21 de enero de 2015

Griselda Gambaro: "El arte tiene que sacudirnos de la anestesia en que vivimos" (1)

La escritora argentina Griselda Gambaro (1928) tiene en su haber medio centenar de piezas teatrales representadas en el país y en el mundo, y una vasta obra narrativa, poética y ensayística. Nacida en Buenos Aires en el seno de una familia humilde, comenzó desde muy pequeña a interesarse por el mundo de las letras y, ya adolescente, solía frecuentar diversas bibliotecas públicas en busca de materiales interesantes que le permitiesen disfrutar del placer de la lectura. Comenzó a escribir tempranamente dedicándose en principio a la narrativa, género que alternó después con la dramaturgia. Desempeñó distintos trabajos hasta que la obtención de premios y la percepción de sus derechos de autor le permitieron, a comienzos de los años ‘80, vivir de su tarea específica. Es autora de las obras de teatro "Real envido", "La malasangre", "Antígona furiosa", "Desafiar al destino", "La casa sin sosiego", "Penas sin importancia", "Cada cosa en su lugar", "La señora Macbeth" y "La persistencia", 
entre muchas otras. Como novelista ha publicado los libros "Una felicidad con menos pena", "Nada que ver con otra historia", "Ganarse la muerte", "Dios no nos quiere contentos", "Lo impenetrable", "El mar que nos trajo", "Promesas y desvaríos" y "Después del día de fiesta". Entre sus libros de cuentos figuran "El desatino", "Lo mejor que se tiene" y "Los animales salvajes". Además ha publicado libros de ensayos e historias infantiles. En el siguiente compendio de entrevistas, Gambaro habla, entre otros temas, sobre sus comienzos en la narrativa y la dramaturgia. Las mismas fueron logradas por Olga Cosentino y Lucía Turco para los nros. 248 y 529 de la revista "Ñ" aparecidas el 28 de junio de 2008 y el 22 de noviembre de 2013 respectivamente.


¿Qué situaciones la han marcado para ir construyendo su lugar como mujer y su pensamiento sobre la mujer?

Creo que ha sido un largo camino, porque las mujeres de mi generación padecieron una educación autoritaria, de mucha sujeción. Me ha ayudado mucho el trabajo de otras mujeres, tanto en el aspecto social, político, sexual, de libertad de género. Si bien no me he especializado en el tema, puedo decir que a través de mi trabajo he incorporado otra mirada. Cuando se publicó mi novela "Ganarse la muerte" en 1976, que se tradujo al francés por una editorial de mujeres, recuerdo que viajé para la presentación del libro y esas mujeres le habían dado a la novela una lectura muy feminista. Ahí comencé a informarme más y a prestar más atención a los personajes femeninos de mis obras. En el teatro argentino hay pocos personajes protagónicos mujeres y, por otra parte, la mirada de nuestro primer teatro sobre la mujer fue bastante peyorativa. En las obras de Laferrere, las mujeres son siempre las malvadas, las coquetas, las inconstantes. Salvo en el teatro argentino anarquista de los '20, la mujer fue muy subvalorada. Creo que en mis obras la mujer aparece en espacios que no son subalternos, como en "Antígona furiosa", "La malasangre", "La persistencia". A veces es una mirada crítica, como "La señora Macbeth".

Su entrada en la escritura teatral en 1965 con "El desatino" causó un escándalo. ¿Cree que más allá del estilo de su pieza también influyó su condición de mujer?

Puede ser, nadie tiene una precisión o definición exacta de lo que va viviendo, supongo que algo tuvo que ver porque históricamente la subestimación de la mujer en el teatro argentino ha sido grande. Pero uno va viviendo sin analizar demasiado, es el día de hoy que tampoco analizo tanto las circunstancias. Podría decir que ingresé con mucha inocencia al campo de la dramaturgia, pensando en reunirme con los autores de mi generación que hacían un teatro muy distinto. Pero yo había estrenado en el Instituto Di Tella y ellos eran autores de izquierda que lo veían como una institución esnob. Hasta que la dictadura militar mostró que con distintos modos, tendencias, estábamos todos en lo mismo.

¿Cómo impactó en usted la censura de su novela "Ganarse la muerte" durante la última dictadura militar y el posterior exilio?

Cuando escribí esa novela ni pensaba que podía ser prohibida. El exilio siempre es un desgajamiento doloroso, pero pasados los primeros meses, se trata de no perderse. En ese tiempo, terminé de escribir la novela "Dios no nos quiere contentos" que publiqué en Barcelona. También escribí "Lo impenetrable", una novela erótica. Pero no escribí teatro porque para mí el teatro te pide un público presente y yo no sabía bien qué decirle al público español.

Usted sabe de los rigores de la controversia y la incomprensión. Los conoció a poco de iniciarse en el oficio, cuando su obra "El desatino" subió a escena en el Instituto Di Tella...

Ah, en aquel entonces, los adjetivos que me aplicaron fueron de lo más variados y suculentos.

¿Cómo evalúa hoy aquel rechazo que, curiosamente, tuvo lugar en una época de oro para las vanguardias estéticas, como fueron los años '60?

Bueno, cuando se estrenó "El desatino" yo recién empezaba. Era, como quien dice, una "caída del catre". En teatro, sólo había escrito "Las paredes", y estaba convencida de que mi obra iba a tener buena recepción. Para mí era de lectura accesible, con bastante humor negro. Pero no tenía experiencia con eso que llamamos el público; yo venía de la literatura, no del teatro. Me sorprendió el escándalo que produjo. En general, el público siempre es reacio a aceptar nuevos esquemas de percepción. A eso se sumó que era una época muy politizada y "El desatino" no parecía, a primera vista, una obra política. Se hizo una lectura prejuiciosa desde el realismo, al que hay que reconocerle, no obstante, un bien ganado prestigio. Y claro, la obra desconcertó con un lenguaje diferente, que desarrollaba escenas de forma algo inesperada. Por otra parte, tal vez haya molestado que fuese una mujer quien irrumpía con una voz distinta. Lo cierto es que la obra produjo un "shock" de rechazo.

También hubo un sector que valoró en su obra el advenimiento de un nuevo discurso poético y dramático.

Es cierto. Por eso será que ahora desconfío de tanta aprobación. Pero sí, para mí fue muy importante que el director del Di Tella, Roberto Villanueva, encontrara en la obra razones para llevarla a escena o que les gustara a críticos como Ernesto Schoo o Kive Staiff. Y viví como una novedad el hecho de que esas figuras que yo había imaginado sobre el papel se sostuvieran como personajes en el cuerpo de los actores.

¿Cómo se inició en los aspectos técnicos de la escritura teatral?

Nada, ni siquiera había visto mucho teatro. Pero siempre leí mucho y con una mirada observadora de los mecanismos. Es cuestión de leer no sólo la historia, por ejemplo, de "Casa de muñecas" o de las obras de Pirandello, sino la estructura que hay allí. Así, uno aprende.

A varias de sus obras se le ha adjudicado un sentido anticipatorio, como es el caso de "El campo" respecto de los campos de concentración de la dictadura militar. ¿Qué es lo que la lleva a percibir en el presente esos vaticinios?

No hay tal vaticinio. Sólo es cuestión de sintonizar las señales de lo que pasa. Es pura observación de la realidad.

¿Qué elementos de la realidad la afectan actualmente como para funcionar como disparadores de su inspiración?

Me afectan las cosas del mundo de manera permanente. Pero no quiero ser autorreferencial. Creo que son cuestiones que afectan a cualquier ser humano que no sea una bestia salvaje. Como hay tantos, por otra parte.

El tema de la infancia aparece en su libro "Conversaciones con chicos", en sus novelas "El mar que nos trajo" y "Dios no nos quiere contentos" o en su obra "La persistencia". ¿Por qué en casi todos esos casos su mirada rompe con el imaginario social sobre la niñez?

No todos se sensibilizan de la misma manera frente a los mismos hechos. Yo me alegro de poder romper esas convenciones. Si mi trabajo tiene una finalidad es la de remover lo estructurado, lo acomodaticio, la costumbre. La gente ve la foto de un desnutrido del Chaco y la indignación dura segundos. Creo que todo el arte tiene que sacudirnos de la anestesia en que vivimos. "Conversaciones con chicos" está hecho a partir de diálogos con mis hijos y con otros chicos que conozco, a medida que fueron creciendo. Yo tengo una relación muy fuerte con los chicos, como también con los animales y con las plantas. En el caso de "La persistencia", el disparador fue la masacre de más de trescientos rehenes, en su mayoría niños, que se produjo en 2004 con el ataque a una escuela rusa por un comando checheno. Somos un receptáculo de lo que está pasando y emitimos nuestra respuesta. Yo la expreso con mis herramientas.

La multiplicidad temática y de géneros que abarca su escritura incluye la novela erótica "Lo impenetrable". ¿Cómo entró en ese peculiar universo de una cortesana del siglo XVIII?

Eso lo escribí durante mi exilio en España. El tema principal es patético: la historia de alguien que nunca puede consumar el deseo. En cuanto a la ambientación de época, en general me inspiro en mis lecturas previas. Pero no suelo hacer una investigación histórica porque no es ese mi objetivo; las descripciones están hechas con entera libertad. Del mismo modo trabajé en "El mar que nos trajo".

Pero esa novela tiene un fuerte componente autobiográfico vinculado a sus antepasados inmigrantes, de modo que las fuentes habrán sido los relatos familiares.

Sólo en alguna medida, pero tampoco me puse a buscar datos sobre la inmigración. Yo trabajo con lo que sé, con lo que me dejó lo que leí a lo largo de mi vida. En ese caso tuve muy presentes algunos textos de Edmundo de Amicis. Sólo hay un caso muy puntual, mi novela "Después del día de fiesta", en que me documenté exhaustivamente sobre Leopardi. Lo que pasa es que, cuando escribo, quiero contar una historia y no siempre es lo que termina leyendo el lector.

¿Cómo se ha sentido leída, tanto por lectores anónimos como por los directores que montan sus obras, los actores que las interpretan o los traductores que las vierten a otros idiomas?

En cuanto a las actuaciones y las puestas en escena, es una experiencia que, ya se sabe, a veces termina en satisfacción y a veces en desencanto. Cuando se trata de una traducción, si es muy mala no la autorizo y si conozco el idioma la controlo. Pero debo decir que muchas puestas de mis obras me han dejado muy satisfecha.

¿Qué opinión tiene del arte como entretenimiento o deleite al servicio de quienes pueden disfrutarlo?

También es bueno escuchar una sinfonía de Mozart y obtener consuelo. Eso no enceguece, no borra lo que uno sabe; tal vez pone la nota de luz necesaria para no caer en la oscuridad total. Pero llevaría más que esta charla profundizar en las implicancias del arte en su relación con la sociedad. En la plástica, por ejemplo, hay una pseudovanguardia que considera que filmar la muerte de la madre puede convertirse en obra de arte. Por otra parte, sabemos que el arte tiene un costado forzosamente elitista. Uno desearía que cualquiera pudiera acceder, pero sabemos que no sucede. Son infinitos los cuestionamientos que se le pueden hacer a lo que llamamos cultura.

Usted tiene experiencia en cuestionamientos y hasta en prohibiciones: su novela "Ganarse la muerte", le valió la censura en 1977 y el exilio en Barcelona. Y hace un tiempo volvió a verse en medio de una polémica con nuevas generaciones de dramaturgos. ¿Cómo vive esas situaciones a esta altura de su carrera, ya que no parece tener especialmente un ánimo confrontativo?

Como he alcanzado una edad considerable, me concedo el beneficio de no interesarme en ese tipo de conflictos. Por otra parte, no todos los autores jóvenes son iguales. A veces influyen las características personales, cierto narcisismo que impide escuchar y considerar el discurso del otro. Pero son otros los problemas que me interesan, no esas cuestiones tan pedestres. El arte no tiene sentido si no considera que se dirige a una sociedad de la que su discurso se alimenta. Escribir para divertirme y para divertir a unos pocos de mi entorno no me interesa. Se ve mucho en artes plásticas, como decía, y sobre todo en Europa. Personalmente, creo que en América Latina no podemos darnos el lujo de un arte de transitoriedad vacía, complaciente. Son otros los valores. Yo tengo otros, al menos.

Usted reflexionó sobre el narcisismo y la fragilidad del artista en su novela "Dios no nos quiere contentos" a través del personaje de la Ecuyère...

Sí, podría ser una síntesis. Pero es en el final, cuando la Ecuyère se lleva a todos en su trapecio, que se convierte por fin en artista. Lo otro son las distorsiones de esta sociedad de consumo, con sus concursos patéticos por televisión, que hacen de la vida una cosa miserable. Es una banalización que termina por adulterar el dolor más genuino. La pérdida de un hijo llega a exhibirse como una mercancía para los medios. Hasta el duelo se hace público de manera soez.

En una charla reciente dijo que actualmente está escribiendo un texto sobre la vejez...

Son apenas unas pocas hojitas. Es que los viejos -hablo de ellos como si yo no lo fuera- me sorprenden, me fastidian y me conmueven. Por eso empecé a escribir unos textos breves, donde digo que soy vieja y soy nueva. Se llama "Contradicciones". Es que justo había leído el "Elogio de la vejez" de Cicerón y encontré que el autor hace ahí como la zorra que no puede acercarse a las uvas: acentúa los beneficios de la vejez. Eso me causó gracia. Y escribí esas líneas. Pero no sé si seguiré o no con el tema.

Independientemente de lo que escribió Cicerón, ¿qué piensa usted de la vejez?

Creo que es una etapa de la vida muy activa y hay ejemplos de sobra. Una etapa en la que las pasiones persisten con fuerza, incluso a veces la pasión erótica. Los sentimientos siguen también vigentes con la intensidad de los veinte años. ¿Qué los viejos son apáticos, pasivos? No; hay viejos sabios, impetuosos, arbitrarios. Y algunos muy obsesionados consigo mismos, que se aferran de mala manera a sus enfermedades, a la decadencia inevitable. En mi libro "Escritos inocentes", un ensayo de 1999, yo escribí algo así como que la fatiga, la pérdida de los dientes y las canas son tres signos de la vejez que podemos superar; no así el cuarto, que es cuando los seres y las cosas nos miran y nosotros no devolvemos la mirada. Eso es lo que me parece terrible de la vejez: la pérdida de la curiosidad, el ensimismamiento.