraba muy liberal y progresista a tal respecto, pero no había tenido ocasión de demostrarlo, porque daba la casualidad de que la muchacha nunca había preguntado nada, con gran decepción por su parte y descanso y tranquilidad para su mujer, que en este aspecto era timorata y llena de prejuicios. Pasaron los años, y un día la muchacha anunció que se iba a casar. "Tendrás que decirle algo", arguyó su mujer. Y una noche, padre e hija hablaron. ¿Qué le dijo el padre? ¿Qué cosas preguntó la hija? A ciencia cierta, no se sabe. El hecho es que la madre tuvo que esperar dos horas, y cuando salieron de la salita de estar la hija exclamó: "¡Me dais asco!". Y se retiró a su dormitorio. La madre pensó que había ocurrido lo que temía. Su marido lo había contado todo, absolutamente todo.


HUMO
Claude Farías
Argentina (1965)

Todo es silencio... Fumo con la mirada perdida. En cada bocanada de humo expulso tu nombre. El humo parece ser la razón de todo. Bocanada/extraño. Bocanada/ausencia. Bocanada/repudiarte. Bocanada/vomitarte. El humo parece revelar mis secretos. El humo traduce esas palabras calladas. Soy una sensible lucidez impregnada en olor a tabaco. Y un cenicero lleno de razones.


RECOMENDACIONES PARA SER ALCANZADO POR UN RAYO
Francesc Barberá Pascual
España (1979)

Si la tormenta le sorprende bañándose en una piscina, río o playa, permanezca en el agua: el cuerpo mojado es buen conductor de la electricidad. Si se encuentra en la montaña, diríjase a la cima más alta. Refúgiese debajo de los árboles, sobre todo si están aislados. Acérquese a alambradas, verjas y cualquier tipo de objetos metálicos. Utilice su teléfono móvil. Si además realiza una llamada, la probabilidad de ser alcanzado por un rayo se multiplica. Con suerte, ella responda y pueda decirle, un instante antes de recibir el impacto, que aún la ama.


ORDEN
Diego Muñoz Valenzuela
Chile (1956)

Es de noche. El hombre toma un taxi. Viaja. El taxista asalta al hombre. Le quita dinero y documentos. El hombre queda abandonado en una esquina. Vienen asaltantes, cuchillo en mano. Lo despojan de sus vestimentas. Huyen. El hombre, desnudo, va en procura de  auxilio. Detiene un coche policial. Lo golpean. Es arrestado por no portar identificación. Sospechan delincuencia sexual. Lo encierran en la celda de los sodomitas. Es violado. Grita. Los guardias no vienen. Al día siguiente lo trasladan a enfermería. El médico ordena cambiarlo de celda. Lo dan de alta. Es trasladado a la sección de presos políticos. Después de algunos días lo interrogan. Nada le creen, pues no posee documentos. Nadie sabe o recuerda a quienes lo detuvieron. Lo torturan. Exigen entregue el nombre de sus contactos. El hombre cuenta su historia. Todos ríen. Es incomunicado. Permanece en la celda solitaria por varios meses. Cuando se acuerdan de él, está flaquísimo y loco. Lo envían al Manicomio. Grita que lo dejen en paz. Muere.