24 de octubre de 2015

James Ellroy: "Casi todo el tiempo me encierro en una habitación y lo único que hago es trabajar. Me invaden pensamientos, me da miedo morir y puedo ver lo que hay más allá de la vida"

Para buena parte de la crítica literaria estadounidense, desde Raymond Chandler (1888-1959) en adelante, las novelas ambientadas en la ciudad de Los Ángeles componen un género literario con características propias. Para James Ellroy (1948), que allí nació, es la protagonista sobresaliente de su obra. Policías corruptos, conspiraciones y los bajos fondos de la política componen el círculo vicioso de este autor que asegura no leer nada actual del género negro, pero reconoce ciertas influencias de Don DeLillo (1936) para elaborar sus novelas de ficción criminal. Autor de "Brown's réquiem" (Requiem por Brown), "Blood on the moon" (Sangre en la luna) y "Suicide hill" (La colina de los suicidas), entre varias otras, en 1987 publicó la primera de las cuatro novelas que componen su "L.A. quartet" (Cuarteto de Los Ángeles): "The black dahlia" (La dalia negra), a la que le siguieron "The big nowhere" (El gran desierto), "L.A. confidential" (Los Ángeles confidencial) y "White jazz" (Jazz blanco), serie con la que obtuvo una enorme popularidad. Luego de publicar varias novelas más y las autobiografías "My dark places" (Mis rincones oscuros) y "The Hilliker curse. My pursuit of women" (A la caza de la mujer), ahora acaba de lanzar "Perfidia" (Perfidia), novela con la que se propone dar inicio a su segundo "Cuarteto de Los Ángeles". A lo largo de su extensa obra el asesinato de su madre cuando él tenía apenas diez años aparece una y otra vez reflejado. Mujeres pelirrojas (como su madre) desfilan por la mayoría de sus libros y "Perfidia" no es la excepción. No obstante ello, grandes traumas de su país natal también aparecen en sus últimas novelas: la fallida invasión de Bahía de Cochinos, la Guerra de Vietnam o los asesinatos de John F. Kennedy (1917-1963) y Martin Luther King (1929-1968). "Perfidia" comienza en las horas previas al ataque japonés a Pearl Harbor durante la Segunda Guerra Mundial. A partir de allí el novelista californiano expone con crudeza el racismo y la xenofobia que se desencadenaron en Estados Unidos en una trama que se desarrolla durante una veintena de días. Dice Ellroy que no hay punto de vista más eficiente y fidedigno para contar toda una sociedad que hacerlo desde sus lugares y pensamientos más oscuros; de todo ello habla en el compendio editado de sendas entrevistas concedidas a Inés Martín Rodrigo para el periódico español "ABC" y a Juan Manuel Bordón para el nº 609 de la revista argentina "Ñ" del 19 de abril y el 30 de mayo, ambos del corriente año, respectivamente.


¿Por qué decidió escribir "Perfidia"?

Tuve una revelación: hace unos años me asaltó la imagen de un grupo de jóvenes americanos de ascendencia japonesa conducidos a un campo de internamiento. Entonces pensé que podía escribir el segundo "Cuarteto de Los Ángeles" y situar a los protagonistas del "Primer Cuarteto" poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Decidí que el libro se llamaría "Perfidia" y que transcurriría durante el ataque de Pearl Harbor.

¿Y por qué lo tituló así?

Adoro esa canción, que es de un autor mexicano. Es hermosa. En el libro hay perfidia por todos lados: los protagonistas traicionan sus ideas, sus amores... Cuando era pequeño, la gente no hablaba de sexo, todo se daba por sobreentendido, no había nada explícito… Salvo la guerra, el arte y cosas como esa canción. Así que, ¿qué mejor título?

Su proyecto parece ser ir atando entre sí sus diferentes novelas, tanto las que ha escrito como las futuras. ¿Qué lo atrae de esa clase de estructura?

Me atrae su grandeza. Me interesa todo lo que es grande y no tengo ningún interés por las cosas pequeñas. Todas las obras pequeñas me aburren, me deprimen, esa es la verdad.

¿Hace mucho que pensaba en este segundo cuarteto?

En realidad ni siquiera se me había cruzado por la cabeza hasta 2008, pero en cuanto lo pensé me obsesionó la idea de poder contar todo ese lapso, poder contar la historia de mi tierra y mi país a lo largo de casi cuarenta años. Si lo piensas, entre este cuarteto, el anterior y la trilogía de Estados Unidos, habré contado la historia de mi país desde 1941 hasta 1972. De hecho, para escribir "Perfidia" tuve que volver a leer mis siete libros armando hojas con datos para ver las líneas de cada personaje, cuidando que la información que doy sobre cada uno fuera consistente.

¿Lo sorprendió algo al volver sobre esos libros?

No, en realidad sólo buscaba no equivocarme con quién era y qué había hecho cada personaje, eso es todo.

En sus libros Los Ángeles es un personaje en sí misma. ¿Se siente parte de una tradición del policial en ese sentido, con Chandler y compañía?

Para nada. Y no lo tome mal, pero estoy harto de esa pregunta. No sé por qué me preguntan por Chandler. No tengo nada que ver con ese tipo. Su trabajo no me interesa. Estoy cansado de decirlo. Los Ángeles es mi ciudad. Es mi pueblo.

En las primeras páginas, el protagonista ve pasar a una enfermera pelirroja por la que se sintió flechado y uno piensa en lo que usted llama "la maldición Hilliker", esas encarnaciones de su madre que lo persiguen.

Sin duda que hay algo de eso, que para ese personaje me inspiré un poco en ella. Incluso es de Wisconsin, del mismo lugar que era mi madre. Pero yo no buscaría mucho más que un guiño en eso. Para mí todo ese asunto está completamente terminado. Ya no quiero investigarlo más. El caso está cerrado y no creo que nunca se vaya a saber la verdad sobre quién la asesinó. Por mi parte, estoy convencido de haber escrito lo suficiente al respecto como para salir de ese lugar, para liberarme de ella.

¿Es la novela de una persona melancólica?

No, no lo creo. La novela está situada en 1951 y yo nací en 1948, así que tampoco hay mucho a lo que quiera volver.

¿Cómo se metió en la época en la que transcurre el libro?

Una parte fue leer mis otros libros, como le dije, y otra dejar volar la imaginación. También tengo una persona que recopila datos históricos, todo tipo de datos, para que pueda consultarlos en caso de que sienta que me estoy saliendo de la pista y escribiendo en el vacío. Pero lo fundamental es que tengo una curiosidad salvaje por lo que pasó en esa época e intento meterme en la cabeza de esas personas. También me ayuda mucho no tener ningún interés por el presente. No me interesa nada de lo que está ocurriendo.

Parece difícil vivir así, ¿no lo es?

A ver... está claro que vivo en este mundo, que trato con gente y que tengo amigos, pero la historia de esta época no me interesa en lo más mínimo y mi forma de comunicarme con el mundo actual es básicamente a través de los libros que escribo, que le llegan a personas que probablemente nunca llegaré a conocer. No busco mucho más.

Al leerlo uno se pregunta por la huella de ese ataque a Pearl Harbor, si no fue comparable psíquicamente al ataque contra las Torres Gemelas.

En realidad yo no lo compararía con ninguna otra cosa. Además, en la novela sencillamente funciona como parte de un contexto histórico. Pearl Harbor fue un brutal ataque a traición de Japón contra los Estados Unidos y creo que acertaron con esa frase, que no recuerdo si fue del emperador Hirohito, de que con el bombardeo despertaron a un gigante dormido, porque el bombardeo transformó radicalmente la vida de los Estados Unidos y muy especialmente la de Los Ángeles.

¿En qué sentido?

En que Los Ángeles es el resultado de ese bombardeo y de esa guerra. Los astilleros militares y la industria de defensa se expandieron desde allí, porque ahí estaba instalado el complejo militar del país. Además, se trataba de una ciudad con una enorme comunidad japonesa que de pronto estaba bajo sospecha y en la que día y noche sonaban las alarmas de bombardeos. La ciudad entró en un ritmo frenético, no se dormía, no se paraba. Eso es lo que me permitió escribir una novela así, que avanza en tiempo real, minuto a minuto. De todas formas, insisto en que es sólo contexto histórico. No creo estar dándole un sentido al ataque más allá de eso.

Uno de los protagonistas de "Perfidia" es un forense, figura que cobró mucho peso en el policial de las últimas décadas. ¿Qué lo atraía de esa mirada?

Bueno, no lo sé, es un personaje más de esa época. En cuanto a las modas... yo no miro televisión, no uso computadoras, no he visto ninguno de esos programas ni leído ninguno de esos libros, así que no podría decirle nada al respecto.

Me ha sorprendido la seguridad con la que ha dicho que es uno de los mejores escritores de esta era. ¿Cómo puede estar tan seguro de eso?

Con todo el respeto, hay un cierto tipo de hombre americano que llega a una edad, y soy el último de esos hombres que usted va a ver en su vida. Tengo sesenta y siete años y quiero incendiar toda América y mandar todo a la mierda, y siempre he sido así. Casi todo el tiempo me encierro en una habitación y lo único que hago es trabajar. Me invaden pensamientos, me da miedo morir y puedo ver lo que hay más allá de la vida. Estoy jodidamente sano, pero… ¡oh, mierda, me doy cuenta de que esto no va a durar siempre! Los libros que escribo son esfuerzos sobrehumanos de concentración, construcción y pasión. En mi carrera arriesgué y me convertí en algo más. Creo que mi seguridad viene del sentido que tengo de mi propio trabajo y el hecho de que comencé a escribir bastante tarde, cuando tenía treinta años.

¿Y por qué comenzó a escribir?

Llevaba sobrio año y medio y era lo que quería, costara lo que costara. Quería tener novia, el reconocimiento y todo eso; pero, por encima de todo, lo que quería era escribir libros.

¿Lee a autores contemporáneos?

Sólo leo a mi amigo Thomas Mallon, que es el mejor escritor americano de novela histórica.

Pero cuando era niño se podía pasar diez horas en una biblioteca.
Eso fue hace mucho tiempo. Leía novelas policíacas, criminales, históricas...

Le cito: "Me obsesiona la perfección".

Así es. Así es como veo mi trabajo. Quiero que mis palabras sean perfectas, que la construcción sea perfecta, que sea profundamente emotivo, estilísticamente riguroso, y genial. No podría hacer otra cosa. "Perfidia" es mi libro más arriesgado, estilísticamente es severo; es mi última versión de la perfección.

¿Cómo afecta esa obsesión a su trabajo?

Si alguien me llama por teléfono, atiendo el teléfono; si tengo que salir de casa, salgo de casa y vuelvo más fresco. Me concentro en escenas individuales de la historia, para que sean pasionales e improvisadas, sin salirme de la historia general.

¿Qué siente al terminar una novela?

Cuando terminé "La dalia negra" fue una catarsis. Se lo dediqué a mi madre y lloré durante varias horas. Cuando terminé "Perfidia" me sentí aliviado; es como estar enamorado por primera vez y consumar la relación, como escuchar un adagio de Beethoven. Después me aparto de la escritura, llamo a mi editor, entrego el manuscrito y vuelvo a empezar.

Y vuelve a la vida. Porque los artistas a veces están tan involucrados en su trabajo que olvidan que tienen una vida.

Yo no estoy tan loco. He visto a gente que le ha pasado pero yo no soy así. Todo lo que hago, lo de no tener internet, ni teléfono, o no viajar, me ayuda a concentrarme.

Antes ha mencionado a su madre. ¿Sería escritor si ella no hubiera muerto?

No lo sé. No hay forma de averiguarlo.

Así que no le importa lo que digan los críticos.

No, ya ni siquiera leo las reseñas. Dejé de hacerlo hace tiempo. Así que la idea de meterme en internet y ver que la gente dice cosas horribles sobre mí... es una locura.

¿Y qué me dice del reconocimiento?

Bueno, quiero que me paguen, conocer a mis lectores, ser reconocido por la crítica y premiado. Pero, por encima de todo eso, quiero vivir una historia, quiero contar una historia.

¿Qué piensa de la gran novela americana?

Es algo que no va a pasar nunca. Es como la idea del sueño americano: se suponía que sería real y ahora se supone que es un fraude.

Por cierto, ¿cuál es su versión favorita de Perfidia, la canción que da nombre al libro?

¡Ah!, por fin me lo pregunta, esa sí que es fácil. Mi favorita es la de Glenn Miller, por supuesto, porque es la única que entiende que esa canción es una elegía.

10 de octubre de 2015

Sue Grafton: "El mejor momento es cuando el libro cobra vida propia y hay una voz interior que nos va dictando lo que escribimos"

La primera vez que la detective Kinsey Millhone apareció ante los lectores fue en 1982. Su creadora, la estadounidense Sue Grafton (1940), acababa de dar vida con "A is for alibi" (A de adulterio) a lo que algún crítico calificó como el contrato editorial más inteligente de todos los tiempos: la salida al mercado no de uno o dos libros sino de uno por cada letra del alfabeto. Grafton, licenciada en literatura inglesa, había dado inicio así a su famoso alfabeto del crimen, el cual ya lleva veintitrés novelas editadas. La última es "W is for wasted" (W de whisky) y, según asegura, ya tiene casi terminada la X y pergeñada la Y. "La colección tiene una gran coherencia interna y cierta cercanía con la novela negra -opina la novelista, traductora y crítica literaria argentina Márgara Averbach (1957)-. En eso, es esencial el uso de la primera persona. Grafton sigue así la regla del narrador de la novela negra estadounidense, en cuyo centro están Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Pero hay también detalles que separan a las novelas de Kinsey Millhone del modelo 'negro'. En primer lugar, por supuesto, la identidad femenina de la autora y la protagonista. El modelo Hammett/Chandler es no sólo masculino sino muchas veces machista: en general (siempre hay excepciones), los personajes femeninos tienen poca importancia o están muy estereotipados. Eso sería imposible en Grafton porque aunque la detective es una loba solitaria (típica del subgénero), no copia a los hombres. Otro punto de diferencia es el desinterés de Grafton por hacer un diagnóstico de la sociedad a través de casos particulares (lo social es el centro de la novela negra). En ese sentido, las aventuras de Kinsey están más cerca de lo lúdico de la novela 'enigma'. La mirada sobre lo social es completa pero superficial. Las historias componen una buena serie en el sentido en que lo son las buenas series de televisión. Cuentan dos historias paralelas: la del caso particular, que se cierra en cada libro, y la de Kinsey, que se continúa. Ofrecen a los lectores la seguridad de reencontrar en las páginas de cada tomo el mismo rito disfrutable y al mismo tiempo, la certeza de que cada aventura va a ser diferente". Grafton tuvo una infancia muy difícil: hija de padres alcohólicos, su madre -víctima de un cáncer de esófago- se suicidó luego de estar sumida en una profunda depresión. Para la escritora, esto le permitió conectar con las miserias de la vida. "Mi fuente de inspiración viene de la sombra, que es una parte de mí. No exorcizo los fantasmas escribiendo novela negra, quiero hacer las paces con ellos, porque la energía creativa está en ellos, en la sombra", asegura. Lo que sigue es una recopilación editada de las entrevistas que concediera a Paula Arenas y Paula Corroto de los periódicos españoles "20 Minutos" y "El Diario" respectivamente los días 6 y 7 de febrero, y a Antonio Lozano de la revista argentina "Ñ" nº 617 del 25 de julio, todos del corriente año.


¿Cómo fue crecer en Louisville, Kentucky, en los años ‘40?

Éramos un vecindario pequeño y recuerdo como, después del colegio, jugaba a policías y ladrones o a vaqueros e indios con los amigos en la calle. El mundo se ha vuelto un lugar mucho más peligroso para los niños. Gocé de mucha libertad durante mi infancia, en parte porque mis padres eran alcohólicos y apenas me vigilaban. A veces me subía a un autobús y no me bajaba hasta que se me acababa el dinero. Desde el punto de vista de un escritor, es una forma interesante de crecer.

Tocaba inventar.

Claro. Me siento muy agradecida de haber crecido sin un televisor en casa, con la compañía de los cómics y la necesidad de concebir aventuras imaginarias. Recuerdo que con mi mejor amiga jugábamos a cocinar papas en el parque. Dile ahora a un niño que haga lo mismo, ¡ja! La falta de tecnología fue una bendición. Cualquier otro recordaría una infancia con padres alcohólicos como algo traumático. Tuvo aspectos negativos, por supuesto, pero la falta de supervisión también me liberó, me espabiló y me obligó a interpretar a las personas, algo útil para la futura creación de personajes. Tenía que anticiparme en cada momento a los actos de mis padres para saber si iba a poder sentirme segura o no.

Otra persona contaría la historia desde un ángulo mucho más trágico.

Creo que la vida se basa en la forma en que decides interpretar las cosas. Los mismos hechos pueden explicarse de seis maneras distintas. Yo opto por enfocar lo que me ha ocurrido de un modo útil y provechoso. No le veo sentido a la autoconmiseración, la rabia o la culpa. Desde el momento en que entiendes tu vida, pasas a ser su principal responsable. Es una cuestión de salud mental.

Su padre escribía novelas de detectives. ¿Fue este un factor determinante a la hora de llevarla por idéntico camino?

La clave es que en casa se leía mucho, no dejaban de entrar novelas negras, compradas a 25 centavos, de Chandler, Hammett, McCain… Mi padre llegó a publicar tres libros que, ante la falta de éxito, lo encaminaron a estudiar derecho. Me gusta pensar que simbólicamente yo retomé su camino truncado.

Ha admitido que, cuando empezó a escribir novela negra, tenía muy poca idea de cómo funcionaba.

Desconocía qué demonios hace un detective, tuve que sentarme a leer como una loca a los clásicos. Aún hoy no dejo de estudiar la ley californiana para ir poniéndome al día.

En sus inicios como escritora, el género negro seguía siendo muy masculino, y las detectives de ficción, una rareza. ¿Supuso un hándicap o una ventaja?

Supuso una gran ventaja ya que me otorgó muchísima libertad. Pocos precedentes y competencia, modelos por construir… ¡el paraíso! Ahora que somos miles las mujeres metidas en ello, todo es más difícil.

Al saltar de leer novela negra a hacerla, ¿qué se descubre?

Hasta que uno intenta escribirla, no se da cuenta de lo compleja que resulta la ficción detectivesca porque está muy codificada, es decir, llena de restricciones. Puedes saltarte las reglas sólo si las conoces muy bien y siempre con mucho tacto y sutileza. Por eso a los jóvenes que empiezan a escribir les aconsejo que se fogueen en los rudimentos del oficio a través de otros géneros.

Se casó y fue madre muy joven. En aquella época, ¿escribir la salvó de un guión muy predeterminado?

Por entonces trabajaba como administrativa y secretaria en hospitales. Llegaba a casa, me cambiaba el uniforme blanco por ropa cómoda, preparaba la cena, lavaba los platos, acostaba a los niños y me sentaba a escribir. Al crear a Kinsey Mill­hone pude moldear a aquella persona, independiente y atrevida, que yo habría podido llegar a ser si no hubiese formado una familia tan temprano. Luego su éxito me ha dado una vida apasionante.

A Kinsey los lectores la conocen desde hace más de treinta años. Lo curioso es que mientras para todos nosotros el tiempo pasa, estas novelas se mantienen en los años ‘80. ¿No le crea a usted cierto extrañamiento cuando las escribe?

Kinsey es una extensión de mi personalidad y en este sentido es fácil seguirla. Lo que es difícil es recordar la música de los ‘80, las películas que se hacían, los peinados voluminosos. En los primeros libros yo evitaba las referencias a la política y hechos de aquellos años para que el lector se perdiera en el tiempo, pero ahora hago todo tipo de referencias para recordar al lector que está en 1989 y no ahora. Una vez un lector creyó que en realidad lo que yo tenía era un manuscrito que yo iba sacando poco a poco. Tuve que escribirle y decirle que los libros estaban ambientados en los ‘80, pero que los escribía en la actualidad.

Kinsey monta por sí misma una agencia de detectives a principios de los ochenta. No parecía fácil en aquella época.

En los ‘80 ya había mujeres detectives. De hecho, yo conocí a algunas. Sin embargo, había una cierta dificultad por el hecho de ser mujer. Ahora las mujeres hacen de todo. Por otro lado, creo que las mujeres son mejores detectives que los hombres porque nosotras podemos entrar en más sitios, somos invisibles. A menudos los lectores piensan que yo he sido detective.

Cuando comenzó con su alfabeto del crimen, qué llegó primero, ¿la letra o el tema?

La idea del alfabeto del crimen surgió porque antes de empezar me senté a escribir todas las palabras que se me ocurrieron que tuvieran que ver con el crimen para asegurarme de que había suficientes relacionadas para llegar hasta el final. Pero sí, a menudo comienzo con el título. Lo que pasa es que también puedo cambiar. Sobre todo me gustan aquellas palabras en las que hay un doble sentido. Por ejemplo, “quarry”, que en inglés significa tanto presa como cantera. El crimen tiene lugar en una cantera y a la vez la víctima está presa.

¿Imaginó cuando en 1982 publicó su primera obra del alfabeto del crimen que llegaría a la W y con este éxito?

No, no tenía ni la más remota idea de que podría escribir la segunda. Ni siquiera pensé que me publicarían la primera. Cuando te bloqueas es la sombra que te dice que no estás haciéndolo bien.

¿Usted llegó a preocuparse alguna vez por si no podía llevarlo a término?

Entonces era muy joven y optimista. En aquel momento no calibré lo que hacía. Ahora mi preocupación fundamental es no escribir el mismo libro dos veces.

¿Un error demasiado habitual en los escritores?

Sí. Me gusta el reto de no repetirme, y cada vez es más difícil. Tengo todo apuntado, tramas, personajes, sexo de la víctima... Todo, porque hay cosas que se me olvidan. Y el final.

Así que como decía Wilde, ¿cree usted que es indispensable tener claro el final antes de empezar?

Sí, pero cuando escribí ésta no tenía ni la más remota idea de cómo acabaría. Así que he roto esa regla. Y en otros también lo hice...

Igual tenía un final en mente y la propia historia la llevó hacia otro...

Sí, así fue. Es el mejor momento. Cuando el libro cobra vida propia y hay una voz interior que me va dictando lo que escribo. Lo peor es cuando eso no pasa y entonces tengo ganas de colgarme, es horrible. A veces leo algunos de mis libros y me parecen fáciles, pero cuando los estoy escribiendo nunca me lo parecen.

¿Corrige mucho?

No, porque corrijo constantemente mientras escribo. Soy muy meticulosa, cada frase la reviso una y otra vez, de modo que cuando llego al final es todo muy limpio.

¿Lee novela negra contemporánea? ¿En qué ha cambiado con respecto a la clásica?

Sí, sí, la leo. Creo que ahora hay más palabrotas. Creo que está bien que haya cambiado. No podemos imitar a los que había antes. Hay que reinventar la fórmula de manera que se presente la vida tal y como la vivimos actualmente.

A la hora de escribir una novela negra, ¿el crimen tiene que aparecer lo antes posible?

Creo que hay editores que les dicen a los escritores jóvenes que haya un muerto lo antes posible, pero yo no estoy de acuerdo con esto porque le lector no ha hecho ninguna inversión en el personaje que acaba de fallecer y eso hace que el asesinato no tenga mucho sentido. A mí me gusta más explicar una historia como si estuvieras pelando una cebolla, poco a poco. Eso me resulta más divertido, que haya misterios. Si en las primeras páginas ya hay disparos, sangre, muerte… eso es aburrido.

¿Qué importancia le da a la víctima?

Es muy importante. Las novelas negras tratan sobre todo de una víctima. Lo que tratan es de buscar justicia para la víctima. Yo siempre creo que la justicia se hará. A menudo en el mundo real la policía sabe quién ha sido el asesino pero no pueden probarlo. O imputan a alguien por un crimen pero hay algún aspecto técnico en todo el proceso judicial que falla y ya no le pueden condenar. O el caso es revisado… Es decir, para mí eso es muy frustrante. Pero en las novelas negras sí hay justicia.

¿Ve usted alguna diferencia entre el género negro que se hace en Estados Unidos y el de Europa?

En términos de películas creo que su sensibilidad es muy diferente de las de los norteamericanos. Los norteamericanos tienen más estructura, no son tan evocadoras… Y son más rápidas. Lo que me gusta es que desde la página uno ya estás dentro de la historia. En la ficción literaria se dan muchas vueltas y acabas aburriéndote.

Hollywood se enamoró de una de sus novelas, compró los derechos y luego la contrató como guionista por quince años. Sin embargo, ha declarado que se rebozaría desnuda en cristales antes que ver a Kinsey en la pantalla.

Por desgracia tuve ocasión de ver cómo destrozaban demasiadas novelas buenas, por lo que antes muerta que ceder el control de mi personaje. Hollywood me recuerda a una gigantesca trituradora o fiera que devora historias y escritores. Si una película funciona, el crédito es del director y el productor. Si fracasa, la culpa es del guionista. No quiero ver a una actriz apoderándose del rostro de Kinsey y luego metiéndose en mi cabeza cada vez que escriba sobre ella. Además, me consta que mis seguidores no me lo perdonarían. Al final sentiría que estoy entregando a otros treinta y cinco años de mi trabajo. No. Este es el trabajo de mi vida, y si se lo doy a los productores de Hollywood lo van a destrozar. Yo trabajé allí durante quince años. Son como los hombres que quieren ligarse a una mujer en un bar y dicen cualquier cosa para engatusarte.

La parte positiva de Hollywood es que debió de suponer un buen entrenamiento técnico.

Sí, sí. Me enseñó a pulir diálogos, a estructurar, a completar escenas de acción… aunque, ojo, también a saber que nunca más querría escribir en grupo. Soy muy reservada con mi trabajo, nadie lee una de mis novelas hasta que pongo el punto final, excepto mi marido, y sólo cuando me siento bloqueada. Creo que las opiniones ajenas con frecuencia te confunden y desvían de tu camino. Prefiero ser mi propia jueza y meterme presión yo solita, lo que paradójicamente me provoca miedo, pero sé que, si logro transformar esa ansiedad en energía positiva, todo va a salir a pedir de boca.

¿Contempla con un cierto alivio que ya esté llegando al final del abecedario?

Por un lado, me sacaré un peso de encima. Y, si Kinsey sigue teniendo casos que investigar, podrá seguir haciéndolo en títulos que no sigan orden alguno.

Sus fans respirarán aliviados: no va a matarla en la Z.

No, no, ni hablar.

El riesgo, entonces, es que en el futuro alguno la resucite, entre ellos Hollywood…

En ese caso, yo regresaré de la tumba para recuperarla.