14 de agosto de 2015

Zygmunt Bauman (5): "La idea de la muerte es una futilidad, porque vamos morir de todas formas"

Zygmunt Bauman ha visto desfilar el fascismo, el nazismo, la Segunda Guerra Mundial, las felonías cometidas por el estalinismo en nombre del socialismo, la proclamación de la sociedad del bienestar como respuesta protectora ante la amenaza del sistema socialista y a las exigencias de la población trabajadora, y la discreta instauración de un sistema económico que, en las últimas tres décadas, ha ido agrandando la brecha que separa a una minoría acaudalada, cada vez más rica, del grueso de la población, cada día más precaria. "Para las mentes sensatas -afirma- no hay misterio alguno en el espectacular crecimiento del fundamentalismo. Es todo menos desconcertante o inesperado. Heridos por la experiencia del abandono, los hombres y mujeres de nuestra época sospechan que son las piezas del juego de otro". Para el autor de "Collateral damage. Social inequalities in a global age" (Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global) y "Globalization. The human consequences" (La globalización. Consecuencias humanas), las sociedades actuales parecen estar embotadas, han perdido la sensibilidad moral. Los individuos se habitúan a presenciar el sufrimiento trágico de los más desposeídos y sólo se abocan a sus respectivos intereses egoístas. Hasta tal punto llega esa ceguera que, a la hora de las elecciones para las responsabilidades políticas, no son capaces de ver que vuelven a elegir a los mismos corruptos que les están robando dinero, oportunidades y esperanzas. La posmodernidad depuso a la diosa razón e instaló un individualismo excluyente y el placer en su trono, alimentados por el consumo material a como de lugar. Para finalizar, la quinta y última parte del compendio editado de algunas entrevistas que Bauman concedió últimamente a los diarios "La Vanguardia", "El Periódico" y "ABC" (de España), y "Clarín" y "Perfil" (de Argentina).


Vivir en un mundo líquido, ¿qué significa exactamente?

Modernidad significa modernización obsesiva, adictiva, compulsiva. Modernización significa no aceptar las cosas como son, sino cambiarlas en algo que consideramos que es mejor. Lo modernizamos todo. Tomas tus regulaciones, tus relaciones, tus objetos y tratas de modernizarlos. No viven demasiado tiempo. Eso es el mundo líquido. Nada encuentra una forma definida que dure mucho tiempo. Hay que decir que fundir lo sólido, hacerlo líquido y moldearlo de nuevo era una preocupación de la modernidad desde el principio, pero el objetivo era otro. Arbitrariamente, pero creo que de forma útil, fijo el inicio de la modernidad en el año 1755 en el terremoto de Lisboa, al que siguió un incendio que destruyó lo que quedaba y luego un tsunami que se lo llevó todo al mar.

¿Por qué en ese terremoto?

Fue una catástrofe enorme, no sólo material sino también intelectual. La gente pensaba hasta entonces que Dios lo había creado todo, que había creado la naturaleza y había puesto leyes. Pero de repente ve que la naturaleza es ciega, indiferente, hostil a los humanos. No puedes confiar en ella. Hay que poner el mundo bajo la administración humana. Reemplazar lo que hay por lo que puedes diseñar. Así, Rousseau, Voltaire o Holbach vieron que el antiguo régimen no funcionaba y decidieron que había que fundirlo y rehacerlo de nuevo en el molde de la racionalidad. La diferencia con el mundo de hoy es que no lo hacían porque no les gustara lo sólido, sino, al revés, porque creían que el régimen que había no era suficientemente sólido. Querían construir algo resistente para siempre que sustituyera lo oxidado. Era el tiempo de la modernidad sólida. El tiempo de las grandes fábricas empleando a miles de trabajadores en enormes edificios de ladrillo, fortalezas que iban a durar tanto como las catedrales góticas. Sin embargo, la historia decidió un camino muy diferente.

¿Se hizo “líquida”?

Sí. Hoy la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el futuro. No creemos que haya soluciones definitivas y no sólo eso: no nos gustan. Por ejemplo: la crisis que tienen muchos hombres al cumplir ccuarenta años. Les paraliza el miedo de que las cosas ya no sean como antes. Y lo que más miedo les causa es tener una identidad aferrada a ellos. Un traje que no te puedes quitar. Estamos acostumbrados a un tiempo veloz, seguros de que las cosas no van a durar mucho, de que van a aparecer nuevas oportunidades que van a devaluar las existentes. Y sucede en todos los aspectos de la vida. Hace dos años la gente hacía enormes colas por la noche por el iPhone 5 y ahora mismo las hace por el 6. Puedo garantizar que en dos años aparecerá el 7 y millones de iPhone 6 serán lanzados a la basura. Y eso que es así con los objetos materiales funciona igual con las relaciones con la gente y con la propia relación que tenemos con nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto tenemos miedo de fijar nada para siempre.

¿Cuáles cree que son los efectos de esta nueva situación en la gente?

Hace unos años la gente joven iba a trabajar para Ford o Fiat como aprendiz y podía acabar estando allí los siguientes cuarenta años si no se emborrachaba o moría antes. Hoy los jóvenes que no han perdido la ambición tras tener amargas experiencias laborales sueñan con ir a Silicon Valley. Es la meca de las ambiciones de todo hombre joven, la punta de lanza de la innovación, del progreso. ¿Sabe cuál es la media de un trabajador en una empresa de Silicon Valley? Ocho meses. El sociólogo Richard Sennett calculó hace unos años que el trabajador medio cambiaría de empresa once veces durante su vida. Hoy esa cantidad es incluso mayor. Las generaciones que emergen de las universidades en grandes cantidades están todavía buscando empleo. Y si lo encuentran, no tiene nada que ver con sus habilidades y sus expectativas. Están empleados en trabajos basura, temporales, sin seguridad, sin recorrido laboral. Así que la manera principal en la que nos conectamos al mundo, que es nuestra profesión, nuestro trabajo, es fluida, líquida. Estamos conectados sólo por agua. Y no puedes estar conectado por eso, produce inundaciones, fugas…

¿Por eso dice que hemos pasado del proletariado al precariado?

Hace no mucho el precariado era la condición de vagabundos, "homeless", mendigos. Ahora marca la naturaleza de la vida de gente que hace cincuenta años estaba bien instalada. Gente de clase media. Menos el 1% que está arriba del todo, nadie puede sentirse hoy seguro. Todos pueden perder los logros conseguidos durante su vida sin previo aviso. No hace tantos años, siete, el crédito y los bancos se hundieron y la gente empezó a ser desahuciada de sus casas y sus trabajos. Antes de eso, los ­optimistas hablaban de orgía del consumo, la gente pensaba que podía gastar dinero que no tenía porque las cosas serían mejores cada vez y también sus ingresos, pero todo eso se ha hundido. Las consecuencias son hoy los recortes, la austeridad, el alto nivel de desempleo y, sobre todo, la devastación emocional y mental de muchos jóvenes que entran ahora al mercado de trabajo y sienten que no son bienvenidos, que no pueden añadir nada al bienestar de la sociedad sino que son una carga. No saben qué va a pasar, pero ni sabiéndolo serían capaces de prevenirlo. Ser un sobrante, un desecho, es una condición aún de una minoría, pero impacta no sólo en los empobrecidos sino también en cada vez mayores sectores de las clases medias, que son la base social de nuestras sociedades democráticas modernas. Están atribuladas.

¿Van a desaparecer las clases medias?

Estamos en un interregno. La palabra se usó por primera vez en la historia de la antigua Roma. Gramsci actualizó la idea de interregno para definir una situación en la que los viejos modos de hacer las cosas ya no funcionan, pero las formas de resolver los problemas de una nueva manera efectiva aún no existen o no las conocemos. Y nosotros estamos así. Los gobiernos viven atrapados entre dos presiones imposibles de reconciliar: la del electorado y la de los mercados. Tienen miedo a que si no actúan como la Bolsa y el capital viajero quieren, las Bolsa quebrará y el dinero se irá a otro país. No se trata sólo de que pueda haber corrupción y estupidez entre nuestros políticos, sino que esta situación les hace impotentes. Y por eso la gente busca desesperadamente nuevas formas de hacer política.

¿Cómo los indignados?

Es un buen ejemplo. Si el gobierno no cumple, vamos a la plaza pública. Pero es un buen intento que no trae mucho resultado. Estamos buscando. Intentando crear alternativas practicables para cumplir con las necesidades colectivas. El interregno por definición es transitorio. Yo creo que no viviré para ver el nuevo arreglo, pero otros buscarán estas alternativas. Porque este periodo de suspensión en el que muchas cosas van mal y tenemos pocas ideas para solucionarlas no es eternamente concebible.

¿No nos habremos hecho ya demasiado líquidos?

Los cambios van y vienen. Mucha gente está hoy convencida de que ya hay alternativas, pero que son invisibles porque aún están muy dispersas. Benjamin Barber ha publicado el libro "Si los alcaldes gobernaran el mundo" en el que dice que los estados están acabados, que fueron una buena herramienta para la separación, la independencia y la autonomía, pero que en nuestros tiempos de interdependencia deben ser reemplazados. Que las instituciones locales son capaces de enfrentarse a los problemas mucho mejor, tienen la dimensión adecuada para ver y experimentar su colectividad como una totalidad. Pueden llevar a cabo luchas mucho más efectivas para mejorar las escuelas, la sanidad, el empleo, el paisaje. Pide una especie de Parlamento mundial de alcaldes de las grandes ciudades. Nada demasiado utópico, porque el 70% de la población vive en ciudades. Un Parlamento donde la gente hable y comparta experiencias que son enormemente similares. Y los cambios pueden estar ya aquí. Mi tesis, cuando estudiaba, fue sobre los movimientos obreros en Gran Bretaña. Indagué en los archivos del siglo XIX y los diarios. Para mi sorpresa, descubrí que hasta 1875 no se mencionaba que estaba teniendo lugar una revolución industrial, había sólo informaciones dispersas. Que alguien había construido una fábrica, que el techo de una fábrica se hundió… Para nosotros es obvio que estaban en el corazón de una revolución, para ellos no.

¿Cuáles son las consecuencias de una autoridad que se encuentra ahora en manos de la seducción, el "glamour" y la belleza?

Probablemente sea algo que se ve en todos lados, el cambio de la naturaleza de la política. La política es una serie de oportunidades fotográficas. Usted dice seducción, "glamour" y belleza. Si lo reducimos a los problemas básicos, usted no puede imaginarse un candidato a presidente que gane las elecciones si es obeso, desagradable, que balbucea en vez de hablar con claridad. Todo es una cuestión de presencia. La presencia reemplaza a la sustancia, la política se transforma en un juego de la impresión que se causa. Esa es una consecuencia extremadamente importante de este cambio en la naturaleza de la autoridad. No puedo recordar quién dijo que el amor que se basa en la belleza, como la belleza, se termina rápido. Eso también aplica al terrible abismo de nuestra política. Si me preguntan por las consecuencias, mi respuesta sería que la consecuencia es la volatilidad de la política y la disolución de la confianza en las instituciones políticas ya establecidas. La gente no confía en que los gobiernos puedan cumplir con lo que prometen.

Política líquida.

Y por ende están constantemente buscando un cambio. Quizás otro haga las cosas mejor. La familiaridad de los políticos es su mayor desastre, ya que lo familiar se está tornando aburrido en nuestro moderno mundo líquido. La gente necesita de nuevas atracciones.

¿Qué piensa sobre el rol de los intelectuales en distintas formas?

Es un rol tremendamente importante. Describo todo eso en mis escritos, por ejemplo en "Legisladores e intérpretes", el primer libro de la serie dedicada al análisis de la modernidad. Los intelectuales, cuando nació la posición, fueron definidos como legisladores y luego fue resumida en 1899 en la nueva palabra "intelectual". Simplemente otorgaban la información, la introducían y establecían por medios legislativos el estilo de vida que se consideraba apropiado, digno de la humanidad. Eso cambió. Los intelectuales no son más legisladores, ya no declaran un veredicto sobre cómo debemos vivir. Sólo tratan de explicar, pero este acto es crucial porque la experiencia individual, por más brillante que sea el individuo, es en cierta medida limitada al itinerario individual de la vida. Muchas de las condiciones que determinan el destino del individuo están escondidas, tapadas, no contempladas por la división del individuo.

¿Todavía existen los intelectuales orgánicos? ¿O los intelectuales específicos, como dijo Gramsci?

La idea de Gramsci de intelectuales orgánicos estaba ajustada a la práctica de las clases sociales. Las clases eran, a su vez, fuerzas políticas en potencia. Ahora bien, la gran pregunta es si las categorías de las personas dentro de la sociedad contemporánea todavía responden a la definición de clase como campo político en potencia. Tradicionalmente, la sociedad se encontraba dividida en clases altas, clases medias y clases bajas o clases trabajadoras. Según Guy Standing, un brillante sociólogo, las clases medias se están disolviendo lentamente, siendo reemplazadas por lo que se llama la clase precarizada. El término precarización proviene del francés "précarité": inestabilidad. La clase media no está sólidamente establecida, no está orientada al futuro, no son audaces, no experimentan. Lo que distingue a la clase precarizada es su falta de confianza en sí misma. Ya no están seguros de sí mismos, de la estabilidad, de la posición en la sociedad, de la duración de sus logros, de sus logros en general. También los distingue su miedo disipado e inespecífico. El miedo a perder, de perderlo todo. Pueden perder a su pareja, pueden perder su trabajo, pueden perder su fortuna en la Bolsa de Valores, pueden perder todo aquello por lo que trabajaron. Lo que define al precarizado como una clase son estos temores comunes a todos los miembros de la clase. No se unen entre sí. Cada uno sufre por su cuenta. Y esta clase de sufrimiento no los lleva a unirse, a desarrollar solidaridad con sus pares. Al contrario: los ubica como competidores. Compiten por el mismo trabajo, por las mismas oportunidades de sobrevivir el próximo round de austeridad, el próximo round de economías, por lo cual hay pocas probabilidades de transformar esta categoría de población en una clase social. Y lo mismo se aplica a las clases bajas, las cuales ahora han sido renombradas. Usted conoce la noción de clase marginal, que es muy diferente de la clase baja. La clase baja se encuentra en el extremo inferior de la escalera, pero, al menos, está en la escalera, sólo son un conjunto de solitarios abandonados, privados y despojados, que viven con dolor, sufriendo.

¿Qué ha cambiado?

Cuando era joven todos mis contemporáneos en la izquierda, la derecha o el centro coincidían en un punto: si ganamos el gobierno o hacemos una revolución, sabemos qué hacer y cómo lo haremos mediante el poder del Estado. Ahora nadie cree que el gobierno puede hacer nada. Los gobiernos son vistos como instituciones que nunca cumplen sus promesas. Es un grave problema. Porque significa que aunque sepamos cómo crear una sociedad más humana -y por ahora hemos abandonado la esperanza de poder diseñarla-, la gran pregunta, para la que no tengo respuesta, es quién va a convertirla en realidad.

¿Qué significa la muerte para usted?

Escribí acerca de ello en "Mortalidad e inmortalidad, dos estrategias de vida". Pensaba en la inmortalidad, soñaba con la inmortalidad, soñaba con dejar un rastro en el mundo, dejar el rastro atrás de mí, vivir la vida de tal manera que no desapareciera junto con el polvo. Ahora, cada uno determina la estrategia de vida, de qué forma quiere vivir.

¿Y en su caso?

Es una larga historia, un libro entero. La pregunta es qué tipo de estrategia seguir. Estas cambian con el tiempo. El conocimiento de que tenemos que morir, que es irreparable, inherente a las especies humanas, lo destruye el enfoque moderno. Ya no tenemos miedo a la muerte, sino que tememos ser parias, les tememos a la enfermedad, a la contaminación, a la polución, al terrorismo, a los ladrones o lo que sea. De modo que destruimos la idea de una completa desaparición dentro de una serie de amenazas. La ventaja de ello es que estamos tan ocupados luchando y alejando todos estos peligros que nos olvidamos por completo de su futilidad porque vamos morir de todas formas.